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II

EL ACANTILADO

Gathelic se erigía a veces majestuoso y a veces decadente, construido sobre una gran masa rocosa junto al gran puerto marítimo. Se decía que lo habían construido con fuerzas tenebrosas, mediante oscuros rituales y sacrificios humanos, ya que ninguno imaginaba que una obra de ingeniería semejante fuese posible hace más de trescientos años.

«Tal vez, tuvieran razón en parte», pensó Taras, contemplando la silueta recortada de Gathelic contra el cielo, bajo la luz rojiza de la luna de octavo mes. Si la gente común supiera o entendiera los poderes de la tierra que posiblemente hubieran sido utilizados para construir aquella obra maestra, tal vez no querrían vivir en ella.

La ciudad de Gathelic se erguía en la oscuridad, roja e imponente, observándote y juzgándote desde lo alto de la gran roca cuando te aventurabas a acercarte demasiado. Taras sabía que eran supersticiones. Los Ecos de la tierra no juzgaban ni observaban, simplemente estaban allí, listos para ser tomados o intercambiados.

Desde el mirador en el acantilado en el que se encontraba podía reconocer las siluetas de algunos pescadores en la orilla. Las olas azotaban sus tobillos y, aunque el atardecer les hubiera encontrado en el mar, regresaban alegres por tener las redes llenas.

«La luna está llegando cada vez más pronto en los últimos días», pensó Taras, «no es ni la sexta hora todavía».

Sin embargo, eso no frenaba a los habitantes de Gathelic. La luna roja brillaba con intensidad entre las nubes, iluminando la oscuridad y permitiéndoles continuar con sus tareas. Estaba, por otro lado, el problema del barrio oeste, tan estrecho y laberíntico que apenas llegaba ni la azulada luz del sol ni la rojiza luz de la luna. Había un problema en ese barrio que Taras se había prometido resolver, aunque todavía no sabía cómo.

Desde los últimos meses en el Consejo, apenas había encontrado el más mínimo interés en el barrio oeste por parte de cada consejero con el que había hablado. Lo había intentado directa e indirectamente, agresiva y diplomáticamente, sin éxito. Nadie quería escucharlo. El barrio no tenía recursos suficientes para resultar un aliciente para el Consejo y reconstruirlo supondría un gasto excesivo.

«Si tan solo la gente de Gathelic supiera lo que los poderes de la tierra podrían hacer», pensó. «Podrían reconstruirlo en cuestión de días, sin marchitar más que algunos árboles de la lejanía. Merecería la pena. Si los Ecos de la tierra no tuvieran que ocultarse…».

Nora le había pedido paciencia, especialmente tras el problema que hubo con el consejero que ocupó su lugar anteriormente, y Taras sabía que era lo correcto, pero le estaba costando mucho. Cansado, buscó el lugar donde reposaba la luz rojiza en el reloj de piedra del mirador. Había pasado media hora y todavía no había aparecido. Sethor siempre llegaba tarde, haciéndole esperar, como si él no tuviera cosas que hacer y no le fueran a echar de menos en el Consejo.

En ese momento oyó un ruido a su espalda. Taras se dio la vuelta, para ver una mano aparecer y agarrarse al borde de piedra del mirador. Preocupado, se apresuró hacia el acantilado. Una chica colgaba del borde, a muchísimos metros de altura, con un fondo rocoso que haría marearse a cualquiera.

―¡¿Pero qué haces?! ―gritó Taras, sobresaltado―. Rápido, ¡dame la mano!

La chica soltó su otra mano de la roca para hacerle un ademán relajado, indicándole que estaba perfectamente. Enseguida trepó el trozo que le faltaba y subió al mirador, junto a Taras, que estaba completamente pálido. Ella recuperó un poco la respiración, se alisó la túnica, y lo miró. Taras seguía con la boca abierta.

―¿Qué pasa? ¿Nunca has visto a alguien escalar?

Taras se dio cuenta de que no estaba tragando saliva y cerró la boca.

―Sí, la escalada es un deporte muy noble, pero es preferible practicarlo a menos altura y con una cuerda de seguridad…

―Uf, en serio, ya sé que ahora estás en el Consejo y tal, pero no hace falta que me sueltes el discurso aquí.

Taras se recompuso y se acordó de lo que había venido a hacer.

―Eh, bien, ¿vienes en lugar de Sethor? ¿Por qué no ha venido él? ¿Te han seguido?

