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Los Tyler.

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Un ruido atronador me despertó de golpe y me puse en pie de inmediato. Corrí hacia la ventana con el corazón latiéndome a mil por hora. ¿Qué estaba pasando? Corrí las cortinas y abrí la ventana para asomarme, tuve que sacar medio cuerpo fuera para poder ver algo. La brisa matutina me acarició el rostro y me ayudó a despejarme.

—¡Quítate del medio, Sam!

Ethan Tyler, estaba en la entrada del cobertizo con un martillo en la mano, mientras sujetaba con la otra el hombro de su hermano pequeño.

—Pero Jack tampoco me deja estar con él, Ethan, no es justo.

—Te dije que no veníamos a jugar. Haz algo de provecho o no estorbes.

—¡Pero no sé qué hacer!—se quejaba el pequeño.

—Ese caballo tiene que comer. Ve a darle el desayuno, anda —dijo instando a Sam a alejarse de allí hacia la cuadra de JB.

El pequeño, se metió las manos en los bolsillos del mono tejano y se fue hacía el cercado del caballo, enfadado mientras chutaba pequeñas piedras que encontraba en el camino.

Metí de nuevo la cabeza en mi cuarto y busqué a toda prisa algo que ponerme. Escogí un tejano viejo, una camiseta negra y mis botas. El teléfono sonó en aquel momento. Maldita sea. Ni siquiera miré quien llamaba.

—Hola Bibi —dije al descolgar.

—Ya está bien —se quejó.

—Lo siento —me disculpé—. Pero bueno, solo ha pasado un día, no es el apocalipsis.

—En este caso podría serlo. ¿Y si me pierdo algo?

—Mi vida no es un culebrón Bibi.

—Eso tú no lo sabes. Yo lo veo desde fuera.

—Lo que tú digas —concedí, no iba a discutir aquella tontería.

—¿Entonces no has encontrado nada?

—Desgraciadamente no, pero estoy segura de que sabré algo en breve.

—¿Eso significa que tienes una pista? —se interesó.

Pensé en la conversación que me quedaba pendiente con mi tía y asentí para mis adentros.

—Algo así, pero es un poco complicado de explicar. Además, ahora no es un buen momento Bibi.

—¿Cómo que no? ¿Qué tienes que hacer a las nueve y media de la mañana, que no pueda esperar a que hables conmigo?

—La casa de mi tía ha sido asaltada por los hermanos Tyler —exageré—. Tengo que poner orden.

—Wow, los hermanos Tyler… ¿Están buenos?

Suspiré, era incorregible.

—¿Y yo que sé? Supongo. No lo sé. No para mí. No ahora— solté sin saber muy bien lo que estaba diciendo.

—No me has dado un no rotundo. Lo que significa, que probablemente estén buenos. ¿Cuándo puedo ir a visitarte, dices?

Reí. No conocía a nadie que fuese tan, tan… Bibi.

—Ven cuando quieras, Bibianne, ahora tengo que dejarte. Es en serio. Te llamaré por la tarde o por la noche.

—Está bieeeen —accedió a regañadientes —, pero echa un vistazo al teléfono de vez en cuando. Entiéndeme, esto es aburrido sin ti.

—Así lo haré, te lo prometo. Ahora tengo que colgar. Adiós Bibi.

—Adiós Lor. Te quiero amiga.

Colgué el teléfono y corrí al baño. Me lavé los dientes, la cara y me recogí la melena en una trenza algo nefasta. Bajé al piso de abajo y me dirigí a la salida a toda prisa.

—Desayuna por lo menos —dijo la voz de mi tía desde la cocina.

Giré sobre mis talones y asomé la cabeza por la puerta. Tía May estaba tras un gran periódico, con unas minúsculas gafas apoyadas sobre la punta de la nariz, mientras tomaba café.

—¿Qué significa todo este alboroto? —pregunté señalando con el pulgar hacia la calle.

—Les dije que viniesen hoy —dijo sin levantar la vista del diario.

—¿Y cuándo pensabas decírmelo?

—¿No lo hice ayer?

Me acerqué a ella, cogí firmemente el periódico y lo hice descender para captar su atención.

—No —contesté cuando clavó sus ojos en los míos.

—Bueno —empezó mientras alzaba de nuevo el diario para enfrascarse una vez más en la lectura—, pues te lo digo ahora. Los chicos Tyler empiezan a trabajar aquí desde hoy. ¿Café, querida?

Resoplé y me pellizqué el puente de la nariz.

—Sí, creo que lo voy a necesitar —admití mientras cogía la cafetera y me servía una taza.

Me apoyé en la encimera mirando a mi tía. No me hacía caso, seguía concentrada leyendo las noticias. Lo curioso es que nunca la había visto leyendo el periódico. Sobre todo porque lo había detestado siempre. Pero bueno, supuse que un poco de información tampoco venía mal de vez en cuando. Escuché unos martillazos atronadores que venían de fuera y recordé que debía ponerme manos a la obra. Me tomé el café de un trago y me abrasé la garganta. Giré ciento ochenta grados buscando el fregadero con lágrimas en los ojos para beber agua y apagar el fuego de mi esófago.

—Lor —dijo mi tía a mis espaldas —. ¿Has notado o sentido algo raro estos días?

Abrí el grifo del agua y bebí directamente de allí. Cogí aire al terminar y me sequé la cara con la mano.

—¿Qué dices tía May? —grazné volviéndome hacia ella con la garganta aún dolorida.

Había dejado de lado el periódico y me miraba por encima de sus gafas. Me observó a mí, luego a la taza de café y negó en silencio.

—Digo —insistió—, que si te has sentido extraña estando aquí.

Recapacité durante un momento. Me había sentido observada el día anterior en el lago, pero no se lo iba a decir porque estaba claro que si lo hacía tendría que despedirme de nadar allí. Además, eso no tenía nada que ver con si me sentía o no extraña.

—No —contesté encogiéndome de hombros—. Es raro estar aquí sin Tom, pero aparte de eso, no. Nada.

Tía May iba a decir algo más, pero los martillazos de fuera volvieron a arremeter con fuerza. Salvada por la campana, pensé.

—Será mejor que salga a presentarme como Dios manda —dije recuperando poco a poco mi voz.

Mi tía resopló, estaba claro que no le gustaba todo aquel ruido pero estaba decidida a rehabilitar la finca y tendría que soportarlo.

—Sí—dijo recogiendo su taza de café y el diario —, ve. A ver si puedes hacer que todo este jaleo dure lo menos posible. Voy a preparar un ungüento para el señor Boots. Tal vez si me mantengo ociosa, ese condenado ruido pase desapercibido para mis delicados oídos.

Asentí, y salí a toda prisa. Cuando estuve en el porche me detuve a recapacitar. Lo mejor sería que fuese primero a por el mayor, Ethan, ya que el día anterior prácticamente me había encarado a él. Me disculparía por mis modales, luego buscaría a los otros dos y me presentaría. Con un poco de suerte, me ganaría la confianza del pequeño y le tiraría de la lengua para que me dijese lo que supiese de Tom. A los niños pequeños no se les daba bien guardar secretos. Me sentí un poco mal por pensar aquello; aprovecharse de un niño era algo mezquino, pero la vida es así.

Ethan estaba sobre una escalera en uno de los laterales del cobertizo, dando martillazos a diestro y siniestro. Llevaba unos tejanos y una vieja camiseta roja sin mangas que dejaba ver unos brazos musculados y curtidos. Me situé bajo la escalera y miré hacia arriba.

—¡Hola! —grité para que me oyese por encima de aquellos golpes.

El chico miró malhumorado hacia abajo. Estaba claro que no le gustaban mucho las interrupciones. Al verme alzó las cejas sorprendido y suavizó el gesto. Guardó el martillo en un cinturón para herramientas que llevaba consigo y bajó de la escalera. Cuando lo tuve delante, y sin estar yo enfadada como el día anterior fui consciente de su tamaño. Era enorme, me sacaba tres cabezas por lo menos. Tenía el rostro cuadrado gracias a unos prominentes pómulos y una mandíbula marcada, la nariz algo torcida hacia la izquierda y unas pobladas cejas castañas.

—¿Qué tal?— dijo amigable, mientras me tendía una mano enorme.

Se la estreché. Por suerte para mí no apretó su agarre, temía por la integridad de mis dedos.

—Hola, soy Lor. Siento lo de ayer —me disculpé—, creo que la situación me desbordó un poco. No pretendía ser tan maleducada.

—Tranquila, no hace falta que te disculpes —me dio una palmadita en la espalda que pretendía ser conciliadora pero que me dejó sin aire—. Hace falta algo más que una chica furiosa para tumbarme.

—No lo dudo —dije recobrando la compostura y la dignidad —. ¿Qué estás haciendo en el techo del cobertizo?—pregunté.

—Pues lo estoy desmantelando —dijo rascándose la cabeza y mirando hacia arriba —. Tu tía me ha dicho que quiere construir uno nuevo cerca del camino de entrada.

—Sí, así es, pero antes tenemos que sacar la furgoneta. Pretendo repararla.

—Ya está fuera —señaló hacia el gallinero, la furgoneta estaba allí vigilando a los gallos en el más absoluto silencio.

