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INTRODUCCIÓN

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Este es un ensayo sobre el papel de las imágenes, la esfera pública1 y las comunidades en el siglo XXI, y sobre cómo la concepción del mundo como interfaz virtual ha cambiado el rol que tienen todos estos elementos.

Hablar de virtualidad, de interfaces y de superávit audiovisual en relación con las imágenes nos resulta fácil de entender, pero aplicarlo al mundo parece más complicado. Cuando decimos que, desde un punto de vista sociológico, pero también filosófico, el mundo se ha convertido en la suma de sus interfaces, ¿a qué nos referimos? En primer lugar, lo más obvio, al hecho de que nuestra relación con los otros y con el mundo pasa por las múltiples pantallas que nos rodean en el día a día (televisión, móvil, tableta, paneles publicitarios electrónicos…) y que, de tan cotidianas, se han convertido en hiperubicuas y en piezas clave en la configuración y comprensión del mundo. Las pantallas, en realidad, no nos rodean, sino que la mayoría las activamos nosotros, aunque la sensación y el efecto resultante nos hagan sentir como si estuviéramos inmersos en una matriz audiovisual. Las pantallas, por lo tanto, se convierten en interfaces, superficies de contacto entre el mundo algorítmico y el mundo material, entre los dispositivos tecnológicos digitales y los usuarios. Estas interfaces repletas de datos no son solamente una herramienta de relación con los otros, sino también con nosotros mismos. ¿Cómo afecta a nuestras vidas y a la representación que hacemos del mundo, así como a la comprensión que tenemos de él? ¿Cómo podemos continuar utilizando las imágenes como herramientas imprescindibles para dicha representación y comprensión del mundo? ¿Cómo podemos seguir confiando en ellas?

Las interfaces también pueden ser modelos matemáticos en la programación informática orientada a los objetos, como el hardware que puede funcionar de forma prostética (extensión tecnológica de nuestros cuerpos); o también pueden ser espacios de comunicación entre dos elementos donde uno de ellos sea virtual.2 En este sentido, podemos hablar de interfaz cuando un lugar se ha creado a partir de un modelo de especulación económica y de un régimen de virtualidad simbólica, tal como vemos, por ejemplo, en las ciudades franquicia, en las ciudades fantasma o en muchas operaciones derivadas del ocio radical, como el turismo extractivo o el entretenimiento inmersivo. El lugar se transforma en una interfaz entendida como modelo virtual.

Del tiempo biológico y cronológico hemos pasado al tiempo cronoscópico, aquel que pasamos delante de las pantallas y de sus tecnorritmos. Este nuevo régimen temporal, que hace de pauta de los distintos momentos y periodos de nuestras vidas, se estructura en momentums, lo que podríamos denominar instantes cuantificados o, lo que es lo mismo, la transformación del tiempo biológico en un tiempo algorítmico (regido por los algoritmos de las aplicaciones digitales) basado en el exceso y la aceleración: exceso de datos (constantes vitales, afectivas, simbólicas, icónicas, textuales…) generados por uno mismo y por los otros, intercambios de información y de afectos, oportunidades para la comunicación y la confusión, análisis y reutilización de dichos datos…

La novedad de la interfaz respecto a la cámara es que nos permite una relación táctil con la información que nos brinda y que, por lo tanto, es interactiva, pero también participativa, ya que podemos incidir en su contexto comunicativo. Sin embargo, a veces, esta interacción y participación se queda en una mera ilusión, ya que lo que se produce es una relación a distancia con el mundo, que genera un ecosistema de naturaleza o funcionamiento virtual. La participación no es real en la medida en que las interfaces tecnológicas son propiedad de las grandes empresas de hardware, de software y de aplicaciones; es decir, que nosotros nos relacionamos con los otros y con la información no solo a través de las interfaces, sino también a través de dichas empresas. ¿Qué implica esto? La pérdida de autonomía individual (estamos más vigilados, manipulados y controlados) y de capacidad de emancipación colectiva y, por lo tanto, el aumento de poder de los grandes grupos empresariales: de las corporaciones de la tecnología y las comunicaciones como los Big Five (Amazon, Google,3 Apple, Microsoft, Facebook), las élites económicas que compran los datos de dichas empresas (aseguradoras, financieras, energéticas) y el poder político que los requiere cuando cree oportuno. A largo plazo, las consecuencias de pasar más tiempo en estos contextos virtuales que en los reales todavía se desconocen, pero en este ensayo se escenifican algunas de ellas.


Conceptos como «interfaz», «virtualidad» o «realidad a distancia» no son solo exclusivos del contexto tecnológico, sino que se pueden trasladar al mundo físico. La administración de la realidad tangible y de la esfera pública en manos de grandes empresas ha hecho que lo que era físico, material y público sea ahora virtual, especulativo y privado. El espacio público y las comunidades son vividos a distancia y generan sus propios regímenes de virtualidad: las ciudades marca convertidas en ciudades franquicia, la clonación y la importación de espacios culturales, la aplicación de la tecnología en el ámbito público como herramienta lúdica, la especulación del suelo y el turismo global que interviene sobre la realidad a partir de mapas y modelos matemáticos. ¿Qué implica que el espacio público y las comunidades estén presionados por estos nuevos regímenes virtuales? La dilución de las comunidades ciudadanas tradicionales, que ven más difícil poder participar y transformar el ecosistema que habitan.

