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Un camino ajetreado

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Abrí los ojos lentamente algo desorientada, tardé dos segundos en recordar que estaba en casa de tía May. Aún era temprano, pues la luz que se filtraba por la ventana todavía tenía los matices grises de la mañana. El primer pensamiento de mi cabeza fue para los Tyler, habían dicho que me llevarían a un lugar que Tom estaba preparando para mi llegada. Me fui a dormir pensando en eso, y tal vez mi cuerpo se negó a seguir durmiendo ante la expectativa de lo que iba a encontrar. Suspiré, alargué el brazo para coger mi móvil y miré la hora en la pantalla, las siete y cuarto de la mañana. No me dijeron a qué hora vendrían a recogerme, pero intuía que aún faltaba un rato. Mientras estiraba el cuello de mi camiseta hasta ponérmelo en la nariz para inhalar el olor de mi hermano (como venía haciendo inconscientemente desde que tuve en mi poder dicha prenda), desbloqueé el teléfono. No me sorprendió ver la bandeja de entrada colapsada por los mensajes de mi amiga.

*¿Qué tal ha ido el día?

Me había enviado el mensaje el día anterior a las nueve de la noche. No lo había visto. Había estado demasiado absorta hablando con tía May en el salón. Sus mensajes se remontaban hasta la una de la madrugada.

*No puedo creerme que pases de mi otra vez.

*¿Lor? Hablo en serio.

*Dime que no estás dormida, y que por lo menos te estás enrollando con uno de esos tíos buenos.

*Recuerda que tienes que contármelo TODO.

*Valeeeee han pasado dos horas y no me has dicho nada. Eso significa que no te has enrollado con nadie.

*Entonces ¿has descubierto algo?

*Es tarde, me voy a dormir, ojalá este último mensaje te despierte. Si es que estás dormida. Solo por el placer de molestarte, en venganza de tu ignorancia hacia mi persona. Te odio. J

Sonreí al ver el último mensaje. Y apreté la opción de respuesta.

*Querida Bibi —comencé—. Siento decirte que mi silencio se debió al maravilloso gin-tonic que me preparó mi tía. Lo cierto es que no se con cuál de los tres Tyler enrollarme, ya que el que me cae mejor hasta ahora, tiene doce años. Pero he de adelantarte que seguramente hoy descubra algo, porque los tres chicos han prometido recogerme temprano para llevarme a un sitio especial. Lugar en el que estuvo mi hermano antes de desaparecer.

El teléfono no me dejaba escribir más caracteres, así que redacté un mensaje para despedirme como era debido.

*Espero que mis mensajes te despierten y te arruinen las últimas horas de sueño de la mañana y la tranquilidad del día. Porque no me voy a llevar el teléfono y tendrás que esperar hasta la noche para saber qué tal ha ido mi aventura. Tu amiga que te quiere Lor. J

Apagué el móvil y lo puse a cargar, ya que la noche anterior no lo hice y su muerte era inminente. Me desperecé y salí de la cama. Seguramente mi tía aún dormía. No quería hacer ruido y despertarla, porque no sabía qué excusa le iba a dar para irme con los chicos, cuando debíamos quedarnos todos trabajando en la finca. Así que me vestí con todo el sigilo que pude. Escogí un short, una camiseta vieja y mis maravillosas Panamá Jack. Recogí mi amasijo de pelo negro en una cola de caballo y salí de mi dormitorio de puntillas. Me detuve delante del estudio de mi tía y me mordí el labio. Sentía que algo tiraba de mí cada vez que pasaba por delante de aquella puerta, aunque la noche anterior había ignorado ese magnetismo gracias a los milagros del combinado, menos mal que no estaba cargado, pensé. Evalué mi situación. Bueno, tenía tiempo de sobra. Echaría otro vistazo. Cogí el pomo y entré.

Por lo que vi, tía May no había entrado en la estancia. Todo estaba igual que dos días antes. Miré el caballete de mi derecha. No lo destapé, porque ya sabía lo que ocultaba la sábana que lo cubría. Caminé en círculo pensando en cual destapar. Me decanté por uno de los más alejados. ¿Por qué sentía tanta curiosidad por aquellos cuadros? Alargué el brazo al llegar junto a la pintura elegida y tiré de la sábana. Realmente lo que vi me agradó más que el último óleo que había visto. Parecía otro cuadro de arte abstracto como el de casa. De colores celestes y montañas lejanas, suaves trazos dándole al aire la sensación de poder ser atrapado entre los dedos. Me alejé un paso de la pintura para observarla con mayor perspectiva. Los colores eran fríos, y no tenía claro si era un paisaje terrestre o acuático, tal vez las dos cosas. Lo que tenía claro es que parecía estar inspirado en el mismo sueño caótico que creó el cuadro del salón de Rhode Island.

Hay algo más aquí, pensé, pero, ¿qué? Fui al cuadro que tenía inmediatamente al lado y tiré de la sabana. Esto era distinto. La pintura mostraba un gigantesco árbol con ramas retorcidas extendiéndose en todas las direcciones posibles, completamente cubierto por una fina película de musgo. De lo que había visto hasta el momento era el cuadro que más me agradaba. El árbol parecía mágico, Donde viviría campanilla con Peter Pan y los niños perdidos. Cogí el cuadro y lo acerqué al primero que había destapado. Volví a retirarme y observé atentamente las dos pinturas. A simple vista eran muy distintas. Sin embargo había algo en aquellos dos cuadros que parecían guardar relación. Giré la cabeza hacia la izquierda, luego a la derecha, me alejé un poco más. Parecía que el segundo cuadro no estaba terminado, pero claro, el arte es arte. Tal vez tía May lo dejó así adrede, aunque no era su estilo. Al árbol le faltaban matices, un fondo y algo más, pero no sabía qué podía ser. La definición del paisaje era dubitativa a falta de una palabra mejor. Había una mancha en una de las cimas de las montañas. ¿Tal vez un mal trazo?

Escuché el chirriar de unas ruedas fuera de la casa. Maldición. Corrí hacia la ventana y me asomé. La Pick-Up de los chicos estaba en la puerta de la finca, habían levantado humo a su paso por el camino. ¡Pero qué diablos! ¿Qué pensaban decirle a mi tía? Podían habérmelo dicho antes por lo menos. ¿Y si la habían despertado? ¿Qué se suponía que tenía que decirle?