—¿Pero cómo?—me sorprendí—. Si no arranca.

El enorme muchacho se echó a reír con una sonora carcajada.

—Tiene ruedas, así que la hemos empujado. Mi hermano Jack entiende de coches. Seguramente pueda ayudarte.

—Claro, empujando. Qué idiota, ni siquiera había pensado en eso —dije, abatida. Sin duda acababa de quedar como una imbécil.

Ethan me observó durante un instante y negó con la cabeza.

—No te preocupes, es normal que pienses en…—dudó durante una fracción de segundo pero se recompuso rápido—otras cosas más importantes —terminó.

Fruncí el ceño y clavé mis ojos en él, tal vez lo pondría nervioso y diría algo. El chico captó mi mirada y se incomodó. Sin embargo lo que hizo fue mirar hacia el gallinero y entrecerrar los ojos. Seguí el rumbo de su mirada.

—¡Eh, Jack! —gritó—, ¿has echado ya un vistazo a ese montón de chatarra?

—¡Ahora iba a hacerlo, no seas pesado! —contestaron desde el interior del gallinero.

—Maldita sea —susurró Ethan, que se volvió nuevamente hacia mí—. ¿Por qué no te acercas al gallinero y le exiges a mi hermano que haga algo de una vez?

—¿Que haga algo con mi montón de chatarra, dices? —dije poniendo los brazos en jarras—. Claro.

—No te lo tomes a mal, mujer —dijo en tono condescendiente—. Pero es lo que es.

Ni siquiera le respondí. ¿Para qué? Ellos conducían una flamante Pick-Up nueva. Jamás entenderían que las cosas antiguas tenían su propio encanto, y que yo no tuviera dinero para un coche nuevo tampoco era asunto suyo. Me dirigí sin despedirme hacia el gallinero. Cuando había dado seis pasos volví a escuchar los martillazos de Ethan a mis espaldas otra vez.

Llegué a la furgoneta y deslicé la mano por el capó.

—Tranquila preciosa, yo no creo que seas una chatarra —le dije como si se tratase de Herbie—. Te vas a poner bien.

—Para eso tendrá que resucitar —dijo una voz a mis espaldas.

Me volví. Del gallinero salía Jack, el mediano. Acunando más de una docena de huevos entre los brazos. Tenía el pelo revuelto y con plumas. No era tan alto ni ancho como Ethan, pero también me sobrepasaba en altura. Su rostro era más dulce que el de su hermano, pero mantenía el mismo patrón de mentón que le daba esa rigidez cuadriculada, aunque tenía la nariz algo más pequeña y recta.

—Todavía no la he examinado a fondo —continuó mientras se acercaba—, pero me gustan los retos. ¿Qué tal? Soy Jack.

—Lor — me presenté—. ¿Es que tienes síndrome de zarigüeya? —dije mirando todos los huevos.

Jack los miró también y luego sonrió.

—Me encantan. Además, tu tía dijo que podía cogerlos. No os los estoy robando.

—No me importa que te los lleves —aclaré—, solo me ha sorprendido que cogieses tantos.

—No puedo coger solo para mí. En casa somos cinco, y no sé si has visto bien a mi hermano Ethan, pero cuenta como dos personas.

Reí por el comentario y volví la vista hacia Ethan, que seguía aporreando el tejado del cobertizo, ajeno a nosotros.

—Sí, lo entiendo perfectamente. Entonces, ¿crees que podrás… resucitarla? —dije volviendo al tema de la furgoneta.

Jack la inspeccionó con la mirada ensanchando el pecho pero sin soltar los huevos, como si fuese un pintor examinando un lienzo en blanco.

—Sí, creo que podré con ella. Dejo los huevos a salvo en nuestro coche, y me pongo manos a la obra.

Dicho esto se alejó con paso firme hacia su camioneta y me dejó allí plantada como si fuese una más de las gallinas que pululaban libremente por la zona, ya que se había dejado la puerta del gallinero abierta. Suspiré, y empecé mi labor reconduciéndolas a todas de vuelta a su corral. Cuando terminé de guardar hasta el último gallo, (habían tres) escuché a JB relinchar. Automáticamente pensé en el último de los Tyler, Sam. Debía estar dándole paja porque no lo había vuelto a ver desde que me había asomado a la ventana. Cogí aire y me dirigí al cercado del caballo.

Como me imaginaba, el pequeño de los tres hermanos estaba reabasteciendo a JB.

Empujaba la carretilla cargada hasta los topes por la arena del cercado. Y el caballo lo seguía ansioso. Abrí la verja y entré.

—¡Espera! —grité mientras corría hacia él para alcanzarlo.

El chico se giró en mi dirección, sonrió y esperó a que me reuniese con él.

—Deja que te ayude —pedí.

Torció el gesto molesto, cogió la carretilla y empezó a empujarla nuevamente.

—Soy un hombre —dijo a la defensiva—, puedo con esto. No necesito que me ayudes.

Había herido sus sentimientos. Genial Lor, te estás cubriendo de gloria.

—Lo siento —me disculpé. Al final de ese día acabaría pidiéndole perdón a toda la familia Tyler—, no pretendía ofenderte. Sé perfectamente que puedes tú solo, pero tus hermanos no me dejan ayudarles en nada y ya no sé qué hacer —mentí.

El comentario hizo mella y el chico frenó su avance.

—Sí, sé lo que se siente —comentó—. Se creen los mejores, pero no molan tanto como se piensan.

—De momento el que más mola eres tú —sonreí—. Me llamo Lor, encantada de conocerte.

—Sé muy bien cómo te llamas, Tom hablaba maravillas de ti —se tapó la boca con la mano al darse cuenta que había dicho algo que no debía.

Al escuchar la mención de mi hermano, un aguijonazo doloroso me atravesó el corazón, pero traté por todos los medios que no se notase. Porque no quería que Sam se sintiera culpable y porque necesitaba que el chico me contase más cosas. Debía estar preparada para mantener una postura indiferente.

—No te preocupes —dije quitándole la mano de la boca—, me entristecería más pensar que no se acordaba de mí. Estábamos muy unidos ¿sabes?

—También lo sé— miró hacia el suelo y removió la tierra con la bota avergonzado—. Pero nos han dicho que no te hiciésemos recordar, porque te ponía triste.

Me agaché un poco para poner mi cara a su altura y sonreí.

—¿Me ves triste? —pregunté.

El niño me miró seriamente al principio, sopesando mi sonrisa. Como vi que no estaba seguro, bizqueé adrede para hacerle reír. Funcionó. Se carcajeó y se relajó.

—Me llamo Sam —se presentó al fin.

—Encantada de conocerte, Sam.

—¿De verdad? —dijo sonriente, luego frunció el ceño como si se le estuviese escapando algo—. Ayer no parecías muy encantada —concluyó.

—Ya, bueno, digamos que ayer fue un día intenso —pensé en voz alta, Sam me miraba curioso esperando que dijese algo que pudiera comprender —. Creo que JB está hambriento —dije cambiando de tema—. No nos quita los ojos de encima.

Funcionó; el niño se giró y miró al caballo. Una vez más, JB pareció entender lo que pasaba y se acercó a nosotros resoplando, captando totalmente la atención de Sam. Agradecí su ayuda palmeándole el lomo.

—¿Tú podrías enseñarme a montar? —preguntó— nunca lo he hecho.

—Si no tienes miedo, es fácil.

—No lo tengo — dijo muy seguro de sí mismo.

Reí.

—Sí, eso ya lo veo. Si es lo que quieres te enseñaré, pero que sepas que soy una profesora exigente.

Sam asintió complacido y juntos emprendimos el último tramo hasta el comedero de JB, con éste a la zaga. Descargamos la paja y el caballo prácticamente zambulló la cabeza en ella y empezó a comer.

El niño miraba ilusionado a JB. Los remordimientos me aguijonearon, ¿Cómo me iba a aprovechar de la inocencia de un niño? Sam era encantador, de aspecto dulce con su pelo castaño cortado a lo casco, y su viejo mono tejano tres tallas más grande. Tendría que hacerlo si sus hermanos no arrojaban luz alguna sobre el tema de Tom. Decidí dejarlo como último recurso.

—Primera lección —dije cogiendo su mano y colocándola de la forma correcta—: para palmear a un caballo ahueca la mano como si cogieses líquido con ella y dale así la palmada.

El chico asintió y obedeció.

—Quédate un rato con él, así empezaréis a conoceros. Si le das de comer con tu mano, ponla plana para que no te muerda por accidente, y nunca te pongas detrás de él. ¿Entendido?

—Entendido —dijo seriamente, como si lo que le acababa de decir fuese una lección magistral.

Cogí la carretilla vacía y me alejé de allí rumbo a la casa. Cuando salí del cercado vi la Pick-Up de Cyrus aparcada junto al porche. El vaquero estaba en la entrada del cobertizo hablando con Ethan, que estaba sentado en el tejado. Me acerqué a ellos para curiosear.

—Hola —saludé, aparcando la carreta.

—Hola, preciosa —respondió Cyrus, bajando un ápice el ala de su sombrero— ¿Qué tal estás con todo este jaleo?

Miré a Ethan que nos observaba desde las alturas.

