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De vuelta y con sorpresa

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Me desperté sobresaltada aquella mañana. Todavía no había salido el sol, no recordaba lo que había soñado, pero no había sido agradable. De eso, no me cabía la menor duda. La camiseta de mi hermano daba buena cuenta de ello, la tenía pegada al cuerpo empapado de sudor, pese al frescor de mi habitación.

Me senté con los pies fuera de la cama, intentando recordar qué es lo que me había alertado de aquella forma. Pero por más que me esforcé en recordar, no logré ver ninguna imagen en mi mente. Un escalofrío me recorrió la espina dorsal y me empujó a ponerme en pie y volverme hacia la puerta de mi habitación. No sabía qué esperaba encontrarme, pero desde luego el nerviosismo que sentía no se calmó, ni al encontrarme allí de pie como una idiota totalmente sola. Cogí aire y me obligué a mí misma a tranquilizarme. Solo había tenido una pesadilla, nada más. A pesar de ser consciente de ello, sabía que ya no podría volver a conciliar el sueño. Me quité la camiseta de Tom a regañadientes, pues sabía que tendría que lavarla a escondidas de tía May, y escoger una nueva de su ropero para el día siguiente. Aprovecharía que era muy temprano para lavarla a mano en el baño y tenderla en mi habitación. Fui al cuarto de baño con la camiseta agarrada contra mi cuerpo sintiéndome aun alerta, entré dentro y eché el pestillo con la sensación de ser una completa imbécil, pero lo hice de todas formas. Cuando hube lavado a conciencia la camiseta y escurrido para tenderla, me metí en la ducha para relajarme. El agua terminó por despertarme y tranquilizarme.

Volví de nuevo a mi dormitorio con el pelo envuelto en una toalla y escogí la ropa que me pondría aquel día. Vaqueros, una camiseta negra de tirantes, mi bandolera en la cintura y me calcé mis Panamá Jack. Cuando estuve vestida el Sol empezó a abrirse paso perezosamente en el horizonte y los primeros rayos no tardaron en filtrarse por la ventana. Bajé a la cocina con todo el sigilo del que era capaz para prepararme un café. Pero al entrar en la cocina me detuve de sopetón. Tía May estaba sentada a la mesa con una humeante taza entre las manos y la mirada perdida. Aun no se había vestido, portaba una bata de satén en tonos verdes, y el pelo, que normalmente llevaba trenzado a un lado, descansaba como una interminable cascada en varios tonos de marrón y blanco sobre su espalda. Tenía un aspecto salvaje, a pesar de que estaba tan quieta como una estatua.

—Tía May —dije cuando me recuperé del sobresalto.

Ella movió sus ojos lentamente hacia mí y pestañeó. Hasta ese momento, ni siquiera se había percatado de mi presencia.

—Lor—dijo sonriendo, su rostro mostraba un cansancio enorme—, ¿Qué haces despierta tan temprano?

—Creo que he tenido una pesadilla —expliqué—. Aunque no recuerdo nada. ¿Y tú? ¿Te encuentras bien? No tienes buen aspecto.

Se echó un vistazo a sí misma, extrañada, y se puso en pie para servirme una taza de café. Mientras lo hacía fue recobrando el porte solemne que solía tener y el aspecto de cansancio se esfumó, excepto alrededor de sus ojos.

—Me hago vieja —dijo al fin, mientras colocaba mi taza en la mesa—. Eso es todo, aunque yo tampoco he pasado buena noche.

—¿También has tenido una pesadilla? —pregunté mientras tomaba asiento.

—Sí, podríamos llamarlo así —dijo con aire ausente, aunque se repuso enseguida—. ¿Qué pensabas hacer? —inquirió señalando mi ropa.

Vacilé un momento, sin saber el motivo, pero finalmente contesté.

—Había pensado en salir a dar una vuelta con JB, llevo dos días sin montar y me vendrá bien una pequeña excursión.

Tía May asintió levemente.

—¿Has sentido algo extraño? —preguntó de repente.

Casi tiré la taza de café, ¿lo sabía?

—No —mentí. No supe por qué pero lo hice, a fin de cuentas solo había tenido una pesadilla. No significaba nada— ¿Se supone que tendría que haberlo hecho? —dije con una sonrisa socarrona.

Ella suspiró pero negó con la cabeza.

—No, es solo que…—calló—, y sus ojos volvieron a vagar por algún lugar inaccesible para mí.

—¿Tía May te ocurre algo? —dije moviendo una mano frente a su cara.

Regresó de donde quisera que estuviese y volvió a centrarse en mí.

—Perdona, querida —se disculpó—. Creo que voy a acostarme un rato, debo de estar incubando algo.

Aquello ya era preocupante, le quité la taza vacía de entre las manos y la puse en el fregadero.

—Entonces me quedo —me ofrecí solícita, aunque ardía en deseos por volver a la casa del árbol.

Ella negó con la cabeza.

—No, no. No te preocupes. Es la falta de sueño. Me acostaré un rato hasta que vengan los chicos. Al mediodía estaré mejor. Ve a darte una vuelta, te vendrá bien.

—Pero si estás enferma, será mejor que me quede —insistí.

—¡Qué tontería! —se burló—. No puedes hacer nada por mí si estoy durmiendo, y tampoco hay nada que hacer hasta que lleguen los muchachos. Vete tranquila.

Se levantó de la mesa, me besó en la frente y salió de la cocina. Me asomé al marco de la puerta y grité antes de que se perdiese escaleras arriba.

—Llevo mi teléfono móvil. Si me necesitas, ¿me llamarás?

—Claro, no te preocupes —contestó sin volverse para mirarme.

La vi desaparecer en el piso superior sin saber exactamente qué sería lo mejor. Pero al fin y al cabo ella tenía razón, si estaba durmiendo no me necesitaba y seguramente lo único que le hacía falta era dormir.

Salí al porche y me dirigí al cercado de JB con sentimiento de culpabilidad. Pero aun así cogí al caballo y ensillé en menos de cinco minutos. Monté y salí de la finca a galope.

Cuando hube dejado la casa atrás, me sentí mucho mejor. Frené el ritmo y me mantuve en un trote corto, dejando que el aire fresco de la mañana me acariciase el rostro. Tenía que buscar el camino hasta la casa del árbol, pero no quería pasar por el tramo de carretera con JB. Lo mejor sería que llegase al lago por el camino habitual, y una vez allí lo vadease hasta llegar a la casa. Aunque de esa forma el trayecto fuese un poco más largo. Con los chicos habíamos llegado en veinte minutos. Calculé que, a caballo, seguramente fuese poco más de una hora. Cuando JB se hubo desentumecido frené para seguir al paso. Saqué mi teléfono de la bandolera y lo encendí.

Enseguida empezó a vibrar a causa de los mensajes airados de Bibi. Sonreí. Incluso en la distancia, era la única capaz de arrancarme una sonrisa cuando me sentía triste. Aunque en aquel instante no fuese la tristeza lo que me acechaba, sino una sensación extraña. Abrí la bandeja de entrada para leer sus mensajes.

*Esto es imperdonable.

*Lo digo en serio, Lor.

*No puedo creer que lo hayas apagado de verdad, ¡¿sin tan siquiera decirme de qué se trata!?

*Esto no lo hacen las amigas.

*Además, que me despiertes a estas horas para que me coma el tarro pensando en esto es una guarrada. Sé que lo sabes y eso lo hace aun peor.

*Vuelvo a acostarme, siento defraudarte pero pienso volver a dormirme.

*Aunque sea lo último que haga.

*¿Te ha quedado claro?

El último mensaje había sido enviado cinco minutos antes de las ocho de la mañana. Fui al registro de llamadas y vi que había intentado llamarme seis veces sobre esa hora. Lo cierto es que me sorprendió que no lo intentase por la noche. Debía haberse enfadado de verdad. Negué con la cabeza y pulsé llamar. Mientras lo hacía, y a pesar de saber lo que me iba a encontrar, no pude evitar que se me escapase la risa. Bibi dejó que el teléfono sonase una y otra vez, sabía que lo estaba haciendo aposta, pues a diferencia de mí, ella era adicta al móvil, y no se separaba de él jamás. Al final, cuando estaba a punto de saltar el buzón de voz descolgó.

—Espero que sea importante —dijo desdeñosa—, es temprano y aunque no lo creas tengo una vida privada bastante ajetreada.