Vi a Sam saltar del asiento trasero y correr hacia la casa, me había visto asomada en la ventana y se dirigía hacia mí. Le hice señas con los brazos para que no chillase. Asintió mientras corría y agitó un brazo para hacerme entender que no me preocupase por eso.

—¿Qué haces ahí quieta? —susurró al llegar bajo la ventana jadeante.

Puse los ojos en blanco. ¿De verdad eso estaba pasando?

—¿Qué se supone que quieres que haga? —respondí lo más bajito posible—. No me dijisteis a qué hora vendríais ni qué decirle a tía May.

El pequeño pestañeó un par de veces confuso y se giró para mirar a sus hermanos que desde la Pick-Up, hacían señas para que nos fuésemos.

—No lo sé —dijo volviendo la cabeza de nuevo hacia mí—. No me han dicho nada. Solo que te avisase sin hacer ruido.

—Estupendo —mascullé.

—¿Qué dices? —preguntó confuso.

—Nada, olvídalo. Ve con tus hermanos y diles que enseguida voy, le dejaré una nota a mi tía para que no se preocupe.

—Claro. Es una idea estupenda —casi no terminó la frase, pues salió disparado como una bala hacia el coche.

Cerré la ventana y me apresuré a colocar los cuadros en su sitio y a cubrirlos de nuevo. Salí del dormitorio y bajé las escaleras pegada al lateral derecho para evitar que las maderas crujiesen. Entré en la cocina y busqué en los cajones un trozo de papel y un bolígrafo. No tardé en encontrarlos, me senté un momento en la mesa y escribí a toda prisa lo primero que se me ocurrió.

Buenos días tía May, me he marchado con los Tyler al pueblo, no se deciden por el tipo de construcción para el cobertizo y quieren consultarlo c onmigo.

Para que fuera más creíble, añadí.

No tengo mucha idea de cómo va eso, pero si veo que no soy capaz de decidirme te l lamaré.

Un bes o: Lor.

Leí la nota un par de veces y no me pareció una locura. Así que cogí una fina rebeca del colgador de la puerta y salí a la fresca mañana. En cuanto estuve lo bastante lejos de la casa salí corriendo hacia la entrada. La Pick-Up negra seguía allí con las ventanillas bajadas y los chicos aguardando dentro. Al llegar a ellos, tres sonrisas deslumbrantes me recibieron.

—Buenos días, Lor —saludó Jack desde el asiento del copiloto—. Creíamos que tendríamos que despertarte. Menos mal que eres lista.

—Ya —respondí—. Lo cierto es que no me creo una lumbrera pero tal vez habría ayudado que me dijeseis a qué hora vendríais. Que estuviese despierta se ha debido a la expectativa, más que a mi astucia, pero gracias.

El chico asintió sin perder la sonrisa.

—Así me gusta, viendo el lado positivo de las cosas.

El pequeño Sam rió desde el asiento de atrás.

—Bueno, venga, sube —invitó Ethan.

Me fui directamente hacia el asiento trasero, pero antes de que cogiese el mango de la puerta Jack se bajó de su asiento y me lo cedió.

—Señorita —dijo mientras me sujetaba la puerta para que entrase.

—Gracias —respondí subiendo a la Pick-Up.

—Oh, no me las des, Ethan me mataría si te dejase ir atrás, después de haberse pasado la noche limpiando el coche para que estuviese reluciente.

—¿Se puede saber por qué eres tan bocazas, maldito idiota? —increpó Ethan mirando a Jack por el retrovisor con un elevado rubor en la cara.

Estupendo, se supone que soy una especie de conquista, genial.

Ignoré aquello como pude mientras nos poníamos en marcha.

—Quiero que sepáis —empecé intentando crear un ambiente más distendido entre los chicos—, que nuestra coartada es que me enseñéis varios planos de cobertizos para que escoja el que mejor se adapte a la finca. Así que tendréis que explicarme algo para que yo se lo comunique a mi tía. ¿De acuerdo?

—Mmm —musitó Ethan mientras tomaba una curva algo pasado de velocidad— no está mal. Yo no me preocuparía mucho por eso, es bastante simple.

—Mucho mejor —asentí—. Entonces, ¿me decís dónde vamos?

Sam saltó desde la parte de atrás para ponerse de rodillas entre los asientos del conductor y el copiloto.

—¡Es una pasada, te va a encantar! Resulta que ayer…

Una vez más, el pequeño no pudo terminar lo que quería decir, pues Jack le tapó la boca y lo obligó a sentarse de nuevo.

—Eres un bocazas —le reprochó mientras le abrochaba el cinturón de seguridad—.

Cállate, es mejor así. ¿Es que no lo ves? Te cargarás la sorpresa.

—Pero yo…

—Pero tú nada. Calladito, mocoso.

Nos pusimos rumbo a Alma, la Pick-Up avanzaba a toda prisa por la estrecha carretera que bordeaba la montaña.

Después de la pequeña reprimenda de Jack a Sam, permanecimos en silencio. Estaba claro que los chicos no soltarían prenda hasta que llegásemos al misterioso lugar. Bueno, había esperado tres años, podía esperar un rato más. No obstante, la intriga de lo que me esperaba hacía que mi corazón latiese con fuerza. Sentía que me acercaba a Tom, y la idea de encontrar una pista, por pequeña que fuese, hacía que mi esperanza fuese en aumento.

—Agárrate fuerte ahora —dijo Ethan captando mi atención.

No tuve tiempo de preguntar, sin tan siquiera frenar un poco pegó un volantazo a la derecha que me catapultó hacia su persona.

—Te he dicho que te agarrases —repitió riéndose mientras me ayudaba con su enorme brazo a volver a mi asiento.

La furgoneta avanzaba rebotando contra el suelo del bosque. Pues habíamos abandonado la carretera y estábamos cruzando campo a través. Los árboles pasaban fugazmente pegados a las puertas del vehículo.

—¡¿Te has vuelto loco?! —grité con los ojos como platos al ser consciente de la situación.

—Tranquila —respondió Jack desde el asiento trasero—, es un atajo. Ethan sabe lo que se hace, casi siempre.

Me volví para mirarle incrédula, el mediano de los Tyler, se asía al agarradero de la parte superior de la ventanilla con pasmosa tranquilidad. A su lado, Sam reía a carcajadas, dejando claro con eso que a él la situación le divertía.

Miré de nuevo hacia delante y apreté los dientes, advertí por el rabillo del ojo que Ethan me miraba de soslayo.

—No te preocupes —dijo—, no es la primera vez que pasamos por aquí. Además, estamos a punto de llegar.