—Bien, pero estaré mejor cuando acabe. Mi tía, sin embargo, no está muy contenta.

—Es lo que tienen las obras —dijo Ethan alzando la voz—. De todas formas, creo que ya casi tengo todos los tablones sueltos.

—Con esos brazos no me extraña, muchacho —se mofó Cyrus—. Tienes suerte de que tu madre os alimente tan bien.

Ethan se encogió de hombros sonriente, desapareció de nuestra vista y los martillazos reaparecieron al momento. Cyrus negó con la cabeza mirando al punto donde había estado el chico segundos antes.

—Supongo que May estará encantada con tanto ruido —se mofó.

—Parece que disfrutas con la idea.

Cyrus soltó una carcajada.

—Sí, un poco sí.

—Cyrus Wolf —interrumpió una voz a nuestra espalda—.Te he oído.

Mi tía se acercaba a nosotros a grandes zancadas con un paquete en los brazos.

—No te lo tomes a mal, May—pidió el vaquero mientras salvaba la distancia que les separaba y tomaba el paquete entre sus brazos—. Tal vez este jaleo te anime a salir de casa. Podríamos ir a tomar una cerveza al bar del viejo Johnson.

—¿Yo en el bar? —comenzó— ¿Desde cuándo me gusta estar rodeada de tanta gente? Estás loco si crees que un poco de ruido va a conseguir que me aleje de mi hogar. Hazme el favor de llevarle eso al señor Boots, debe de estar impaciente.

—Está bien —accedió Cyrus algo derrotado, viendo cómo se alejaba mi tía de nuevo hacia la casa.

Me puse a su lado y le puse una mano en el hombro.

—¿Sabes? A mí no me parece mala idea. También creo que debería salir.

—Sí, pero se niega cada vez que lo intento. Creo que lo sigo haciendo para ver si algún día se equivoca y me dice que sí.

Sonreí y observé al cowboy. Estaba claro que sentía algo por tía May. ¿Se habría dado cuenta ella? Sentí algo de pena por él, enamorado de una mujer capaz de obrar maravillas y tan ciega en algunas ocasiones.

—Si quieres compañía —ofrecí— yo puedo tomarme esa cerveza contigo. De momento aquí no puedo hacer nada. Ethan tiene una guerra declarada con el cobertizo, Jack está intentando reparar la camioneta o comiéndose una docena de huevos en algún lugar. Y el pequeño Sam… bueno está conociendo a JB.

—¿Le has dejado solo con esa bestia?

—Sí. Pobre JB, no me lo perdonará nunca —dije mirándolo de reojo.

La broma surtió efecto y empezamos a reír de nuevo los dos.

—Cuando terminéis de reír —intervino Ethan desde el tejado. Nos volvimos de nuevo hacia él y le vimos asomar la cabeza — podríais hacer algo de provecho e ir a la tienda a por las maderas. Seguro que mi padre ya las tiene listas.

—¡Creí que tu padre dijo que tardarían dos días en estar listas!—chillé.

—¡El momento en el que tarde dos días en cortar un puñado de tablas estaré acabado! ¡Están preparadas desde ayer, el viejo solo tenía que montarlas en un remolque! ¿Y bien, vais a por ellas o no?

—Claro, muchacho — gritó Cyrus—, ahora mismo estábamos diciendo que teníamos que ir a Alma para tramitar unos asuntos—me guiñó un ojo—. Estaremos de vuelta enseguida.

Ethan asintió con un movimiento de cabeza y volvió a desaparecer.

—Vaya —suspiré— ¿Siempre es tan amable pidiendo las cosas?

—Es un Tyler —declaró—, pronto descubrirás que son como bestias. Para él, eso ha sido respetuoso.

—Caramba —dije asombrada.

Cyrus y yo emprendimos el descenso a Alma tras informar a mi tía de que íbamos a recoger la madera para construir el cobertizo nuevo. Cuando llegamos al pueblo, giramos en una calle antes de llegar a la tienda del señor Tyler y paramos en el Bar del viejo Johnson, como lo llamaba Cyrus.

El establecimiento era pequeño, estrecho y alargado. Estaba abarrotado de sillas y mesas que en aquel momento estaban desocupadas. Cyrus y yo nos sentamos en la barra. No había nadie tras el mostrador así que aguardamos en silencio unos segundos. El cowboy carraspeó para hacerse notar, pero aun así nadie vino a recibirnos.

—Maldita sea —se impacientó Cyrus— ¿es que en este local no trabaja nadie?

En aquel momento salió un hombre de color de la trastienda, situada al final de la barra. Llevaba una caja de cervezas en las manos. Era grande y estaba gordo, de unos setenta años, con una barba fina de pelo blanco que hacía que su piel pareciese más negra de lo que era. —Sabía que eras tú, Wolf —farfulló—, nadie es tan oportuno. Salvo esos malditos chicos, claro —dejó la caja de cervezas a un lado y reparó en mí—.Caray, qué bien acompañado vienes hoy. ¿Qué os pongo?

—Vamos, viejo, esos chicos te han sacado de más de un apuro y lo sabes. No eres más que un cascarrabias, no vendría a tu local si no fuese porque tienes la mejor cerveza de la zona —masculló Cyrus.

—¿Qué chicos? — pregunté.

Cyrus agitó una mano en el aire para quitarle importancia.

—Cerveza entonces para el viejo cascarrabias —canturreó el señor Johnson haciendo caso omiso de la pulla del cowboy — ¿y a ti, niña?—preguntó.

—Probaremos esa cerveza —suspiré apoyando los codos en la barra. ¿Por qué tenía la sensación de que se me estaba escapando algo?

El viejo me sirvió una copa como la de Cyrus.

—Tal vez la notes algo fuerte — advirtió cuando me la ponía delante—, pero es la mejor cerveza casera que hayas probado nunca.

—No sabía que se podía vender cerveza casera en un bar —dije cogiendo la copa y observando su color. Era oscura y turbia.

El dueño del local me miró y sonrió con una dentadura perfecta y reluciente.

—Y no se puede, pero incluso al sheriff le vuelve loco mi cerveza — rió, y volvió a la trastienda.

—Qué interesante —susurré mientras se alejaba.

—No le hagas caso. Al sheriff no le gusta su cerveza, pero no es mala gente y lo deja en paz — explicó Cyrus antes de echar un trago.

Lo imité y sentí el amargor de la cerveza en el paladar. El señor Johnson tenía razón, era fuerte pero estaba deliciosa.

—Sin duda —empezó Cyrus con mirada ausente—, a tu tía le gustaría. Pero se niega a visitar el pueblo si no es estrictamente necesario.

Asentí en silencio. Cada vez era más consciente por la manera en la que hablaba respecto a tía May, que estaba enamorado de ella. Pero no conocía los sentimientos de mi tía en ese aspecto, ya que hasta el momento no había detectado esa devoción en ella. Escogí cuidadosamente las palabras.

—Tal vez, si averiguamos algo sobre lo que le ocurrió a mi hermano, podamos pasar página y seguir con nuestras vidas.

Cyrus fue a responderme algo pero se lo pensó mejor y calló. Se volvió y se colocó de espaldas a la barra, pensativo. De repente lo vi más anciano de lo que era, e incluso me pareció que tenía más arrugas.

—¿Qué ocurre? —pregunté.

—Nada, es solo que…

—¡Diablos!—gritó el señor Johnson reapareciendo en la barra —Se ha vuelto a estropear, maldita sea.

—¿Qué te pasa ahora, viejo cascarrabias?—inquirió Cyrus recuperando su porte autoritario.

Maldecí para mis adentros. Sin duda a Cyrus le pasaba algo. La tristeza que había emanado de él hacía apenas unos segundos se debía a algo más que a la mera situación sentimental con mi tía.

—No podré terminar la última bota de cerveza —explicó malhumorado el dueño del bar— el maldito eclipse echa a perder la cosecha. Tendré que racionar lo que queda hasta que pase.

—Pero el eclipse es pasado mañana —replicó Cyrus.

—Lo sé, pero está cerca y eso me perjudica.

Cyrus negó con la cabeza y apuró su copa, lo imité. Pagó y nos despedimos del viejo Johnson para ir a recoger las tablas de madera.

Al salir a la calle y subirnos de nuevo en la Pick-Up, advertí como Cyrus me miraba de reojo.

—¿Hay algo que quieras decirme? — sondeé antes de que arrancara con la esperanza de reprender la conversación del bar.

—Lor —empezó. Era la primera vez que me llamaba por mi nombre—, sé que decirte que siento que tu hermano desapareciera es algo que para ti debe de resultar insustancial, seguro que te lo ha dicho todo el mundo. Yo no soy nadie importante en tu vida — miró por la ventanilla como si buscase las palabras—, pero no sé cómo decirte que realmente lo sentí y lo sigo sintiendo en el alma. Tu hermano me gustaba, no he dejado de buscarlo y no encuentro nada. Sé que tu tía está igual y temo que a ti te pase lo mismo y te consumas como nosotros.