—Buenos días a ti también, Bibi —saludé aguantándome la risa. La adoraba.

—¿Es que sientes un placer especial en privarme de mis horas de sueño? Mi cutis necesita unas horas determinadas de descanso, ya lo sabes.

—Vale —respondí con malicia—, entonces cuelgo y te dejo dormir.

—Alto, alto —masculló—, ya me has despertado. Estarás contenta, espero que lo que me tengas que contar valga la pena. Te recuerdo que me has estado ignorando, a mí, a tu mejor amiga. ¿Sabes lo que significa esa palabra, guapa?

—Lo siento Bib, de veras, pero he estado muy liada.

—¿Sabes lo que significa la palabra vacaciones? Déjalo, no me respondas. Ya sé lo que me vas a decir, estás buscando a Tom y no puedes descansar, ya. Por cierto, ¿dónde estás? Oigo un golpeteo.

—Estoy dando un paseo a caballo. Voy de camino al lago.

Ahora que ya estaba un poquitín más apaciguada, empecé a narrarle todo lo acontecido hasta el momento. Las obras de la finca, la camiseta que había sacado del cuarto de Tom, la casa del árbol, el misticismo de las leyendas, la riña con mamá, incluso le conté que había tenido una pesadilla. Cuando terminé aguardó callada unos instantes antes de pronunciarse.

—Lo que me parece más raro de todo —dijo pensando en voz alta—, es que no te quieran contar las leyendas del pueblo.

—Ya, eso también lo he pensado yo. Los Tyler quisieron hacerme creer que en realidad es solo porque hay animales salvajes en la montaña que salen a cazar de noche. Pero no me lo creí.

—Por supuesto que no —escupió Bibi casi escandalizada—, esta gente de pueblo se cree que puede hacerte creer cualquier cosa, incluso en el chupa cabras.

—No creo que sea eso, supongo que son celosos con sus cosas, puede que teman hacer el ridículo.

—No veo cómo.

—Ya sabes, que me ría de sus historias y cosas así. A mi tía por ejemplo le fastidia mucho cuando me refiero a esas historias como folclore popular.

—Tal vez cuando llegues a la casa del árbol encuentres algo que haga referencia a ello.

—Bueno…—vacilé—, ayer no vi nada.

—Tampoco sabías qué estabas buscando —puntualizó.

Me eché a reír.

—Ahora tampoco, sigo sin saber de qué tratan las leyendas.

—Bueno, tú mantén la mente abierta. Oye, ahora soy yo la que tiene que colgar, tengo hora para la pedicura y me tengo que marchar.

—Está bien, Bib, si encuentro algo te llamaré.

—Y si no lo haces, también por favor. No me mantengas en el olvido.

Colgué el teléfono con la sonrisa dibujada en el rostro y lo volví a guardar en la bandolera. Habíamos estado hablando un buen rato y a lo lejos pude ver el lago. Espoleé a JB y galopamos directos hacia la orilla.

Llegamos en pocos segundos a la pequeña zona de arena que solía frecuentar. Intenté ver desde allí la casa del árbol que debía estar situada en el extremo opuesto a nosotros, pero fue imposible. Las hojas de los árboles la mantenían perfectamente camuflada. Aun así recordaba la visión que había desde lo alto y con eso me sobraba para encontrarla. Tiré de las riendas a la derecha y empezamos a vadear el lago.

Apenas llevábamos diez minutos caminando cuando sentí nuevamente que no estábamos solos. Volví la vista hacia atrás, pero no vi nada. Apenas dos días antes, había tenido la misma sensación cuando había estado nadando. JB respondió inmediatamente a mi inquietud moviendo las orejas hacia delante y hacia atrás con nerviosismo. Le acaricié el cuello para calmarlo, y me obligué a mí misma a relajarme. Allí no había nadie, estábamos solos. No había peligro alguno. Como una broma cruel del destino, una ráfaga de aire recorrió el bosque en aquel instante, haciendo que los helechos y las ramas de los arboles ululasen violentamente. JB se encabritó y se puso a dos patas, preso del pánico. Me agarré con todas mis fuerzas a las crines y apreté las piernas contra su cuerpo para evitar la caída. Y entonces el viento cesó, y todo volvió a estar en calma. JB recuperó la compostura y bufó moviendo la cabeza en lo que me pareció un gesto negativo. Le palmeé el cuello, y emprendió de nuevo la marcha.

Aquella mañana estaba resultando algo insólita. Primero una pesadilla, luego tía May enferma, de nuevo me sentía observada. Y aunque no quería reconocerlo, en mi fuero interno sabía que aquella ráfaga de aire no había sido normal. Cada vez me sentía más intranquila pero me negué a volver a la finca asustada y corriendo como la última vez. No, eres una Blake, compórtate como tal.

Tras reprenderme a mí misma, todo volvió a la normalidad. Seguía sintiéndome observada, pero el pánico había remitido. Si realmente algo o alguien me estaba vigilando, contaba con las veloces patas de JB para darme a la fuga, y con eso debía sobrarme. Mientras trazaba planes de huida como si mi vida fuese una película de acción, llegamos al claro donde habíamos aparcado la Pick-Up con los chicos el día anterior. Estupendo, ya estamos cerca. Recorrimos los últimos metros a trote y me detuve para mirar arriba. Allí estaba, flotando en el aire con la ayuda de las ramas del árbol. Parecía incluso que estaba más alta que un día antes.

—Está bien —le dije al caballo sin apartar la vista de la casita—. Voy a subir, tendrás que esperarme aquí.

JB relinchó a modo de protesta. No obstante, antes de bajarme volví a mirar en todas direcciones para asegurarme. El resultado fue el mismo. Así que bajé de un salto y até a JB a un árbol cercano al de la casa.

—Así podré vigilarte desde arriba —le dije acariciándole el hocico—. No tardaré mucho, no te preocupes.

Di la vuelta y fui hacia el árbol de la casa, agarré el primer tablón y empecé a subir. Enseguida sentí el cansancio en las piernas, la casa era maravillosa, eso estaba claro. Pero seguía sin entender por qué diantres alguien construye una casita del árbol tan alto. Se supone que son construcciones para niños, que debían ser seguras. Y desde luego aquella altura no era segura para un adulto, mucho menos para un crio. Poco a poco, peldaño a peldaño, llegué arriba y entré por la pequeña trampilla. Me senté allí un momento para recuperar el aliento antes de ponerme en pie.

Cuando mis pulmones volvieron a respirar con normalidad, me levanté con una mueca. Tenía agujetas del día anterior, y la subida de hoy me pasaría factura mañana. Lo sabía. Lo que no esperaba, a esas alturas, era que el sentimiento de angustia que había sentido un día antes volviese hoy pero con más virulencia. Casi no podía respirar mientras agarraba temblando el pomo de la puerta. ¿Qué me estaba pasando? Recordé que había sentido lo mismo la primera vez que había subido a la casa. Solo se había esfumado cuando los Tyler se unieron a mí allí arriba. ¿Por qué?

Me empujé a mí misma a girar el pomo y entrar. La estancia se encontraba exactamente igual. Inhalé despacio para calmarme y volví a recorrer toda la circunferencia. Fui hacia la pequeña mesita redonda del centro y acaricié la superficie para reconfortarme con el tacto de la madera. Entonces fue cuando lo noté. Bajo las yemas de mis dedos, en el borde de la mesa. Bajé la vista hacia mi mano y la aparté. Tres muescas en el tablón, no era un desperfecto. Estaban talladas, echas a propósito. Recorrí con la vista toda la superficie de la tabla en busca de algo más. Pero estaba completamente lisa, aparte de aquellas tres marcas, nada más. Tuve una corazonada, por llamarlo de alguna forma, sentí el mismo tirón que me embargaba cada vez que pasaba por delante del estudio de pintura de tía May. Me puse de rodillas y busqué en la parte inferior de la tabla, ayudándome también con las manos. Enseguida encontré algo, agarré el pie de la mesa y le di la vuelta, de modo que el tablón tocase el suelo para poder examinar con más detenimiento la parte inferior de la misma. Tres letras estaban grabadas en la tabla. L—A—R. Estaban inscritas verticalmente. Intenté buscarles algún significado, pero no me decían nada. Habría esperado una T de Tom o incluso unas E, J, S, de los Tyler. ¿Pero L—A—R? tal vez no fuesen iniciales.

