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Prólogo

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—¡Vamos Lor! ¿En serio quieres volver ya? Ahora empieza lo bueno… solo un ratito más por favor —suplicó mi amiga haciéndome una plegaria con las manos.

—No Bibi, de verdad. Tengo que irme a casa. No estoy tranquila y, tampoco me siento cómoda metiéndome en una discoteca rodeada de gente, con esa música reventándome los tímpanos. Ya te dije que no era buena idea salir, que para estas cosas no soy la mejor de las compañías. Ya me conoces.

Bibianne me miraba con la mueca de siempre, poniéndome morritos, arrugando la nariz y cruzándose de brazos como una niña pequeña, mientras caminaba a mi lado por la calle. Era tan mona y, vestía siempre tan elegante, que incluso haciendo un mohín estaba adorable y, ella lo sabía. Era el mejor ejemplo de que las apariencias engañan. Bibi estaba lejos de ser la snob que aparentaba, en realidad era tremendamente alocada y podía llegar a ser más ruda que un camionero de la ruta sesenta y seis.

Éramos amigas desde que dejamos mi pueblo natal, Alma, situado al norte de Texas y nos mudamos a Rhode Island. Mi madre decidió que necesitaba un cambio cuando mi padre nos abandonó, apenas recordaba nada de él. Bibi, vivía a dos manzanas de mi casa y además de ser una grandísima entrometida era especialista en hacerte olvidar las penas. Era espectacularmente hermosa, esbelta, rubia, tez bronceada, pómulos marcados, labios carnosos, ojos verdes… Una belleza. Yo por el contrario era morena, altura media, ojos marrones…del montón como diría Bibianne, aunque eso a mí no me lo hubiese dicho nunca.

—Está bien —concedió dejando de hacer pucheros—, volvemos. Pero la semana que viene saldremos hasta el amanecer.

—Sabes que eso no pasará nunca mientras yo viva— canturreé mientras levantaba la mano para parar un taxi que se aproximaba.

El vehículo se detuvo de inmediato a nuestro lado y nos apresuramos a entrar, eran casi las dos de la madrugada. Arrugué la nariz en cuanto me senté en el asiento trasero del coche. Olía a rancio y la piel del muslo se me pegaba desagradablemente al cuero del asiento. Tenía que haberme puesto unos legging y no el maldito short. Maldije para mis adentros. Bibi a mi lado no tenía ese problema, llevaba un pantalón largo de línea diplomática y una blusa rosa que realzaba su bronceado. Siempre igual, éramos el ying y el yang. Bibi le dio la dirección al taxista y se cruzó de piernas, me di cuenta de que no apoyaba la espalda en el respaldo del asiento.

Vaya, después de todo tienes un problema similar al mío. Sonreí en silencio y, me distraje viendo nuestro avance por la ventanilla. Quería llegar a casa ya, sentía que tenía una losa sobre los hombros desde lo de Tom.

—Lor —llamó Bibi tras cinco minutos en silencio.

—¿Mmm?

—Tienes que empezar a hacer tu vida ya. Han pasado tres años.

Volví la vista hacia ella. Me miraba preocupada.

—Ya hago mi vida, mírame —dije a la defensiva señalándome a mí misma—. Hoy he salido de fiesta. Me he tomado dos cervezas y, hasta he hablado con un chico.

—Mandar a tomar viento a un tío no es hablar, Lor —amonestó alzando una de sus perfectas cejas.

Cogí aire y traté de serenarme.

—Si me dices esto porque no tengo más ganas de salir y me quiero ir a casa, me parece fatal. ¿Es que no puedo estar cansada? Sabes de sobra que no me gusta salir de noche.

—Pero tenemos dieciocho años, Lor. Salir de noche, bailar y conocer gente debería ser nuestra única preocupación.

—Desde luego, la mía no —solté taciturna volviéndome de nuevo hacia la ventanilla.

—Lor —continuó—, estoy preocupada por ti, mírate. Te digo que salgamos a tomar algo y te presentas con esas pintas de chica de campo. La verdad, no me importa, estas guapa pongas lo que te pongas, incluso con esa camisa vieja y esos, esas, no sé cómo llamar a esas cosas que llevas en los pies —dijo a punto de perder la paciencia a causa de mis Panamá Jack y mi inapropiada indumentaria para salir—. El caso es que hace tres años, soñábamos con tener edad suficiente para beber, salir, etc.