No respondí. ¿Para qué? Aquellos chicos estaban locos. Tragué saliva e intenté no ponerme más nerviosa de lo que estaba. En parte porque no quería convertirme en el centro de sus pullas cuando aquello terminase.

Ethan había dicho la verdad, en pocos minutos (aunque a mí me pareció un larguísimo rato) aminoró la marcha y salimos a un camino de tierra. Lo recorrimos durante unos escasos cinco minutos, pero finalmente tras una curva, el camino finalizaba abruptamente. Ethan aparcó la Pick-Up bajo un gran pino.

—Desde aquí vamos a pie —informó saltando fuera del coche.

Bueno, lo prefería, aunque no dije nada por supuesto. Bajé del coche a la par que Jack y Sam. Seguíamos en el bosque, pero no sabía exactamente en qué parte de la montaña nos hallábamos.

—¿Dónde estamos? —quise saber.

—Tranquila —contestó Jack sin volverse para mirarme—. Esta aquí al lado.

—Sí, pero seguimos en la delimitación de Alma ¿verdad?

Al verme allí en medio de la nada, con tres desconocidos (dos que podían ser potencialmente peligrosos para mí) hizo que me plantease si me había precipitado al marcharme de casa de tía May sin decirle la verdad. ¿Y si en realidad no querían enseñarme nada? ¿Y si solo querían sacarme de casa?

—Lor —dijo Sam cogiéndome de la mano— ¿Te encuentras bien? Estás temblando.

Al ver al benjamín del grupo observarme con sus pequeños ojos preocupados, me di cuenta de que no, no me harían daño. Aquellos chicos apreciaban de verdad a Tom. No lo habían dicho, pero era algo que se palpaba con tan solo estar cerca de ellos.

—No —respondí suspirando—. Son los nervios.

El pequeño sonrió, ya más tranquilo, y tiró de mi brazo para que siguiésemos a sus hermanos, que habían empezado a avanzar entre los árboles. Allí la maleza estaba crecida y dificultaba el avance un poco. Ethan iba en cabeza, Jack le seguía de cerca y Sam y yo íbamos detrás. No dejaba de mirar hacia el suelo para evitar caerme, las raíces de los árboles recorrían la tierra como venas extendiéndose en todas las direcciones.

—Ya hemos llegado —informó Ethan deteniendo su marcha.

Alcé la vista presa de la ansiedad, desde allí se veía el lago Spirit. Estábamos en el lado opuesto al que solía frecuentar, pero nada más. Allí solo había árboles.

—No… no lo entiendo —solté sin más—. Todo es muy bonito pero no sé qué tiene de importante.

Jack se acercó a nosotros y compartió una mirada con Sam. El chico se echó a reír y presionó mi mano.

—Mira, es ahí —señaló con el brazo extendido a un punto alejado por encima de nuestras cabezas.

Alcé la vista siguiendo la dirección que marcaba. Entonces lo vi.

Entre el follaje de las copas de los árboles se encontraba, perfectamente camuflada una casa en el árbol realmente espectacular.

—Oh —fue cuanto pude decir, maravillada ante aquella imagen idílica.

La casa era circular, estaba construida alrededor de un gigantesco tronco suspendida a quince metros de altura. Unos maderos clavados a lo largo del árbol hacían las veces de escalera para subir y acceder a la casa por una abertura situada en la base de la plataforma. Observé aun atónita desde mi posición que la preciosa casita contaba con una balconera que la rodeaba por completo. También vi unas ventanas, e incluso unas cortinillas blancas.

—Es una antigua construcción —explicó Ethan acercándose también a nosotros—. Tu hermano la encontró pero se caía a pedazos. Por aquel entonces ya nos había hablado de ti, y aseguraba que te encantaría. Así que se puso a repararla para darte una sorpresa. Por supuesto nos prestamos a echarle una mano. Este fue el resultado —calló un momento y su mirada se tornó oscura—. Ayer volvimos aquí por primera vez desde que desapareció, para colgar las cortinas. Las cosió él.

Sentí deslizarse por mis mejillas dos lágrimas sigilosas. No dije nada, me quedé allí de pie con el rostro alzado absorbiendo cada detalle de la preciosa casita del árbol. Mi hermano la había arreglado para mí. Él quería sorprenderme, y aunque ya no estaba allí lo había conseguido.

—¿No te gusta? —preguntó Sam tras ver mis lágrimas.

Le miré a los ojos y sonreí de todo corazón.

—No, Sam, no me gusta. Me encanta, tenías razón. Estas lágrimas son de alegría, no de tristeza. Bueno, tal vez si estoy un poco triste pero es porque Tom no está aquí.

—Lor —intervino Ethan—, será mejor que subas, es mucho mejor desde arriba.

Asentí, estaba segura de que tenía razón. Empecé a caminar hacia el tronco del árbol. Sentía mis pies pesados pero no me detuve. Los chicos me siguieron hasta que llegamos a la base del árbol.

—Te daremos unos minutos de intimidad —concedió Jack.

Coincidí en eso. Tomé aire y me encaramé al primer tablón para empezar a subir. El ascenso era bastante largo, sentí un poco de angustia, si resbalaba y caía el golpe podía ser… ¡para, Lor!, me dije a mí misma. Nunca te han dado miedo las alturas ¿a qué viene esto? Puse el pie en el primer peldaño y me aseguré de que estaba bien asentado. Así era, por el rabillo del ojo vi como Jack y Ethan asentían con suficiencia. Claro, se habían asegurado que fuese totalmente seguro, como habría hecho Tom.

Empecé a subir cuidadosamente pero con la mayor ligereza posible, cuando empecé a sentir cansancio, alcé la vista para ver cuánto me quedaba, estaba por la mitad del tronco más o menos, la visión de la casa sobre mi cabeza volvió a maravillarme. Desde donde me encontraba, daba la sensación de que se mantenía suspendida en el aire, flotando sobre mi cabeza. Aquello me dio fuerzas para no detenerme, seguí subiendo con la mirada fija en el agujero por donde tendría que entrar. Poco a poco la trampilla se hacía más grande y casi sin darme cuenta había llegado. Coloqué las manos a ambos lados de la apertura y terminé de auparme. En cuanto mis piernas estuvieron en suelo firme y pude ponerme en pie me embargó una sensación de angustia que me resultaba vagamente familiar y a la vez desconocida. La ignoré.