Agradecí las palabras de Cyrus. Eran sinceras, bastaba con mirarle a los ojos para saberlo. Realmente había sufrido con la desaparición de Tom y arrastraba ese pesar desde entonces. Pero a pesar de lo que me había dicho, sentí que faltaba algo que no me estaba contando. No quise forzarlo más, dado que era evidente que estaba sufriendo sobremanera con aquella conversación. Estaba hecho para la acción, las pullas y los amigos, no para el derrotismo. Puse mi mano sobre la suya en el volante y la presioné ligeramente.

—Lo sé, Cyrus, agradezco que te preocupes por mí. Pero sé que podré con esto, solo necesito que te quedes cerca.

El cowboy puso la mano que le quedaba libre encima de la mía, de forma que ahora tenía mi mano entre las suyas y me miró a los ojos seriamente.

—Por eso no te preocupes, el viejo Cyrus siempre estará cerca.

Sonreí y él también lo hizo, arrancó la furgoneta y nos pusimos rumbo a la tienda de Bill Tyler.

Al llegar encontramos el mostrador vacío. Aguardamos unos segundos hasta que apareció una mujer de unos cuarenta años. Tenía la cara redonda, cubierta de pecas y el pelo rojo recogido en un moño medio desecho. Al vernos sonrió. Su rostro era la dulcificación personificada.

—Cyrus —dijo aproximándose— y oh, tú debes de ser Lor, la sobrina de May —tomó mis manos entre las suyas— me alegro mucho de conocerte. Vaya, sí que eres guapa.

—Gracias —susurré ruborizada.

¿Quién era aquella mujer? Como si leyese mis pensamientos, Cyrus nos presentó.

—Esta es Molly Jobs, la esposa de Bill.

En Texas no era común que la esposa mantuviese el apellido de soltera. Hasta Donde yo sabía, en Alma, mi familia había sido la única que contra viento y marea había conservado el apellido Blake durante generaciones, aun sin haber hombres en la familia. Así que opté por no decir nada al respecto, para mí aquel gesto era toda una declaración de principios y me pareció fenomenal.

—Es un placer conocerla, señora Jobs —saludé.

—Oh no, llámame Molly, por favor. Decidme, ¿qué os trae por aquí?

—Ethan nos ha pedido que vengamos a recoger las maderas —informó Cyrus.

—¿Qué ocurre, Molly? ¿Hay clientes?— preguntó la voz del señor Tyler desde algún lugar de la tienda.

Los tres miramos en la dirección de dónde provenía la voz. Bill Tyler apareció cargado de cajas de madera y las dejó en el suelo.

—Hola, viejo lobo —saludó a Cyrus— ¿Qué te trae por aquí?

Molly se situó a la derecha de su marido y le tomó del brazo.

—Cyrus y Lor —explicó— vienen a por las maderas que tenían encargadas, mi amor.

—¿No estarán dando problemas los chicos, verdad? —inquirió el señor Tyler.

—No, no, no —me apresuré a responder —.Todo está bien, señor, de verdad.

El señor Tyler asintió complacido.

—Eso está bien. De todos modos —miró a Cyrus—, si dan problemas quiero que los mandes de vuelta.

—Cariño —interrumpió Molly— por favor, son buenos chicos. No seas un sargento con ellos.

—Las mujeres —dijo Bill Tyler, su mirada iba de su esposa a Cyrus—, se creen que con un sermón se arregla todo. Los chicos necesitan mano dura. Y nuestros hijos, Molly, más que los otros. No quiero que vuelva el sheriff a decirme que se han vuelto a meter en líos.

—No es culpa de ellos —los defendió Molly—, han sido unas desafortunadas coincidencias. Nada más. Te lo dijo el sheriff.

—Es un sheriff blando —amonestó Bill—. Si ni siquiera le ha quitado la licencia al descerebrado de Johnson.

—No desees el mal ajeno, mi amor. Además, te gusta la cerveza de Johnson.

El señor Tyler apretó la mandíbula y entrecerró los ojos hasta convertirlos en rendijas.

—No estamos hablando de eso, mujer —censuró a su esposa.

Molly puso los brazos en jarras y alzó la barbilla mirando a su marido, de repente su rostro se volvió serio, toda la dulzura que había demostrado hasta el momento se esfumó como por arte de magia.

—Bill Tyler —dijo autoritaria— compórtate como es debido. Tus hijos son buenos chicos, y no consentiré que les culpes simplemente porque se han metido en dos o tres peleas.

—¿Dos o tres? —Espetó el señor Tyler con ojos como platos—. Pero si han sido…

—Me da igual —cortó Molly— las que sean. Además, tú también te metías en líos cuando eras joven, seguramente lo han heredado de ti.

—Pero yo…

—Se acabó —ordenó Molly alzando un dedo de aviso hacia su marido.

El señor Tyler carraspeó indignado y guardó silencio. Recogió las cajas que había dejado en el suelo y se alejó rumbo a la trastienda con ellas.

—Os pido disculpas por eso —dijo Molly recuperando la dulzura inicial de su voz en un abrir y cerrar de ojos—. Bill adora a los chicos, pero ahora están en unas edades muy malas y lo sobrepasan un poco.

El ambiente se había vuelto tenso, devido a que tanto Cyrus como yo nos habíamos visto obligados a presenciar la discusión del matrimonio. Aunque no había sido nada acalorado, ahora la situación era algo incómoda. Como a Cyrus no se le ocurría nada que decir, tomé la palabra.

—No se preocupe por nosotros, no es asunto nuestro.

—Tutéame querida, no soy un ogro. Aunque te lo haya parecido. Pronto entenderás que hasta los hombres más duros necesitan una mano firme de vez en cuando. En fin, Bill tiene las maderas cargadas en un remolque, id a la parte de atrás y lo enganchará.

Hicimos lo que nos dijo Molly y en menos de cinco minutos tuvimos las maderas listas para llevárnoslas. Me subí en la Pick-Up para que Cyrus pudiese hablar a solas con el señor Tyler. Por el retrovisor vi como el cowboy le palmeaba la espalda, mientras que Bill negaba con la cabeza, derrotado. Aunque tras unos minutos recuperó su semblante afable. Cyrus se despidió de su amigo y acto seguido subió a la furgoneta para ponernos en marcha de vuelta a casa.

Al llegar, lo primero que vimos fue que el cobertizo estaba derruido. Un montón de escombros en el suelo era todo lo que quedaba de él. Estaba claro que lo único que le había opuesto resistencia a Ethan eran los maderos del techo. Ya que una vez se había librado de ellos el resto no había tardado en caer. Aunque al chico no se le veía por ningún lado, supuse que estaría dentro de la casa hablando con mi tía sobre cómo proceder a continuación.

—Como bestias —espetó Cyrus—, ¿no te lo dije? ¿Cuánto hemos estado fuera? ¿Una hora? Y mira, el cobertizo ya está en el suelo.

Sonreí al cowboy y bajamos del coche. Desenganchamos el remolque y fui dentro en busca de Ethan, mientras Cyrus se sentaba fuera, en la silla de mimbre.

—¿Tía May? —pregunté al cruzar el umbral. No obtuve respuesta.

Me asomé al comedor sin poner un pie dentro. No estaba allí. Fui derecha a la cocina, también estaba vacía y la puerta de la “alacena” cerrada, supuse que se encontraría en el piso de arriba. Y cuando me disponía a salir de allí la escuché hablando tras la puerta cerrada. Crucé la cocina y abrí la puerta esperando encontrarme a Ethan con ella, pero estaba sola. Mi tía alzó la vista hacia mi sorprendida. Sin duda no me había oído llegar, algo inusual en ella pues tenía un oído muy fino.

—¿Qué haces? —preguntó al verme buscando detrás de la puerta.

—Te escuché hablando y creí que estabas acompañada —expliqué—, ¿desde cuándo hablas sola?

Mi tía resopló y dejó el mortero sobre una pequeña encimera. En su interior había unas plantas de color verde oscuro.

—De vez en cuando necesito mantener una conversación inteligente con alguien ¿sabes?

—Lo que yo te diga, tía May, te estás convirtiendo en una ermitaña.

Mi tía puso los ojos en blanco y salió de la alacena. La seguí, se detuvo en uno de los armarios de la cocina y se sirvió una copa de vino.

—¿No es muy temprano para eso? —pregunté apoyándome en el fregadero.

—No con este jaleo, me ayuda a relajarme en momentos de estrés.

Alcé las cejas sorprendida.

—¿Qué jaleo? He venido buscando a Ethan porque ahí fuera no hay nadie. Y el cobertizo ya está en el suelo.

Mi tía pestañeó extrañada y se volvió hacia la ventana, aguardó quieta durante unos segundos, luego se giró hacia mí con una sonrisa en el rostro.

—Es verdad —susurró—. Ya no se oye nada, ¿no es maravilloso?

Abrí la boca para contestar pero Cyrus irrumpió en ese momento en la cocina visiblemente nervioso.

—May —llamó— creo que alguna de vosotras debería salir fuera, de lo contrario no sé en lo que podrá desencadenar la situación.

Ni mi tía ni yo sabíamos de lo que hablaba el cowboy pero salimos corriendo al porche en busca de lo que le había alterado.

En las escaleras del porche se encontraba un acalorado y despeinado Jack Tyler con ojos desorbitados.

—¿Qué ocurre, muchacho? —preguntó mi tía al verlo.

