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CAPÍTULO

III

El centro del mundo

EL CETRO REAL

El árbol es la imagen perfecta del centro sagrado, del eje central; a partir de un punto crece hacia el infinito. De igual modo, la tierra, en puntos clave, irradia su poder.

«En Eridu ha brotado un Kisnanu negro, en un lugar sagrado ha sido creado; tiene los destellos del lapislázuli brillante, se extiende hasta el apsu1. Es el deambulatorio de Ea2 en la opulenta Eridu, su residencia es un lugar de reposo para Bau. »

(Antiguo encantamiento babilónico)

EL CENTRO SAGRADO

El árbol reúne en sí todos los elementos, el agua que fluye por sus venas y el fuego que encierra su materia y que puede extraerse por frotamiento. La tierra en la que se sumerge y de la cual se nutre y el aire al que se dirige y respira.

En el árbol también se encuentran las diferentes realidades y en todos los planos el significado de su aparición es análogo.

Se encuentra en la esencia de la vida, entre la materia y el espíritu, entre dios y los hombres.

Ya sea en la mitología, tradición más o menos profana o espiritual, en el mundo cotidiano, en un sueño o en una visión enviada por el Gran Espíritu, el árbol se yergue lleno de fuerza en el centro del mundo; y al él hemos de acudir cuando nuestro mundo cotidiano se debilita. A través del árbol pasan y se cruzan los senderos que nos permiten alcanzar infinitud de realidades y universos.

El árbol mítico o simbólico vive en el corazón de la nación, en el centro del mundo; alimenta el espíritu de la tribu. De su vigor, de la comprensión adecuada del símbolo, de su transmisión a las nuevas generaciones, de la vida en suma que el árbol tiene dentro de la nación, depende la propia salud de la misma en todos los planos.

El hombre evoca y da vida al árbol a través de su pensamiento, del arte, de los cuentos que lo mentan en torno a la hoguera. También puede experimentarlo individualmente, llegar a vislumbrar a este ser espléndido y majestuoso. El camino es arduo y exige la pureza del hombre, la libertad de las trabas del miedo y de la ambición. Un sueño o una revelación pueden conducirnos a su presencia, en el lugar donde brota la vida, la luz, la paz.

Quien lo encuentra, de algún modo sufre una renovación que ayudará a la evolución y regeneración de toda la «tribu».

También en el centro único del mundo viven otros árboles o postes como los que se utilizan en los rituales chamánicos y que sirven para ascender a los cielos y recoger el poder y la sabiduría. O los árboles sagrados que crecen en el centro de la nación, en la plaza del pueblo, junto a la iglesia o en el patio de casa. Todos ellos participan del espíritu del gran árbol del mundo y tienen idéntica función. Protegen y cobijan a los hombres, son guardianes del espíritu y vitalidad del lugar y, desde luego, viven en centros sagrados mucho más accesibles.

EN EL OMBLIGO DEL MUNDO, EL ÁRBOL

En la mitología nórdica, Yggdrassil (ver capítulo VI, El Fresno) es el árbol que sostiene y contiene en sí todas las fuerzas del universo. Sin el soporte de este gran fresno el mundo se desintegraría, ya que sus ramas se extienden hasta los confines del firmamento y sus raíces penetran hasta lo más profundo de la tierra. El propio Odín acude a su pie para consultar la fuente de la sabiduría y ata allí su corcel.

Igualmente, los dioses de los altaicos atan sus caballos al poste cósmico alrededor del cual gira la bóveda celeste. Para este pueblo, es un abeto gigante el que crece en el ombligo de la tierra y sus ramas llegan hasta la morada de Bai-Ulgan (el reino celeste). Asimismo, Vastugan, el árbol cósmico de los ostiaks, atraviesa las regiones celestes y se hunde en las profundidades de la tierra.

En la mitología rusa, el árbol crece en el centro del mundo y, al igual que la montaña, une el cielo y la tierra y permite a los hombres recibir la fuerza celeste subiendo a ellos.

