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Alma

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Me desperté con la sensación de haber dormido cien años. Hacía mucho tiempo que no descansaba de aquella manera. Estiré los músculos desperezándome sin salir de la cama. Las vigas del techo me saludaron silenciosas. Giré la cabeza para coger mi móvil de la mesita de noche y me topé con la camiseta de mi hermano. Sonreí. La olisqueé de nuevo y me infundió fuerzas.

Salí de la cama y me asomé a la ventana. Todo el terreno de la finca se veía desde allí. Suspiré, realmente hacía falta mucho trabajo para devolverle a aquel sitio el aspecto que tenía antes. Miré la pantalla del móvil. Las diez de la mañana. Tenía una hora para prepararme antes de que llegase Cyrus. Me puse manos a la obra de inmediato.

Tardé poco más de quince minutos en estar lista, me puse un short y una vieja camiseta con el logo de Nirvana y bajé a desayunar. Tía May ya estaba en la cocina y había preparado tortitas. El olor era delicioso.

—Buenos días, Lor —saludó.

—Buenos días, tía May.

Rodeé la pequeña mesa que nos separaba y le di un beso en la mejilla.

—Echaba de menos tus tortitas —dije frotándome las manos y sentándome a la mesa.

Mi tía sonrió y se sentó junto a mí, mientras servía café.

—Parece que has descansado bien hoy —dijo riendo.

—Hacía mucho tiempo que no dormía tan bien, créeme.

—La magia del campo —cerró los ojos y cogió aire—. El paraíso, no sé cómo puedes dormir en la ciudad.

Mi tía no soportaba vivir rodeada de gente, disfrutaba de la soledad de la montaña como un niño disfruta un caramelo. Lo que me recordó algo que dijo Cyrus el día anterior.

—Tía May, ¿es que ya no bajas nunca al pueblo?

—Ya —resopló y alzó una ceja—. No, si puedo evitarlo. Para eso tengo a Cyrus.

—¿Por qué?

Sabía que mi tía visitaba el pueblo lo mínimo, pero por lo que veía ahora, lo mínimo se había convertido en nunca.

—¿Quieres convertirte en una ermitaña huraña? —pregunté.

Tía May tomó un sorbo de su café y me miró pensativa.

—No me gusta y, no veo nada de malo en convertirme en una ermitaña. Además, ¿Sabes la de encargos que me trae Cyrus del pueblo? Si bajase a menudo a Alma tendría el triple de trabajo y, eso, lo quiero evitar a toda costa.

—Pues no aceptes tantos encargos.

—No puedo hacer eso. Tener un Don es tener una responsabilidad para con los demás. Si me piden un favor he de hacerlo, porque sé que nadie más podrá. Solo es para que la gente valor si es importante recurrir a mí, mediante Cyrus o venir hasta aquí. Si yo estuviese allí, no habría ningún filtro ¿Entiendes? Querrían usarme para cualquier tontería.

—Ya veo. ¿Y cómo funciona exactamente tía May? ¿Que clase de cosas te piden?

—Bueno, está el remedio para la gota como viste ayer. Soluciones de fertilidad para algunas muchachas a las que les cuesta quedarse embarazadas, lociones para la alopecia, jabones para pieles sensibles, aceites para el dolor de pies, ese tipo de cosas.

—¿Así consigues el dinero para sobrevivir? —pregunté.

Años atrás en el terreno de la finca había un huerto que actualmente había desaparecido. Tía May cultivaba allí verduras que luego vendía en Alma. Como vivía sola conseguía suficiente dinero como para mantenerse. Aunque los encargos especiales los había fabricado siempre.

—Tu abuela dejó suficiente dinero como para que ni tu madre ni yo tuviésemos que trabajar.

Aquello me sorprendió, mamá nunca lo había mencionado. Lo único que sabía de mi abuela, era que, como tía May, tenía grandes Dones. Y que poseía conocimientos que transmitió a sus hijas. Pero murió a los pocos años de enviudar. Consumida por la pena de la pérdida.

