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CAPÍTULO

I

El tiempo de los árboles

La vida sólo puede medirse por la intensidad con que se vive y no por su duración. Una mariposa sólo vive unos días, pero es tal la alegría con que despliega sus alas y la luminosidad de sus colores, que en tan breve tiempo se realiza, da lo mejor de sí misma.

El árbol, por contra, se toma su tiempo, bebe la vida en tragos cortos, la saborea solemne y pausadamente. De algún modo, los árboles están fuera del tiempo o de nuestro ritmo temporal.

Su larga y sosegada vida los hace sabios y así representan la imagen y la garantía de estabilidad para el medio. No en vano son además nuestros hermanos más altos, y los más profundos, siempre auscultando la tierra con raíces infinitas.

Cuando buscamos la comprensión de cualquier fenómeno, mecanismo o entidad, es interesante enfocar diferentes puntos de vista para alcanzar distintas perspectivas. En el caso de los árboles, encontraremos unos seres con un ritmo vital muy diferente del nuestro. Todos hemos visto cómo las plantas y árboles se mueven cuando una cámara toma la sucesión de fotografías que nos permite apreciar este movimiento, imperceptible para nosotros de otro modo. Pero podemos imaginar otros ritmos y movimientos a diferente escala espacio-temporal.

Así, el paso de las estaciones es para el árbol una inspiración y espiración que se manifiestan en el brote primaveral, seguido de la «madurez» o punto álgido del ciclo y la posterior caída de las hojas. En una película lo veríamos como pulsaciones o latidos vitales; el otoño aparece como la época en que el árbol parece consumirse entre un incendio de colores pardos del roble y los fogosos destellos rojizos y amarillos de los arces.

Acelerando aún más la velocidad de esta película, las pulsaciones anuales se hacen más rápidas y pierden nitidez. Se aprecia mejor el ciclo del nacimiento, crecimiento y muerte del árbol. Una bellota salta al suelo como estrella fugaz y de ella surge el árbol como un relámpago, que a su vez estalla en multitud de estrellas fugaces y se consume hasta desaparecer.

A vista de pájaro, el bosque avanza y retrocede, los árboles viajan en su estadio de semilla y el bosque entero se desplaza buscando las mejores condiciones.

A veces da la sensación de que más que una agrupación de seres, el bosque sea una verdadera entidad.

A mayor escala de tiempo, las migraciones del bosque se hacen más patentes; huyen de las glaciaciones e invaden el planeta hacia los polos al término de las mismas en oleadas sucesivas: primero las especies de luz, pioneras, y seguidamente las de sombra, que necesitan protección para su desarrollo.

Podríamos continuar este ejercicio imaginando el nacimiento y desarrollo de las diferentes especies en distintas edades geológicas. La génesis del bosque, que da comienzo en unos simples liquenes disgregando la piedra y a lo largo de millares de años y sucesivas capas vegetales, concluye con la instauración de la comunidad arbórea, la más evolucionada y perfecta. Así se entiende fácilmente que el árbol sea símbolo de tiempo y espacio y que los celtas lo adoptaran como inspiración para su calendario y su alfabeto.

Sin embargo, hasta ahora sólo hemos abordado la comprensión de la entidad arbórea desde una perspectiva racional. Si además de comprender, queremos vivenciar el árbol de algún modo y establecer vínculos, nuestra mentalidad y espíritu deben aquietarse para alcanzar el ritmo del árbol; así comienza el diálogo que nos permitirá acceder a un conocimiento profundo.

El árbol vive ya en ese tiempo sagrado que podemos alcanzar por medio de diferentes técnicas o por su simple compañía e inspiración. De esta forma, el hombre puede conocer diferentes realidades y adentrarse en la experiencia mística, mítica, mágica… Aquí, el árbol funciona como medio y fin; es cierto, existen infinidad de caminos con corazón para llegar al centro de nuestro propio ser, pero todos ellos, antes o después, aparecen bordeados por árboles frondosos.

Ellos nos enseñan que basta con estar ahí, y justamente cuando descansamos a su sombra, después del largo camino, nos traspasa la luz del espíritu.

La incesante sucesión de los ciclos, el implacable giro de la rueda de la vida y la muerte, vigilia y sueño, inspiración y espiración… representan el tiempo profano que nos hace dar vueltas una y otra vez como el burro encadenado a la noria, en tanto que vivimos de forma inconsciente. El árbol se eleva entonces y representa una puerta abierta hacia la libertad.

Buda nace bajo el árbol y bajo el árbol nace por segunda vez. En el paraíso, los árboles, y en Getsemaní, antes del fin, y en la Cruz. «El zen es un ciprés que crece en un patio», dice el famoso koan y en árabe, tarika reúne en una palabra los significados de árbol, palmera y escuela, y Tarika es la escuela iniciática de los sufis.