Algunos relatos rusos y de otros países cuentan cómo el árbol crece elevando a quien lo planta, o en medio de la cabaña en la que cae la semilla, y vertiginosamente se eleva hasta el mismo cielo, a veces con la cabaña sobre su copa. En estos casos, en la cúspide del árbol suele haber dones preciosos o moradas mágicas3.

En otras muchas concepciones o visiones del mundo, el árbol está arraigado en el centro del universo, guardando el perfecto equilibrio entre el cielo, la tierra y los cuatro poderes del mundo (cuatro vientos, cuatro direcciones, cuatro estaciones…). Estas fuerzas no son sólo mito, son reales y tangibles para quien las percibe por permanecer en contacto íntimo y consciente con la naturaleza. De igual forma actúan sobre quien las ignora, y esta ignorancia nos pone a merced de ellas, como si fuéramos una barca sin timón.

EL ÁRBOL QUE DEBÍA FLORECER

«Hey a a Hey. Padre Supremo, Gran Espíritu, una vez todavía mírame sobre esta tierra y agáchate un poco hacia mí para oír mi débil voz. Tú que has vivido el Primero, que eres más viejo que toda necesidad, más viejo que toda oración. Todas las cosas te pertenecen: los hombres de dos piernas y los cuadrúpedos de cuatro pies, las alas del aire y todas las cosas verdes que viven. Tú has hecho que los poderes de las cuatro direcciones se crucen. La buena ruta y la ruta de las dificultades se cruzan por tu voluntad y el lugar donde ellas se cruzan es sagrado. En todo instante y hasta siempre, Tú eres la vida de las cosas.

Tú me has dicho cuando era joven todavía y podía esperar, que siempre que tuviera una dificultad debería llamar cuatro veces, una vez por cada dirección de la tierra.

Yo llamo hoy por un pueblo que desespera.

Del oeste Tú me has dado la copa del agua de vida y el arco sagrado, el poder de dar la vida y de destruir. Tú me has dado un viento sagrado y una hierba del lugar donde vive el gigante blanco. El poder de purificar y de curar, la estrella de la mañana y la pipa me las has dado del este. Y del sur, el círculo sagrado de la nación y el árbol que debía florecer. Tú me has conducido al centro del mundo y mostrado la bondad, la belleza, el misterio de la tierra verde, la única madre, y también las formas espirituales de las cosas tal y como ellas deberían ser. Tú me los has mostrado y yo los he visto. En el centro de ese círculo me has dicho que yo debía hacer florecer el árbol.

Con lágrimas, Oh, Gran Espíritu, mi Padre supremo, con lágrimas vengo a decirte que el árbol no ha florecido nunca. He fallado en todo, no he realizado la misión que me encomendaste. Aquí, en el centro del mundo al que Tú me has conducido cuando era joven, donde me has instruido, vuelvo otra vez ya anciano y el árbol ha languidecido, Padre Supremo, mi Padre Supremo.

De nuevo, y puede ser que por última vez sobre esta tierra, te recuerdo la gran visión que me has enviado. Es posible que una pequeña raíz del árbol sagrado viva todavía. Aliméntala para que el árbol florezca y se llene con el canto de los pájaros. Escúchame no para mí mismo, sino por mi pueblo. Soy viejo ya. Escúchame a fin de que ellos puedan retornar al círculo sagrado y encontrar de nuevo el buen sendero rojo, el árbol que protege.

En mi angustia elevo mi débil voz. Oh, seis Poderes del Mundo, escuchadme en mi desesperanza pues es posible que nunca vuelva a invocaros de nuevo.

¡Oh, haced que mi pueblo viva. Usi mala ye!»

Entre los iraqueses, el árbol de la paz es un gran pino blanco. El Hacedor de la paz (profeta de este pueblo) enterró bajo sus raíces las armas de guerra. En la cúspide está posada el águila, guardián de la confederación iroquesa; cuatro raíces blancas de la paz se extienden en las cuatro direcciones. Por estas raíces, dice la tradición, los pueblos del mundo pueden trazar sus orígenes y pedir amparo bajo la ley de la paz.