—Pero sí—continuó mi tía—, con mis remedios es como consigo el dinero suficiente para vivir. A pesar de que no lo pido. Son donaciones. No tengo un precio fijo, incluso los preparo gratis. La gente me da lo que considera o lo que puede. A veces me dan objetos, o mermeladas —rió—, pero lo cierto es que si hay una urgencia y me llaman, voy a Alma.

—¿Una urgencia, cómo cuál?

No pudo responder, un claxon sonó fuera, Cyrus acababa de llegar. Me terminé la última tortita de un bocado y le di un gran trago al café para hacerla bajar por el gaznate. Tía May me miraba reprobatoriamente.

—Pero qué bruta eres —dijo más para sí que para mí, mientras recogía los platos de la mesa y salía al porche para saludar a Cyrus.

Salí detrás de ella, la Pick-Up estaba aparcada en la puerta y el cowboy ya estaba fuera del vehículo apoyado en la puerta del conductor.

—Buenos días señoritas —saludó mascando una raíz.

Me recordó a las viejas películas del oeste con esa pose.

—Buenos días, Cyrus —saludó tía May —. ¿Te apetece un café? Aún está caliente —esto último lo dijo mirándome de reojo. Aunque hice ver que no me daba cuenta.

—La verdad es que no, May, pero gracias —me miró y me hizo un gesto con la cabeza—. ¿Estás lista, preciosa?

Me sentía un poco rara cada vez que aquel hombre me trataba de esa manera, pero dicho por él, no sonaba mal. Sino todo lo contrario.

—Preparada —asentí y cogí mi mochila de piel, allí llevaba dinero para comprar, mi documentación y la lista de todo lo que necesitaba.

—Espera, Lor —dijo tía May. Entró un momento en la casa y salió con varios folios en la mano—. Pega esto en algunas farolas o en algunos locales.

Tomé los folletos que me tendía. Allí estaba escrito: se precisan carpinteros para trabajo de campo en la finca Blake. Pagamos al día. Leí la propaganda y asentí.

—Muy bien —contesté—, así lo haré.

Cyrus me abrió la puerta del copiloto cuando me acerqué, subí y cerró después. Tocó su sombrero a modo de despedida cuando miró a mi tía, y ella nos despidió con la mano.

Nos pusimos en marcha rumbo a Alma enseguida. Vi empequeñecer la casa por el retrovisor. Un escalofrío me recorrió la espalda.

—Podrías haberte tomado un café, Cyrus —dije para sacar algún tema de conversación.

—No, niña, el café no me sienta bien —respondió con su habitual tono afable—. ¿Qué tal has dormido hoy?

Recordé mi noche de sueño reparador y sonreí.

—Maravillosamente.

Me devolvió la sonrisa y asintió.

—Supongo que anoche hablarías con tu tía de tu hermano ¿No es así?

El corazón me dio un vuelco. La pregunta me había pillado con la guardia baja.

—¿Tú conocías a Tom?

—Sí —dijo en tono serio—. Lo conocí la última vez que…el año en que…

—Desapareció— terminé por él—. ¿Por qué no me lo dijiste ayer?

El vaquero frunció el ceño.

—Bueno, no lo preguntaste y no quise sacarte ese tema recién llegada. Me pareció descortés.

La noche anterior mi tía se había negado a contarme nada de Tom, pero claro, no había dicho que no podía preguntar a otra persona. Me sentí un poco mal por este pensamiento, pero estaba ávida de información.

—¿Cómo conociste a mi hermano? —no hay nada de malo en esa pregunta.

—Pues verás, yo nací en Alma y me crie aquí. A los treinta años me marché por motivos de negocios y volví hace cuatro años. Alquilé una casita en el centro del pueblo y me instalé. Meses más tarde enfermé, y los médicos no sabían que tenía. Yo jamás había estado tan enfermo, soy un hombre de campo y no me lo puedo permitir —carraspeó como si estuviese contando algo vergonzoso—. Pero el caso es que la enfermedad estaba acabando conmigo. Me costaba respirar y llegó el día en que no podía salir de la cama a causa de la fiebre. Entonces recordé a May. Nos conocíamos desde jóvenes, pero hacía mucho que no sabía de ella. Me arrastré como pude hasta el teléfono y la llamé. Le expliqué lo que me ocurría y que los médicos eran unos inútiles. Cuando terminé de hablar con ella volví a acostarme y, debí de perder la conciencia. Cuando abrí los ojos allí estaba tu hermano. Se había colado por la ventana de mi casa porque yo no abría la puerta. Me contó que me había dado de beber una solución que había fabricado tu tía y, se quedó dos horas conmigo dándome de beber el brebaje de May cada quince minutos, hasta que empecé a encontrarme algo mejor, por lo menos para salir de la cama. El chico me hizo preguntas sobre mi enfermedad. Luego deambuló por mi casa buscando algo. Cuando volvió a mi dormitorio me dijo que la instalación del gas era defectuosa y que las tuberías eran de plomo. Estaba intoxicado por la maldita casa.