Pensando en el sentido de aquellas letras, no me había dado cuenta de que estaba forzando la vista hasta que tuve que frotarme los ojos para ver con claridad. Alcé el rostro al ser consciente de que estaba algo oscuro. ¿Cómo podía ser? apenas debían ser las diez de la mañana. Escuché el relincho inquieto de JB desde abajo y corrí afuera. Cuando salí miré hacia el cielo en busca de la posición del sol. Enseguida se despejaron mis dudas al ver al gran astro siendo invadido por la luna. Hoy era el día que había mencionado el viejo Johnson en su bar. El día del eclipse. JB volvió a llamar mi atención y me asomé a la barandilla. El animal se estaba poniendo verdaderamente nervioso, y empezaba a tirar de las riendas hacia atrás para soltarse.

—¡Ya bajo! —grité— ¡No te preocupes chico, es solo un eclipse!

Como vi que mi voz no conseguía calmarlo, cerré la puerta de la casita y me deslicé lo más rápido que pude por la trampilla. Empecé a bajar con la mayor celeridad posible, echando de vez en cuando un vistazo a JB para cerciorarme de que seguía allí. El muy bestia casi había conseguido deshacer el nudo y seguía tirando frenético.

—¡Cálmate, JB! —supliqué a voz en grito.

Intenté imprimir más velocidad a mis piernas y seguí bajando. Los bufidos y relinchos del caballo me estaban poniendo cada vez más nerviosa, temía incluso que se hiciese daño con aquellos tirones, Maldita sea, seguía descendiendo y entonces oí un chasquido abajo. Volví el rostro hacia el animal. Finalmente se había liberado, no había desecho el nudo pero había partido la cuerda. Tras la vacilación de la sorpresa que él mismo sentía, vi la resolución en su porte y salió de allí disparado a galope tendido.

—¡Nooooo! —aullé.

Y perdí pie.

JB se esfumó de mi mente mientras caía, sentí el estómago en la boca y supe que el golpe sería tremendo. Cerré los ojos con fuerza para absorber el impacto contra las raíces del árbol. Y caí contra algo duro, pero sin lugar a dudas, no tanto como el suelo.

Estaba tumbada boca arriba, con los ojos fuertemente cerrados, evaluando el daño que me había hecho. Me dolía la espalda y el cuello, pero no sentía que fuese algo de importancia. Tal vez me había muerto, y esto era lo que se sentía. Si era así no quería averiguarlo muy rápido. Mantuve los ojos cerrados por si acaso y palpé por debajo de mí. Sabía que había caído sobre algo, pero no sobre qué. Toqué lentamente y sentí el suave tacto de la tela sobre músculos endurecidos. ¡Había caído sobre un ser humano! Abrí los ojos de golpe y volví el rostro para ver si lo había matado.

Unos inquisitivos ojos marrones, bañados por un cálido color miel me devolvían la mirada a escasos centímetros de los míos. Inconscientemente, me aparté lo justo para ver el rostro del dueño de aquella mirada. Era un chico joven, de unos veinte años, con el pelo rubio muy corto, la cara limpia y perfectamente afeitada, de labios carnosos y tez bronceada. Guapo no, guapísimo.

—Yo...yo... —tartamudeé

—¿Qué? —preguntó aún serio—, ¿lo sientes? Normalmente invito a las chicas a una copa para que terminemos así.

Enrojecí de inmediato. Y pensé en ponerme en pie. Ya que los dos estábamos tirados en el suelo, yo encima de él, y él, recostado sobre los codos. Pero mi cuerpo no estaba por la labor. No podía apartar la vista de aquel chico. Él miró algo delante de nosotros y sonrió.

—¿Lo ves, Alex? —dijo entonces, haciendo patente para mi desgracia y vergüenza, que no estábamos solos— Las mujeres se me tiran encima, creo que esto es difícil de superar.

Con los ojos aún como platos, volví el rostro hacia la dirección a la que él hablaba, para encontrarme con otro chico. Este era alto, moreno y tenía los ojos más azules que yo había visto en toda mi vida. Llevaba unos tejanos y una camiseta de tiras negra que se le pegaba ligeramente al cuerpo, marcando la musculatura que se escondía debajo. Y también era tremendamente guapo. No obstante, nos observaba a ambos con una mirada cargada de…¿irritación?

Se acercó a nosotros y me agarró del brazo.

—Bueno, bonita —dijo con voz tirante—, no te has hecho daño, ¿verdad?

No esperó a que respondiese y tiró de mí bruscamente para que me pusiera en pie. Fue tan bestia que casi me arranca el brazo. Pero aquello me ayudó a reaccionar, trastabillé hasta que conseguí estabilizarme para volverme bruscamente hacia él.

—Me has hecho daño —protesté frotándome el brazo.

Aún me temblaban las piernas del golpe. Aunque no sabía decidir si me dolía más el cuello, la espalda o el brazo del que me había tirado aquel bruto.

—No más del que te podrías haber hecho de no haberte tirado sobre mi amigo.

—¡Yo no me he tirado, me he caído! —me defendí.

—Alex —interrumpió el guapísimo rubio levantándose del suelo para sacudirse los tejanos y la camiseta blanca (que por mi culpa estaba llena de polvo en la espalda)—. No la tomes con ella, asúmelo. Nunca conseguirás superarme en lo que a mujeres se refiere. Tengo un magnetismo especial.

—Eres un imbécil prepotente, Wis —espetó el moreno—. ¿A eso llamas mujer? Es solo una niña.

Aquello ya era el colmo, ¿pero qué se había creído? Si apenas tendrían uno o dos años más que yo ¿cuántas veces me iba a faltar al respeto aquel maldito estúpido?

—Siento no ser de tu agrado —escupí llena de ira, mirándolo fijamente—. Me he caído de un árbol, de no haber sido por él —señalé a su compañero—, podría haberme matado. ¿Crees que tengo ganas de escuchar cómo me menosprecias en este instante?

El chico me observaba con las cejas levantadas, como quien ve algo que no comprende y que aún así le trae sin cuidado.

—Forma parte de su carácter, no lo puede evitar —contestó sin embargo el rubio—. Pero tranquila, puedes tirarte encima mío cuando quieras, será un placer.

Enrojecí de nuevo ante el comentario. Y me mordí la lengua.

—¿Qué hacías en ese árbol? —preguntó el tal Wis siguiendo con la mirada la dirección de los maderos clavados en el tronco, hasta que se topó con la visión de la casa— oh, ya veo.

—Te lo dije —bufó el moreno observando también la casa con los brazos en jarras y un aire de suficiencia realmente irritante—. Una niña jugando a las casitas.

—No es de tu maldita incumbencia —siseé clavándole los ojos.

En aquel momento sentí una vibración en el muslo. Abrí la bandolera y saqué mi móvil. Era el número de casa de tía May. Descolgué enseguida.

—¿Diga?

—Lor, cielo, ¿estás bien? —preguntó mi tía en tono apremiante.

—¿Qué? —Aquello no me lo esperaba—. Sí, sí— me apresuré a responder.

Por el rabillo del ojo vi que los dos desconocidos intercambiaban una mirada con las cejas levantadas en mi dirección.

—¿Qué ocurre, tía May?—pregunté al teléfono.

—Se me ha caído la sal y he pensado en ti, así que creía que te había pasado algo.

Aquello sí que no lo entendí, pero me hizo recordar una cosa.

—¿No se suponía que te habías acostado?— pregunté.

—Sí—respondió—, pero me levanté hace diez minutos.

—Bueno tía May —bajé la voz para que aquellos dos no pudiesen oírme y pensaran que estaba loca—, siento que se te haya caído la sal, no sé muy bien cómo funciona eso pero yo estoy bien, me he subido a un árbol y me he caído, pero estoy perfectamente —me apresuré a calmarla—. En cuanto a JB…—vacilé en cuanto pronuncié su nombre, no había vuelto a pensar en el caballo desde que se alejó de allí y me había precipitado al vacío— se ha escapado. Seguro que no tardarás en verlo llegar a casa. Yo volveré a pie.

—¿Dónde estás? —preguntó abruptamente.

—En…la zona oeste del lago —respondí vacilante.

—Llamaré a Cyrus para que te recoja.

—No es necesario —me apresuré en responder—.Daré un paseo hasta casa, no tardaré.