Vi la puerta de entrada a la casa, no obstante no entré. Primero quería recorrer toda la circunferencia de la maravillosa balconera que la rodeaba. El lago se veía espectacularmente hermoso desde allí arriba. Y el bosque estaba lleno de hojas que se mecían apaciblemente. Sopló el viento y me acarició las mejillas, fue agradable después del ascenso. Cerré los ojos y alcé los brazos para absorber la sensación de libertad de aquel momento. Recordé a Tom y me lo imaginé allí de pie admirando el paisaje.

—Te echo de menos —susurré.

Abrí los ojos y terminé de dar la vuelta a la casa, con la mano derecha acariciando la barandilla mientras avanzaba. Bajo mis dedos sentía la aspereza de la madera y era capaz de distinguir qué trozos de tablones habían sido sustituidos por unos nuevos a pesar de que los habían pulido. Y llegué de nuevo a la entrada. Me quedé boquiabierta. Pues vi algo en lo que no había reparado al subir. ¿Cómo no lo había visto? En la puerta había clavado un letrero de madera tallado a mano Donde rezaba. “bienvenido a villa Lortom” sonreí y acaricié con los dedos las letras del cartel.

—Qué teatral, Tom. En tu línea, como no.

Cogí el pomo de la puerta y entré. Lo primero que vi fueron dos camas situadas al final de la estancia, pegadas a la pared, cabecero contra cabecero. Cada una de ellas era curva por un lado para que se ensamblase perfectamente con la pared circular de la casita. Justo encima de las camas dos enormes ventanas de las cuales colgaban las cortinillas que ya había visto. Resultaron estar echas de tela mosquitera. Mi hermano siempre había sido muy práctico.

En el centro había una mesita redonda también de madera totalmente vacía. Y pegados a la pared un par de muebles con cajones y unas estanterías, que igual que las camas, eran curvas.

Recorrí la estancia en silencio y toqué todo lo que me rodeaba. Como si con el contacto pudiese hallar alguna respuesta. Por supuesto no fue así, fui hacia las camas y me subí de rodillas en una de ellas para mirar por la ventana.

—¿Dónde estás? —pregunté a la nada.

Me volví lentamente y me quedé sentada en la cama con las piernas recogidas echa un ovillo. Mientras no dejaba de observar los recovecos de la casita. Estar allí me encantaba pero sentía que seguía faltando algo. Tal vez inconscientemente había esperado encontrar una nota, o alguna señal. Pero no había nada, salvo yo y el escaso pero encantador mobiliario. Bueno, por lo menos ahora sabía algo más sobre lo que había estado haciendo Tom en mi ausencia.

Los Tyler irrumpieron en ese momento en la casa, un huracán de risas y buen humor, bastó su presencia para disipar mi angustia y mi pequeña desilusión. Sonreí al verles y me puse en pie.

—Bueno —dijo Sam—, ¿Qué te ha parecido?

—Me encanta, pero si os soy sincera, para que me maraville más creo que me hace falta más información.

Los hermanos mayores alzaron la ceja izquierda al mismo tiempo. El parecido entre ellos se acentuaba mucho cuando actuaban así.

—¿De qué tipo de información estamos hablando? —quiso saber Ethan.

—Pues…—vacilé, me habían enseñado la casa, y al hacerlo se habían saltado el veto de tía May, no obstante no sabía hasta qué punto querrían llegar en lo que a omitir la verdad se refería—. No sé, no os pido que me expliquéis nada comprometedor, por llamarlo de alguna forma. Pero ya que estamos aquí, me gustaría saber cómo conocisteis a Tom y por qué quisisteis ayudarlo a reparar la casa.

Los dos chicos cavilaron durante unos segundos hasta que finalmente Jack habló en voz alta.

—Supongo que sí, ya que hemos llegado hasta aquí no veo por qué no podemos contarle eso.

Ethan asintió y Sam se echó a reír mientras aplaudía.

Salimos juntos a la balconera y nos sentamos en el suelo con las piernas colgando, mientras el sol ascendía lentamente por el horizonte.

—¿Por dónde empezamos? —preguntó Ethan.

Tomé aire y di un gran suspiro.

—Por el principio. ¿Cómo conocisteis a mi hermano?

Ethan asintió y comenzó a narrar lo sucedido.

—Verás, tal vez no nos habíamos conocido antes porque mi padre y mi madre nos enviaban todos los veranos de campamento. Y por lo que sé vosotros veníais a Alma siempre por esas fechas.

Asentí. Aquello era cierto y explicaba por qué no habíamos coincidido hasta el momento.

—No nos consideramos malos chicos —continúo Ethan—. Pero digamos que mi hermano Jack y yo somos algo gafes.

—Sobre todo tú —intervino Jack.

Ethan le dedicó una mirada cargada de resentimiento a través de las rendijas de sus ojos.

—No me mires así, solo constato un hecho —se defendió el mediano alzando las palmas de la mano.

—Ethan —dijo Sam, mirando a su hermano mayor con verdadera devoción—. No digas eso, no eres gafe. Tú eres fuerte y tienes que aprovechar eso para ayudar a los demás. Cuando crezca entrenaré muy duro para ser como tú.

—Para eso tendrás que hincharte a comer —murmuró Jack.

—Chicos, basta —interrumpí—. Por favor Ethan, continúa.

El mayor negó con la cabeza, exasperado y prosiguió.

—El caso es que hace tres veranos nos expulsaron del último campamento. Dijeron que nos habíamos metido en muchas peleas.

—Y fue un verano maravilloso —apuntó Sam—. Porque yo siempre me quedaba en casa solo, sin ellos, y eso cambió mis días de aburrimiento.

Su hermano mayor le palmeó la espalda y continuó.

—Total, que aquel verano a mi padre y a mi madre no les quedó más remedio que quedarse con nosotros. Para apaciguarlos decidimos ayudarlos en la tienda, y eso hicimos. Así no nos meteríamos en líos.

“Un día, mientras contábamos el inventario de la tienda, entró una chica. Se presentó como Gina, la sobrina del viejo Johnson. Nos dijo que había venido a Alma a pasar unos días, no conocía a nadie allí y nos invitó a tomar unas cervezas en la taberna cuando terminásemos. Por supuesto aceptamos.”

—Y a mí me dejaron en casa, recuerdo ese día —se quejó Sam.

Ethan sonrió a su hermano y le revolvió el pelo.