Sonreí, típico de Tom. Siempre encontraba lo que los demás no conseguían ver. En más de una ocasión le dije que ese podría ser su Don. Pero él siempre negaba con la cabeza y me decía que simplemente había que prestar atención. Que la gente estaba demasiado preocupada por sus propios asuntos y pasaban cosas importantes por alto.

—Sentí mucho su desaparición, chica —continuó Cyrus, estaba algo afectado por lo que acababa de contarme—. Si hay algo que pueda hacer por ti, tú solo pídemelo.

—Te lo agradezco, Cyrus —pensé en hacerle unas cuantas preguntas, pero decidí que sería mejor hacerlo poco a poco. Tampoco quería que le dijese a Tía May que le había bombardeado preguntando por mi hermano.

Llegamos al pueblo y nos detuvimos en los viveros a comprar tierra y herramientas de jardinería. Le expliqué a Cyrus el problema que creía que tenía la furgoneta de tía May, pero que aún no estaba segura del todo.

—¿Me has dicho que tenemos que comprar herramientas, verdad? —preguntó.

—Pues sí, y madera también. Seguramente tengamos que reconstruir el cobertizo y el granero porque se caen a pedazos.

—Pues entonces iremos a ver a Bill Tyler, él tendrá todo lo que necesitas, y tal vez te aclare algo sobre la furgoneta de tu tía. Creo que uno de sus hijos es mecánico.

Aquello sonaba bien. Tal vez matara dos pájaros de un tiro. Terminamos de cargar la Pick-Up con unos sacos de arena y nos encaminamos a la tienda de los Tyler. Vi que era el último edificio del pueblo, el más cercano a la montaña.

Al llegar comprobé que se trataba de dos locales fusionados. El lado derecho del edificio era una ferretería, mientras que el izquierdo una carpintería, genial, allí encontraría el resto de cosas que me faltaban. Entramos al local y fuimos directos al mostrador. Detrás de la pantalla de un viejo ordenador, se encontraba un hombre de medida desproporcionada, algo fofo y de rostro simpático. Tenía una calva incipiente rodeada de pelo en la coronilla y las sienes.

—¿Pero qué ven mis ojos?—dijo apartando la vista de la pantalla y posándola en el cowboy — ¡El viejo Cyrus Wolf viene a visitarnos! ¿Qué tal viejo amigo?

—No tan viejo como tú, Bill, recuérdalo siempre.

Se echaron a reír y se estrecharon las manos como buenos amigos. Cuando hubieron terminado de saludarse el señor Tyler reparó en mí.

—¿Y esta jovencísima muchacha? No me digas que es tu novia viejo lobo, demasiado joven para ti.

Me ruboricé, sabía que era una broma. El humor de Texas. Aun así no estaba acostumbrada a que se tomasen esas licencias conmigo.

—No seas malo, amigo mío —le amonestó Cyrus—. Ésta es Lor Blake, la sobrina de May. El hombre enarcó las cejas y me miró como si no lo hubiese hecho antes.

—La hermana de Thomas —dijo abriendo mucho los ojos—. Sentí lo de tu hermano, por favor, discúlpame.

Aquello me sentó como un jarro de agua fría. ¿Es que Tom había conocido a todo el pueblo aquel último verano? ¿Todo el mundo tenía más información sobre los últimos días en Alma de Tom que yo? No tuve que abrir la boca porque Bill Tyler debió ver la sorpresa en mi rostro y se explicó.