—Insisto, tú ve a la carretera.

Y colgó. ¿Qué pasaba últimamente? ¿Todo el mundo me tenía que dejar con la palabra en la boca?

—Estupendo —mascullé guardándome el teléfono otra vez.

Me volví hacia los chicos.

—Perdona por haberte aplastado —me disculpé con el rubio—. Mi caballo se encabritó y se escapó mientras trataba de bajar, perdí pie y caí. Siento si te he hecho daño.

El chico sonrió con una dentadura perfecta y reluciente.

—Cuando quieras repetimos, princesa. Pero si te has quedado sola, lo mejor será que te acompañemos a casa.

Dios mío, que me acompañase a casa un chico de aquellas características, en cualquier otro momento habría sido lo más, pero en aquel instante y con su amigo cerca no me pareció buena idea.

—No hace falta —dije agitando la mano para disuadirlo—, ya han enviado a alguien a buscarme, no tardarán en llegar.

El chico sonrió de medio lado y se acercó a mí lentamente, captando toda mi atención con su tranquilo caminar, paró a escasos centímetros de mí, y tuve que alzar la cabeza para mirarle a los ojos. Eran casi hipnóticos.

—Te has dado un buen golpe —dijo suavemente mientras me acariciaba la mejilla con el pulgar, di un respingo ante aquel contacto pero fui incapaz de moverme, me tenía completamente atrapada en aquellos ojos—. Podrías marearte por el camino, te acompañaremos hasta que te recojan. Aunque haya sido sin querer, te he salvado la vida, déjame asegurarme de que estás bien.

—Sólo tengo que ir a la carretera…—susurré.

Se apartó sonriente de mí y pegó una palmada al aire para luego frotarse las palmas.

—Pues no se hable más, hacia la carretera. Vamos Alex —dijo apartando sus ojos de mí para mirar a su amigo—, tenemos que acompañar a la señorita.

Para mi sorpresa, el moreno no dijo nada, únicamente se limitó a alzar una ceja.

—Me llamo Wis —se presentó el rubio mientras me hacía un ademán con la mano para invitarme a comenzar la marcha.

Empecé a andar y él se puso a mi lado.

—Es un placer, Wis —dije titubeante—. Yo soy Lor.

—Un nombre muy bonito, casi tanto como su dueña.

Miré al suelo sintiendo el ardor de mis mejillas. Un chico como aquel debía de tener a miles de chicas. No entendía por qué me decía aquellas cosas, seguramente se lo decía a todas con las que se cruzaba, pero eso no evitaba que me ruborizase.

—Por favor —resopló el moreno.

Caminaba detrás de nosotros con las manos metidas en los bolsillos de los tejanos. Wis se volvió hacia él.

—A diferencia de ti, mi querido Alex, yo sé apreciar la belleza.

—Lo que tú digas, Wis —farfulló el interpelado—. Aprecia la belleza que te dé la gana, pero sin torturar a mis oídos.

Seguí caminando hacia delante sin detenerme y de vez en cuando espiaba las facciones de Wis, que caminaba hacia atrás justo a mi lado. Le vi apretar la mandíbula y contenerse. Sin lugar a dudas no quería ser grosero con su amigo, tal vez porque yo estaba delante. Pero me contentó ver que no solo me sacaba a mí de mis casillas. Escuché el ruido de un motor aproximarse. Wis se volvió de golpe hacia la dirección de dónde provenía, faltaban pocos metros para llegar a la carretera y me adelanté de una carrera.

Fui la primera en salir del bosque. Vi la furgoneta de Cyrus recorriendo la carretera lentamente, en cuanto me vio aceleró hasta llegar a mí para luego detenerse con la ventanilla del copiloto bajada. Tenía el teléfono móvil en la oreja.

—Ya la veo —dijo a su interlocutor—. Enseguida vamos —colgó y guardó el teléfono. Luego me echó un vistazo y preguntó — ¿Qué ha pasado, preciosa?

Wis y Alex salieron de la espesura en ese momento y se detuvieron inmediatamente detrás de mí. Cyrus alzó el rostro al verlos y volvió a mirarme interrogante.

—JB se puso nervioso y yo sufrí un pequeño percance: estaba subida a un árbol y me caí. Gracias a ellos, que pasaban por ahí, no me he hecho daño —expliqué haciendo un breve resumen. Con “ellos” no me refería para nada a Alex, pero no quería ser grosera, yo había recibido una buena educación—. Se han empeñado en acompañarme hasta que me recogieses, para asegurarse de que llegaba sana y salva.

—Eso está bien —dijo Cyrus volviendo el rostro hacia los chicos mientras asentía complacido. Entrecerró los ojos y los volvió a mirar con detenimiento—. No os he visto antes, ¿no sois de por aquí, verdad?

Wis se adelantó un paso y se inclinó levemente hacia la ventanilla para que Cyrus le viese bien la cara. Sonrió al cowboy con aquella sonrisa deslumbrante.

—No señor, somos nuevos en Alma, llegamos esta mañana —le tendió la mano metiéndola en el interior del coche—. Me llamo Wis, y este —hizo un movimiento de cabeza para señalar a su amigo—, es Alex.

Cyrus estiró la mano que reposaba en el cambio de marchas y se reclinó un poco para apretarle la mano.

—Cyrus Wolf —se presentó—. Ha sido una suerte que estuvieseis cerca cuando Lor se ha caído. Normalmente a estas horas no hay nadie por aquí. Os habéis instalados muy rápido, si dices que habéis llegado esta misma mañana.

—La verdad es que no —respondió Wis—. Nos dijeron que en la montaña había una finca donde necesitaban mano de obra, y como aún no tenemos trabajo nos dirigíamos hacia allí. Aunque creo que nos perdimos un poco.

El corazón me dio un vuelco, se dirigían a casa cuando me encontraron. Cyrus se echó a reír con aquella estridente carcajada suya.

—Muy bien muchachos —dijo aun riendo—, no hay problema. Subid, a fin de cuentas todos vamos al mismo sitio —me miró— ¿verdad, preciosa?

Volví a enrojecer cuando sentí la mirada de aquellos dos sobre mis espaldas.

—¿No me digas que es donde vives? —inquirió Wis mirándome con aquella sonrisa de medio lado.

—Claro que sí— respondió Cyrus por mí—, la finca de los Blake es la única de la montaña, y esta señorita es la sobrina de la dueña. Venga subid, May se pondrá contenta cuando sepa que hay más gente dispuesta al trabajo.

—En eso estamos de acuerdo y necesitamos más ayuda. Así que…Adelante, subid —secundé.

Subimos al coche, me senté en el asiento del copiloto y los dos chicos en la parte de atrás. Por el retrovisor vi que Wis sonreía de oreja a oreja, mientras que Alex que no había dicho ni una palabra desde hacía mucho rato, mantenía el semblante serio, cosa que agradecí.

Cyrus se puso en marcha y entabló conversación con el único del dúo con el que se podía hablar. Wis le contó que se alojaban casi a las afueras de Alma, en una antigua casa que había pertenecido a su familia desde hacía generaciones y que estaba prácticamente en ruinas. Según él, se habían mudado allí para despejarse de la ciudad y así evitar que la casa se cayese a pedazos. Pero para poder convertirla en un sitio mínimamente habitable necesitaban dinero.

Permanecí callada todo el trayecto. En parte porque quería escuchar la historia de Wis, pero la realidad era que estaba tratando de imaginar a esos dos trabajando en la casa, como hacían los Tyler. Aunque Alex no me caía bien, su aspecto era como el de su encantador compañero. Dos chicos que daban una imagen de perfección como nunca antes había visto. Y no acababa de imaginármelos allí sudando la camiseta como en un anuncio de desodorante.

Por fin tomamos la recta hacia la finca, y mientras Cyrus explicaba que tenían que probar la cerveza de Johnson concentrado en la carretera, Wis aprovechó y se inclinó hacia delante para susurrarme.

—Vaya, princesa, vives en un palacio.

No contesté, naturalmente. Apreté la mandíbula y agradecí que desde atrás no podía verme la cara, que volvía a estar como un tomate. Cuando noté que volvía a sentarse correctamente en su asiento, me envalentoné, y eché una fugaz mirada hacia el retrovisor central para tratar de verle la cara con disimulo.

Para mi sorpresa los ojos que encontré mirándome, eran azules. Volví de inmediato la vista hacia la carretera.

