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CAPÍTULO

II

El abedul

LA INICIACIÓN

El abedul aparece en el planeta hace más de 30 millones de años, quizá como una respuesta a la necesidad de colonizar las tierras más frías e inhóspitas. Sus semillas son los seres alados más ligeros que imaginar se pueda (1 kg contiene varios millones), el viento las transporta lejos y de esta forma llegan fácilmente allá donde la tierra precisa de su cobertura.

Tras las glaciaciones, cuando el hielo se remonta hacia los polos, los abedules son los primeros que cubren las inmensas tierras que empiezan a despertar de su largo letargo; en la montaña, tras la paciente labor de los elementos, liquenes y musgos, disgregando la roca, es el primer árbol que soporta la intensa soledad, bajo la débil protección de los brezos.

En terrenos incendiados, suelos pobres y ácidos, cenagosos, en condiciones extremas de humedad o frío, el abedul consigue crear densas poblaciones con gran rapidez, pues a su capacidad de dispersión añade un rápido y vigoroso crecimiento.

De esta manera se levanta en los parajes solitarios la primera voz de la tierra hacia el cielo y eleva una copa delicada y armónica, en nada parecida a los dardos altisonantes de las coníferas; la cima del abedul se dispersa en el aire, se difumina…

Instalado el abedul, es capaz de cambiar las condiciones del lugar de una forma rapidísima. Su copiosa transpiración drena los terrenos excesivamente húmedos y sus raíces bombean nutrientes, en especial calcio y sales potásicas, contribuyendo al equilibrio del suelo. Además, estas raíces excretan auxinas, hormonas de crecimiento que favorecen la vida de los microorganismos y estimulan el desarrollo de las plantas. Esta enmienda de la tierra, unida a la ligera sombra que ofrece el abedular, crea las condiciones necesarias en muchos casos para la llegada de otras especies, comúnmente roble y haya. En muchos lugares, sin embargo, la elevada altitud, los suelos superficiales, arenosos o pedregosos, no permitirán la subsistencia sino al abedul, que adquiere entonces un carácter mas permanente.

Aunque por estas características muchas veces reina en solitario, es difícil encontrar una especie más sociable y generosa; compañero inseparable de temblones y serbales, en su sotobosque crecen brezos, arándanos, escobas y genistas, además de una multitud de animales entre los que se encuentran el urogallo, el lobo y el ciervo. Los gatillos masculinos, ricos en polen, se abren en la montaña en una época ideal para las abejas, cuando despiertan de su letargo y tienen poco alimento disponible.

El abedul actúa como protección y avanzadilla en los límites del hayedo y robledal, y una vez cumplida su misión, cuando las condiciones lo permiten, es rápidamente relegado por los árboles que crecieron a su amparo y cobijo. Amante de la luz como ningún otro, el abedul sucumbirá bajo la sombra y empuje de hayas y robles1.


Ramilla de Betula pubescens con sus características hojas triangulares.

ABEDUL, ALIMENTO Y COBIJO

A su enorme valor para la vida silvestre añadiremos aquí el gran interés que tiene para las poblaciones humanas del norte: lapones, siberianos, indios de Norteamérica… encuentran en él la inspiración espiritual y soporte vital.

Entre estos pueblos podemos hablar de una cultura del abedul, cuya importancia aumenta a medida que nos acercamos al polo y otros árboles desaparecen.

Del abedul se extrae casi todo; proporciona leña de excelente calidad y cortezas y ramillas para iluminar y encender la hoguera, buena madera para la confección de toda clase de útiles, trineos, refugios, etc. Los pastores vascos la preferían para todo tipo de recipientes para la leche y los quesos, pues se agrieta muy difícilmente.

Esta madera tiene una mayor resistencia mecánica en las capas superficiales que hacia el interior. La flexibilidad de sus ramas permite usarlas en cestería, ataduras, escobas… y con las más finas, verdes, se azotan los finlandeses en la sauna para favorecer la circulación sanguínea.

Su savia se extrae fácilmente agujereando el tronco o desgajando una rama en las épocas apropiadas (ver «La leche o agua de abedul», Integral núm. 76, pág. 357); es un alimento remineralizante y depurativo que contiene glucosa y ácido tartárico, y es capaz de fermentar para convertirse en vino o cerveza de abedul. En Alemania se tomaba esta savia en ayunas por primavera, como específico contra el mal de piedra, la gota y la tisis. Se conservaba en redomas que se llenaban de aceite para evitar que el líquido se corrompiera. También se decía que el que usa cucharas y vasos de esta madera, no adolece del mal de piedra (datos procedentes de El arbolista práctico, 1844).