—Demasiado joven para beber, chaval. Cuando llegamos al bar— continuó—, la chica se sentó junto a nosotros y estuvimos charlando un buen rato. Todo estaba siendo normal, pero entonces entraron cuatro tipos con unas pintas un poco raras, no eran de por aquí. Al principio no les hicimos caso, pero en un momento dado Gina fue al baño y al pasar junto a su mesa vimos cómo le decían algo, ella les fulminó con la mirada y se metió en el aseo. Su tío estaba en la parte trasera del bar en ese momento y no vio nada. Bueno, para ser justos, nosotros tampoco le avisamos. En fin, es normal que los tíos a veces les digan cosas a las chicas, sobre todo si son guapas, y más en un local así.

“La cosa es que cuando Gina salió del baño y pasó de nuevo junto a la mesa, vi como uno de ellos le palmeaba el trasero. Ella se volvió y le pegó una bofetada. El tema debería haber quedado zanjado así, pero los cuatro desgraciados se levantaron de la mesa con la intención de pegar a la chica. Por supuesto, fue cuando nosotros intercedimos.”

—Que conste —interrumpió Jack—, que yo avisé al viejo entonces, o por lo menos lo intenté, le grité para que saliese de la trastienda y echase a esos imbéciles. Pero para cuando salió Ethan ya le había asestado un par de puñetazos al que tocó a Gina y lo había noqueado. Los otros tres se iban a abalanzar sobre él, así que me lancé a la pelea antes de explicarle la situación a Johnson. Pero a pesar de que nosotros somos fuertes, nos superaban en número.

—Jack —amonestó Ethan— ¿Quieres dejarme terminar de contar la historia?

—Bueno, perdona —bufó el mediano poniendo los ojos en blanco.

—Después de noquear al primero, como dices tú —recalcó Ethan—, quedaban tres. Y nosotros solo éramos dos. La pelea se nos fue un poco de las manos y no recuerdo cómo fue pero acabamos en la calle. Aquellos tíos eran duros, no me había encontrado nunca con tanta resistencia —rió ante aquel recuerdo—. El caso es que Jack y yo estábamos agotados y aquellos tres seguían presentando batalla. La verdad es que nos estaban dando una buena. Y en aquel momento apareció tu hermano. Solo vi que intercedía en la pelea tratando de calmarnos a todos. Obviamente no dio resultado. Y en medio del barullo uno de aquellos imbéciles le asestó un puñetazo.

—¡Dios mío! —exclamé tapándome la boca con los ojos como platos. La idea de que alguien agrediese a Tom me horrorizaba.

—Tranquila—dijo Ethan—, eso fue lo único que tu hermano necesitó para ponerse de nuestra parte. Peleamos codo con codo, como si nos conociésemos de toda la vida, fue una pelea épica —mientras lo decía los ojos le brillaban de emoción—. En diez minutos la lucha terminó con nosotros como únicos vencedores.

—Ya ves —murmuró Jack—, para lo que sirvió…

—A la mierda con eso, Jack —increpó Ethan—. No eran buenas personas y lo sabes.

—No digo eso, pero ya viste lo que conseguimos, ¿no? El viejo Johnson nos culpó de todo, no quiso escuchar ni a su propia sobrina y la mandó de vuelta a la ciudad. Menos mal que el Sheriff sí la escuchó y no nos metió a todos en el calabozo. Eso por no hablar de papá, si no llega a ser por Tom, que abogó por nosotros, estaríamos muertos.

Recordé entonces que cuando estuve en el local del señor Johnson, se quejaba de unos chicos. No les dije nada, porque no quería que se molestasen más con aquel hombre, aunque se lo mereciera, bajo mi punto de vista.

—¿Y después de eso? —quise saber.

—Ya lo has oído —dijo Ethan—. Fuimos a casa para que mi madre nos curase las heridas, y tu hermano nos salvó del sermón y del probable castigo. Entre una cosa y otra cayó la noche y Tom tuvo que quedarse a dormir en casa. Lo pasamos bien. Nos contó que había estado en casa de Cyrus llevándole unas cosas y que por eso había pasado por la taberna, cuando nos vio.

Asentí. Estaba al corriente de que Tom había hecho de recadero para tía May cuando Cyrus enfermó.

—Después de aquello —explicó Jack—, cada vez que venía al pueblo nos hacía una visita. Nos gustaba tu hermano Lor, hicimos muy buenas migas en poco tiempo. Por eso nos extrañó que desapareciese tan de repente, aquellos últimos días…

—Jack —avisó Ethan— para, no sigas.

El joven asintió avergonzado y torció el gesto.

—¿Pasó algo, verdad?— dije taladrando a Ethan con la mirada.

—Sí —se limitó a decir.

—Tengo que saberlo.

—No es el momento de que te lo contemos. Tu tía lo hará en el momento oportuno. Además, ya nos hemos pasado trayéndote aquí. No queremos cabrear a May ¿verdad? Porque podría prohibirnos que siguiésemos ayudándoos con la rehabilitación de la finca. Y queremos estar allí. Por si averiguamos algo o podemos evitar que te ocurra algo a ti.

—A mí no me va a pasar nada —protesté—. En casa estoy segura, sé que Tom no estaba en la finca cuando desapareció.

—Bueno es que lo sepas, para que no salgas de noche.

—¿Pero por qué? Vosotros tampoco pisáis la montaña de noche, contadme el motivo.

Los chicos me observaron extrañados con los ceños fruncidos.

—¿No conoces las leyendas? —preguntó Sam.

¿Otra vez con aquello?

—No, mi madre nunca nos las contó. Mi tía cree que debería conocerlas pero se abstiene, no quiere cabrear a mamá.

—Pero Tom…—dijo Sam antes de que Jack le tapase la boca silenciándolo.

—¿Qué pasa con Tom?

—Nada —respondió Jack soltando a Sam—. Que Tom se hacía las mismas preguntas que tú. Eso es todo. En realidad, lo único que pasa es que hay animales salvajes que son peligrosos, sobre todo los lobos. Por aquí hay una manada importante, aunque hace tiempo que no se les ve. Son predadores nocturnos. Y ése es el motivo por el que nadie entra en la montaña de noche. Bueno, ése, y lo de las plantas venenosas…

—¿Cómo?

—Nada, nada, no me hagas caso. Es una tontería.

Aquello me dejó perpleja, lo de los lobos era una explicación razonable pero no era lo que estaba buscando. Sabía que mi hermano no podía haber sido presa de ningún animal. Aunque Jack lo había dicho con la mejor intención estaba claro que no podía ser cierto. Bastaba una mirada al rostro del pequeño Sam para saber que allí había algo más. Lo que no podía entender, era por qué no me querían contar el verdadero motivo.