Entramos en la finca y vi las obras del cobertizo detenidas, los Tyler aún no habían llegado. Cyrus aparcó la Pick-Up al lado del porche. Tía May estaba allí de pie esperándonos. Su aspecto había vuelto a la normalidad. Vestía tejanos y una camisa a cuadros. Su pelo trenzado descansaba sobre su hombro derecho y llevaba un sombrero de vaquero. Bajó los escalones del porche para reunirse con nosotros mientras yo habría la puerta para apearme del vehículo.

—Lor, cariño —suspiró dándome un rápido abrazo—, menos mal que estás bien. JB ha llegado hace diez minutos, qué susto me he llevado.

Suspiré.

—Estoy bien, tía May. Ya me explicarás exactamente en qué consiste eso de que se te caiga la sal.

Bajó el rostro hacia el mío y alzó una ceja.

—Y tú lo de trepar a los árboles —contraatacó.

—Touché —me limité a decir.

Los chicos bajaron del coche en ese momento y mi tía se los quedó mirando, luego su mirada pasó a Cyrus, que ya estaba dando la vuelta por delante del capó para reunirse con nosotras.

—May, estos dos jóvenes son Wis y Alex —dijo el cowboy—. Por lo visto se dirigían aquí, cuando esta jovencita se les echó encima.

Ante aquel comentario, mi tía, volvió a mirarme. Esta vez con ambas cejas levantadas.

—Interesante —dijo.

Puse los ojos en blanco. Tía May lo ignoró y le tendió una mano a Alex. Me puse en guardia pensando que le soltaría alguna insolencia, y eso sí que no lo pensaba tolerar. Pero sonrió afablemente a mi tía, y le apretó la mano. Wis hizo otro tanto para saludarla.

—Es un placer, muchachos. Soy May —se presentó— ¿Puedo saber por qué veníais hacia aquí?

—Son nuevos en el pueblo —se adelantó Cyrus, situándose al lado de los dos chicos—. Necesitan trabajo y les dijeron que estabas de obras, May.

—Entiendo —dijo mi tía—, pero ya tenemos a los Tyler, aunque no sé dónde se han metido hoy, ya deberían estar aquí.

—En realidad —interrumpió Cyrus—, hoy es posible que no vengan, anoche se metieron en un lío. Nada grave —se apresuró a explicar al ver la expresión de sorpresa de nuestras caras—, pero el caso es que el sheriff los detuvo. Ethan y Jack están en comisaria todavía. El pequeño Sam, naturalmente, está con sus padres.

—¿Que están en comisaria? —casi grité— ¿Tan grave fue lo que hicieron?

Cyrus se quitó el sombrero para rascarse la nuca y negó con la cabeza.

—No lo sé, preciosa, pero seguro que no es nada grave.

—Está bien —dijo tía May volviendo a los dos recién llegados—, dos pares de brazos más no nos vendrán mal. ¿Cuándo podéis empezar, chicos?

—Cuando lo mande usted, patrona —entonó Wis exultante—. Si quiere podemos quedarnos ya.

—Está bien, entonces —concedió tía May—. Cyrus, acompáñalos atrás y explícales lo que los chicos pretendían hacer con el cobertizo. A ver si pueden seguir con eso mientras el sheriff entra en razón y suelta a los Tyler.

Cyrus accedió solícito a los deseos de tía May y enseguida se alejó de nosotros con Wis y Alex detrás de él.

La mención del encarcelamiento de los chicos, me había desembotado la cabeza del influjo encantador de Wis. Por más que me gustase ese muchacho, los Tyler se habían convertido en mis amigos, y no podía imaginar qué podían haber hecho para obligar al sheriff a detenerlos.

—Tengo que ir a ver a los chicos —dije pensando en voz alta.

Tía May estaba observando cómo Cyrus señalaba el perímetro que Ethan había marcado para levantar el nuevo cobertizo señalando de un lado a otro dándoles explicaciones a los recién llegados. Wis y Alex lo seguían de cerca observando atentos y asintiendo de vez en cuando a las directrices del cowboy.

—Ya me imaginaba que dirías eso —contestó mi tía sin apartar los ojos de los chicos—, pero, ¿qué piensas hacer? Dudo que los suelten por más que se lo supliques al sheriff.

—Tengo que saber qué ha pasado. Sin duda el Sheriff se ha excedido.

—No sé yo —suspiró pensativa— no me desagradan, pero tienen fama de meterse en líos, Lor.

—Soy su amiga, por lo menos me dejarán verlos, ¿no?

Tía May frunció los labios mientras lo meditaba.

—Tal vez —dijo por fin—. Pero no te sorprendas si no es así. De todas formas ya has oído a Cyrus, debe de tratarse de una falta leve, los soltarán esta tarde a no más tardar. Podrías esperar a mañana, sin duda te contarán lo que ha pasado.

—Tom no esperaría —solté sin pensar—. También eran amigos suyos.

Mi tía volvió el rostro hacia mí y sonrió.

—Sí, en eso estoy de acuerdo, vete entonces, pero nada de trepar por la comisaría ni cosas así.

Sonreí mientras daba media vuelta para ir a buscar las llaves de la camioneta, agradecí que Jack la hubiese arreglado el día anterior. Las cogí y salí corriendo de la casa hacia donde estaba aparcada, justo al lado de la obra del cobertizo. Me sorprendió un poco ver a Wis y Alex trabajando codo con codo continuando el trabajo de Ethan, bajo la atenta mirada de Cyrus.

—Voy a averiguar qué delito han cometido los Tyler —expliqué antes de que al cowboy le diese tiempo a formular la pregunta.

Wis y Alex alzaron la vista una fracción de segundo al oírme, pero continuaron con su labor. Cyrus se acercó a mí mientras me subía en la camioneta y cerraba la puerta, apoyó las manos en mi ventanilla, y se inclinó para mirarme a los ojos.

—Puedes decirle al Sheriff de mi parte, que es un tarugo acabado. Detener a esos chicos ha sido una estupidez.

—Mmm… no creo que sea buena idea que le diga eso Cyrus —sonreí—. Quiero que me deje verlos, no que me prohíba el paso o que me encierre con ellos.

El cowboy asintió serio, pero luego me guiñó un ojo y sonrió.

—Pues díselo después.

Me eché a reír y arranqué la furgoneta mientras se retiraba del vehículo. El rugido del motor fue ensordecedor, y sentí una punzada de vergüenza. ¿Qué pensaría Wis de mi bólido? Miré de reojo hacia los chicos, el guapísimo rubio me miraba con disimulo sonriendo levemente. Aparté la vista ruborizada y aceleré para salir de la casa. Lo último que necesitaba eran distracciones.

En menos de media hora ya estaba atravesando la valla de entrada al pueblo. Pensé en pasar por la tienda de Bill Tyler para saludar a Sam, pero vacilé. Sería mejor que fuese directamente a comisaría. Si Sam me veía en la tienda seguramente querría acompañarme para ver a sus hermanos, y no me pareció bien que un niño de su edad guardase el recuerdo de sus hermanos encarcelados. Seguí las señales informativas para llegar a las dependencias policiales, pues no conocía el camino, gracias a Dios nunca antes me había ocurrido nada grave que desembocase en comisaría. Llegué en poco menos de cinco minutos. Alma era un pueblo pequeño de poco más de trescientos habitantes. Aparqué en el otro extremo de la carretera y observé el edificio. Era relativamente pequeño, de dos plantas, rectangular y de color gris. Había tres ventanas en la parte frontal y dos escalones daban el acceso a la puerta de entrada. En ella grabado en el cristal, estaba el escudo de la policía de Alma.

Crucé la calle y subí los escalones a la carrera. Di un tirón a la puerta y ésta cedió con un chirrido. Entré y me detuve en el umbral. Por dentro el edificio era todavía más deprimente. Una sala amplia con tres mesas cubiertas de carpetas polvorientas con unos ordenadores muy antiguos y renqueantes, al final de la estancia unas escaleras subían al piso de arriba. Las paredes tenían una horrenda pintura marrón desvaída y desconchada en algunas zonas. Una máquina de café que había visto tiempos mejores, descansaba en la esquina derecha del fondo y un policía con una barriga descomunal estaba parado frente a ella con un vaso en la mano, dándole vueltas a su contenido absorto.