—Aún no tenemos edad suficiente para beber —interrumpí sin mirarla—. De hecho es ilegal, lo que te convierte en una mala compañía para mí, Bibianne.

—Lo que digas no me afecta y lo sabes —respondió y volvió a la carga—. Ya no te ríes como lo hacías antes. No desde lo de Tom. A lo mejor…

Me volví ipso facto.

—No digas eso.

Bibi se mordió el labio inferior y bajó la vista.

—Lor, lo siento, pero deberías hacerte a la idea.

—No me haré a la idea mientras no tenga pruebas.

El taxi frenó y el hindú que lo conducía se giró en su asiento para cobrar la carrera. Bibianne sacó su monedero de Channel y pagó con tarjeta de crédito. Salí del coche dando un portazo y el taxista me gritó en su idioma algo que no sonaba muy bien.

—¡Pues tú más! —le grité en respuesta a pesar de que no sabía que significaban sus palabras.

Se alejó de nosotras aullando improperios en su lengua.

Bibianne se quedó mirando como el taxi se perdía de vista en el horizonte y sonrió de medio lado negando con la cabeza.

—¿Entonces qué piensas hacer? —preguntó.

—¿Qué quieres decir?

—Si lo que quieres son pruebas, tendrás que ir y buscarlas por ti misma. Desde luego quedarte aquí y dejar que el tiempo siga pasando no sirve de nada. Mírate, no eres ni la sombra de lo que fuiste.

Tenía razón. Cómo me molestaba que la tuviese. Pero desde hacía tres años no había vuelto a casa de tía May. Mamá me lo impidió todas las veces que se lo pedí. Cuando Tom desapareció, me obligó a quedarme en casa de Bibi durante casi un mes, mientras ella buscaba a mi hermano. No hubo suerte. Regresó a casa envejecida y cansada. Tía May continuó la búsqueda y, sabía que a día de hoy, seguía con ello sin resultado alguno. Parecía que a Tom se lo había tragado la tierra.

—Estoy cansada —fue mi respuesta, a pesar de que quería explotar allí mismo y decirle que algo en mi interior tiraba de mí hacia Alma, el hogar de mi infancia inexplicablemente. Pero que a la vez temía tanto a lo que pudiese encontrar que me acobardaba. Por no hablar de mi madre, que no quería ni oír hablar del tema. No quería que ni me acercase a casa de mi tía.

—Nos vemos mañana si quieres, Bibi. No me apetece hablar del tema —me despedí.

—Pero Lor…

—No, Bibi —corté—. Mañana.

Di media vuelta y la dejé allí. Ni siquiera esperé a que llamase a James, su mayordomo, para que viniese a recogerla. No le pasaría nada, era más peligrosa de lo que aparentaba.

Enseguida llegué al portal de casa, subí las escaleras a la carrera como de costumbre y llegué al rellano del segundo piso en un santiamén. Esa era una de mis virtudes. Era rápida y no me costaba nada hacer un poco de ejercicio. Saqué las llaves sin hacer ruido y las introduje en la cerradura. La puerta se abrió con un chasquido que me pareció ensordecedor en comparación con el silencio nocturno. No quería despertar a mi madre, que apenas dormía desde que sucedió todo. Entré en el oscuro recibidor de puntillas.

—¡No continúes por ahí! —la voz de mi madre me paralizó en mitad del pasillo. Sabía de sobra que había salido, incluso ella me había animado a hacerlo y, de hecho llegaba antes de lo previsto. ¿Por qué estaba enfadada?

—Pero si llego pronto, mamá —protesté.

Se hizo el silencio durante un instante.

—No te lo decía a ti, Lor —gritó mi madre desde su cuarto—. Estoy hablando por teléfono con tía May.