Ethan se encogió de hombros y se puso en pie.

—Será mejor que volvamos —dijo zanjando el tema.

Sus hermanos lo imitaron, apreté la mandíbula y los seguí hasta la trampilla para marcharnos.

—¿De verdad no me vais a contar nada? —pregunté incrédula, mientras empezaban a desaparecer por la abertura del suelo.

—No —contestó la voz de Ethan desde la escalera.

—¿Por qué no? —protesté.

—¡Porque si tu tía no te lo ha contado es por algo! —gritó mientras seguía bajando.

Me llevé las manos a las sienes he hice un gran esfuerzo por no ponerme a gritar allí mismo. Cogí aire varias veces y me serené un poco. Iba a tener que empezar a apuntarme todo lo que tendría que preguntarle a tía May y a mamá. Eché un último vistazo a la casa antes de meterme por el agujero para empezar a bajar por el árbol. La frustración que sentía parecía ir en aumento dado que cada vez que parecía que me iba a enterar de algo importante se me denegaba. Paciencia, Lor, paciencia.

El descenso fue más rápido de lo que yo pensaba, tal vez porque no dejaba de darle vueltas a la cabeza y no miraba por donde iba. En cuestión de un minuto estuvimos todos abajo.

Mientras volvíamos a la Pick-Up en el más absoluto de los silencios, caí en la cuenta de que no habíamos hablado ni un solo momento sobre la construcción del nuevo cobertizo. Por la posición del sol debía ser casi medio día. Aunque estaba algo molesta con los chicos por negarse a explicarme lo que me intrigaba, no me quedó más remedio que decirles lo que en aquel momento me rondaba por la cabeza. La ira de tía May si se enteraba de que la había mentido y para qué.

En menos de dos segundos Ethan y Jack ya estaban discutiendo sobre cuál sería la mejor forma de construirlo. Ni siquiera me sorprendió que no lo tuviesen pensado ya. Me resigné a la idea de que mi tía nos pillase mientras nos subíamos a la furgoneta y me abrochaba el cinturón buscando donde agarrarme para no salir disparada durante el camino de vuelta.

Para mi fortuna y contra todas las leyes de la naturaleza los chicos se pusieron de acuerdo en una forma de construcción. Para cuando abandonamos el ajetreado tramo de bosque y volvimos a salir a la carretera ya me estaban contando cómo iban a hacerlo.

Al llegar a la finca vi la camioneta de Cyrus aparcada en la entrada. Recé para que no hubiese ido a ver a Bill Tyler ese día, y a juzgar por las miradas que intercambiaron mis acompañantes, ellos estaban pensando lo mismo. De lo contrario tía May ya estaría enterada de que no habíamos ido al pueblo a “mirar planos”

Juntos, nos armamos de valor y nos bajamos del coche con cara de póker. Subimos los tres escalones del porche y nos encontramos a Cyrus y tía May sentados en la entrada con una cerveza y una copa de vino.

—Por fin estáis de vuelta —dijo mi tía—. ¿Qué tal ha ido? ¿Sabéis ya qué tipo de cobertizo nos irá mejor?

Solté el aire que había contenido hasta el momento, no sospechaba nada.

Ethan se adelantó y se puso a explicar lo que planeaban hacer, me echó la culpa de la tardanza a mí por ser incapaz de decidirme.

En pos de que sonase creíble asumí mi ineficacia ficticia con un encogimiento de hombros que a mi parecer, resultó muy convincente. Sin nada más que añadir, los chicos se pusieron manos a la obra y yo aproveché para ir a la cocina. Tenía que hablar con mamá, cogí el auricular y marqué su número, descolgó al tercer timbrazo.

—¿Diga?

—Hola mamá. Soy yo.

—Cielo —suspiró— ¿Cómo estás?

—Bien —decidí ir al grano. — ¿Mamá?

—Dime cariño.

—¿Por qué nunca me has contado las leyendas de Alma?

Silencio

—¿Mamá? —insistí.

—¿A qué viene eso ahora Lor?

—Curiosidad, supongo.

—Son tonterías.

—Pues aquí las tienen muy en cuenta —argumenté—. ¿Por qué no podemos salir de noche?

—Porque no.

Su respuesta fue cortante, incluso el timbre de su voz cambió al decirlo, de una forma que dejaba muy claro que si no obedecía me metería en serios problemas. Enfurecí automáticamente.

—¿Qué ocurre? —dije apretando los dientes.

—¿Que qué ocurre? —contestó—. ¿Acaso quieres que ocurran más cosas? ¿No has tenido suficiente con la desaparición de tu hermano? ¿También quieres desparecer tú? No permitiré que me cuestiones, no salgas de noche.

—Mamá, necesito saber qué pasa —murmuré deshinchándome, la había herido, otra vez. Y me odié por ello. Pero necesitaba tener un mínimo conocimiento de causa. Si no, ¿Cómo iba a encontrar rastro de Tom?—. Quiero conocer las leyendas.

—Conocerlas no te servirá de nada. ¿Esto ha sido cosa de tu tía, verdad?

Aquello me pilló con la guardia baja.

—No —respondí a la defensiva—. Claro que no.

—¿Se puede saber a qué vienen esas voces?— dijo tía May irrumpiendo en la cocina como si la hubiésemos invocado con tan solo mencionarla. Maldición.

—Lo sabía —masculló mamá.

No contesté, estaba ocupada pellizcándome el puente de la nariz, lo que sí hice fue responder a tía May que seguía a mi espalda esperando una respuesta.

—Estoy hablando con mamá.

Mi tía alzó las cejas y fue al fregadero asintiendo para sí.

—Dile que se ponga —ordenó mi madre.

—Esto no tiene nada que ver con ella —insistí.

—Te he dicho que…

—Señora —escuché una voz que no conocía al otro lado de la línea—. No puede hablar por teléfono aquí —le decía a mi madre—. Apáguelo o márchese.

—Sí, sí. Lo sé —respondió mi madre a la voz.

—¿Dónde estás? —pregunté. En el despacho de la galería podía hablar tranquilamente por teléfono. ¿Quién sería capaz de exigirle a la directora que colgase? Eso implicaba que no estaba allí.

—No puedo hablar, dile a tu tía que la llamaré —siseó antes de colgar.

Me quedé de piedra, oyendo comunicar al teléfono. ¿Pero qué? Colgué dando un golpe seco totalmente molesta. Mi tía tosió a mi espalda para llamar mi atención. Me senté de mala gana en la silla más cercana a mí y la miré cabizbaja.