Innumerables son los usos de su corteza, que proporciona:

•-Un tinte rosa raspando la parte interior y dejándola una noche en remojo. Se cuece hasta obtener un tinte rojizo y se cuela. Para teñir algodón se cuece la tela cinco minutos dentro del líquido.

Cabaña construida con cortezas de abedul en la región de Nordland (Noruega).

•-En épocas de penuria, esta corteza interior, más gruesa, se utilizaba como alimento, molida y mezclada con otras harinas, por la fécula y azúcar que contiene.

•-Esta misma corteza sirve también a los lapones para hacer otra clase de cerveza.

•-Impermeable e imputrescible como pocos materiales naturales, se han encontrado restos de corteza inalterada, unidos aún a la madera fosilizada (en Dworotrkoi, Siberia); asimismo aparecen restos intactos de centenares de años de antigüedad enterrados en turberas. Estas propiedades hacen que podamos encontrar muchas veces abundante corteza para las teas o cualquier otro uso en árboles caídos o, mejor aún, en los muertos de pie.

Así se comprende que haya resultado un material idóneo para tejas y cobertura de cabañas, para la construcción de canoas y vasos que se mantienen indefinidamente dentro del agua, para la confección de cestos, cajas, jarcias, esteras…

Puesta bajo los pilares de una construcción, evita que suba la humedad a través de la piedra o la madera. Entre los altaicos siberianos y otros pueblos servía de pavimento aislante, de forma que una construcción podía estar enteramente cubierta de este material, cerrando paredes, techo y suelos. (Para techumbres también se han utilizado sus ramas y sus raíces largas y espesas entre los lapones.)

•-Por si fuera poco, podemos extraer su resina, poniendo simplemente la corteza exterior en un puchero a fuego lento, para que vaya destilando, con cuidado de que no prenda. Esta brea, llamada cola de abedul o betulina, sirve para sellar recipientes y hacerlos estancos, calafatear embarcaciones, y también como pegamento muy resistente.

También por destilación se obtiene el aceite de abedul, que se usa para curtir pieles y como protección contra hongos e insectos.

Entre las mujeres vikingas, se usó esta corteza ennegrecida por el fuego para pintarse los ojos.

Dos épocas principales tiene el abedul en las que las cortezas están separadas y se recogen con facilidad: corresponde la primera a la subida de la savia primaveral, que termina cuando despunta la hoja, y la segunda, mas corta, hacia Santiago (finales de julio), momento en el que también hay una mayor afluencia de savia.

Durante estos períodos, las cortezas se separan del tronco y entre ellas, con limpieza y facilidad, haciendo un corte longitudinal y dos transversales (arriba y abajo), y tirando hacia un lado.

Cuando cesa el fuerte flujo, en cuestión de tres o cuatro días, las heridas de las que manaba savia en abundancia se cierran y la corteza queda apretada, imposible de desgajar sin romperla en mil trozos. La savia sólo se recoge en primavera, pues aunque mane en julio, el árbol la necesita en esta época, mas cálida y seca. Las incisiones transversales para extraer corteza deben hacerse de poca profundidad para no matar el árbol cortando su circulación.

Abedules junto a pinos silvestres en el Pirineo de Huesca. A menudo los encontraremos juntos colonizando terrenos deforestados. El abedul preferirá vaguadas más húmedas y el pino laderas secas.

Salvo casos muy excepcionales, de primera necesidad, no deberíamos usar la corteza interna, pues su recolección supone la muerte del árbol.

En los primeros años, la piel del abedul es de un color rojizo, que va blanqueando hasta que al llegar a la vejez empieza a agrietarse y oscurecer. El abedul encuentra bajo esta envoltura una perfecta protección y aislamiento. La corteza exterior es prácticamente imputrescible y resistente a los ataques fúngicos y de insectos. La corteza interna, más gruesa, es mucho más débil a este respecto, y la madera, si bien no es casi nunca atacada por insectos, a la intemperie o en malas condiciones se pudre con rapidez.