Según la antigua ley, los sesenta jefes del consejo tradicional iroqués se reúnen alrededor del árbol sagrado y hacen un círculo juntando sus brazos y se comprometen a no dejarlo caer nunca. Estos jefes están elegidos por los ancianos de los diversos clanes, deben estar casados y con hijos, nunca haber cometido crimen de violencia contra mujer o niño y nunca haber matado a otro hombre.

EL ÁRBOL TÓTEM

Como el árbol de la vida, el tótem es el corazón del poblado, a su alrededor se organizan fiestas, reuniones, danzas y ceremonias. El mástil central de la Danza del Sol de los indios crow representa el árbol de la vida, el eje del mundo que atraviesa los tres niveles, simbolizados por tres anillos pintados alrededor de este madero. El círculo inferior es la tierra; el intermedio, el horizonte, los cuatro puntos cardinales, el alma; el superior es el círculo celeste, el espíritu, la pureza.

«En este nuevo rito que acabo de recibir, uno de los pueblos que están siempre de pie ha sido escogido para estar en nuestro centro: es el wagachum, el árbol susurrante o álamo; él será nuestro centro, pues, ¿no se eleva el árbol desde la ti ra hasta el cielo? Esta nueva mane i de enviar nuestras voces al gran lspíritu será muy poderosa.»

J.E. Brown, «La pipa sagrada»4)

Así es como cada pueblo elige su árbol tótem y lo planta en su centro sagrado. El drago canario, el olmo castellano, el roble vasco, el tejo asturiano, el abedul de las regiones siberianas, el ginkgo chino, son algunos de los más claros ejemplos que iremos viendo. Esta elección se ha realizado desde tiempos inmemorables, en razón de la cercanía de cada especie o de una revelación que nos muestra el camino, pero sobre todo a causa del anhelo que un árbol determinado despierta en una nación. Existe un hermanamiento natural entre el árbol y su pueblo. Ambos encuentran en el otro su ideal, se atraen y complementan, y se establece así una amorosa relación que, en ocasiones, ha pervivido hasta nuestros días, donde aún es posible encontrar paisanos astures que van expresamente al monte a por un retoño de tejo por el simple placer de verlo crecer junto a su casa.

Tótem en medio de un bosque del Parque nacional de Sitka, en Alaska.

Este ritual, que al menos en la actualidad nada tiene de ceremonioso, es una forma de acercamiento al centro sagrado. Una casa junto a un árbol tótem, tiene algo de templo y sus habitantes adquieren de este modo las bendiciones del árbol y del lugar. De esta forma, los hombres crecen en presencia de su árbol y germina de alguna manera en su corazón la simiente del árbol sagrado. Atraemos así las bendiciones del Gran Espíritu sobre la tierra, sobre nuestro pueblo y hacia nuestra casa; encontramos un lugar para elevar una voz.

SANTUARIOS, CIUDADES Y MORADAS EN EL CENTRO DEL MUNDO

La construcción de ciudades y casas se hace según un ritual de construcción en el centro del mundo en numerosas tradiciones estudiadas por Mircea Eliade. Estas técnicas de construcción sagrada tuvieron enorme arraigo en toda Asia. Babilonia era una «puerta de los dioses», y por ella bajaban las divinidades a la tierra.

En otro centro del mundo estaba el templo de Jerusalén y Delfos fué también centro del universo que reunía a las ciudades griegas en torno al omphallos sagrado de piedra.

En la Eneida, el sacerdote de Febo vaticina el futuro de Eneas y los suyos, revelando los signos que indicarían el lugar en donde debían edificar Roma: «cuando engolfado en tristes pensamientos te encuentres a la margen de un desconocido río, tendida bajo las encinas de la ribera, una corpulenta cerda blanca, dando de mamar a 30 lechoncillos blancos, como ella, habrás hallado el sitio en que has de edificar tu ciudad».