—Creo que te he metido en problemas tía May, lo siento.

Mi tía sonrió y se sentó también.

—¿Con mi hermana?

Asentí tapándome los ojos con las manos. Ella sacudió la mano en el aire para quitarle importancia.

—No te preocupes —me calmó—. Sé cómo lidiar con eso. Pero, ¿por qué ha sido?

Miré a mi tía a los ojos. La noche anterior me había preguntado si conocía las historias, ante mi negativa y mi explicación del por qué, no hizo nada. Se limitó a negar con la cabeza claramente contrariada pero nada más, aquello no hizo que me explicase las leyendas, ni mucho menos. Siempre había sido consciente de mi ignorancia sobre ese tema, y lo tenía asumido. Cuando vi que tía May no me contaba nada me molestó un poco, pero tampoco le di más importancia. La chispa había saltado aquella mañana, cuando supe a ciencia cierta que los Tyler seguían la misma norma que nosotros a causa de dichas leyendas, y se dispararon las alarmas. Aunque ellos no lo hubiesen admitido, yo lo sabía.

Mi tía seguía observándome en silencio aguardando mi respuesta.

—Le he dicho que quería conocer las leyendas —dije alzando la barbilla.

—Oh, eso —se limitó a decir.

—Sí, eso —repetí molesta—. Tú quieres que las conozca, ¿no es así? Anoche casi me las cuentas. ¿Por qué no lo hiciste?

—Querida no se trata de lo que yo quiera, me temo. Sino de lo que crea tu madre que podría pasar si lo supieses.

—¿Qué quieres decir? Son solo historias, ya sabes, folclore popular, como diría ella.

Vi cómo se le tensaban las comisuras de los labios en un tic de crispación, sabía que no soportaba que describiesen “sus” preciadas leyendas de esa manera. Intenté con esto que estallase y me contara algo para defender que no eran historias de viejas. Pero lo que hizo fue peor. Se levantó de la silla me puso una mano en el hombro y dijo con fingida indiferencia:

—Será mejor que dejemos el tema por hoy.

—¿Qué? —grité levantándome de un salto.

—Hablaré con tu madre. Es todo lo que puedo decir.

—¿Para qué? ¿Para pedirle permiso? —espeté indignada.

—Es lo justo, eres su hija.

—¿Lo justo? ¿Y qué hay de Tom? Se saltó la dichosa norma y desapareció. Quiero saber todo lo que hay detrás. Lo justo es que yo lo sepa, para eso he venido. ¡Maldita sea!

No la dejé que me respondiese. Atravesé la cocina en dos zancadas y subí de tres en tres los escalones hacia el piso de arriba. Llegué a la habitación de mi hermano y entré como un vendaval. Fui directa a la cama presa de la ira que sentía hacia el silencio de mi madre y todo aquel secretismo que rodeaba a la desaparición de mi hermano mayor. Cogí las sabanas y las sacudí en busca de cualquier cosa que nadie hubiese visto, tenía que haber algo en alguna parte. El colchón se agitó por culpa de mis tirones enfurecidos pero no me dio respuesta alguna. Seguí con la almohada, desgarré la funda sin tan siquiera pararme a pensarlo. Nada. Estampé la lamparilla de la mesita de noche contra el suelo de un manotazo y saqué los cajones, vacié la ropa interior de Tom a mis pies y rebusqué pero tampoco había respuestas ahí. Fui derecha al escritorio y tiré de la cajonera también. No encontré más que bolígrafos, lápices y unas tarjetas de la biblioteca del pueblo.

—¡Maldita sea! —maldecí.

—¿Has terminado ya?

Me volví de inmediato. Tía May se encontraba en el umbral de la puerta, me había seguido y había sido testigo de mi vergonzoso comportamiento, y yo no me había dado ni cuenta.

—Encontraré algo —dije a la defensiva con el orgullo herido.

—Estupendo —respondió seriamente—. Mientras eso ocurre, ordena este estropicio otra vez. Te esperaremos abajo para comer.

Apreté la mandíbula y tragué saliva. Mi tía lo tomó por un sí, y salió cerrando tras ella. Cuando me quedé sola, tomé unos minutos para serenarme. Le había montado una escenita sin querer, y había hecho el ridículo. La habitación había quedado hecha un desastre por mi culpa. Mientras me sobreponía a mi mal carácter empecé a recoger aquel caos sintiéndome una completa inútil.

Cuando estuve lo bastante entera, bajé. Tía May estaba en el porche y ya lo tenía todo listo. En aquel momento estaba poniendo sobre la mesa una gran fuente de ensalada.

—Lo siento —dije a sus espaldas.

Se secó las manos con un trapo que llevaba colgando de la cintura y se volvió hacia mí, con el rostro serio, pero no estaba enfadada.

—Entiendo tu frustración, cariño. Pero debes mantenerte lúcida. Son tiempos complicados para nosotras.

No entendí muy bien lo que quería decir con eso, pero asentí. Estaba claro que la desaparición de Tom nos había afectado a todas de manera nefasta. Tía May se acercó a mí y me dio un abrazo. Se lo devolví agradecida, hacía mucho tiempo que nadie me abrazaba para reconfortarme. Mamá había dejado de hacerlo cuando ocurrió lo de Tom. Unas pequeñas lágrimas se deslizaron sigilosas por mis mejillas.

—Jolín —me quejé limpiándome la cara cuando me soltó—. Desde que he llegado no hago más que llorar como una niña.

—Bueno —dijo sonriendo dulcemente— ve a lavarte la cara y ves a ver a los chicos. Creo que tienen una sorpresa que darte.

—¿Una sorpresa? —pregunté.

Tía May ensanchó su sonrisa y alzó las cejas una sola vez. Corrí al baño para refrescarme un poco la cara. Lo cierto es que me daba igual como me viesen los chicos. Aquella mañana ya había llorado delante de ellos, y no les había importado. Pero mi tía pensaba que llorar delante de la gente no era digno de una Blake.

Cuando me hube adecentado un poco corrí a reunirme con los chicos. Llegué casi a la entrada de la finca donde se suponía que estaría situado el nuevo cobertizo. Ethan ya había delimitado el perímetro de la construcción y estaba afianzando los primeros maderos. Sam lo seguía con la caja de herramientas por si necesitaba algo, mientras observaba a su hermano mayor muy concentrado.