Pero no nos extenderemos aquí sobre este tema, que más adelante será tratado con la profundidad que merece.

Sí vamos a ver, en cambio, la búsqueda por parte de las sociedades humanas de este tiempo sagrado, en diferentes festividades anuales que permiten a los pueblos parar la rueda, aunque sólo sea por un instante, antes de sumergirse en el nuevo ciclo.

«Las purgas, las purificaciones, la combustión de efigies del «año viejo», la expulsión de los demonios, de las hechiceras y, de una manera general, de todo cuanto puede representar el año transcurrido, tienen por objeto destruir en su totalidad el tiempo pasado, suprimirlo. Apagar los fuegos equivale a instaurar las «tinieblas», la «noche cósmica», en la que todas las «formas» pierden su contorno y se confunden.

Una vez al año, pues, son abolidos el tiempo viejo, el pasado, la memoria de los acontecimientos no ejemplares (en una palabra: la «historia» en el sentido moderno del vocablo).»

(Mircea Eliade, «El tiempo sagrado»)

A través de estas fiestas y ceremoniales, el hombre y el mundo a su alrededor se regeneran, cobran un nuevo sentido. La renovación de la creación tiene lugar el día de Nauróz, el año nuevo persa, en que el rey proclamaba: « ¡he aquí un nuevo día de un nuevo mes de un nuevo año; hay que renovar lo que el tiempo ha gastado!» y se encendían numerosos fuegos y se hacían purificaciones con agua y libaciones.

Los emperadores chinos promulgaban un nuevo calendario, es decir, orden temporal, nada más subir al trono; la instauración de un nuevo jefe era la ceremonia de la creación del mundo entre los habitantes de las islas Fidji.

Eliade ha recogido aún numerosas tradiciones en este sentido.

A Oviedo venía antiguamente la vieja, a partir la Cuaresma en dos mitades, según C. Cabal.

«Aparecía a las doce de la noche en cualquier lugar del «Campo», e iba inmediatamente al Carbayón (un inmenso roble que vivía en medio de la ciudad); se aproximaba a su tronco, arrimaba a él su cayado, se acomodaba bajo él… Después, gesticulaba, daba gritos, se revolvía aparatosamente, y reventaba por fin.»

(C. Cabal)

Este cuento se repetía a los niños por aquellas fechas año tras año y se usaba a la vieja como el «coco». La misma historia se encuentra en muchos otros lugares de España y Francia. Según C. Cabal, la vieja era una representación del espíritu de la vegetación o de la Madre Tierra, que mueren para renacer.

De esta forma, cada tradición cultural o espiritual ha ido acomodando estas ceremonias a su visión propia del mundo y las fechas a sus propios ritmos. Pero existen dos momentos en el ciclo anual que han tenido una importancia especial en este sentido. Podríamos decir, siguiendo el calendario celta, que se trata de la hora del roble y la hora del tejo. La primera corresponde en el reloj a las 12 del mediodía, y en el calendario, al mes central, a las festividades del 1 de mayo o 24 de junio. La segunda pertenece al reino de las tinieblas, son las temidas 12 campanadas nocturnas, el último mes, las fiestas del 1 de noviembre y 31 de diciembre. En la respiración corresponden ambas a los momentos mágicos en los que la rueda se para, un instante tras la inspiración, otro tras la expulsión del aire, con los pulmones vacíos. Así, el roble representa la plenitud, el esplendor real, la cúspide, y el tejo es la profundidad del abismo, la caída del rey, el tiempo sagrado en el que la rueda de la vida se detiene, antes de recomenzar el nuevo ciclo1.

Los árboles están fuera del tiempo. Su larga y sosegada vida los hace sabios. En la imagen, un haya pirenaica entre la niebla del mes de abril.

He aquí también la imagen de la rueda de la fortuna en cuya cúspide el rey-roble reina para caer instantes después hasta quedar cabeza abajo: es el eterno flujo y reflujo.

Son precisamente estas breves paradas las que nos permiten tomar conciencia de nuestra situación. Son los momentos propicios para entrar en ese tiempo sagrado en el que podemos acceder a la revelación de otras realidades. Las diferentes tradiciones espirituales celebraban rituales de purificación como Agni hôtra, la ceremonia védica del fuego que desde hace miles de años se practica en la India al amanecer y al anochecer. En un tiempo tuvo tal poder que de su correcto desarrollo dependía, según los textos védicos, la salida del propio sol.

Sus efectos purificadores sobre el aire, la tierra y el agua y el entorno, se dejan sentir en un radio cada vez más amplio, según se practica regularmente la ceremonia, y sus beneficios alcanzan también a los moradores del lugar.