Encontramos una historia parecida en el Barzaz Breiz. Dice así:

«Un ángel se le apareció en sueños al apóstol del sur de la isla de Bretaña, y le habló de este modo: «Dondequiera que encuentres una jabalina echada con sus crías, levanta una iglesia en honor de la Santísima Trinidad.»

El mismo libro menta también la primera iglesia cristiana de la isla de Bretaña, que fue construida en el lugar donde una jabalina amamantaba a sus crías al pie de un manzano. Aún ofrece el Barzaz Breiz otros ejemplos de esta curiosa relación en la oscura serie del Druida y el niño: «la jabalina y sus nueve jabatos, en la puerta de su revolcadero, gruñendo y hozando, hozando y gruñendo. ¡Pequeños! ¡Corred al manzano, el viejo jabalí os va a dar la lección». Y trae a relucir unos poemas atribuidos al propio Merlín:

«Manzanos criados en la montaña, ¡oh, vosotros, de quienes gusto medir el tronco, el crecimiento y la corteza, bien lo sabéis, yo he llevado el escudo al hombro y la espada sobre el muslo, y he dormido mi sueño en el bosque de kelidon! […] Escucha, querido jabatillo, jabatillo inteligente, no escarbes a la ventura, en lo alto de la montaña; hazlo, más bien, en los lugares solitarios, en los bosques espesos de alrededor…»

Podríamos seguir hablando de la infinidad de mitos y leyendas en los que el manzano es santuario, centro de poder y sabiduría: la isla de Avallon, la leyenda de Sion Kent, cuentos de hadas que viven en estos árboles, las representaciones egeas de la diosa al pie del manzano…

La manzana es el codiciado fruto de la discordia, por cuya posesión se pelean las diosas, se pierde Troya, Hércules viaja a las Hespérides y releva unos instantes al gigante Atlas sosteniendo la bóveda del mundo, es la fruta por la que el hombre pierde el paraíso, en la que está encerrada el alma de Curoi…

Tan sólo añadiremos ya la respuesta que ofrece Graves al enigma que plantea Job: «¿donde se encontrará la sabiduría y donde está el lugar de la comprensión?». Respuesta: «debajo de un manzano, mediante la pura meditación, en la tarde de un viernes, en la estación de las manzanas, cuando hay luna llena…».

Los centros de poder están a nuestro alcance; allí el espíritu se manifiesta con mayor facilidad. No importa la religión a la que pertenecen. El Gran Espíritu sólo distingue el corazón de quienes lo buscan (Ermita de Larrauri).

CENTROS DE PODER

Únicos e innumerables como las estrellas del firmamento son los lugares sagrados, los centros de poder que como un imán han atraído al hombre desde la más remota antigüedad.

En muchas ocasiones, es la propia fuerza del lugar la que genera esta vibración capaz de renovar al ser humano, pero otras veces es el hombre quien instaura el centro mediante la celebración de un ritual, o simplemente utilizando un determinado lugar para su trabajo interior.

«Existe un vínculo directo entre los centros totémicosy ciertas figuras míticas que vivieron en el origen de los tiempos y crearon entonces los centros totémicos. Ahí, en esos espacios hierofánicos, tuvieron lugar las revelaciones primordiales. […] Así ocurre que es muy difícil despojar a esos centros de sus prerrogativas y que el centro va pasando, como una herencia, de un pueblo a otro, de una religión a otra.»

(Mircea Eliade)

Árboles sagrados, piedras centrales, templos o santuarios (en la antigüedad, ubicados a menudo entre los bosques), el árbol mayo (ver artículo de Concha Palacios en Integral núm. 89), el tótem tallado…

Son algunos de estos sitios de poder a los que el hombre se dirige para hablar con la divinidad en la búsqueda de una revelación, para elevar sus súplicas a lo alto o para dejar sus ofrendas. Una casa o ciudad se constituían en la antigüedad como centros del mundo o lugares sagrados y adquirían de este modo una cualidad espiritual. Cada acción del hombre estaba regida de algún modo por una concepción unitaria de la vida, en la que el mundo físico y el mundo del Gran Espíritu se interpenetraban hasta el punto de no diferenciarse. Y aún es así, aunque en la actualidad el espejismo y la opulencia de nuestra sociedad favorezcan la visión material y egocéntrica del mundo.