—Querida, ¿te encuentras bien? —dijo una voz estridente a mi izquierda.

Me giré de golpe y me encontré con una mujer de unos sesenta años, sentada en una mesa de color verde pálido. Me miraba por encima de sus gafas de media luna, éstas descansaban tranquilamente en el puente de su larga nariz. Tenía el pelo corto, rizado y pelirrojo, claramente teñido. Podía verle las raíces blancas que pedían a gritos una visita a la peluquería. Su rostro no denotaba amabilidad alguna, sin duda porque mi entrada había interrumpido su labor, se estaba pintando las uñas de un escandaloso rojo.

—Digo ¿que si te encuentras bien? —repitió molesta, ante mi escrutinio.

—Disculpe —respondí al fin —, estoy buscando al sheriff.

—Claro, ¿y tienes cita?

—No.

—Pues sin cita, no será posible.

—¿Es que está reunido? —quise saber.

La mujer se echó hacia atrás recostándose contra el respaldo de su vieja silla y empezó a soplarse las uñas de la mano derecha sin dejar de mirarme.

—Podría ser —dijo alzando las cejas y frunciendo los labios.

—¿Y si ocurriese algo que lo requiriese?

—¿Mm? Explícate, niña —dijo desdeñosa agitando sus huesudos dedos en el aire—, ¿te ha pasado algo grave?

Entrecerré los ojos mientras daba un paso hacia delante para acercarme a su mesa e inclinarme levemente.

—Tal vez me estuviesen coaccionando para venir aquí con una bomba y me estuviesen vigilando— dije en voz baja—. Tal vez solo podría ayudarme el sheriff si me hubiesen atracado, y usted solo me está poniendo trabas. O tal vez tenga información valiosa que es urgente para él y gracias a su inestimable labor —escupí mirando desdeñosa el bote de pintauñas que descansaba sobre su mesa—, cuando pueda comunicarle dicha información sea demasiado tarde.

Su rostro se había puesto serio, apretaba la mandíbula con fuerza. Le sostuve la mirada durante dos segundos. Luego apoyé una mano sobre su mesa.

—Tal vez yo sea una niña —susurré—, pero apuesto a que en horas laborales no puede estar perdiendo el tiempo haciéndose la manicura. Llame al Sheriff y dígale que Lor Blake está aquí, esperándole, y que no me iré hasta que me reciba —sonreí como si fuésemos viejas amigas. Cuando fui consciente que el policía de la máquina de café nos observaba, di media vuelta y me senté en una silla roñosa y solitaria en el otro extremo de la sala.

La maleducada recepcionista marcó un botón de su paleolítico teléfono y avisó a su interlocutor. Un hombre de constitución fuerte, calvo y de semblante serio bajó por las escaleras en menos de cinco minutos. Miró interrogante a la recepcionista, y ella, le indicó mi dirección con un gesto de cabeza. El caballero, me observó un momento antes de acercarse a mí. Me puse en pie de inmediato al ver la placa de sheriff prendida en su solapa.

—Lor Blake, supongo —dijo tendiéndome la mano —. Soy el sheriff Hood.

Le devolví el apretón, tenía las manos grandes y cálidas.

—Supongo que vienes por la investigación de tu hermano Thomas. —continuó

Se me paró el corazón.

—Ya le dije a tu madre por teléfono que seguíamos igual —explicó tomando mi mutismo por un signo afirmativo—. No hemos encontrado ni rastro en la montaña en estos tres años, el caso quedará archivado.

—¿Qué? —Exclamé— ¿Qué quiere decir con archivado?

—Lo siento mucho —se limitó a decir.

—¿Que lo siente? —Mascullé— ¿qué han hecho para buscar pistas de mi hermano?

—Peinamos la montaña cientos de veces y hablamos con todo el mundo, nadie sabe nada de valor. Sé que perder a un ser querido es duro, pero la vida continua— intentó apaciguarme.

—¿Y el expediente? —Pregunté—. Si archivan el caso podría quedármelo ¿no?

El sheriff negó con la cabeza.

—Me temo que no, las cosas no funcionan así. Es confidencial.

—Entonces tampoco podría enseñármelo ¿verdad?

Debí darle pena, frunció los labios y miró a ambos lados. La recepcionista nos observaba de vez en cuando por encima de la pantalla de su ordenador, y el policía gordo se había sentado en una de las mesas, haciendo ver que hacía algo de utilidad. El sheriff me cogió de un brazo y me llevó a un extremo de la habitación.

—Créeme —dijo en tono afligido—, la orden de archivar el caso no la doy yo. No podemos hacer nada más.

Me quedé atónita, Hood se dio cuenta y añadió:

—Mira —susurró—, si averiguas algo puedes venir a verme. Tal vez si encuentras una pista se reabra el caso.

Lo miré sorprendida, claro que pensaba buscar información sobre Tom, lo que no esperaba es que pretendiese usarme como detective. Menos aún si ellos, que eran la policía no habían encontrado nada.

Asentí en silencio. El sheriff me puso las manos sobre los hombros y presionó para reconfortarme.

—Bueno, si no necesitas nada más…—dijo a modo de despedida.

Mi mente se despertó en ese momento. Alcé el rostro y clavé mis ojos en los suyos.

—Los Tyler— dije.

Él alzó las cejas sorprendido y se separó de mí.

—¿Qué pasa con ellos?—preguntó.

—Están trabajando para mi tía en la finca. Hoy no han venido a trabajar porque usted los detuvo anoche. Quiero saber qué hicieron y quiero verlos— exigí.

Vi que lo consideraba.

—Por favor —pedí—, son mis amigos. ¿Es que han matado a alguien?

—No deberías tener amigos así, esos chicos siempre se están metiendo en líos— me sermoneó.

Aunque a regañadientes, se desabrochó las llaves que llevaba en el cinto, tal vez conmovido por mi súplica.

—En fin, iba a soltarlos de todas formas. El alcalde ha retirado los cargos.

¿El alcalde? Aquello sí que no me lo esperaba.

Se dio media vuelta y me instó a seguirle. Oculta bajo las escaleras había una puerta de color negro. El Sheriff introdujo las llaves y abrió. Me hizo pasar delante de él y me encontré en un pasillo estrecho iluminado por una bombilla titilante. Caminé con el sheriff a mis espaldas hasta el final, para detenerme frente a otra puerta. Hood adelantó un brazo por delante de mí para introducir otra llave en la cerradura y abrió.

Una habitación cuadrada, una ventana con barrotes y dos catres junto a un inodoro. Allí tumbados en las camas se encontraban Ethan y Jack.

Al vernos entrar, los chicos se pusieron en pie sorprendidos.

—¿Lor? —dijeron al unísono.

—Hola chicos —saludé—. ¿Se puede saber qué habéis hecho?

—Nada tan grave como para que nos meta aquí el sheriff, te lo aseguro —dijo Jack mirando a Hood desafiante.

—Es la tercera vez que os metéis en líos este mes, muchacho, y allanar la propiedad privada, sí es un delito —le reprendió el sheriff—. Tenéis suerte de que el alcalde haya retirado los cargos. Podéis iros.

Los chicos lo miraron entrecerrando los ojos.

—Si usted hubiese estado delante habría hecho lo mismo que nosotros, sheriff— le dijo Ethan seriamente.

—Haberme llamado entonces. Habría sido mejor que tomaros la justicia por vuestra mano.

—No hubiese llegado a tiempo —masculló Jack.

El sheriff frunció los labios pero no contestó. Nos hizo un ademán con la mano para que saliéramos de allí. Recorrimos las dependencias policiales en silencio hasta la salida.

—¿Se puede saber qué demonios habéis hecho? —pregunté cuando estuvimos fuera.

—Lo correcto, como siempre —dijo Jack.

—Me dijisteis que teníais que ayudar a vuestros padres con el inventario.

—Y eso hicimos —intervino Ethan—, pero al cerrar la tienda íbamos de camino al bar de Johnson y vimos como el hijo del alcalde, de doce años —puntualizó—, atravesaba la cristalera de su casa y caía en el jardín echo un ovillo. Su padre lo siguió fuera con un cinturón en la mano. ¡Le estaba pegando una paliza tremenda!

Pues los ojos como platos y me tapé la boca.

—Cielo santo —musité.

—Así que imagínate lo que hicimos —intercedió Jack—, saltamos al jardín del alcalde y nos interpusimos entre él y su hijo. Ese tipo de maltrato es imperdonable, por mucho que sea el padre. Menudo alcalde de mierda que tenemos.