—¡Se va a matar! ¡Se va a matar! —repetía una y otra vez —Y como le pase algo, mi padre nos matará a nosotros.

—¿Quién se va a matar? Jack, respira —pedí aproximándome a él con cautela, parecía un animal capaz de volverse agresivo en cualquier momento.

—¡Sam! —Aulló despejando nuestras dudas— ¡Ese caballo no deja de correr con él encima!

Maldición, había olvidado que había dejado al pequeño con JB, y por lo que parecía no se había limitado a estar cerca del caballo. Sin esperar órdenes de mi tía, salí disparada hacia el cercado del animal para rescatar a Sam, ¿Cómo diablos se las había ingeniado aquel niño pequeño para subirse al caballo sin la ayuda de los estribos?

Al llegar al vallado de JB vi a un pletórico y feliz Sam Tyler galopando a pelo, totalmente desinhibido y sonriente. Sorprendentemente, JB también estaba disfrutando lo suyo. No dejaban de dar vueltas pegados a la verja delimitadora, mientras que Ethan Tyler trataba de correr cerca de ellos mientras le gritaba improperios a su hermano pequeño a la vez que le ordenaba detener al caballo.

—¡Maldito mocoso! —Gritaba mientras sudaba copiosamente y su cara se ponía roja como un tomate— ¡He dicho que pares!

—¡No soy yo, Ethan! —Se defendía el pequeño sin perder la sonrisa— ¡es JB, creo que está contento!

—¡Pues como no pare de correr me las pagaras tú y ese maldito caballo!

Corrí a situarme al lado de Ethan, que respiraba trabajosamente y en aquel momento había dejado de correr para inclinarse hacia delante apoyado en sus rodillas. Al verme se incorporó rápidamente.

—Para a esa bestia—pidió seriamente—. Como le pase algo a mi hermano…

—Tranquilo —interrumpí—, yo me encargo.

Y aunque había dicho eso, no sabía cómo lo iba a hacer para parar a JB. Sentía como el mayor de los Tyler me taladraba con la mirada, así que me alejé de él para acercarme al caballo y a su pequeño y alocado jinete. Jack, Cyrus y tía May ya habían llegado y estaban tras la valla observando la situación. Genial, sin presiones. Yo le había dicho al chico que debía conocer mejor al animal, por lo tanto la culpa de que ahora estuviese en peligro era mía. Esprinté y me situé al lado de JB; galopaba corto, de no ser así jamás habría podido ponerme a su lado, por supuesto el crío no entendía de estas cuestiones y se sorprendió muchísimo al ver que conseguía mantener el ritmo del caballo.

—¡Guauuuuu!— gritó mientras se aferraba a las crines— ¡Tom tenía razón, eres súper rápida!

—¡Te dije que conocieses al caballo, no que montases! —grité haciendo caso omiso a su comentario—. ¡¿Cómo demonios te has subido?!

—¡JB quería que subiera, lleva corriendo desde entonces! ¡Es maravilloso!

Maldición, ¿cómo lo frenaba? No tenía riendas para tirar de ellas ni para decirle al chico cómo hacerlo. Alargué la mano y toque el cuello de JB esperando que al estar en contacto conmigo frenara un poco más la marcha, no surtió efecto, por supuesto. Decidí, situarme justo delante de él y obligarle a frenar o a esquivarme. Así que dejé de correr junto él y fui a situarme en el extremo opuesto de la pista para esperar allí al caballo. Ethan y Jack me miraban con ojos desorbitados sin dar crédito a lo que veían. No les presté mucha atención, por lo menos yo tenía un plan.

JB tomó la curva de la pista y se encaminó hacia donde estaba yo. No parecía preocuparle lo más mínimo mi presencia, incluso pude apreciar un aumento en su velocidad.

—¡Lor, nooo! —gritaba Sam desde su montura cuando fue consciente de que me había convertido en un obstáculo—. Apártate, ¡no sé girar!

—¡Apártate! —gritaron también Cyrus y los Tyler a mi espalda.

Afiancé mis pies en el suelo con los brazos pegados al cuerpo, temiéndome lo peor, JB me arrollaría en segundos. Pero no pensaba quitarme del medio. Cuando estaba prácticamente encima de mí, alce los brazos poniéndolos en cruz. Todo pasó a cámara lenta. El animal frenó en seco a escasos centímetros de mí, Sam Tyler salió volando hacia delante por encima de mi cabeza. Me volví justo a tiempo para ver como caía encima de su hermano mayor derribándolo con el impacto.

Jack corrió hacia sus hermanos y se tiró junto a ellos en el suelo.

—¿Estáis bien? —preguntó angustiado.

Sam parpadeó entre los brazos de Ethan, luego alzó las manos, se tocó la cara, los brazos y las piernas antes de asentir sonriendo.

—¡Ha sido genial!

Jack soltó el aire que había estado conteniendo hasta el momento y ayudó a Sam a ponerse en pie, mientras que Ethan hacía otro tanto. Miré a JB, que se había mantenido inmóvil desde que el pequeño había salido disparado de su lomo. Había algo en los ojos del animal que me puso los pelos de punta.

—¿Estás bien, Lor? —el brazo de mi tía me obligó a girarme y la encontré mirándome, no parecía asustada por mi estado. Más bien parecía curiosa.

—Sí… sí —musité algo noqueada.

—Eso ha sido muy temerario, preciosa —sancionó Cyrus, que estaba junto a mi tía —, pero ha sido digno de ver. Eso te lo concedo.

El caballo pasó junto a nosotros y se situó frente a Sam, que se sacudía el polvo de los pantalones. El pequeño alzó el rostro hacia el animal y le acarició el morro.

—Ha sido genial —comentó—, pero la próxima vez sería bueno saber frenar a tiempo.

Si alguien estuviese observando aquella escena desde fuera, habría pensado que aquel caballo hablaba y se comunicaba con el pequeño. Sin embargo, todos los allí presentes, sabíamos que era imposible. Aunque el comportamiento de JB denotaba en aquel instante preocupación por el pequeño Tyler. La situación se había convertido como poco, en algo conmovedor. Hasta que Ethan espantó al caballo con un ademan del brazo.

—Alucinas si crees que voy a dejarte subirte ahí otra vez —gritó señalando al caballo.

Sam mudó el rostro horrorizado.

—¡No tengo que pedirte permiso! —Aulló— ¡tú no eres papá! ¡Además, Lor ha dicho que me enseñaría a montar!

—¡Me da exactamente igual! ¡Harás lo que yo diga o no volverás a venir!

Tía May se aproximó a los hermanos con las palmas extendidas hacia arriba.

—Calmaos —pidió—, no es para tanto. Tranquilo, Ethan. Todo ha quedado en un susto. JB jamás le haría daño a tu hermano pequeño, ¿es que no lo has visto? Cuando tratas con animales a veces pasan estas cosas, nada más.

El pequeño corrió a situarse al lado de mi tía, cruzó los brazos sobre el pecho y alzó la barbilla desafiante.

—¿Lo ves? No es para tanto —dijo retando a su hermano.

Aunque estaba algo apartada de ellos pude ver con claridad como Ethan se mordía la lengua para no soltar alguna barbaridad, y percibí como se le hinchaban las aletas de la nariz mirando a Sam. Jack había convertido sus ojos en rendijas y daba la sensación de estar planeando la venganza contra el pequeño. Cyrus también se percató de ello y se acercó a los chicos cogiéndolos por los hombros y apretándolos contra sí.

—Vamos, vamos, muchachos. Somos hombres de Texas, somos duros. Estas nimiedades no nos espantan. Vamos a tomar una cerveza antes de que se nos fundan los plomos aquí. Venga.

Dicho esto, los obligó a girar junto él y los tres se encaminaron hacia la casa. Mi tía, Sam y yo permanecimos inmóviles mientras los veíamos alejarse. Cuando estuvieron lo suficientemente lejos como para no oírnos, tía May se inclinó hacia Sam y le cogió la mano.

—Quiero que me expliques cómo has subido al caballo, jovencito.

El niño abrió mucho los ojos.

—Ya se lo he dicho a ella —susurró señalándome— JB quería que lo hiciera. ¿No me creéis, verdad?

Mi tía me dedicó una fugaz mirada y volvió a centrarse en Sam.

—Yo no he dicho eso —aseguró—, pero quiero que me lo cuentes tú.

Sam asintió con semblante serio, buscó a JB con la mirada, el animal se encontraba en aquel momento a veinte metros de nosotros comiendo paja totalmente distraído.

—Pues yo —comenzó titubeante— estaba terminando de ponerle la paja, y Lor me dijo que me quedase con él para conocernos mejor. Su sobrina dijo que me enseñaría a montar ¿sabe? Y eso hice. Estuve un rato acariciándole el cuello, y charlando con él. Iba a volver con mis hermanos cuando empezó a seguirme por la pista. Me gustó mucho que hiciese eso, porque entonces supe que éramos amigos. Así que empecé a correr y él también lo hizo. Cuando me cansé, paré un momento y JB se puso a mi lado. Y entonces hizo algo increíble. Se tiró al suelo y se quedó mirándome. Al principio no sabía qué quería decir, pero cuando lo miré a los ojos lo entendí todo. ¡Quería que me subiera! Aunque no sé montar a caballo, Lor dijo que lo esencial era no tener miedo. Así que subí. Y el resto ya lo conocéis —concluyó.