De nuevo, el rito alrededor de la hoguera, en el instante preciso, regenera el universo que conocemos y nos hace partícipes del juego de la creación.

BETH-LUIS-NION (EL CALENDARIO-ALFABETO CELTA)

Muchas son las versiones de este calendario cuyos meses estaban representados cada uno por un árbol. Los estudiosos no se ponen de acuerdo sobre las fechas que corresponden a cada especie e incluso sobre las especies que lo integran. Buena parte de la obra de Graves, La diosa blanca, está dedicada al análisis de este sugerente calendario, y leyendo a este autor es fácil hacerse una idea de lo arduo de este estudio.

Recientemente han aparecido un horóscopo (de Edgard Bliss) y un tarot, basados en el Beth-Luis-Nion; demasiado fácil sería negar la legitimidad y base tradicional de estas interpretaciones. La lectura atenta de estos trabajos nos da, sin embargo, una idea de la honestidad de sus autores; en la tentativa de reconstruir parte de una tradición hace mucho tiempo perdida, pero que aún deja pasar algunos rayos de luz a través de los espesos y oscuros siglos que nos separan.

No abordaremos aquí este tema en profundidad, nos daría demasiados quebraderos de cabeza. Pero es imposible pasar por alto una concepción y simbología tan hermosas de los ritmos anuales. Así pues utilizaremos el Beth-Luis-Nion de nuestros ancestros cuando pueda aportarnos alguna luz en el conocimiento de los propios árboles o acercarnos al espíritu y cultura de los celtas.

El calendario que aquí traigo (ver gráfico), es una síntesis de las diversas hipótesis, ya que no hay acuerdo en cuanto a su construcción.

La ordenación más generalmente aceptada es la aquí expuesta, si bien Robert Graves coloca el mes del fresno en el lugar del aliso, el mes del aliso en el lugar del sauce, y el mes del sauce en el del fresno.

En lo que respecta a las especies, también hay acuerdo exceptuando el mes decimosegundo, representado por la letra NG, que para unos es la escoba y para otros la caña o el carrizo (incluso es posible que en diferentes regiones se atribuyeran distintas especies a este período).

La mayoría de los autores hacen comenzar el año céltico el 1 de noviembre; tan sólo R. Graves difiere en este punto y coloca el principio del año el 24 de junio, pero esto no parece tener mucho sentido porque los cuatro orientes del año céltico no serían, como muchas veces se piensa, los solsticios y equinoccios, sino fechas intermedias que corresponden a los 40 días posteriores a estos puntos cardinales del ciclo anual.

La fiesta de San Juan pertenece pues a tradiciones diferentes de la celta y, claro está, muy anteriores a la cristiana, aunque ambas corrientes hayan influido en las ceremonias y festejos de este día que han llegado hasta nosotros.

Las continuas referencias tradicionales a «un año y un día», hacen pensar, como dice Graves, en un año de 13 meses lunares de 28 días, que sumarían 364, más un día que completaría el año solar.

Construido el círculo de este modo, llama la atención en primer lugar la posición del primero de mayo, fiesta de Beltaine, exactamente en el cenit del año, en la mitad del séptimo mes, el del roble; el árbol rey parece ocupar así el lugar que le corresponde, con seis árboles en cada uno de sus lados, es decir «los 12» que forman el séquito real en algunas tradiciones (ver capítulo IV, El Roble). Incluso aceptando la teoría de Graves, como él mismo dice, tendríamos igualmente al 24 de junio en el centro del mes del roble, ocupando exactamente la cúspide, en oposición al 24 de diciembre.

En el lugar opuesto encontramos una fractura en el círculo: es el día que completa el ciclo y que, como iremos viendo, representa la muerte, el sueño, el no tiempo, y está representado por el tejo. Antes de llegar a esta conclusión permitidme que recorra el largo camino anual2.

Las cuatro fiestas célticas

Las cuatro principales fiestas célticas son Samain, Beltaine, Imbolg y Lugnasad.

Samain, el 1 de noviembre. La fiesta de Samain es mágica por excelencia; durante tres días y tres noches se restablece la comunicación entre los humanos y los seres del más allá: muertos, dioses, hadas…

Los sidh, dólmenes y túmulos donde moran las hadas son ahora accesibles para los hombres, y en las casas de éstos las puertas permanecen abiertas y la cena preparada para cualquier espíritu que se digne a aceptar nuestra hospitalidad (al igual que sucedía en Escandinavia el 24 de diciembre)3.