La chica se encogió de hombros.

―A ver, a la primera pregunta: sí, obviamente vengo en lugar de Sethor. Sería muy raro encontrarse a alguien de casualidad en este mirador tan alejado, en la oscuridad y encima a la hora acordada.

―No es la hora acordada, llegas media hora tarde, Vila.

Ella lo miró con fastidio.

―Oye, no es culpa mía que hayáis elegido veros en un despeñadero. ¿Te crees que es fácil subir por ahí?

―Lo eligió Sethor. Además, ¡hay un camino que lleva desde Gathelic hasta aquí! ―se defendió Taras.

―Nah, demasiado aburrido y seguro que me siguen o algo ―sonrió al ver la expresión de pánico de Taras―. ¡Tranquilo, que me he asegurado antes y no hay nadie! Bueno, a ver, Taras, ya conoces a Sethor y sabes que vengo yo en su lugar porque él está ocupado, y obviamente no te voy a decir lo que está haciendo. Esto, ¿contesta, o no a tus siguientes preguntas?

Vila se encogió de hombros y añadió:

―En el Consejo, ¿también eres tan preguntón?

―Eh, no. Quiero decir, tal vez… ―respondió Taras, confuso.

―Ya, eso lo explica ―dijo Vila.

―¿El qué explica?

―Nada, nada. Vamos, siéntate. ―Vila se sentó de piernas cruzadas en el suelo de piedra del mirador, doblando la túnica y la capa, como si no las llevara―. Venga, siéntate aquí. ―Vila hizo unos golpes en la piedra, delante de ella.

―Uhm, prefiero estar de pie.

―¿En serio? Estoy un poco cansada y vas a hacer que me rompa el cuello.

―Ehm, bueno, no pretendía…

―Siempre tan estirado, Taras…

Vila siempre conseguía sacarlo de sus casillas. La chica volvió a hacer un gesto impaciente hacia el espacio enfrente de ella y Taras se agachó. Resignado, pasó una mano por la piedra del suelo para limpiarlo un poco, se arrodilló hasta quedar en una postura extraña, intentando no arrugarse la capa demasiado, y la miró expectante. Vila reprimió una sonrisa e intentó concentrarse en lo que había venido a decir.

―Vale, ya estoy sentando ―dijo Taras.

―Ya lo veo… más o menos ―respondió Vila.

Taras intentó disimular lo incómodo que se sentía delante de Vila. Había pasado demasiado tiempo sin verla.

―Bueno, entonces, ¿no puedes decirme por qué no ha venido Sethor? ―dijo, incómodo.

―¿Otra vez? ―preguntó Vila, aburrida―. Si tanto te molesta que venga yo, me podrías haber empujado perfectamente por el precipicio. Un golpecito y adiós, mensajera. Seguro que después viene Sethor, aunque no sé con qué intenciones.

―No, yo no te haría…

―Ya, ya, pero eso no se lo diremos a nuestros enemigos, mejor que piensen que eres temible y valeroso.

―¿Qué enemigos? ―Taras enseguida se ponía nervioso, pensando que algunos miembros del Consejo lo sabían todo sobre él y que estaban esperando el momento exacto para atacar.

―¡Qué es una broma! ―dijo Vila riéndose―. A ver, en serio, que sepamos no tenemos ningún motivo para preocuparnos por ahora. No hemos recibido ningún indicio de que nadie de Gathelic sospeche de ti, ni siquiera los de los gremios, que están siempre metiendo las narices en todo. Y, aunque sospecharan, ya sabes, no tienes nada que ocultar.

Taras sintió el pinchazo de dolor, pero prefirió ignorar el tema. Inspiró profundamente y trató de relajarse,

―Vale, eso es bueno.

―¡Claro que sí! Nadie quiere matarte todavía.

―¿Todavía?

Vila lo miró incrédula, y le dijo:

―Bueno en algún momento se destapará, ¿no? No podemos continuar en la sombra para siempre, ¿no crees? La profecía dice que un día podremos, ya sabes…

Taras reconoció la emoción de Vila y suspiró. Vila, como tantos otros, eran de los que odiaban esconderse y ocultarse y creían ciegamente en la profecía. Esta decía que llegaría un día en la era roja en el que los conocedores de los Ecos de la Tierra dejarían de ocultarse y retomarían su lugar en el mundo. Taras no recordaba las palabras exactas, pero algo así era.