Tía May permaneció callada unos segundos, después palmeó la espalda del pequeño Sam y asintió levemente con una sonrisa en los labios.

—¿Sabías que los caballos, solo se tumban en el suelo ante un miembro de su manada? —explicó mi tía—. Debes de sentirte muy afortunado. Si lo que dices es cierto, JB te respeta tanto como a uno de los suyos.

Sam abrió muchísimo los ojos ante aquella explicación. Lo cierto es que yo tampoco sabía eso y me sorprendió bastante. Al pequeño le brillaban los ojos de excitación y no dejaba de mirar a JB maravillado.

—Bueno, Sam —continuó Tía May—, ve a reunirte con tus hermanos, en mi cocina encontrarás una exquisita limonada que he preparado. Sírvete cuanta quieras.

Al pequeño no pareció agradarle mucho la idea. La mención de reunirse con sus hermanos no le hacía mucha gracia. Frunció el entrecejo mientras se mordía el labio inferior contrariado. Mi tía también se dio cuenta y se echó a reír.

—Tranquilo muchacho, a estas alturas Cyrus los tendrá bajo control. Ve y tómate la limonada.

Sam cogió aire y asintió algo más apaciguado.

—¡Adiós JB! ¡Nos vemos pronto amigo mío! —gritó antes de echar a correr hacia la casa. En cuanto Sam cerró la verja, me puse al lado de tía May.

—Parece que dice la verdad —comenté—, pero qué se yo, los niños tienen mucha imaginación.

—También creo que dice la verdad —respondió sin apartar la vista del niño—, pero es muy curioso.

—¿El qué? ¿Qué JB se tumbase en el suelo? ¿Es cierto eso de que solo lo hacen ante un igual?

Tía May pestañeo y volvió el rostro hacia mí.

—Así es, sin embargo… —dudó, pero se repuso enseguida—, vi a JB hacer eso una vez. Sólo una.

—Lo hizo con Tom —adiviné.

Tía May asintió pensativa. Después se acercó al caballo que seguía pastando tranquilamente sin prestarnos la menor atención, y le acarició el cuello. El animal ni se inmutó.

—¿Te dice algo eso, Lor?

Medité un segundo, ¿podía guardar eso relación con la desaparición de mi hermano? No veía conexión alguna.

—Seguramente se trata de una coincidencia —dije dando voz a mis pensamientos—. Sam me dijo que Tom y él habían hecho buenas migas, claro que también las hizo con Ethan y Jack. Tom disfrutaba mucho de la equitación, y conociéndole seguramente creó un vínculo muy fuerte con JB, puede que el animal sintiese el mismo apego por el niño que Tom. Tal vez por eso se ha comportado de esa forma. ¿Tú qué crees tía May?

—También lo he pensado. Pero una cosa es el apego que Tom tenía hacia Sam, y otra muy distinta, el vínculo, como tú lo llamas, con JB. Es cierto que los caballos disfrutan de la compañía de los niños. Así que bien podría ser que este chico —dijo palmeando el lomo de JB—, haya encontrado un compañero de juegos, que tampoco estaría mal. Pero lo que tengo claro, es que vamos a enseñar a montar a Sam. Creo que los dos se lo merecen.

Aunque no era lo que esperaba oír, la idea me pareció bien. De todos modos se lo había prometido a Sam, por lo que no añadí nada mientras mi tía enlazaba su brazo al mío para encaminarnos hacia casa.

Caminamos así, cogidas y calladas, escuchando el susurro del viento cada una abstraída en sus propios pensamientos, hasta que nos llegaron las estruendosas risas de los chicos desde el porche.

—Señor —suspiró mi tía—, no estoy acostumbrada a tanto jaleo. Tal vez tienes razón y me estoy convirtiendo en una ermitaña.

—Sí, una ermitaña huraña —reí.

Mi tía me golpeó suavemente en el brazo como reproche, pero también se reía.

—¿Qué te parecen los chicos? —preguntó de repente.

—¿Qué? Bueno, no sé. Me caen bien, en especial Sam. ¿Por qué lo preguntas?

Mi tía alzó las cejas.

—Se hicieron amigos de Tom muy rápido. Quería saber si habías entendido el por qué. No me malinterpretes, conozco a esos chicos desde que nacieron y les tengo aprecio. No obstante, no tienen nada que ver con Tom o contigo. Entiendo que te guste Sam porque es sencillamente adorable, pero ¿Jack y Ethan? No son malos chicos, te lo aseguro. Aunque son ruidosos y un poco bestias. No obstante, tienen estrella.

—¿Estrella?

—No me hagas caso, ya lo entenderás…

Recordé a Jack vaciando el gallinero de huevos y alejándose de allí habiendo dejado la puerta abierta sin darse cuenta. Y a Ethan llamando chatarra a la vieja furgoneta de tía May centrado únicamente en dar martillazos.

Llegamos al porche, y el ambiente reinante era de pura risa. Ethan y Jack estaban sentados en el suelo, con dos grandes jarras de cerveza en la mano, mientras que Sam estaba en brazos de Cyrus y este recreaba el vuelo del pequeño al salir disparado de JB.

—Y así —narraba Cyrus con voz grave —, el pequeño Sam Tyler.

—¡No soy pequeño! — protestó Sam entre risas.

—Oh, perdón —se disculpó el cowboy —. El gran e intrépido Sam Tyler, cayó de la enorme bestia arrollando a su hermano Ethan y dejándole noqueado.

—Bueno, tanto como noqueado… —rezongó Ethan pegándole un trago a su cerveza.

—Veo que os lo estáis pasando en grande —observó mi tía.

Los chicos se volvieron hacia nosotras y se pusieron en pie avergonzados por sus modales.

—Oh, tranquilos. Podéis continuar. A esta casa le hace falta un poco de buen humor. ¿Os gusta la cerveza? ¿Y la limonada?

Los chicos asintieron con vehemencia. Incluso Sam.

—Estupendo —dijo tía May sentándose en la silla de mimbre de la entrada—, me alegro de que estéis de tan buen humor, porque Lor y yo hemos decido que mientras vosotros estáis liados reconstruyendo mi cobertizo y rehabilitando la finca, nosotras le daremos clases a Sam para que aprenda a montar a caballo. Espero que no os moleste esta decisión porque estoy totalmente decidida a hacerlo. Sobra decir, que no dejaremos a Sam solo en ningún momento. Sobre todo para que no se repita el incidente de hoy.

Al principio a los dos hermanos mayores no les hizo mucha gracia la idea. Pero tras asegurarles que estaríamos pendientes en todo momento de Sam accedieron a ello.

Cuando terminaron sus bebidas, tía May preparó la mesa y comimos todos su delicioso pollo asado, escuchando maravillados las historias de Cyrus, gracias a las cuales la sobremesa se alargó más de lo debido y para cuando nos levantamos ya eran las cinco de la tarde. Recogimos la mesa, Ethan y Jack volvieron al trabajo y Sam los acompañó a descargar las maderas del remolque, aunque, por supuesto, no le dejaron tocar ni una.

Yo aproveché que en aquel momento no era de utilidad para llamar a mamá. Cuando descolgó el teléfono suspiró aliviada. El día anterior no había podido hablar con ella, y aunque mi tía le había asegurado que estaba bien, me di cuenta de que no la había creído del todo.

—¿Ayer fue todo bien? —Preguntó—. Tu tía me dijo que se te había ido el santo al cielo montando.

—Sí, mamá. Todo estupendamente, por eso perdí la noción del tiempo. Pero estoy perfectamente.

Silencio.

—¿Mamá?

—Estoy aquí. Tengo algo de trabajo cariño, he de colgar. Pero quiero que me llames mañana ¿de acuerdo?

—Claro —respondí extrañada—, ¿en qué andas metida?

—Estoy a punto de entrar en la biblioteca. Cosas del trabajo, hija. Una pequeña investigación.

—De acuerdo entonces. Te llamo mañana.

Colgó el teléfono y me quedé de pie en la cocina. Tía May entró en aquel momento.

—¿Todo bien, cielo?

—Sí —contesté—. He notado a mamá un poco rara.

—¿Y eso?

—Estaba estresada con el trabajo.

—¿No te ha dicho en que está trabajando?

—No, solo me ha dicho que iba a la biblioteca.

—Bueno, ya sabes que a veces el trabajo la ayuda a no pensar. No será nada.

Probablemente tía May tenía razón, así que decidí no darle vueltas al tema y salí a ver qué tal llevaban la descarga los chicos. No me sorprendió nada que ya tuviesen todas las maderas en el suelo cuando llegué, después de todo contaban con los gigantescos brazos de Ethan que podían cargar los tablones de tres en tres. Estaban discutiendo sobre cómo empezar la construcción. Cyrus negaba con la cabeza constantemente, mientras que Jack no dejaba de gesticular mientras se quejaba.

—Sería mejor que toda la pared frontal fuese una gran puerta —decía el mediano de los Tyler—. De esa manera, no tendrían problemas en aparcar, si además usan el cobertizo como trastero.