—Tu hermano hizo amistad con mis hijos la última vez que estuvo aquí.

—Qué bien —dije sonriendo débilmente.

Lo de Cyrus me había pillado de sopetón, pero aquello había sido peor, no porque mi hermano entablase amistad con unos chicos del pueblo, sino porque aquella gente había estado con él antes de que ocurriese todo. Yo habría dado cualquier cosa por estar junto a Tom durante aquel verano.

Cyrus vino en mi rescate, pasó su brazo por mi hombro y me estrechó contra sí.

—Bueno, Bill —dijo para suavizar el ambiente—, en realidad hemos venido a verte porque necesitamos unas cuantas cosas de tu arsenal. May ha decidido rehabilitar la finca y vamos a necesitar material.

El señor Tyler asintió agradecido. Se había dado cuenta de mi reacción. Así que le vino muy bien volver a su zona de confort, detrás del mostrador.

—Pues vosotros diréis.

Saqué la lista de cosas de mi bolsa y se la tendí, algo más aliviada, gracias al apoyo de Cyrus. El señor Tyler leyó y asintió para sí.

—Tengo todo lo que necesitáis —dijo cuándo hubo acabada de leer la lista—. ¿La madera también la querréis hoy?

—No —se adelantó Cyrus—, pero pronto. Primero tendremos que desmantelar algunas cosas.

—Entiendo, pues entonces os prepararé todo lo demás y haré cortar a los chicos los tablones con las medidas exactas. No tardarán mucho, en dos o tres días estarán listas.

—Perfecto —asintió Cyrus.

En menos de diez minutos tuvimos todo listo. Pagué al señor Tyler y cargamos la furgoneta de Cyrus. Antes de marcharme, sin embargo, le di algunos de los folletos que me había dado tía May para buscar personal. Bill sonrió y me aseguró que preguntaría por si le interesaba a alguien.

Volvimos a casa de tía May con la furgoneta de Cyrus cargada hasta arriba. Al llegar a la casa, mi tía salió a recibirnos asombrada por la carga de la Pick-Up.

—¿Te has traído el pueblo entero a casa, Lor?—me dijo mientras yo saltaba del vehículo.

—No me tientes —respondí animada.

Cyrus bajó del coche, y nos pusimos a descargar los sacos de arena y las herramientas. Tardamos media hora en descargarlo todo y meterlo en el cobertizo junto a la vieja camioneta. Cuando por fin terminamos, mi tía nos llamó para comer. Había preparado la mesa en el porche, para disfrutar del día. Ni Cyrus ni yo hicimos alusión a la conversación que habíamos tenido por la mañana ni al señor Tyler. Comimos tranquilamente mientras el viejo cowboy nos contaba historias de sus viajes de negocios. Se había dedicado a la ganadería equina durante muchos años y, había visto a grandes jinetes hacer el más estrepitoso de los ridículos. Lo cierto es que disfrutaba con las historias, me relajaba y apaciguaba.

Estábamos a punto de tomar el postre cuando escuchamos el rugido de un motor acercándose a la casa.

—¿Esperas visita, May? —preguntó Cyrus.

—En absoluto.

Los tres nos levantamos y aproximamos a la barandilla del porche mirando hacia la entrada. Una Pick-Up como la de Cyrus, pero de un modelo mucho más nuevo y de color negro, había accedido a la casa y se detuvo frente a nosotros. Del interior del vehículo bajaron tres chicos muy parecidos entre sí, pero de diferentes estaturas. El más alto llevaba uno de los folletos de tía May en la mano.

—No me lo puedo creer —soltó mi tía—. Los hermanos Tyler.

Me estremecí. Eran los hijos de Bill Tyler. Los que se habían hecho amigos de Tom.

—Buenos días, señora Blake. —dijo el que debía ser el mayor, pues era el que había conducido y el más alto de los tres—. ¿Es cierto esto? —alzó la hoja de papel enseñándosela a mi tía.

—Así es.

—Entonces mis hermanos y yo estamos interesados. ¿Por dónde empezamos?

—Por dejarnos terminar el postre, de momento—interrumpió Cyrus—. ¿A qué viene tanta prisa por el trabajo duro, chicos?