Claro. Eso lo explicaba todo. Terminé mi avance hasta el salón sin encender las luces. La habitación de mi madre se encontraba en un extremo del comedor, tenía la puerta entre abierta y se filtraba luz suficiente como para llegar al sofá sin tropezarme con nada. Me senté allí con la vista fija en un cuadro de la pared opuesta, lo pintó mi tía antes de que nos mudásemos, tenía plantas colgantes de colores violáceos, cielos verdosos y ríos negros, era hermoso y a la vez espeluznante, pero te acostumbrabas. Tom lo había bautizado como Caos.

—¡¿Cuantas veces tengo que decirte que no?! —siseaba mi madre al teléfono mientras recorría la habitación de arriba abajo—. No me vengas con esas, es mi hija y yo decido —hizo una pausa. Tía May estaría intentando convencerla para que me dejase visitarla. Mi tía era genial, pero me fue vetada cuando mi hermano se esfumó, porque cuando ocurrió estaba allí, en Alma, pasando unos días con ella—. No podría soportar la pérdida de mi hija también, ¿Es que no lo entiendes? Claro que no lo entiendes ¿Cómo ibas a hacerlo? Estoy cansada de esta conversación May. ¡Basta! —y colgó el teléfono sin despedirse.

Mi madre salió del dormitorio con su batín de verano. Parecía que había envejecido diez años de golpe. Unas finas líneas se dibujaban alrededor de sus ojos. Primero el abandono de su marido, luego la desaparición de su hijo. Estaba rota por dentro, aunque aparentaba ser fuerte para que no me viniese abajo. Ahora yo era todo lo que tenía, y sentía que jamás conseguiría devolverle la alegría de vivir.

—Llegas pronto, Lor —dijo sentándose en la otra punta del sofá para mirarme—. ¿Ha pasado algo?

—No, mamá. Simplemente no tengo ánimos —admití desinflándome en el sofá—. Sé que querías que me divirtiese. Pero no me apetece. Solo quiero quedarme aquí, en casa. He terminado mis estudios, es verano y quiero estar tranquila.

Mi madre asintió en silencio. Se levantó y fue a la cocina sin decir nada. No hacía falta. Ella sabía perfectamente lo que me ocurría. Porque estaba pasando por lo mismo que yo, o incluso peor, porque perder un hijo va contra natura. Me odié a mí misma por no ser capaz de hacer lo que hacia ella conmigo. Fingir. Fingir que estaba tranquila para que las cosas fuesen mejor. Mamá volvió con dos tazas de té humeantes y me tendió una.

—Quería hablar contigo sobre eso —dijo tomando asiento de nuevo.

—Mamá, por favor —me quejé—. No me digas que tengo que poner más de mi parte para divertirme, salir de fiesta y esas cosas. Tú no sales. Yo tampoco tengo ganas. No quiero hacer nada. Concédeme eso al menos durante un tiempo. Ni siquiera he pensado en la universidad porque no tengo la cabeza para eso.

Mi madre negó con la cabeza y suspiró mientras se frotaba el antebrazo. Allí, bajo la manga del fino batín, se encontraba una cicatriz pálida y alargada, casi invisible para quienes no la conocían, que se hizo cuando era niña trepando a un árbol cercano a la finca de tía May. Aguardé un momento mientras le daba un trago al té.

—Pues de eso quería hablarte. No te voy a decir que pienses en la universidad, aunque no estaría de más. Pero creo que estás atascada. Lo entiendo perfectamente. Verás, no sé cómo plantearte esto —hizo una pausa y se perdió en sus pensamientos durante un instante—. Tu tía insiste en que la visites, me he negado en rotundo, por supuesto, pero…

—¿Pero? —la interrumpí. Antes no había peros, solo “y punto”. Era un avance, y un clavo ardiendo donde agarrarme—. ¿Pero qué? Continua, mamá —supliqué.

—¿Lo ves? —su mirada se tornó oscura de repente—. No he dicho nada y con tan solo la mínima mención de una oportunidad de marcharte resurge ese ímpetu. ¿Tantas ganas tienes de abandonarme?

Me desinflé, ya estábamos otra vez. Era una pésima hija por querer volver a Alma, mi madre se lo tomaba como un abandono. Como si la fuese a abandonar.

—Sabes que no mamá. No quiero dejarte. Pero quiero buscarlo. No me has dejado intentarlo.

—¿Crees que yo pasé cosas por alto? —recriminó.