—Sería demasiado pesada e incómoda, chico —argumentaba Cyrus.

—Construyamos uno estándar y se acabó el problema —intercedió Ethan.

Sam estaba sentado encima de las tablas del suelo observando la conversación sin mucho interés, al verme acercarme alzó el brazo a modo de saludo. Los demás se percataron de ello y se volvieron hacia mí.

—¿Todo bien? —pregunté al llegar.

Cyrus se acercó a mí mientras se quitaba el sombrero.

—Son Tyler —dijo a modo de explicación, como si los chicos no estuviesen allí y no pudiesen oírle—. Te dejo a ti con ellos. He de ir al pueblo a por un par de cosas, nos vemos mañana preciosa.

Acto seguido se marchó y nos dejó allí. Volví el rostro hacia los muchachos con una ceja en alto.

—¿Se puede saber cuál es el problema?

Los dos mayores se miraron entre sí. El pequeño ahora sonreía abiertamente.

—En realidad no hay problema —dijo Jack adelantándose un paso—. Estábamos sacando un poco de quicio al viejo Cyrus, nada más. Mis hermanos y yo estábamos discutiendo algo cuando ha aparecido. Si nos disculpas un momento… —concluyó girándose nuevamente hacia sus hermanos.

Los tres Tyler unieron sus cabezas y empezaron a discutir en susurros, mientras yo observaba la escena completamente descolocada. ¿Estos chicos eran normales? Desde luego no se parecían en nada a los chicos de la ciudad. Aunque claro, yo tampoco había tenido un gran contacto con el sexo opuesto, salvo con mi hermano. Y definitivamente no se parecían a Tom. Los susurros cesaron de repente, los chicos se volvieron nuevamente hacia mí. Me observaron sonrientes antes de acercarse para rodearme.

—¿Qué me estoy perdiendo? —pregunté con cara de pocos amigos.

—Te debemos una —explicó Ethan—, así que vamos a saltarnos un poquito la norma de tu tía y vamos a enseñarte algo.

Aquello captó absolutamente toda mi atención.

—Por supuesto no puedes decir nada —aclaró Jack.

—¡Claro que no va a decir nada, no es idiota! —chilló Sam.

—Sshh —chistó Ethan al pequeño mientras le pegaba una colleja—. Calla o te oirán, tapón.

—No soy un tapón, lo que pasa es que tengo doce años —refunfuñó el pequeño.

—¿Qué es lo que me vais a enseñar? —pregunté para evitar más interrupciones—, ¿y por qué?

—Tú has frenado al caballo —empezó Ethan—. De no haber sido por ti, a saber lo que le habría podido ocurrir al pequeñajo.

Sam fue a protestar pero Jack se adelantó y le tapó la boca para evitar que interrumpiera.

—Así que te debemos una —continuó Ethan ajeno a los aspavientos de Sam—. Te vamos a llevar a un sitio especial. Tiene que ver con tu hermano.

—¿Dónde? —quise saber.

—No te lo vamos a decir, es una sorpresa.

—¿Una sorpresa? No estoy para sorpresas.

—Bueno, pues tendrás que estarlo. Por lo que sabemos, Tom quería llevarte allí para sorprenderte. Como él no está, te enseñaremos el lugar nosotros. Pero no te diremos donde es ni qué es, hasta mañana. Cuando vayamos.

—¿Mañana? —Protesté—. No podéis soltarme eso y decirme que tengo que esperar a mañana.

Mi comentario incomodó a los tres, que compartieron una mirada apenada. Luego miraron hacia el horizonte, y negaron rotundamente con la cabeza.

—Verás —explicó Jack—, tendrás que aguantar hasta mañana por un simple motivo.

—¿Cuál? —bufé.

—Sabemos que cuando lo veas, querrás quedarte allí un buen rato. Te encantará.

—¿Cómo sabéis que me encantará? ¿Y si me horroriza? Insisto. Decís que me debéis una ¿no? Pues llevadme allí ahora.

—Lo siento pero no —intercedió Ethan dando un paso hacia delante mientras le pasaba el brazo por los hombros a Jack—. Además nosotros tenemos que irnos ya.

—¿Iros?, ir a dónde, pero si es muy temprano ¿y el cobertizo? —espeté elevando cada vez más la voz.

Ethan hizo un ademán con la mano indicando a Sam que se pusiera de pie. El pequeño obedeció a la primera sonriente y se unió a sus hermanos mientras emprendían la marcha hacia su camioneta. Como no habían contestado a mi pregunta les seguí.

—Os he hecho una pregunta ¿Qué pasa con el cobertizo? No hagáis como que no me estáis escuchando.

Los chicos continuaban caminando por delante de mí, volvían de vez en cuando la cabeza en mi dirección completamente sonrientes, lo que conseguía sacarme de quicio de una manera sobrehumana.

—Tranquila —dijo Ethan antes de subirse a la Pick-Up—, le preguntaremos a mi padre sobre planos, él sabrá qué opción escoger para construir un cobertizo nuevo— miró hacia la casa de tía May y bajó la voz hasta convertirla en un susurro—. Respecto a lo de mañana, no digas nada. No queremos que tu tía se entere ¿verdad? —me guiñó un ojo y subió a la camioneta junto a sus hermanos.

Me quedé allí de pie, con los ojos echando chispas, viendo como arrancaban. Antes de que pusieran la primera marcha, golpeé la ventanilla con los nudillos. Ethan bajó el cristal del piloto sin perder la sonrisa. Sam asomó la cabeza desde el asiento de atrás jovialmente.

—Sigo sin saber por qué tenéis que marcharos ya —objeté— es algo temprano ¿no?

—Por hoy, no podemos hacer nada más aquí —contestó el mayor de los Tyler—. Mañana traeremos los planos y nos pondremos con el cobertizo. No te preocupes.

—Además —interrumpió Sam—, papá no nos deja estar en la montaña después de la puesta de sol.

Jack le soltó un codazo a Sam que hizo que se sentase de golpe de nuevo en el asiento de atrás.

—¿Qué has dicho? —pregunté.

—Nada —respondió Jack—, tonterías. Tenemos que irnos Lor. Nos vemos mañana temprano.

Casi no me dieron tiempo a apartarme de la Pick-Up, salieron haciendo girar las ruedas traseras y levantando una nube de polvo a su paso. Tuve que cubrirme los ojos con el brazo para no quedarme ciega. Malditos chicos.

Me alejé del camino con un humor de perros y fui hacia la casa. Mi tía estaba en el porche, sentada en la silla de mimbre con los ojos cerrados. Al oírme los abrió.

—¿Y los chicos?

—Se han ido —dije desplomándome en el sofá contiguo.

—Pareces disgustada ¿ha pasado algo?

—Hombres —respondí negando con la cabeza.

Mi tía soltó una risotada.

—Sí, eso lo explica todo, sin duda —cogió aire lentamente y lo soltó de igual forma, paladeando la calma de aquel instante—. Parece que vamos a disfrutar del resto de la tarde como Dios manda. Y después de un día tan ruidoso como el de hoy…

—¿Sí? —pregunté cuando vi que no terminaba la frase.

—¿Qué te parece si nos damos un homenaje? —dijo poniéndose en pie.

La observé intrigada.

—¿Cómo qué? —quise saber.

—Ven conmigo —pidió mientras entraba a la casa.

La seguí hasta la cocina y después a su habitación de preparados. Abrió un armario situado al fondo y me lo mostró. En el interior había una extraña construcción de botes y tubos de cristal como los que hay en un aula de química. Dentro de ellos un líquido transparente los recorría para caer finalmente en una botella con el cuello muy fino y el culo redondeado.

—Vaya —dije sorprendida — ¿Qué estas preparando? ¿Una solución para ayudar a alguna mujer a quedarse preñada?

—Mmmm podría ayudar, sí. Pero en realidad es solo ginebra.

—¿Qué? —espeté alucinada.

—Es una pequeña destilería cariño. Esto —dijo señalando la extraña botella del fondo— es un vaso de destilación. Claro que utilizo esto para más cosas, pero tras el ajetreo de hoy he pensado que cuando se marchasen los chicos podríamos compartir unos combinados. ¿Qué te parece?

Pensé un momento en lo que los hermanos Tyler me habían dicho sobre visitar un lugar especial en el que había estado mi hermano antes de desaparecer. Y sobre todo en que tendría que esperar al día siguiente para hacerlo. El mal humor volvió a invadirme. Y asentí enérgicamente.

—Sí —contesté—, me parece una idea estupenda.

—Maravilloso, entonces. No le digas a tu madre que te he dado de beber. No quiero que piense que soy una mala influencia. Pero tranquila, no te lo cargaré mucho, tesoro.

La verdad es que esperaba que lo cargase al máximo para quitarme de la cabeza a esos malditos chicos, pero no dije nada. Mi tía se puso manos a la obra, preparó dos copas con mucho hielo, cogió el vaso de destilación y echó un poco de su contenido a cada copa, después sacó dos tónicas y unas limas de la nevera y completó el combinado.

—Toma el tuyo —dijo tendiéndome la copa y cogiendo la otra para ella—. Y ahora, chin chin querida.