Los centros de poder pueden seguir utilizándose y podemos también consagrar nuevos altares y santuarios desde donde elevar una voz y recoger una inspiración. Cualquier sitio es válido, aunque existan lugares con especial disposición y otros en los que sería dificilísimo neutralizar la energía negativa.

Un centro del mundo es el lugar en el que confluyen todas las direcciones, es la cruz o el cuadrado inscrito en el círculo de los indios lakotas y otras tradiciones como la irlandesa; es el centro del que, de forma natural o por intercesión del hombre, brota y confluye la energía. Es, por fin, la representación exterior de nuestro propio centro interno, que en estos lugares entra en resonancia. Esté o no presente en un determinado lugar sagrado, el árbol es la imagen perfecta de la expansión y atracción que se opera en estos sitios y la entidad arbórea actúa de forma semejante.


Castaño de Indias en Treviño. El árbol en la plaza crea a su alrededor un espacio sagrado, es el centro de reunión. En el pueblo constituye un verde corazón.

El árbol tiene una disposición natural para hacer del tiempo y del espacio dimensiones sagradas. En el centro del mundo, el tiempo y el espacio se tornan únicos y adquieren una dimensión insospechada. Del mismo modo que las constelaciones parecen girar en tomo a la estrella polar, el mundo gira alrededor de este eje, que en la mitología altaica es un gran poste cuya cima está en el lucero del norte y alrededor del cual los dioses atan sus caballos.

De esta forma, el buscador peregrina a estas fuentes de conocimiento y la luz que brota de ellas ilumina y sirve de guía a los hombres.

Son los lugares en los que el ser humano encuentra los vínculos que le unen al resto. Aquí se transmiten y reciben enseñanzas y destellos de luz, y el pueblo, la tribu o la nación celebran las ceremonias que les permiten armonizarse, comulgar consigo misma, con el mundo natural… A lo largo de estas páginas veremos aún otros usos de los sitios de poder, en los que el árbol casi siempre estuvo presente y en los que, aún hoy, vemos a menudo brotar su sosegada y poderosa figura junto a los templos y cementerios, cualquiera que sea la religión a la que pertenezcan.

EL CETRO REAL

El cetro del rey es el símbolo e instrumento que representa el poder, la facultad de unir el cielo y la tierra. Es el árbol real.

«Con la mano en el ara, pongo por testigos a estos fuegos sagrados y a todos los númenes de que en ningún tiempo quebrantarán los italos esta paz, estos pactos, que acepto con libre voluntad; juro que ninguna fuerza bastará nunca a apartarme de ellos, aun cuando un diluvio anegara la tierra y el firmamento se desplomara en el Tártaro. Mi palabra es como este cetro (pues a la sazón lo tenía en la diestra), que nunca ya brotará ramas, ni dará sombra, desde que fue cortado de raíz en la selva, perdió su madre la tierra y a impulso de la segur depuso cabellera y brazos; árbol en otro tiempo, hoy la mano del artífice le ha guarnecido de magnífico bronce, y dádole a empuñar a los reyes latinos.»

(«Eneida», XII)

Al igual que el árbol de la vida, el emperador chino se establecía en el centro del imperio, irradiando su influjo benefactor en las cuatro direcciones e intermediando entre el cielo y la tierra, entre dios y los hombres.

«En la capital del soberano perfecto chino, el gnomon no debe dar sombra ninguna en la fecha del solsticio de verano, al mediodía, porque la capital está en el centro del universo, junto al árbol milagroso «madero erguido» (Kien mou), en el punto en el que se entrecruzan las tres zonas cósmicas: cielo, tierra e infierno.»