La familia Likov, que vivió aislada en la taiga rusa durante varias décadas, utilizaba la savia de abedul recogida en cuencos de madera, que les proporcionaba una abundante bebida alimenticia en primavera. Para escribir usaban la blanca corteza como papel y unas varas de madera mojadas en jugo de madreselva como tinta. La iluminación de la choza era una tea de abedul con la inclinación adecuada para durar sin apagarse.

ABEDUL, SENDERO DEL ESPÍRITU

Estas yérgolas o teas de abedul se hacen enrollando y dejando secar la corteza externa, atada con una brizna de hierba, una retama…

La luz tenue de una yérgola invita a la meditación, al recogimiento, a escuchar leyendas de tiempos remotos. La llama clara, cálida y serena, tiene un cierto parecido con la de una vela de cera de abejas; el humillo denso y oscuro deja un aroma grave como el incienso. De la misma forma que la vela ayuda a crear una atmósfera espiritual, la yérgola nos eleva con su luz límpida, y cuando respiramos su esencia y nos envuelve su resplandor, de alguna manera nos acercamos a la pureza del abedul, a su espíritu místico.

La llama de abedul nos muestra el camino de este ser de luz, de corteza resplandeciente y copa luminosa, que se alimenta de los rayos del sol y de la energía condensada en la sílice de los terrenos graníticos y arenosos que habita. En el crepúsculo, el abedul es una yérgola encendida, en otoño se inflaman sus hojas de amarillo y caen incendiando el viento. En invierno, la nieve y la lluvia destiñen estas hojas y toman entonces un claro color de hueso. ¡Qué blanco y sereno queda entonces el abedular, qué cerca del cielo! y el brezo, a sus pies, duerme sueños negros.


En primavera, los amentos masculinos del abedul aparecen justo antes que sus hojas.

CALENDARIO DEL ABEDUL

En el alfabeto céltico Beth-Luis-Nion (Abedul-Serbal-Fresno), que se utilizó en Irlanda desde el año 600 a. C, el abedul es la primera letra (R. Graves dice que fue en una varilla de esta madera donde se grabó la primera inscripción irlandesa en Ogham). En el calendario céltico, el primer mes del año, que empezaba el 1 de noviembre, es Beth-Abedul.

La víspera de este día se celebraba la noche de Halloween, en la que se restablecen las comunicaciones entre el más allá y el aquí y ahora, la tierra de los mortales. Se decía que esa noche los muertos volvían, y volvían según una balada nórdica (The Wife of Usher's Well), con hojas de abedul puestas en sus sombreros, a modo de insignea o contraseña para realizar este viaje. El abedul crecía a la entrada del paraíso. También es la época en que «florece la tierra» y crecen a los pies del abedular todo tipo de setas, entre ellas la Amanita muscaria, que Wasson identificó como el «Soma» sagrado de los antiguos arios y que según este autor parece tener una especial relación micorrizal con el abedul y el pino.

En las antípodas del año, el primero de mayo, fiesta céltica de Beltaine, se celebraba la ceremonia del árbol mayo, el despertar y florecimiento de la Madre Tierra. Aún hoy se plantan los mayos, árboles en torno de los cuales gira la fiesta, en el centro de la plaza de los pueblos. Curiosamente, ambas fiestas se han conservado hasta nuestros días. También es costumbre primaveral que los mozos coloquen en la ventana de la amada un ramo: en Europa Central, de abedul, para significar amor; en otros lugares son el roble y el fresno los que tienen este significado, utilizándose el abedul como señal de amistad.

En el calendario celta, los ejes u orientes del año son muy diferentes del actual, quizá más relacionados con los ciclos del sueño y el despertar de la naturaleza y específicamente con los ritmos del árbol que nos ocupa2, pero es impresionante además el paralelismo existente entre el calendario vital del abedul y el humano. La longevidad es parecida, ambos pueden sobrepasar el centenar de años en casos excepcionales. Entre los 20-25 años, su ciclo de crecimiento se completa (aunque el árbol sigue creciendo con mayor lentitud). Un poco mas adelante, hacia los 35 años, el abedular, que ha crecido cicatrizando las heridas por talas u otras causas en el hayedo o robledal, inicia su declive, a medida que se va regenerando el antiguo bosque.