Ninguno de los tres contestó, pero sus miradas se clavaron en mí. Me sentí tremendamente incómoda. El más pequeño, se adelantó y subió los tres escalones del porche para situarse delante de mí.

—Hola —dijo con voz aguda, no debía tener más de doce años—. Eres la hermana de Tom ¿A que sí?

—¡Sam! —llamó el mediano. Subió los escalones siguiendo a su hermano, lo cogió de la oreja y lo arrastro nuevamente fuera del porche mientras el jovencísimo Tyler se retorcía y quejaba de dolor.

—¡Para, Jack! —Gruñía el pequeño—. Me haces daño.

—Pequeño psicópata— le recriminaba el otro—. ¿Qué clase de modales son esos?

—Basta, chicos, basta —pidió mi tía—. Aún no hemos hablado del salario ni de cuando comenzar.

—No nos importa —dijo el mayor—. Lo haremos gratis si es necesario y empezaremos ahora, si queréis.

—Ethan Tyler —apuntó Cyrus—, no te pareces nada al tacaño de tu padre, desde luego.

Ethan, el mayor, miró de reojo a Cyrus y le dedicó una media sonrisa.

—Señor Wolf, eso es porque esto es una cuestión de honor.

Cyrus se cruzó de brazos al escuchar aquello. La verdad es que a mí también me sorprendió. Me acerqué más a la barandilla y examiné al muchacho. Ethan era alto y robusto, seguramente como lo fue su padre en su juventud. Aunque a él, no le faltaba pelo. Los tres hermanos eran castaños y tenían los ojos color miel, y aunque el pequeño tenía una expresión dulce en la mirada, los otros dos mantenían una actitud seria y gesto grave.

—¿Una cuestión de honor?—preguntó el viejo cowboy.

—Así es —intervino Jack, el mediano —. Se lo debemos a Tom.

Otra vez sentí que se me paraba el corazón.

—¿Por qué? —pregunté incapaz de contener la curiosidad.

—Lor — llamó mi tía.

Giré la cabeza hacia ella interrogante, tenía el semblante serio.

—JB debe de haberse quedado sin agua, ve y llénale el bebedero por favor.

—¡Pero tía May! —protesté incrédula. Quería mantenerme fuera de aquella conversación. No daba crédito. —. No es justo, he de saber…

Levantó una mano con el dedo índice extendido para frenar mis palabras y callé. Aquello también lo hacia mi madre y sabía bien qué significaba, aunque mi tía jamás me lo había hecho antes.

—Mi casa, mis normas —dijo gravemente—. Ve.

Cerré la boca y apreté la mandíbula para no ponerme a chillar. Salté por la barandilla en vez de bajar por los escalones, (sabía que tía May no lo soportaba), para que quedase claro que aquello me parecía un ultraje. Me alejé de allí, con la poca dignidad que me quedaba, dado que me había chistado delante de tres desconocidos, (uno de ellos mucho más pequeño que yo,) me había dejado en ridículo y encima no había podido indagar en el tema.

Llegué chutando piedras al cercado de JB y efectivamente apenas le quedaba agua. El animal se acercó a mí agradecido, pero apenas le presté atención. Estaba ocupada mirando en dirección a la casa por si podía adivinar algo sobre la conversación a través del lenguaje corporal de los allí presentes. Idiota, pensé, ni que fuese tan sencillo. Aun así mientras cogía la manguera y le daba al agua para llenar el tanque, no aparté la vista de la casa. Tía May había invitado a los tres Tyler a sentarse en el porche y les estaba sirviendo café. Mientras hablaba sobre todo con el mayor, que negaba con la cabeza y miraba a sus hermanos. Cyrus, que por el contrario se había quedado de pie con los brazos cruzados, de vez en cuando intervenía, pero solo recibía negaciones de cabeza por parte de mi tía.

El bebedero de JB estaba por la mitad, repiqué en el suelo con el tacón de mi bota impacientemente. En cuanto el tanque estuviese lleno volvería como un rayo a la casa. JB apoyó su cabeza en mi hombro privándome así de la visión.

—No me dejas ver —me quejé apartándolo.