Se bebía cerveza y se comían nueces y chorizo. Sólo los druidas podían encender el fuego y era el único momento del año en que la iglesia permitía la invocación de Satán (se le invocaba para augurar los casorios del año). Hasta nuestros días ha perdurado el recuerdo de esta fiesta en nuestro calendario. Hoy es el día de Todos los Santos y conserva la fecha del 1 de noviembre, y también, curiosamente, festejamos el 1 de mayo, aun cuando el sentido actual sea en este caso muy diferente.

Hasta tal punto están abolidas las barreras en Samain que incluso, como dice Markale, el tiempo se desvanece, se abre la raja entre los dos mundos y pueden coexistir el inconsciente, la magia, el sueño, con el mundo racional, consciente y real.

Según la tradición, un rey irlandés fue destronado cuando, durante Samain, alguien le pidió que le cediera el reino por un día y una noche, que durante esta fiesta equivale a la eternidad.

La noche de Halloween, el 31 de octubre, es la víspera de esta fiesta, la misma puerta del Sidh, que da paso a Samain. En un ciclo más pequeño, el de la respiración, encontraremos también la puerta en el punto más bajo, cuando los pulmones se vacían tras la espiración y antes de iniciar el nuevo impulso de inspiración. Es el momento en el que puede abrirse nuestra consciencia.

Algunas tradiciones de esta fiesta han perdurado hasta nuestros días. Así, en Berry (Francia), las campanas tocan entre el uno y dos de noviembre y los campaneros salen a pedir el dos. El día de todos los santos no se dejan caballerías en el campo, pues los espíritus las montarían y dejarían agotadas para una semana.

Este mismo día debe anudarse un lazo de paja alrededor del tronco de los frutales mientras tañen las campanas. Se visitan los cementerios, se bendicen las tumbas, se reza por los difuntos y se les ponen flores nuevas.

También es costumbre comer castañas en estos días, dejando un poco en la mesa para el alma de los difuntos.

Fiesta de Beltaine, el primero de Mayo. Se encendían las hogueras en lo alto de los cerros4, la noche anterior (noche de walpurgis) y se apagaban todos los fuegos para hacer uno nuevo.

Fiesta de Imbolg, el 1 de febrero. Fue absorbida durante el cristianismo por Santa Brígida5.

Lugnasad, el 1 de agosto, «las bodas de Lug». Cuenta la tradición que el mismo dios Lug instituyó la fiesta, organizando una gran asamblea en la llanura de Meath para honrar a Taïltiu, su madre adoptiva6.

NOTAS

1-En el calendario tradicional chino, el año comienza en febrero y da comienzo con tos 6 meses activos, o yang, que alcanzan su cénit en el solsticio de verano e inmediatamente comienza a menguar su reinado hasta que prevalecen las fuerzas yin, antes del equinoccio de otoño. En el solsticio de invierno llegan al máximo las fuerzas yin y comienza su declive, a partir de aquí yang se recupera para prevalecer de nuevo en febrero.

2-Otra teoría sobre la construcción del año céltico divide al año en 12 meses y deja el treceavo, correspondiente al saúco con tan sólo 3 días (ver representación de este calendario en el gráfico del abedul). En cualquier caso, la exactitud de las fechas para la realización de los rituales, no tiene tanta importancia como la referencia que supone cada una de estas fechas dentro del ciclo en el que está inscrita.

3-La costumbre de dejar las puertas abiertas por la noche, se practicaba durante todo el año, y aún hasta tiempos muy recientes se ha seguido pracricando en Breraña. Sin embargo, en esta fecha, tenía una importancia mayor. En Asturias, se dejaban los cerrojos sin echar también durante todo el año, y se decía que no debe barrerse de noche para no expulsar a las ánimas que han entrado.

4-«Igual que el otro culto público de los druidas, la fiesta de Beltane, creemos que se ejecuraba sobre collados y cerros. Ellos pensaban que era degradante para aquel cuyo templo es el universo, suponer que morase en cualquier casa hecha con las manos. Por esta razón sus sacrificios eran ofrendados al aire libre, con frecuencia sobre las cimas de las colinas, donde se les ofrecía el panorama más grandioso de la naturaleza y donde estaban mas cercanos a la sede del calor y el orden». John Ramsay (siglo XVI). Así puede comprenderse esa anécdota famosa del druida galo que, estupefacro al ver a los dioses romanos reducidos a estatuillas encetradas en un templo, echó a reír,

5-Para Markale, Brigit no es otra que Tailtiu, la diosa tierra irlandesa, madre nutricia de Lug.

6-Sobre este dios, dice Markale «Los druidas»: «Lug mejor o peor asimilado a Mercurio, perduró en la devoción de los galo-romanos. Durante la cristianización numerosos santuarios dedicados a Mercurio se convirtieron en Montes de San Miguel, lo que no deja de tener relación con las funciones luminosas y solares de Lug, transferidas al arcángel luminoso».

La magia de los árboles

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