(Mircea Eliade)

Esta idea está resumida en el signo chino que lo representa: Wang = Rey = es decir, el eje del mundo que atraviesa los tres niveles. El árbol Kien mou está en el centro del mundo, no hay al pie ni sombra ni eco. Con sus nueve ramas llega a los nueve cielos, y con sus nueve raíces, a los nueve manantiales. Por él suben y bajan los soberanos chinos, mediadores entre el cielo y la tierra.

Lejos de aquí, en Guinea, cada poblado tiene un manypeiro en el centro y cercano a la casa del rey. Este árbol está considerado como un dios al que llaman Cru.

Aún veremos la mítica región central irlandesa, donde vive el rey, y otras tradiciones en las que rey-árbol sagrado-centro forma una poderosa alianza que irradia poder y sostiene el sistema social y la armonía entre la tierra y los hombres, el camino del espíritu sobre la tierra.

Conviene aclarar que el jefe-rey ha sido verdaderamente un puente con el espíritu en muchas antiguas sociedades. Esta función es difícil de entender en los sistemas actuales, en los que el poder se mueve en círculos infernales, cada vez más alejados del cielo y de la tierra, del propio centro. Encontramos reyes, faraones, jefes tribales, que han compartido sus funciones terrenales con las del druida, el sufi, el hechicero o el sacerdote, por poner algunos ejemplos, o han aunado en su persona ambos poderes. De esta forma, la figura real adquiere un sentido sagrado, se pone al servicio de su pueblo, que comprende no sólo el conjunto de sus súbditos, sino la nación, es decir, la propia entidad de su territorio y todos los seres que viven en él.

La antigua función real consistía en armonizar los caminos espirituales y materiales de su pueblo. Es una especie de guardián del equilibrio entre la tribu, la tierra donde vive y el cielo que la cobija. De esta unión depende la felicidad del reino, el equilibrio que permite obtener buenas cosechas, que hace que la lluvia venga a su tiempo y que la vida siga su curso cíclico natural.

«Los que, tanto para el extranjero como para el ciudadano, dictan sentencias rectas y no se apartan nunca de la justicia, ven prosperar su ciudad y florecer la población entre sus muros. Sobre su país se extiende una paz que alimenta hombres jóvenes, y Zeus, el de la vasta mirada, no les depara una guerra dolorosa. […] La tierra les ofrece vida abundante; en las montañas, la encina tiene en la copa, bellotas, y en el centro, abejas; a sus ovejas les pesa la lana; sus mujeres dan a luz hijos que se parecen a sus padres; florecen en una prosperidad sin fin, y no se lanzan a los mares: el suelo fértil les ofrece sus cosechas.»

(Hesiodo, «Los trabajos y los días»)

El soberano iniciado, el que encuentra el verdadero camino real, tiene su poder en virtud de su propia fuerza interior, que en muchas ocasiones alimenta con la compañía e inspiración que le ofrece el árbol sagrado. Conduce así a su pueblo a una tierra de promisión que le permite vivenciar el paraíso terrestre. Pero la interpretación de estas relaciones no debe reducirse al ámbito del reino, tal como se entiende habitualmente. Existen infinitud de reinos en los que el hombre debe asumir su papel sagrado de rey. Cada uno de nosotros debe administrar y evolucionar junto a su propio cuerpo, su casa, su huerto o su jardín, pueblo, ciudad, nación y planeta.

De ahí que ese libro inspirado, el I Ching, formule sus consejos a través de sabias metáforas cuyos protagonistas son el rey, el príncipe, el hombre superior…

Sirva pues esta explicación para comprender mejor el alcance de las relaciones del rey con el árbol. Los árboles a su modo pueden ayudarnos a entender este sutil equilibrio, pues ellos son guardianes de la vida, símbolos vivos del centro sagrado, de la intermediación entre el cielo y la tierra.

Sin embargo, toda esta palabrería será inútil si no sirve a su verdadero fin: acercarnos a nuestro propio centro interno, reconocer los centros sagrados que nos ayudan en este camino y la búsqueda de una aproximación al espíritu a través del árbol. De otra manera, las palabras sólo se sirven a sí mismas.