—No, mamá. Ya te lo he dicho muchas veces. Lo has hecho genial. Pero hay algo dentro de mí que necesita intentarlo.

—Ya estás hablando como tu tía —se molestó.

Mamá y tía May eran hermanas y se habían llevado siempre bien, mejor que bien. Hasta hacía tres años. Cuando todo ocurrió mamá se distanció de su hermana emocionalmente y, aunque decía que no, la culpaba de lo ocurrido. Tom era mayor de edad, como lo era yo ahora. Por lo tanto tomaba sus propias decisiones, pero se saltó la regla de oro y, de eso sí que culpaba a tía May. Decía que ella era responsable, que debía haberlo vigilado. ¿Pero cómo?

Me quedé allí sentada sin decirle nada. Cansada de tener siempre la misma conversación. Mi madre temía que yo fuese como mi tía. Pero desde luego yo estaba lejos de parecerme a ella. En mi familia gozábamos de ciertos Dones. Teníamos incluso una vieja leyenda familiar. Lo único verídico de todo ello era que nacíamos con velo. El resto, obviando a tía May, eran historias y cuentos que se habían extendido por Alma y que ya formaban parte del folclore popular. Tía May era curandera y en el pueblo todo el mundo la respetaba y temía de igual modo. Algunos aseguraban que era una bruja, pero nadie tenía valor suficiente como para decírselo a la cara. Yo la idolatraba. Mi tía era sensacional, vivaz, divertida, aventurera... Nunca se había casado y nosotros éramos lo más parecido a unos hijos que tenía. Mi madre gozaba de corazonadas, era extremadamente intuitiva y, casi siempre, tenía razón. Aunque últimamente apenas hacia alusiones a su “Don”. Antes siempre nos preguntaba a mi hermano y a mí si sentíamos algo. Nosotros negábamos notar o sentir nada, a pesar de que ansiábamos tener algún tipo de poder, por pequeño que fuese. Con el tiempo los dos nos resignamos a ser normales.

—Adelante entonces —soltó de repente, devolviéndome al presente.

Me quedé sin aire en los pulmones.

—¿Qué? —apenas podía articular palabra. No podía creer lo que acababa de oír. Había querido volver a Alma desde que Tom desapareció y, hasta hacia unos segundos mi madre seguía negándose—. No entiendo nada.

—No eres feliz —dijo mamá—, y tengo…

—¿El qué? ¿Qué tienes, una corazonada?—la interrumpí antes de que terminase—. Me prohibiste que fuese a visitar a tía May porque tu intuición te decía que no era bueno. ¿Me estás diciendo que eso ha cambiado? ¿Por qué?

—No es así como funciona, ya lo sabes, solo tengo sensaciones. No es fácil interpretarlas. Pero algo me dice que tienes que estar allí. Además, mi hermana necesita ayuda, despidió a todos los trabajadores de la finca cuando ocurrió lo de Tom y, ahora está todo muy dejado. Necesita ayuda para rehabilitar el lugar y, a ti eso te gusta y se te da bien. Además, así estarás allí y, puede que encuentres algo. Aunque sabe Dios que no me satisface la idea.

—¿Eso te dice tu intuición? ¿Que ahora encontraré algo?

—Puede que te encuentres a ti misma, hija. Andas perdida, pareces un fantasma.

Aquello me enfureció. ¿Que parecía un fantasma? ¿Y acaso ella no? Me negó volver a mi lugar de nacimiento a causa de todo aquello y, ahora prácticamente me daba carta blanca, cuando le estaba diciendo a su propia hermana apenas cinco minutos antes que no me dejaba volver.

—Muy bien, pues me iré mañana mismo —solté de golpe.

No pensaba dejar escapar la oportunidad. Aunque eso le doliese. No iba a desaparecer. Eso lo tenía claro.

Mi madre sonrió cansada sin levantar la vista de su taza de té.

—Como quieras, por la mañana llamaré a tu tía para avisarla. Estará encantada. No voy a despedirme de ti, porque no lo soportaría.

—Mamá, yo no voy a desaparecer —enfaticé en él “yo no”.

—Entonces sigue sin ser necesaria esa despedida. Mañana trabajaré todo el día, tengo una reunión importante.