—Cuando llegó el sheriff alertado por los vecinos —continuó Ethan—, nos detuvo por allanamiento de morada ¿te lo puedes creer?

—¿Y no le hizo nada al alcalde?

Los chicos negaron con la cabeza.

—Nadie vio que estuviese pegando al chico salvo nosotros —explicó Jack—, y le dijo a la policía que las marcas de su hijo se debían a que unos chicos le habían pegado, y que la cristalera la habíamos roto nosotros. El muy desgraciado.

—Pero eso es horrible.

—Y raro —añadió Ethan—. Me lo hubiese esperado de cualquiera menos de él. Era como si no fuese el mismo. Tenía una mirada rara.

—Pero ha sido él quien ha retirado los cargos —puntualizó Jack—. ¿Habrá entrado en razón?

—No lo sé —respondió Ethan—, ya nos preocuparemos de eso cuando toque. Vamos a casa, a ver cómo está papá —se volvió hacia mí y añadió—. Mi madre ha venido esta mañana a vernos, nos ha dicho que mi padre estaba hecho un basilisco, pero que no nos preocupásemos, que ya se le pasaría. Será mejor que vayamos rápidamente a explicarle esto. Si no está muy enfadado iremos a tu casa esta tarde para seguir con el cobertizo. ¿Se lo dirás a tu tía de nuestra parte?

—Claro —asentí—, pero si no podéis no debéis preocuparos, han venido dos chicos más a ayudar con las obras.

Los chicos me miraron asombrados.

—¿Quiénes?

Comencé a explicarles que aquella mañana había salido temprano de casa con JB y que había ido a la casita del árbol, cuando lo recordé. No había vuelto a pensar en ellas desde la caída.

—Encontré unas letras grabadas en la mesita de madera —exclamé— L—A—R y tres muescas en un lateral. ¿Sabéis qué significan? ¿Las hicisteis vosotros, o tal vez Tom?— pregunté esperanzada.

Los chicos se miraron entre sí, Ethan se encogió de hombros con las comisuras de la boca hacia abajo, mientras que Jack tenía el ceño fruncido y se rascaba la cabeza, pensativo. Finalmente me miraron y negaron con la cabeza.

—No —contestó Ethan— no fuimos nosotros, y no vi que Tom le hiciese nada. La mesita estaba allí, volcada en el suelo la primera vez que subimos.

Me desinflé de golpe. Había esperado que aquello significase algo, pero si ya estaba en la casa cuando llegaron, significaba que pertenecía a quien la construyó y luego la abandonó.

Terminé por explicarles que el eclipse provocó que JB se encabritase y por culpa de eso, al bajar, caí sobre Wis. Acabé narrándoles la historia de los dos recién llegados, y que mi tía los había empleado en casa para así terminar antes con las obras.

—A ver si son capaces de no meter la pata con el cobertizo —dijo Ethan cuando nos estábamos despidiendo.

Sonreí. No quería herir su orgullo, pero pensaba que un cobertizo no debería suponer problema alguno para alguien que supiese un mínimo de la materia. Alguien que no fuese yo, por supuesto.

Los chicos no permitieron que los llevase a casa alegando que querían estirar las piernas de camino y de esa forma mentalizarse para la bronca que les tendría preparadas su padre. Antes de irse prometieron que si no podían venir aquella tarde, lo harían sin falta al día siguiente. Les dije adiós y me metí en mi camioneta.

Conduje de vuelta a casa aun pensando en las letras de la dichosa mesita. No les había dado mucha importancia porque las había olvidado totalmente con la caída y la cara de Wis. Mentira. Las has olvidado SÓLO por la cara de Wis, tonta, me dije a mí misma. No podía permitirme distracciones, estaba allí para averiguar dónde estaba mi hermano, no para flirtear con chicos. Me mentalicé en aquel instante, debía mantener una distancia razonable con aquellos dos si no quería hacer el ridículo. No debía dejar que Alex me sacase de mis casillas y muchísimo menos debía ruborizarme cuando Wis me dijese cualquier cosa. Estaba claro que estaba en su naturaleza ser un playboy y no pensaba dejarme embaucar, por muy guapo que fuese, debía mantener los pies en la tierra. Además, estaba segura que les hablaba así a todas las chicas simplemente por el placer de gustarles. No me consideraba nada especial, tal vez sólo un deporte.

Cuando por fin llegué a casa, me encontré con más maderas apuntaladas en el cobertizo de las que puso Ethan el día anterior. Sin lugar a dudas tía May estaría complacida. Alex se encontraba martilleando unos clavos en un lateral. Tenía la camiseta empapada y pegada al cuerpo, el pelo alborotado y dos clavos en la boca, preparados para clavarlos en la madera. Bonita vista, si no fueses un borde. Pasé de largo para aparcar al lado del porche, buscando a Wis con la mirada. Estaba al lado del pozo, inclinado hacia delante para tirarse un cubo de agua por la cabeza. Una visión difícil de describir. Tomé aire, me recompuse y bajé de la furgoneta.

Tía May estaba poniendo la mesa con la ayuda de Cyrus.

—¿Y bien? —preguntó al verme—, ¿sabes ya qué diantres han hecho esos chicos? ¿Vendrán a comer?

Negué con la cabeza.

—No lo creo. El sheriff los ha soltado, pero Bill Tyler no estaba muy contento, por lo que sé.

—No me extraña —respondió.

—No es justo, tía May, si yo hubiese estado en su lugar habría actuado del mismo modo. ¿Sabes por qué estaban presos? Por evitar que el alcalde matase a su hijo de una paliza. El muy canalla los acusó de allanamiento de morada, por entrar en su jardín para obligarlo a terminar con aquella tunda.

Mi tía dejó su labor tras escucharme y miró a Cyrus, que asentía levemente con la cabeza.

—Entonces es cierto —dijo el cowboy—. No quería creer los rumores, aunque confiaba en que los chicos Tyler no habían hecho nada malo.

—El alcalde siempre ha sido un padre ejemplar —dijo tía May—, no entiendo qué puede haber sucedido como para que pierda los papeles de esa manera.

—Lo que yo no entiendo es que el sheriff Hood no lo haya encerrado a él —maldije sentándome en una silla.

—Bueno —me consoló mi tía—, el caso es que los han soltado, y seguramente mañana ya estén por aquí. Ahora comamos, ve y avisa a Wis y Alex.

Abrí la boca para negarme. Pero me callé y asentí con un movimiento de cabeza. Si le decía a mi tía que no, empezaría a hacer preguntas. ¿Y qué se suponía que iba a decirle? ¿Que me ponía nerviosa con aquellos chicos? Sería mucho mejor actuar con normalidad e intentar evitarlos lo máximo posible. Salí del porche y fui hacia el cobertizo nuevo. Wis había vuelto a desaparecer de la vista, miré hacia el pozo pero tampoco estaba allí. Me paré cuando me faltaban tres metros para llegar a Alex, que seguía clavando clavos concentrado. Podía ver los músculos de su espalda moverse bajo su camiseta con cada gesto que hacía. Céntrate, Lor, está bueno pero no deja de ser un estúpido.

Carraspeé para llamar su atención, funcionó de inmediato. Se volvió y al verme frunció el ceño.

—Ah, eres tú —dijo contrariado—. Te he visto llegar. ¿No has atropellado a nadie por el camino?

—Señor, dame paciencia —murmuré rechinando los dientes.

—¿Qué dices?

—La comida está lista—dije sin hacer caso a su pulla—. Podéis venir cuando queráis.

Tiró el martillo a la caja de herramientas que descansaba cerca de sus pies, se limpió las manos con un trapo que le colgaba del lateral de los vaqueros y se echó el flequillo hacia atrás.

Me volví para regresar a la casa y casi choqué con Wis.

—Princesa —dijo sonriente—. Hola, empezaba a aburrirme sin ti.

Parpadeé un momento para recobrar la compostura y recuperar el aliento.

—Hola —conseguí decir.

—Vamos a comer, Wis —espetó Alex que al pasar a nuestro lado, agarró a su amigo de un brazo y tiró de él hacia atrás—. Ya jugarás con ella después, tengo hambre.