OTRAS CONSIDERACIONES SOBRE LOS CENTROS Y EL ÁRBOL

Gracias a la energía de estos lugares de poder, el hombre accede a estadios de conciencia que le permiten el conocimiento de otras realidades. Estos centros provocan el detenimiento y la interiorización. No es extraño que las apariciones, revelaciones del espíritu, los lugares ceremoniales y sagrados de diferentes tradiciones, se sitúen siempre cerca de cuevas, monumentos megalíticos, encrucijadas, cimas de los cerros, afloramientos de aguas subterráneas y, muy a menudo, árboles de tamaño y edad desmesurados.

Las causas más o menos conocidas o aceptadas tienen que ver esencialmente con la naturaleza energética de cada lugar, lo que estudia la geobiología. Volviendo a los árboles, encontraremos que la mayor parte de estos que se han dado en llamar singulares o monumentales, están ubicados en sitios de especial vibración y actúan como una válvula reguladora de la energía del lugar. Encontramos de esta forma un significado más profundo del árbol sagrado, del árbol centro.

En el «sitio de poder», el árbol se hace poderoso, pero puede convertir un lugar en sagrado con su presencia, de la misma forma que un hombre llega a crear un entorno maléfico o benéfico según la vibración que transmite.

Evidentemente, el árbol transforma la relación de fuerzas del lugar donde vive, de tal forma que puede convertirlo en un santuario por el influjo que ejerce conforme va creciendo. Esta «bendición» se extiende, a medida que crece su fuerza, en un área que corresponde a la de su aura y que puede llegar a sentirse muchos metros más allá de su cuerpo físico (dentro de las urbes hay muchos árboles especiales con los que trabar amistad, aun cuando no sea el marco más propicio).

El árbol añoso y venerable ejerce también un influjo más sutil en un área mucho más extensa si el hombre actúa de un modo consciente junto al árbol sagrado, lo reconoce como tal y le confiere un sentido.

La sensibilidad para reconocer estos influjos se desarrolla rapidísimamente en contacto con los árboles; parece que estuvieran esperando para establecer esa conexión.

Así podemos vislumbrar el enorme reino de árboles especiales que crecen dominando un valle desde una ladera o en lo alto de una colina. De una forma más literal y relacionada con la sociedad humana, vemos la «jurisdicción» que tienen algunos árboles sagrados sobre el territorio de un pueblo o un país. Los ejemplos más cercanos son quizá los de los árboles de conceyu asturianos, a cuya sombra se celebra el concejo abierto, y los robles de concejo vascos, robles como el de Gernika, que sirvieron como centro de reunión para las asambleas comarcales y como símbolo sagrado del propio territorio, del espíritu de una nación, al que el propio rey debía someterse jurando lealtad a la sombra del venerable (ver capítulos sobre el Tejo y el Robles).

«Todo está situado en el centro del universo. Tú eres el centro, el punto de mira, de convergencia de la Tierra que fluye en ti, tanto física como espiritualmente: el aire, el agua, los seres vivos que te nutren, que se funden en tu existencia. Todo se define en relación a ti. […] Cada pino particular tiene su propia disposición única y sagrada de agujas, ramas, corteza. El sol, el agua, el suelo y el viento crean la forma de todos los pinos. Pero la forma de cada pino no se define ni por su similitud ni por su diferencia respecto a otros pinos, no es una cosa, sino un proceso, como nosotros.»

(Jefe Gaile High Pine)

Las montañas, como el árbol, son lugares para elevar una voz.

NOTAS

1-El océano que rodea y sustenta el mundo.

2-Tierra Madre, diosa de la abundancia, agricultura y ganadería. Ea, hijo de Bau, es «Señor de la Tierra y Creador del Universo». Entre los sumerios recibió los atributos del antiguo Enki.

3-Mircea Eliade y otros autores han recogido un sinnúmero de ejemplos como estos entre pueblos muy diversos de todos los continentes.

4-En este libro se amplían los conceptos del centro, los cuatro vientos, el significado de la oración de la danza del sol y otros rituales. Es verdaderamente un libro inspirado.

La magia de los árboles

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