Читать книгу El corral de los quietos - Iñigo Pimoulier - Страница 10

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IV

Al entrar en la cueva

las sombras se alargan,

multiplican su presencia.

El frío y la humedad

llaman al miedo

que acude raudo,

haciendo polvo

las piedras que pisa.

Las estalagmitas se convierten

en fauces que atenazan

y hasta no quebrar a la presa

no aflojan.

En la cueva

enloquecen los relojes,

las horas

se vuelven días

y los días

son cadenas,

a cuyo tintineo

el eco no se atreve

a llevar la contraria.

El sueño de la razón

produce monstruos

que entre moho y setas

agrian el paladar

y ni el bombero de guardia

es capaz de apagar las llamas.

La cueva invierte la norma,

el orgullo ha de ser doblegado

y agachar la cabeza

sólo está permitido para embestir

y reducir a recuerdos

todas las paredes de la cueva.

El corral de los quietos

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