El mundo como interfaz opaca gestionada desde los grupos de poder tiene como sustrato el hecho de trabajar, no con el mundo, sino con su copia virtual, lo cual genera una sensación de ilusión permanente. Este «ilusionismo», por un lado, radicaliza la idea de que el mundo se vive a una cierta distancia y de que la realidad es una «irrealidad»4 a la carta de las estrategias político-económicas de cada momento y que, por lo tanto, no pueden cambiarse sus estructuras ni sus acontecimientos. Por otro lado, esta concepción y organización del mundo como interfaz, regulada desde la economía financiera y la geopolítica global, lo que hace es asegurarse el control de sus posibles fluctuaciones, impedir interrupciones o cambios que son vistos como amenazas, y poder gestionar el mundo como un todo abstracto que es controlado desde la teoría del management y desde la racionalidad tecnoburocrática, lo cual lleva al extremo el concepto de «jaula de acero» de Max Weber.5 Parece como si el mundo, al entregarse a su existencia como interfaz, hubiera perdido no solo su escala, sino su razón de ser.


Sin embargo, allí donde el mundo se manifiesta como una interfaz cerrada, inmóvil, que solo representa las instituciones del poder hegemónico, aparecen contrarrelatos necesarios que nacen de la base popular, de la multitud, ya sea en proyectos de autor o autónomos. Estos relatos son el otro aspecto de la realpolitik, el contrapeso de las imágenes generadas desde los grandes grupos mediáticos y de entretenimiento de masas. Estos contrarrelatos también son el contraplano de aquellos que organizan el espacio público como un laberinto mercantil pensado solo para el consumo, el turismo y el juego. Algunos de ellos están protagonizados por los santos idiotas, los astutos y los bufones, aquellos que se consideran el negativo de su tiempo y que huyen del ser cuantificado y del yo neoliberal encarnado en los jóvenes emprendedores de Silicon Valley.

Este ensayo se adentra en el mundo como interfaz, pero también pone de manifiesto las demás prácticas que este control del espacio semántico de las imágenes y del espacio público genera en sus márgenes. En él abordaremos las apropiaciones audiovisuales (found footage) como caja de resistencia al capital simbólico dominante6 en este contexto de sobreproducción de imágenes. La radiografía que aquí se ensaya evidencia la necesidad de aumentar los contrarrelatos, la vida en los márgenes, tanto en la pantalla como fuera de ella, así como de repensar cuál es el contrato legal y ciudadano que queremos establecer tanto con el espacio público como con internet, este ecosistema que se ha globalizado gracias a la tecnología móvil conectada y en el que cada vez pasamos más tiempo. Es importante que, como habitantes de este «mundo interfaz», salgamos al mundo o incidamos en él desde nuestros cuerpos, nuestras acciones, nuestros pensamientos y palabras, para romper con sus regímenes de virtualidad administrada. El espacio público y el ecosistema mediático también tienen que poder ser imaginados y practicados por sus habitantes y por sus comunidades.

El objetivo de las comunidades debería ser el de una fraternidad y una cohabitabilidad (el «vivir con» que sea un «vivir entre») con el único valor de estar y hacer juntos contra la violencia y la uniformización del mundo, que es otra forma de ejercer la violencia. Una violencia que se alimenta de excesos, barbarie y explotación de vidas que, de tan privadas, han perdido el interés por el planeta y por los otros. Esta indiferencia también es violenta. Contra los excesos de los mercados, con su lema de «siempre más, ahora y aquí» (más producción, más mercancía, más dinero, más innovación, más likes), optar por el decrecimiento y el reciclaje; contra la privatización de los espacios y de la mirada, elegir su propia reapropiación pública; en oposición al hiperindividualismo, construir las comunidades, las redes ciudadanas venideras.

1.Entendemos por esfera pública aquel espacio, virtual o ubicado en el mundo físico, público o privado, pero de acceso público, donde tienen lugar los intercambios comunicativos, afectivos y simbólicos entre las personas y las comunidades.

2.De forma más genérica suele considerarse que una interfaz es una superficie de contacto entre dos entes o lenguajes disímiles.

3.Parte del conglomerado Alphabet, que incluye, además de Google, Calico –empresa que estudia la longevidad–, Google Fiber –dedicada a la construcción de red de banda ancha–, Verily –de investigación médica–, Nest –empresa de domótica– y Sidewalks Labs –de investigación sobre la calidad de vida en las ciudades.

4.Jean Baudrillard hablaba de hiperrealidad. Hoy en día algunos hablan de «posverdad».

5.Weber se refiere al aumento de la racionalización técnica y burocrática de la vida social en las sociedades capitalistas. Según Weber, la eficiencia, el funcionamiento, el control y el cálculo racional organizan la esfera pública y, en el siglo XXI, podríamos añadir también la esfera privada.

6.Cuando hablamos de «capital simbólico dominante» nos referimos a los bienes inmateriales (información, imágenes, datos) que son generados desde las grandes empresas tecnológicas que socializan la información y que copan y ocupan la mayor parte del flujo informativo.

El ojo y la navaja

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