Alzamos nuestras copas y las golpeamos suavemente, después le dimos un pequeño trago. Estaba delicioso, y un pelín más cargado de lo que me había prometido.

—Vamos a sentarnos al salón ¿te parece?

La seguí nuevamente, pero cuando estaba a punto de entrar en el comedor me detuve. Todavía no había entrado allí ni una sola vez desde que había llegado. Mi tía se percató de ello y se puso junto a mí.

—Lo haremos juntas —dijo infundiéndome ánimos y entrelazando su brazo libre al mío.

Cogí aire y asentí. Tendría que hacerlo tarde o temprano ¿no?

Entramos en el salón despacio, y llegamos a los sofás que estaban delante de la chimenea, nos sentamos juntas muy pegadas y dejamos las copas sobre la pequeña mesita de roble que estaba a nuestra derecha.

—No ha sido tan malo, ¿no?

Miré a mí alrededor intentando refrenar los recuerdos.

—Cuando no podía dormir —comencé—, iba a buscar a Tom a su habitación y veníamos aquí. Me contaba cuentos y me hacía reír hasta que el sueño me vencía y me volvía a llevar a mi dormitorio. También tengo algunos recuerdos mucho más antiguos —me detuve, mi tía me miró y enarcó las cejas.

—¿Cómo cuáles?—preguntó.

Aparté los ojos de ella, aunque sabía que continuaba observándome. Alargué la mano hacia mi copa y tomé un sorbo. Nunca le había contado eso a tía May, ni a mamá. Solo a Tom. Y tal vez por eso, también me había resistido a entrar en el salón hasta aquel momento. Sin darme cuanta, no había sido el recuerdo de Tom lo que había frenado mi avance, o por lo menos no solo su recuerdo. Le había contado a mi hermano mis secretos en aquella sala. Y estar allí sin él era como tener aquellos recuerdos sin atar, descontrolados, campando a sus anchas, agazapados en un rincón, dispuestos a atacarme. Sabía que aquello era una tontería, pero así me sentía. Tía May continuaba mirándome sabedora de que estaba buscando las palabras para explicarle que recordaba exactamente.

—No sé si esos recuerdos son reales —musité despacio—. A veces, cuando los dos estábamos aquí, y sin previo aviso, me venían a la mente. Imágenes que ni yo recordaba de cuando éramos unos críos y aún vivíamos aquí. Después de recordar algo que había permanecido oculto en mi mente durante toda mi vida ya no se borraba. Entonces se lo contaba a Tom y él me decía si era real o no. Recuerdo que la primera vez que le conté algo que había recordado se enfureció.

Mi tía inclinó el cuerpo hacia mí y alargó la mano para ponerme un mechón de pelo rebelde tras la oreja.

—¿Puedo preguntar cuál fue tu recuerdo Lor?

Cogí aire, ya había comenzado. No había razón para que no se lo contase, pero sentía que así perdía algo que solo era de Tom y mío. Pero Tom ya no estaba.

—Recordé a papá —dije sin más.

Tía May asintió como si esperase esa respuesta. ¿Era tan obvio?

—Por eso se enfadó tu hermano ¿no es así?

Asentí.

—Me dijo que alguien como él no se merecía que yo lo recordara. No estaba enfadado conmigo, sino con él. De hecho en mi recuerdo ni siquiera soy capaz de verle la cara. Está…borrosa—. Aclaré.

—Ya veo —asintió—, y ¿qué ocurría en ese recuerdo?

—Nada malo, mamá estaba sentada donde estás tú, Tom estaba en el suelo, jugando con algo y él —dije refiriéndome a mi padre—, estaba de pie junto a la chimenea explicándole algo a mi madre. Sí que recuerdo la cara de mamá aquel día, lo miraba maravillada.

Mi tía no dijo nada, le dio un largo trago a su copa y yo hice otro tanto.

—¿Te ha contado tu madre porqué se marchó tu padre? —preguntó de repente.

Negué con la cabeza. Mamá nunca hablaba de papá. Todo lo que sabía de él eran cosas que me había contado Tom, siempre en tono despectivo. Pero que yo guardaba bajo llave en algún lugar del corazón. Él había tenido a papá en su vida tres años más que yo, y tenía muchos más recuerdos grabados a fuego. Pero siempre los había mantenido a raya. Decía que no necesitaba un padre que huía de su familia, y menos si esa familia éramos nosotros. Aquello siempre me molestó. En cierto modo estaba de acuerdo con Tom en algunas cosas, pero el veto que se había levantado alrededor de la figura de mi padre solo provocaba en mí más curiosidad.

—Tú sabes qué pasó —dije a mi tía, no era una pregunta sino más bien una certeza.

Mi tía me miró y asintió gravemente.

—No me corresponde a mí contártelo. ¿No crees?

Resoplé, claro que no. Pero no podía esperar respuestas de mamá. Y menos de Tom. Me levanté y recorrí la sala. Me puse cerca de la chimenea, mirando hacia la ventana del otro extremo.

—Tengo otro recuerdo —agregué—. No es tan doloroso como el primero, supongo que porque no es tan idílico. Discutían, aquí mismo. Mamá estaba alterada, yo estaba agazapada detrás del sofá junto a Tom. Papá empezó a gritar, no recuerdo que decían. Pero la cosa se caldeaba más, y hubo un momento en el que temí que papá pegase a mamá. Tom se puso en pie y salió de nuestro escondite pero no llegó a ponerse entre ellos porque en aquel momento entraste tú. Fuiste directa a mi padre y te plantaste frente a él. Le dijiste algo en un susurro y él se paró en seco. Dio media vuelta, cogió su chaqueta y se marchó.

—Recuerdo ese día —respondió mi tía—, fue la última vez que vimos a tu padre.

—Entonces ese recuerdo es real. Nunca se lo pregunté a Tom porque nunca se lo conté.

Fui de nuevo hacia el sofá, pero me senté en el suelo. Allí donde lo había hecho mi hermano tantos años antes.

—¿Qué le dijiste? Eso si puedes contármelo, ¿no?

Se hizo un silencio, después murmuró:

—Mi casa, mis normas.

Allí estaban. Las cuatro palabras más autoritarias de la familia Blake. Jamás cuestionadas. Jamás discutidas.

—Verás, Lor —comenzó tía May haciendo girar el contenido de la copa con un levísimo movimiento de muñeca—. No puedo contarte por qué se marchó tu padre. Pero lo que sí puedo decirte, es que jamás me metí en los asuntos amorosos de mi hermana. Salvo en aquella ocasión. Esta es la casa de mis padres, y antes lo fue de mis abuelos. Mi sitio está aquí. Y el de tu madre también. Ella decidió marcharse y yo respeté su decisión. Pero esta sigue siendo su casa. Y nadie, repito, nadie, puede dañarnos en nuestra casa.

Le di otro trago a mi copa. Y mi tía hizo otro tanto.

—Tía May.

—¿Mmm?

—Hay algo que quería preguntarte acerca de las normas. Más bien, sobre LA norma.

Mi tía me miró nuevamente con atención, esperando a que continuase.

—Creo que —empecé cautelosa— no somos las únicas personas que acatamos la orden de no estar en la montaña cuando se pone el sol.

Unas finas líneas surcaron su frente mientras fruncía el ceño y entrecerraba los ojos, pensativa.

—Verás —continué—, hoy he escuchado a los Tyler. Y parece que ellos también cumplen a rajatabla esa norma.

Mi tía asintió en silencio con la mirada perdida. Pero no dijo nada. Le di otro trago al combinado. Cuando ya creía que no se pronunciaría, se puso de pie y fue hacia la ventana. Se quedó allí, absorta en sus pensamientos durante unos segundos que me parecieron eternos.

—¿Alguna vez, después de marcharos de aquí, os contó vuestra madre la leyenda de la montaña? —preguntó por fin.

—No —negué con la cabeza—. Nunca le gustó hablar de eso, decía que todo era folclore popular y esas cosas.

Tía May negó con la cabeza y apretó la mandíbula.

—Qué difícil me pones las cosas, Sarah —susurró al reflejo del cristal.

—¿Qué ocurre, tía May? —pregunté.

—Creo que ha sido suficiente por hoy —dijo volviéndose hacia mí—. Mañana será un día duro.

—¿Te ha dicho mi madre que no me cuentes la leyenda?

Mi tía apuró su copa y golpeó suavemente el cristal con las uñas.

—No. Pero no te lo contaré hasta que no me dé permiso. No quiero que se vuelva loca.

Aquello me indignó. Tía May debió darse cuenta por la expresión de mi cara. Porque se echó a reír.

—No tiene gracia —dije haciendo un mohín—. Me siento como un bebé al que no se le cuenta nada.

—Para tu madre es así —susurró cariñosamente alzando mi barbilla con sus ajadas manos—. No es para tanto querida, además es algo temporal. Tu madre entrará en razón.

—Eso espero —murmuré.

Apuré mi copa también, y nos fuimos a dormir.

Mientras me metía en la cama recordé que había olvidado preguntarle a tía May por sus cuadros. Me dije a mí misma que intentaría preguntárselo en cuanto tuviese ocasión. Recé para que el sueño llegase pronto y con él la mañana. Estaba impaciente por saber dónde me llevarían los Tyler.

Alma

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