EL ÁRBOL MEDICINA

Hacia esta misma edad, el cuerpo físico del hombre tiende hacia la mineralización y decadencia. Rudolf Steiner preconiza precisamente las curas de abedul para combatir esta inclinación de la madurez, y desde muy antiguo se han utilizado las hojas en forma de té (200 g de agua hirviendo se vierten sobre 20 g de hojas), que tiene efectos depurativos, facilita la diuresis y la sudoración, y ayuda a resolver los casos de reumatismo, gota, inflamaciones articulares, hidropesía, cálculos de riñón y enfermedades de hígado. De la misma forma que actúa en el suelo, desacidificándolo, drenando el agua excesiva y extrayendo los minerales, actúa también sobre el cuerpo humano, poniendo en circulación los materiales depositados y limpiando la sangre.

Además tiene un efecto tónico y estimulante; para el suelo, a través de las auxinas de las que antes hablamos, y para el hombre, quizás debido a su acción purificadora. El abedul nos ayuda a conservar la juventud en la madurez, la sensibilidad y la alegría de vivir. Para ello ni siquiera hace falta la infusión o la savia. El simple acercamiento al lugar donde crece en la naturaleza nos hace comprender muchas cosas, estimula nuestra consciencia y vivifica. No en vano elige los aires más altos, puros y luminosos, las aguas cristalinas, los sustratos silíceos cargados de energía y vitalidad. Su sola presencia transmite estas sensaciones:

«Hasta la tristeza de las laudas que frecuentan los enebros y los brezos, se desvanece gracias a este portador de luz y de perfumes salubres.»

(W.Pelikan)

En compañía del abedul se entiende mejor el carácter de árbol sagrado que le han atribuido los pobladores de las regiones del norte, que conocían muy bien sus virtudes, su forma de vida, la íntima esencia de su espíritu. En los rituales chamánicos de iniciación, actuaba como árbol central, eje del mundo; plantado en el centro de la yurta, a través de él desciende la luz celeste, y el espíritu humano puede ascender cruzando el agujero de la cúspide de la cabaña.

Este escenario hipnótico compuesto por una «gruta» oscura y circular, una vara blanca en su centro y una ventana hacia el cenit, no es que esté cargado de símbolos como a menudo se ha interpretado; está construido para que estos símbolos puedan vivenciarse a través del trance inducido por técnicas de purificación, alucinógenos… De una forma más sencilla podemos elevarnos con el abedul tumbándonos sobre la hojarasca y dejando que la blancura del tronco se apodere de toda nuestra atención y nos conduzca a la tenue y difuminada copa que se abandona al cielo… ¡Acordaos de volver!

Quizá como una forma de relación con el espíritu del abedul, «el de la blanca mano», que asciende con la primavera, por Pascua de Pentecostés se colgaban coronas de sus ramas, y entre los mansi de Siberia occidental, cintas de algodón blancas y rojas. Pero el ritual parece ser ya una costumbre cuyo significado se ha olvidado.


Extracción de la leche o savia del abedul.

«En los países eslavos siempre se creyó que en estos árboles habitaban los espíritus del bosque. Las ramas servían para apaciguarlos, como las ramas de los abetos apaciguaban a las Furias. En la Edad Media, se creía en el norte de Europa que las brujas cabalgaban sobre escobas hechas con madera de abedul.»

(Antonio Colinas, «La llamada de los árboles»)

PLANTACIÓN

En el País Vasco se utilizó por su llamativo color como mojón vivo en los deslindes de los prados, y probablemente participaba por tanto del carácter sagrado que se atribuía en esta y otras muchas regiones al mojón. Debido a su visibilidad se ha usado también para señalar bordes de carreteras, especialmente en lugares de nieblas pertinaces.

En nuestras regiones era muy apreciada su madera para carretería, aperos de labor y utensilios domésticos, y sus hojas constituían un buen forraje (a veces se utilizaba después de seco y almacenado) y un nuevo aliciente para plantarlos en los prados y junto a cuadras y pajares.

En jardinería es muy apreciado por su delicadeza y tronco vistoso.

Puede ponerse en exposiciones norte, protegiendo por ejemplo un edificio o cultivo, y también se usa como protector de repoblaciones forestales. Su sombra ligera, rapidez de crecimiento, mejora del suelo y capacidad de rebrote, lo hacen interesante para setos y bosquetes de abrigo. Admite muy bien la poda, y si se corta por la base o sufre un incendio, en lugar del tronco crece un grupo nutrido de vástagos que hasta el cabo de unos años no tendrán corteza blanca.

No se utiliza mucho para repoblar debido a que la madera no es muy apreciada por los forestales (exceptuando su utilización en los países nórdicos para pasta de papel), ya que no alcanza grandes diámetros.