—Hola chicos —saludé—. Ya veo que avanzáis a grandes pasos. ¿Dónde están Cyrus y Jack?

Los Tyler alzaron la cabeza al verme, pero no me respondieron. El mayor y el menor compartieron una mirada cómplice y sonrieron.

—¿Qué pasa? —quise saber.

El atronador ruido de un motor pasado de revoluciones a mi espalda me sorprendió. Me volví de inmediato. Cyrus y Jack se aproximaban a nosotros a gran velocidad en la vieja furgoneta de tía May, que rugía fieramente bajo el control de Jack, que sonreía enloquecido mientras que Cyrus, a su lado, se carcajeaba sujetándose el sombrero para que no se le volase por la ventanilla.

Al llegar junto a nosotros, Jack frenó y tocó el claxon (uno muy estridente) antes de parar el motor.

—¡No puedo creerlo! —exclamé acercándome a Jack que en ese momento bajaba de la camioneta—. ¡La has arreglado!

—Pues créetelo —respondió sonriente con las manos en los bolsillos, cerrando la puerta del piloto de una patada.

—¿Pero cuando? —pregunté.

Jack se encogió de hombros como si fuese evidente.

—Cuando hemos llegado me he puesto manos a la obra.

—¡Caray, qué rapidez!

—Te lo dije —intervino Cyrus, que también se había bajado de la camioneta y observaba la obra de Jack muy satisfecho—. Son Tyler, son unas bestias. Incluso con la mecánica.

—Bueno —se explicó Jack—, ya tenía las piezas que faltaban cargadas en nuestro coche. No te he dicho nada porque quería darte una sorpresa.

—Lo has conseguido desde luego —admití.

—¡Chicos! —Gritó tía May desde el porche—. ¡La comida está lista, venid aquí antes de que se enfríe!

Nos fuimos a comer y tras la charla de sobremesa todo el mundo volvió a sus tareas. Cyrus se marchó al pueblo a buscar más plantas para tía May, y ella se metió en su habitación de preparados. Los chicos volvieron a la construcción del cobertizo y yo, como en aquellos momentos no podía ser de gran utilidad, fui a ocuparme de JB. Aquel día no lo había ido a ver ni una sola vez.

Al llegar al cercado el animal se acercó a saludarme en silencio. Entré dentro y le acaricié el hocico.

—Vaya, vaya. Cualquiera diría que me has echado de menos, mala bestia —le susurré.

Como respuesta se apartó bruscamente de mí.

—Ya decía yo —mascullé acercándome al bebedero.

Apenas le quedaba agua así que abrí la llave de paso y se lo llené. Me aseguré de ponerle la paja y el pienso necesarios para que cubriese sus necesidades de la tarde y acto seguido fui a buscar una morralla para llevármelo a darle una ducha. No le hizo mucha gracia que me lo llevase cuando tenía toda aquella comida allí preparada y lista para ser devorada. Pero aun así no opuso mucha resistencia a mi amarre. Le di una ducha fría, que agradeció, y le trencé las crines por puro entretenimiento.

Mientras lo hacía mi mente vagaba de un lado a otro repasando mentalmente lo que me había encontrado hasta el momento. Parecía que las respuestas a muchas de mis preguntas se encontraban encerradas en las leyendas de Alma, no parecía que nadie me fuese a contar nada. ¿Pero qué relación tenían con Tom? Aparte de que se había saltado la norma, claro. No era para tanto ¿no? Si la policía no había encontrado nada, ni mi madre, ni tía May, ¿por qué tenía esa sensación de que yo sí conseguiría algo? Aunque llamarlo sensación era inapropiado. La palabra que mejor se definía con lo que sentía, era certeza. Sí, tenía la certeza de que iba a encontrar algo, y ese sentimiento me devoraba por dentro, porque no sabía en qué momento encontraría esa respuesta o esa pista. Por eso me estaba obcecando más en las leyendas. Claro estaba también que, cuando te prohíben algo, más lo deseas, y eso me estaba pasando a mí con aquella información. Como no podía hacer nada al respecto, al menos por el momento, decidí que lo mejor sería volver a la casa del árbol sola. Sin ninguna distracción. Aquella mañana, cuando había subido por primera vez, había sentido algo. Pero era tal la emoción que sentía, que no me había parado a pensar en qué era. Había algo que no había sabido ver en aquella casita, por lo menos eso es lo que quise creer.

Dejé a JB atado al poste de la ducha para que se secase un poco con el sol de la tarde y fui al gallinero a recoger los huevos. Espanté a las gallinas a manotazo limpio. Me gané a pulso un par de picotazos pero nada más. Salí del gallinero escupiendo algunas plumas y me encontré de frente con los tres Tyler.

—Por hoy hemos terminado —informó Ethan.

—Pero si falta bastante para la puesta de sol —dije extrañada.

—Sí, lo sabemos, pero le dijimos a mis padres que les echaríamos una mano hoy para el cierre —se excusó.

—De acuerdo, nos veremos mañana entonces.

—Sí —dijo mientras obligaba a sus hermanos con los brazos a marcharse. Cuando apenas habían dado tres pasos para alejarse, se volvió de nuevo hacia mí—. No salgas de noche, ¿de acuerdo? No queremos que te metas en líos.

Levanté una ceja ante el comentario, el hecho de que Ethan Tyler me prohibiese salir de noche me parecía cómico, a falta de una palabra mejor. Aun así, asentí en silencio con una sonrisa vacilante. Pareció convencido y, finalmente, se marchó junto a sus hermanos.

El resto de la tarde lo pasé arrancando malas hierbas y limpiando la cuadra de JB. Para cuando lo devolví a su cercado, ya estaba seco, pero eso no evitó que se revolcase en la paja para quitarse el brillo que tan cuidadosamente había conseguido cepillándolo.

Tía May y yo cenamos tranquilamente aquella noche. No quise insistir más en el tema de las leyendas, dado que ya me había dejado claro que mi madre tenía mucho que decir sobre el asunto. Aunque yo no pensaba lo mismo y sabía que mi tía tampoco. Mamá no había vuelto a llamar, y supuse que lo haría al día siguiente. Solo esperaba que para entonces no estuviese tan enfadada y no lo pagase con tía May. Cuando hubimos terminado, subí al piso de arriba, le eché una fugaz mirada a la puerta del dormitorio de mi hermano mientras pasaba, ignoré el estudio de pintura de tía May y me metí en mi cuarto. Me puse la camiseta de Tom y me deslicé entre las sábanas.

Alma

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