Desde luego, nada decía la profecía acerca de cuál era el supuesto lugar que les pertenecía y cada uno tenía una idea y una versión. Los maestros traspasaban esa y otras muchas historias a sus alumnos y dejaban que cada uno interpretase lo que quisiera. Por otro lado, era imposible saber qué quería decir la profecía cuando mencionaba la Era Roja. Podía tener muchos significados, aunque la mayoría argumentaba que se trataba de una referencia a la época de la luz rojiza de la luna. Esa teoría tenía muchos adeptos, ya que la luna rojiza brillaba con intensidad desde hacía años.

Taras, en cambio, no creía en ninguna profecía. Conocía las leyendas y de niño había pedido a su abuela que se las contara una y otra vez, como hacían todos los otros niños, atraídos por el misterio. Sin embargo, poco a poco había ido dándose cuenta de que esperar destinos y profecías no llevaba a ningún sitio. Se había vuelto mucho más práctico. Le gustaba tener objetivos tangibles y realistas y poder solucionar cosas, paso a paso. En este momento su objetivo era mejorar las condiciones de vida en el barrio oeste. Allí se escondían la mayoría de los exiliados que poseían conexión con los Ecos de la Tierra y que habían tenido que huir de otras ciudades menos tolerantes y Taras deseaba poder acogerlos en unas mejores condiciones.

―¿Me estás escuchando? ―lo sobresaltó Vila.

―Ehm, sí, sí, la profecía. Sí, algún día ―intentó aparentar Taras, que no tenía ni idea de lo que había dicho.

―Espero que en el Consejo prestes más atención, porque si no vamos apañados ―dijo ella.

―En el Consejo se debate durante largas horas, y aunque intento estar siempre pendiente de todo y apuntar cada detalle, es cierto que en algunas ocasiones me he perdido un poco. Pero nunca en lo que respecta al barrio Oeste, obviamente.

Vila se rio.

―En fin, supongo que eres lo único que tenemos ahora mismo.

―Eh… ―quiso replicar Taras, ofendido, pero Vila continuó enseguida.

―Vale, entonces vamos al grano antes de que te echen de menos. Hemos conseguido dar un par de cambiazos más en los transportes hacia Gathelic. Lo que pasa es que ha habido un pequeño… problemilla.

―¿El qué? ¿Qué cambiazos eran?

―Esa es la cosa, que no estamos muy seguros de que fuera buena idea. Pero no te preocupes.

―Me estoy preocupando.

―Es que nos enteramos de que llegaba un cargamento de frigoríficos nuevos, ¿vale? ¡Desde la misma capital, desde Nixandría! Imagina. Era ideal, unos cuantos camiones saldrían de allí y pasarían por decenas de pueblos. Podíamos conseguir muchísimo. Así que mandamos a alguien a Sertis y a Rothand…

―Vale…

―Entonces nos enteramos de que los frigoríficos eran inmensos. De verdad, eran cubículos gigantescos en los que cabría hasta una persona de pie. ¿Te imaginas? ¿Has visto alguna vez algo así? ¿Para qué querrán frigoríficos tan grandes?

―¿Frigoríficos en los que caben personas? Pero ¿no se os habrá ocurrido…? ―preguntó alarmado Taras. Sethor era muy buena persona, pero en ocasiones un poco inconsciente.

―Sí, era una idea genial. Por primera vez podíamos olvidarnos de saltar encima del camión o atarnos. ¿Sabes lo fácil que ha sido? Esperamos simplemente a que los conductores hicieran sus paradas de servicio y, tachán, tan fácil como meterse dentro de uno. Nadie iba a mirar allí.

―Pero ¿no es peligroso?

―Claro que no, están apagados durante el transporte.

―Ah, claro ―contestó Taras, pensando en las miles de maneras en las que le resultaba peligroso meterse en un cubículo sellado del que no se podía salir si no te abrían―. Apagados.

―Hasta ahí todo bien. El problema es que hemos perdido algunos.

―¿Perdido? ¿Cómo que habéis perdido algunos? ¿Algunos qué?

―Algunos frigoríficos.

―¿Con gente dentro?

―Hmm sí, eso creemos.

―¡¿Habéis perdido algunos frigoríficos con gente dentro?! ―exclamó Taras.

―Bueno, a ver, tranquilízate, seguro que los encontramos rápidamente. El caso es que el camión transporte parece que ha realizado un par de paradas clandestinas. Para que luego nos digan a nosotros, creo que algunos consejeros del líder están metidos hasta el fondo en algo sucio…

―¡¿Pero dónde están esos frigoríficos?! ¡¿Y la gente?!