No es necesario repetir la inmensa labor y utilidad de este árbol allá donde crece; sin embargo es difícil traducir bendiciones en dólares y, por tanto, es otra especie que debemos adoptar, sobre todo si vivimos en montañas deforestadas con terrenos silíceos y húmedos, allí encontrará nuestro árbol el ambiente idóneo, y con el tiempo podremos gozar de su presencia y sus dones. En climas secos podemos plantarlo en el lecho de arroyos de montaña.


El amarlllo de los abedules destaca en esta imagen otoñal de un bosque de Somledo (Asturias).

El mejor sistema de reproducirlo es la siembra, recogiendo y aventando la simiente que produce todos los años en abundancia, o como en Centroeuropa, cortando ramillas con los gatillos a punto de abrirse y agitándolas de modo que el viento las lleve hacia donde queremos repoblar. Esta siembra otoñal es la más sencilla y tendrá muchas posibilidades de éxito en terrenos desnudos (quemados, erosionados) y húmedos. De esta manera es probable que muchas de las semillas germinen y produzcan robustas plantas ese mismo año. Otras esperarán a la primavera y un número muy elevado no germinarán o perecerá la plántula.

Para la siembra de primavera, se puede conservar la simiente en recipientes herméticos, que en condiciones de baja temperatura y poca humedad mantendrá la facultad germinativa varios años.

Es aconsejable estratificar la semilla que va a esparcirse en primavera; esto se hace poniéndola entre capas de arena húmeda, a una temperatura de 2-4 °C, durante un mes. Betula pendula no necesita estratificación, pero sí las demás especies.

Conviene que la simiente tenga una humedad constante en la superficie de la tierra hasta su germinación, por lo que hay que elegir bien la época de siembra directa; en el vivero será necesario regar o cubrir con una ligera capa de arena.

Cuando se quiere plantar el abedul, además de comprar las plantas en el vivero, podemos recoger los brinzales o arbolillos de 3 o 4 años nacidos naturalmente dentro del abedular, siempre que el bosquete esté en buenas condiciones o los arbolillos permanezcan muy juntos. Se arrancan por supuesto de aquí y de allá, nunca todos del mismo sitio ni en grandes cantidades. Tradicionalmente se eligen los que tienen la corteza parda y lisa, no blanca (ignoro la razón).

El trasplante se hace en otoño con cepellón, a una distancia entre los pies de unos cuatro metros.

NOTAS

1-Existen unas 60 especies comprendidas en el género Betula. Todas tienen las flores masculinas en amentos colgantes, al extremo de los ramos, y las femeninas en amentos erectos, más cortos, dispuestos sobre pequeños brotes. Ambos sexos en el mismo árbol. Raíces principales abundantes y superficiales, con largas y pobladas cabelleras (raíces secundarias). Buen anclaje. Las especies más familiares para nosotros son B. pendula (B. verrucosa) y B. celtiberica (B. pubescens). La primera tiene las ramillas finas rugosas, por estar llenas de pequeñas verruguillas blancas. Las ramas de la segunda son vellosas. Es algo más pequeño que el antetíor. Betula pendula soporta mejor la sequía en el suelo, pero necesita humedad atmosférica, resiste terrenos muy ácidos y es más apreciado por su forma armónica en jardinería. Ambas pertenecen a la zona de rusticidad 2. Otros abedules foráneos se utilizan para repoblaciones o parques de montaña, entre ellos: B. papyrifera se adapta a todo tipo de suelos siempre que el clima sea fresco, y la exposición luminosa (zona 2). B. utilis es menos resistente al frío (zona 4). En la Península, el abedul forma bosques, por lo general poco extensos, en la cordillera cantábrica y se enrarece hacia el sur. Vive hasta 2000 m, con frecuencia en cursos de agua, turberas, claros en los bosques de robles y en los hayedos y en las zonas limítrofes de los mismos. A menudo, en lugares donde nadie más puede vivir por ser demasiado altos, demasiado fríos, luminosos, húmedos, pobres…

2-Hablaremos más extensamente de este calendario en el apartado dedicado a él, y al ocuparnos del tejo; tan sólo añadir aquí que si el abedul es el comienzo, el tejo representa el fin, y no es extraño encontrarlos a ambos en el reino de los muertos: el abedul, a las puertas del paraíso, y el tejo, bordeando los caminos del infierno.

La magia de los árboles

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