Читать книгу El corral de los quietos - Iñigo Pimoulier - Страница 11
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No decaerá el rugido de la tormenta,
durará por siempre
sin dejar lugar a la venganza.
Dispararemos balas de barro
ignorando el olor de la derrota
y aun estando desnudos,
el fuego tan sólo rozará
la piel ensangrentada de las manos
mientras seguimos caminando
cabizbajos, con los dientes apretados.
Los cristales saltarán por los aires
y saldremos huyendo sin rumbo,
sin poder encontrar ni rastro
del eco de voces ausentes,
solo el grito ronco del dolor
y el arañar la piedra con las uñas.
No cesará la tormenta,
no en nosotros,
pues es la rabia de lo incomprensible
lo que ruge en la cabeza,
y es la sangre la que atruena
buscando abrirse paso
entre los restos afilados del naufragio.