Wis no dejó de sonreírme mientras su compañero lo arrastraba hacia la casa. Los seguí, intentando no sentirme una idiota, y agradeciendo que mi tía y Cyrus estuviesen presentes en la comida. Con su sola presencia, frenarían la lengua del insoportable Alex y los flirteos de Wis.

La comida transcurrió apaciblemente, cosa que agradecí. Aunque me gustase Wis, y que Alex me sorprendiera con unos exquisitos modales en la mesa, no hubo ni por asomo, la armonía y las risas que solíamos tener cuando estaban los Tyler. Echaba de menos a mis nuevos amigos. Me obligué a recordar que estarían allí al día siguiente y me alegré. La comida terminó y en esta ocasión, no tuvimos una charla desenfadada de sobremesa como era habitual con Ethan, Jack y Sam. Los recién contratados no tenían tanta confianza como los Tyler. Cuando terminaron, pidieron permiso para volver a sus tareas y sin que lo percibieran Cyrus y mi tía, Wis me guiñó un ojo al marcharse.

Recogí el porche con tía May mientras Cyrus se sentaba en un rincón con una tacita de café en una mano para no estorbarnos. Cuando hubimos terminado, mi tía se sentó junto a él para charlar de sus cosas. Yo me fui a ver cómo estaba JB, desde qué se escapó por la mañana no había ido a verlo.

El caballo se encontraba mordisqueando la hierba del suelo cuando crucé la valla y me aproximé.

—Estás más tranquilo ya, ¿no? —dije situándome a su lado—. Menuda manera de dejarme tirada, mejoramos nuestra relación por momentos —suspiré.

Ni se inmutó. Fui al bebedero para llenárselo de agua. Giré la llave de paso y el líquido empezó a salir a borbotones. Me quedé allí quieta, observando el agua correr, absorta en mis pensamientos. Si las letras que había encontrado grabadas en la mesa de la casita no las había tallado ni los Tyler ni Tom, sin duda debían pertenecer al antiguo dueño. Por lo tanto, no era ninguna pista de valor. Pero mi cabeza era incapaz de dejar de darle vueltas. En mi fuero interno sentía que había algo más. ¿Pero qué? Probablemente mi subconsciente tratase de agarrarse a un clavo ardiendo, lo sabía. No obstante, aun siendo consciente de ello, la sensación de que algo no encajaba seguía allí.

JB empezó a escarbar en la tierra justo detrás de mí, llamando mi atención. Me volví y relinchó.

—¿Qué pasa ahora?— increpé molesta—. Se está llenando, no puedo ir más deprisa— expliqué señalando al agua.

Continuó relinchando y escarbando cada vez más fuerte en la arena.

—Se te saltarán las herraduras, para— exigí.

No me hizo ni caso

—¡Que pares!— grité.

Alzó la cabeza en mi dirección y dejó de escarbar en la arena. Dio dos pasos hacia mí, y alargué la mano para tocarle el hocico, pero antes de llegar si quiera a rozarlo, apartó la cara y se alejó de mí galopando y dando coces en el aire.

—¿Pero qué demonios? —susurré al viento, contrariada.

—Princesa —dijo una melódica voz a mi espalda.

Me giré de golpe y allí estaba Wis, observándome a través de la valla.

—Hola —dije cerrando la lleve de paso, y sacudiendo la manguera antes de volver a colocarla en su sitio.

Se quedó allí de pie, esperando a que abandonase el cercado. Y así lo hice.

—Un poco temperamental, ¿no? —dijo refiriéndose al caballo.

Miré a JB que seguía coceando el aire en la otra punta de la pista, y negué con la cabeza.

—No sabes cuánto —admití con un suspiro—. ¿Cómo vais con el cobertizo?— pregunté tratando de parecer indiferente ante su presencia.

—Sin problemas, mañana estará terminado —respondió haciendo relucir aquellos dientes blancos y perfectos— y digo mañana, porque hoy no podemos quedarnos más rato. El señor Cyrus ha de volver al pueblo e insiste en llevarnos a casa. Le hemos dicho que volveríamos a pie al anochecer, pero se ha negado por no sé qué ley de la montaña.

Suspiré. Ya estábamos otra vez.

—¿Sabes por qué?— preguntó.

—Ojalá, pero no. Todo el mundo parece seguir esa norma por aquí —negué con un movimiento de cabeza, mientras me ponía en marcha hacia el pequeño almacén donde guardábamos el pienso.

Escuché sus pasos detrás de mí. Lo miré por el rabillo del ojo, ocultándome a medias por los mechones de pelo que se habían soltado de mi coleta. Llegué al almacén, abrí la puerta, que chirrió pidiendo a gritos que la engrasara, y entré a por la carretilla. Empecé a llenarla con pienso para JB. Sin dejar de sentir la mirada de Wis en la nuca, quemándome...

—Si mañana terminamos pronto —empezó, acercándose a mí por la espalda—, podríamos ir a dar una vuelta.

Sentí que su mano se posaba suavemente en mi cintura, instándome a detener mi labor. Desde luego lo consiguió. Paré en seco ante aquel contacto, sintiendo que me faltaba el aire. Contrólate Lor contrólate. Tragué saliva e intenté conferirle a mi rostro un aspecto indiferente mientras me volvía hacia él.

—Puedo deshacerme de Alex —añadió guiñándome un ojo cuando nuestras miradas se encontraron— sé que puede ser un poco molesto a veces.

Alcé las cejas.

—Vale —admitió—, casi todo el tiempo, pero vive conmigo y lo tengo que soportar.

Curiosa manera de hablar de un amigo, pensé.

—No importa —respondí—. De todas formas no puedo, tengo cosas que hacer.

Frunció el ceño, seguramente alguien como él no estaba acostumbrado a que las chicas se le resistiesen y no era que no me apeteciese salir con él a tomar algo, en cualquier otro momento no me habria importado, es más, me hubiese encantado, pero me había prometido a mí misma centrarme y no permitir que cosas como los chicos, u otras distracciones me apartasen de mi verdadera meta. Saber qué había ocurrido con Tom. De todas formas, yo no podía gustarle, era demasiado alto, fuerte, guapo…demasiado todo.

—¿Qué puede ser más importante que divertirte un poco? —dijo bajando la voz hasta convertirla en un susurro, se acercó un poco más, tanto que casi no quedaba espacio entre nosotros. Alzó la mano hacia mi rostro mientras hablaba y me acarició la mejilla con el pulgar, como lo había hecho en el lago, haciéndolo descender lentamente hacia mis labios —vamos princesa, me lo debes. Esta mañana casi me matas al caerte encima.

Me aparté bruscamente de él dando un paso atrás, el corazón me latía desbocado. Me gustaba, pero se estaba pasando de la raya. ¿Quién demonios se creía que era? ¿Tan seguro de sí mismo estaba que se permitía tomarse esas libertades? Sentía que la mejilla me ardí allí donde él la había tocado. Negué con la cabeza casi imperceptiblemente, mientras apretaba la mandíbula. Mi reacción le pilló por sorpresa. Ya no había duda alguna, nunca había recibido una negativa.

—Está bien —concedió calmado, como quien habla del tiempo—, no quería asustarte. Si no quieres venir a dar una vuelta conmigo mañana, no pasa nada.

—¿Por qué tanto interés? —pregunté cuando me recompuse— apenas me conoces.

Apareció aquella sonrisa de medio lado dibujada en su rostro. Parecía que mi comentario le había resultado gracioso. Como si hubiese algo obvio de lo que yo no era consciente.

—No todos los días le cae del cielo a uno una chica bonita —dijo al fin—, pero tranquila. Si lo prefieres, te cortejaré como es debido y al final accederás a una cita conmigo.

—Tal vez yo no quiera eso —dije seriamente.

¿Por qué se le había metido eso en la cabeza? Ya me costaba concentrarme con su presencia sin necesidad de que hiciese nada excepcional por mí. Si encima ahora se lo proponía no sabía si sería capaz de resistirme.

—Ya, pero no lo puedes evitar, solo yo controlo mis acciones— se volvió hacia la puerta del almacén para marcharse, pero antes de salir se giró un momento y me clavó sus dorados ojos—. Me gustas, Lor, y yo me quedo siempre con lo que me gusta.

Se fue, y me quede allí de pie con la boca abierta como una idiota. No fui capaz de salir del almacén hasta que no escuché arrancar la camioneta de Cyrus y oí como se alejaba de la casa.

Alma

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