―A ver, que los vamos a encontrar, no te preocupes. Tienen que estar en algún sitio. Deben de haberlos dejado por el camino en alguna parada fuera de la ruta establecida. Tampoco pueden estar muy lejos. La cosa es encontrarlos antes de que los encuentren otros.

―¿Y la gente que hay dentro? ¿Quiénes son?

―Ay, eso no lo sé. Ya sabes que la identidad es una cosa de cada uno…

―Pero esa gente puede morir congelada si se les ocurre encender los frigoríficos… ―Taras estaba completamente horrorizado con el estúpido plan de Sethor―, ¡¿cómo se os ocurre meter a gente en cámaras frigoríficas en las que…?!

―Pues la verdad es que ha sido muy buen plan; hemos conseguido traer a bastantes refugiados, que lo sepas. La mayoría de los frigoríficos llegaron ayer a Gathelic en buen estado. Mientras el transportista pasaba la documentación en la muralla, les abrimos las puertas a todos y están sanos y salvos en el barrio Oeste. Solo hemos perdido tres o cuatro.

―¡¿Tres o cuatro?!

―Sí, debe de haber bastantes localizaciones clandestinas, ¿verdad? Para que necesiten tantos…

―Tres o cuatro personas atrapadas en localizaciones desconocidas que pueden ser descubiertas de un momento a otro. La escuela puede desmoronarse por completo, ¿no lo ves? Empezarán a hacer redadas y…

―No, no creo que sea para tanto. Probablemente se encargarán de mantenerlo en secreto y los refugiados sabrán encontrar la escuela. Pero nos vendría bien tu ayuda.

Taras volvió a inspirar profundamente, ignorando sus sentimientos y tratando de pensar en la parte práctica del problema.

―¿Qué puedo hacer? ―dijo.

―Necesitamos tu ayuda en el Consejo: hay que descubrir dónde han ido a parar esos frigoríficos. Obviamente tenemos a un par de personas peinando localizaciones cercanas a la ruta del camión, pero acabaríamos mucho antes si pudieras darnos alguna pista.

―¡No puedo ir al Consejo y preguntar dónde tienen campamentos clandestinos ilegales!

―No en voz alta, claro ―dijo Vila, suavemente, como si Taras fuera demasiado lento―. Pero puedes hacer más amigos en el Consejo, y preguntarlo en voz baja…

―Hacer amigos… ―Taras estaba muy enfadado, ¿es qué no veían lo difícil y peligroso que sería? El Consejo no era precisamente amigable, y menos con alguien como él: alguien que venía de la zona más pobre de Gathelic. Tenía suerte si algunos todavía le saludaban al pasar.

¿Cómo habían hecho tal estupidez? Meter a gente en cubículos con destinación desconocida solo podía ocurrírsele a Sethor. Sabía que saltar a los camiones era una tarea arriesgada y que solo les permitía traer gente en grupos muy pequeños, pero era lo más seguro hasta el momento. Debían mantenerse en secreto hasta que fuese el momento adecuado para… Se sorprendió a sí mismo pensando todavía en términos de la profecía: el momento adecuado para atacar. ¿A quién quería engañar? ¿Quién quería una guerra? Taras desde luego que no.

―¿Te has ido otra vez? ―Vila chasqueó los dedos delante de su nariz. Taras se sobresaltó y la vio levantarse ágilmente―. Bueno, me tengo que ir, ¿vale? Y tú deberías irte también pronto. Ya sabes lo que tienes que hacer. Busca esos frigoríficos, teje tus redes políticas, susúrrale cosas al oído al Gran Líder. Esas cosas que hacéis los consejeros.

Vila se encogió de hombros.

―Sí, sí, vale ―respondió Taras―. Lo haré.

―Perfecto ―dijo Vila―. Ya te volveremos a contactar, me piro.

A continuación, Vila desapareció entre los árboles junto al camino, dejándolo solo en la oscuridad, en esa extraña posición en la que había podido colocarse para no arrugarse la túnica. ¿Cómo conseguía siempre hacerlo sentir tan estúpido? Con un suspiro se puso de nuevo de pie, sintiendo un terrible cosquilleo en las piernas: se le habían dormido, ahora tendría que ir cojeando de vuelta a Gathelic.

La luna de Gathelic

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