Claro, cualquier cosa se había vuelto importante de repente, más aun si así podía saltarse el mal trago de decirme adiós. Mamá dirigía una afamada galería de arte en Brooklyn, y aunque dijese que no, tenía el poder de “aplazar” dichas reuniones. Pero para esta ocasión no le interesaba.

—Solo te pido una cosa Lor.

—Dime, mamá.

—No rompas la norma.

Y así sin más, se levantó del sofá, tomó mi taza de té, me besó en la frente, dejó las tazas en el fregadero de la cocina y se retiró a su dormitorio.

Me fui directa a mi habitación y me tiré en la cama, cogí mi portátil y reservé un vuelo para las tres de la tarde del día siguiente. Me quedé allí despierta dándole vueltas a la cabeza. Hacía tres años que no veía a tía May, hablaba con ella cada semana cuando llamaba a mamá y, antes de enfrascarse en su discusión interminable sobre dejarme o no ir, charlábamos un rato.

Los recuerdos se agolparon nuevamente en mi cabeza. Tom estaba en todos ellos. Los mejores veranos de mi vida los había compartido con mi hermano en aquella casa familiar. Habíamos corrido juntos por el bosque contiguo jugando al pilla pilla, me había rascado con las ramas que me golpeaban por todas partes cuando corría a su lado simplemente por el mero placer de correr, nos habíamos bañado en el lago, me había enseñado a tirarme de cabeza, tía May nos enseñó a montar a caballo, y por las tardes salíamos de excursión al galope. Ahora tenía que volver a aquella casa, pero esta vez, Tom no estaría allí conmigo para disfrutar de sus maravillas. Las lágrimas empezaron a cubrir mis ojos, no quería parpadear, no quería dejarlas caer. Ya había llorado suficiente. Mi hermano no soportaba verme así, se lo debía. Pero Tom ya no estaba, me había abandonado. [La policía, al no encontrar rastro alguno dijeron que tal vez había descubierto el paradero de mi padre y se había marchado con él.] Yo sabía que eso no era verdad, Tom jamás se marcharía sin decirnos nada. Le había pasado algo y, no sabíamos el qué. Esa incertidumbre nos estaba consumiendo a todas. Las lágrimas se deslizaron sigilosas y traidoras por mis mejillas. Me odié a mí misma. Y así, con la angustia de la pérdida, me quedé dormida.

Mi teléfono me despertó a causa de la vibración, sobre la mesita de noche, a eso de las once de la mañana. Abrí los ojos malhumorada, para ver quien llamaba. Leí el nombre de Bibi en la pantalla. Era incansable.

—¿Qué pasa? —dije al descolgar sin moverme de la cama. Me había quedado dormida llorando y con la ropa puesta.

—¿Todavía durmiendo? —se mofó —. Eres peor que una anciana. Prepárate porque esta tarde saldremos por el centro. Necesito ropa nueva.

—¿Tú? ¿Ropa nueva? —bufé—. No me lo creo, pero no importa porque no puedo ir contigo.

—¿Ah, no? ¿Se puede saber que tienes que hacer, que sea más importante que acompañar a tu mejor amiga? ¿Y si me atracan?

No pude evitar reírme. Pobres atracadores…pensé.

—He de hacer las maletas, esta tarde viajo a Alma. Pasaré el verano con mi tía. De hecho tendría que ponerme manos a la obra ya —me incorporé en la cama y me desperecé a la espera de que Bibi me dijese qué opinaba, pero se mantenía en silencio. Aparté el teléfono de mi oreja para verificar que no se hubiese cortado la llamada. No, seguía en línea—. ¿Bibi? —pregunté.

—Esto me lo tienes que contar en persona —respondió al fin—. Voy para tu casa.

Y se cortó la llamada. Estupendo, ahora tendría que hacer las maletas con Bibi revoloteando a mi alrededor y bombardeándome a preguntas. Pero claro, no podía ocultarle que me marchaba. Dejé el teléfono de vuelta en la mesita, y fui al lavabo. Lo primero que vi, fue mi horrendo reflejo en el espejo. Tenía la cara hinchada por haber llorado. Parecía que me había atropellado un tren, la blusa que llevaba estaba totalmente arrugada de haber dormido con ella, por no hablar de lo enmarañada que tenía la melena, debería cortármela. Ya me llegaba por la cintura y la tenía totalmente descuidada, pero no podía hacerlo. Era parte de mi identidad. Así que me puse manos a la obra. Lavé mi cara con agua fría para intentar bajar la hinchazón, me lavé los dientes, me cepillé el pelo con los dedos a toda prisa y usé un pasador olvidado en un cajón para sujetarlo en un improvisado moño. Corrí a mi dormitorio quitándome la blusa por el pasillo, encontré una camisa a cuadros tipo leñador, me la puse a la carrera y sustituí mis shorts por un tejano. Aún no había terminado de vestirme cuando sonó el timbre. Bibi, qué rápida, maldita sea.

Abrí la puerta mientras me abrochaba los pantalones.

—Qué femenina —se mofó mi amiga, tras evaluar mis pintas.

Puse los ojos en blanco. Nunca estaba conforme con mi indumentaria.

—Me voy de viaje, tengo que ir cómoda —argumenté.

—Podrías ir cómoda y con clase —puntualizó mientras me seguía a mi habitación.

—No te preocupes, ahora sacaré mi maleta Hermès y todo arreglado —bromeé mientras empezaba a abrir cajones como una loca y a sacar ropa sin ningún tipo de orden ni miramiento—. Que rápido has llegado —. Observé.

—Vivo a dos manzanas —dijo mientras se sentaba en mi cama. Como si eso lo aclarara todo—. Bueno, cuéntame qué ha pasado. ¿Es que quieres irte a escondidas de tu madre? Te dije que te fueses, pero creo que deberías hablar con ella y hacerle entender que te hace falta.

Que manía con lo que me hace falta. ¿Se estaba poniendo de acuerdo todo el mundo con aquello?

—No me voy a escondidas —aclaré—, mi madre estaba despierta anoche cuando llegué a casa y, bueno parece que ha entrado en razón. Cuando llegué estaba discutiendo con mi tía. La misma conversación de siempre, pero algo ha cambiado y no quiero perder tiempo por si cambia de opinión. Estoy aterrada.

—¿Aterrada? —se sorprendió—. Pero si llevas queriendo volver desde hace tres años.

Dejé de lado unos calcetines al ver que las manos empezaban a temblarme y fui a sentarme en la cama junto a Bibi. Miré a mi amiga a los ojos, ella era un puerto seguro, podía contarle lo que me pasaba sin sentir que la hería.

—Tengo miedo, Bibi —admití. A mi madre no podía decirle eso. Porque la preocupación por mi bienestar psicológico podría ser, a mi modo de ver, la gota que colmase el vaso—. Cuando pasó lo de Tom, yo tenía quince años. Era una niña y, creí que si iba en su busca lo encontraría. Pero he madurado. Sé que si la policía, mi madre y tía May no lo han encontrado es por algo. Me había resignado a no volver y eso también me ayudaba porque así no tenía que enfrentarme a la desilusión de no encontrar nada. Pero a pesar de todo eso, a pesar de que he crecido, anoche, recordando viejos momentos junto a mi hermano esa pequeña chispa de esperanza de encontrar algo, por pequeño que sea, volvió a arder.

Bibi guardó silencio unos instantes y luego me tomó de la mano.

—Lor —empezó con voz suave— entiendo lo que quieres decir. Y créeme, espero que encuentres una pista del paradero de Tom, porque sinceramente, si alguien puede encontrar algo esa eres tú. Pero si en el peor de los casos, no encontrases nada, tendrás que ser valiente y cerrar ese capítulo de tu vida. Tu hermano lo habría querido así. Sé que no es lo que quieres oír, pero es la verdad.

Asentí en silencio. Ya lo había pensado. Bibi tenía razón. Pero ella no conocía las corazonadas de mamá. Aunque no se lo dije, ese había sido el detonante de mi pequeña chispa de esperanza.

—Bueno —dije volviendo al presente—, será mejor que me dé prisa, mi vuelo sale en apenas tres horas y como mínimo tengo que llegar dos horas antes al aeropuerto.

—No te preocupes por eso. James y yo te llevaremos. Haz rápido las maletas y vamos.

Alma

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