El caballo relinchó a modo de protesta y se volvió a apoyar exigiendo atención.

—Ahora no puedo —protesté.

El animal resopló.

El bebedero terminó de llenarse y apagué el agua. Colgué la manguera corriendo y salí del cercado.

—Adiós JB, luego te veo. Perdona— dije mientras cerraba la verja. El caballo me dio la espalda, molesto.

Volví a la casa a paso ligero. Si mi tía pensaba encerrarme en mi habitación o enviarme a algún otro lugar pensaba negarme, y estaba dispuesta a usar la baza de volver a casa si era necesario.

Cuando me encontraba a seis o siete metros de la casa los chicos se levantaron de sus asientos. El pequeño se giró al escuchar que me acercaba, pero se volvió de inmediato. ¿Me lo había parecido o me había mirado con pena? Herví de ira por dentro y apreté el paso. Casi subí los escalones del porche corriendo y me paré allí para mirarlos a todos uno por uno. No me importaba si pensaban que era una loca demente, de hecho, por la forma en la que me observaban aquellos tres chicos y Cyrus, probablemente fuese lo que estaban pensando.

—¿Café, querida?—dijo tía May haciendo caso omiso a mi expresión.

Con que esas tenem os ¿eh?

—¿Cuál es esa cuestión de honor? —espeté ignorando completamente a mi tía mientras le clavaba la mirada a Ethan Tyler.

El chico tragó saliva miró a sus hermanos y luego a mi tía, como si buscase las palabras. Eso me enfureció aún más.

—No la mires a ella —susurré enfurecida—. ¿Hablas de honor? Te he hecho una pregunta. Contesta.

Una mano me sujetó el hombro con firmeza.

—Preciosa —dijo Cyrus a mi espalda—, no lo pagues con el chico. No tiene la culpa.

Cogí aire, tenía razón, pero no podía soportar que supieran más que yo acerca de los últimos días de mi hermano en Alma. Y que por orden de mi tía no fuesen a contarme nada. Mi resolución flaqueó y Cyrus aflojó su agarre para palmearme en la espalda.

—Bueno chicos —dijo tía May con total calma—, entonces todo aclarado. Es hora de que hable con mi sobrina, si sois tan amables…—terminó con un movimiento del brazo dando por zanjada la conversación con ellos.

La observé seriamente, los hermanos Tyler se despidieron de ella y salieron del porche en dirección a su coche sin mirarme si quiera. Me volví para ver cómo se alejaba la Pick Up por el camino de entrada y atisbé al pequeño de los tres hermanos girarse sobre su asiento para mirarme con aquella expresión apenada otra vez. Maldecí para mis adentros.

—Eso ha estado completamente fuera de lugar, jovencita —reprendió tía May.

—”Eso” lo has provocado tú —me defendí—. Tengo que saber qué pasó con Tom.

—¿Y crees que alguien querrá contarte algo con esos modales? Me extrañaría.

Giré sobre mis talones para enfrentarme a ella. Estaba recogiendo los platos y vasos, poniéndolos en una bandeja para llevárselos a la cocina.

—No me hubiese puesto así si me hubieses dejado escuchar lo que tenían que decir esos chicos.

—Nada relevante, te lo aseguro.

—Eso debería juzgarlo yo.

—No estás preparada.

—May —intervino Cyrus (me había olvidado de él completamente) —, tal vez deberías…

—No —cortó mi tía—. Sé cómo tengo que hacer las cosas y esto es asunto mío, Cyrus, te lo agradezco de veras, pero es algo que debemos solucionar nosotras.

—Lo sé, lo sé —el hombre se frotó las manos y asintió para sí pensativo—. Será mejor que me marche, nos vemos mañana. La comida estaba deliciosa, como siempre May.

Mi tía le sonrió cansada y se despidió de él. Ayudé a recoger la mesa en silencio. Estaba molesta con ella. Y ella lo estaba con mi actitud. Pues esto es lo que hay, pensaba yo en mi fuero interno. En tan solo un día me había enterado de que Cyrus y Tom se conocían y de que mi hermano había hecho amigos nuevos, de los que en tres años no había tenido constancia alguna. ¿Qué recuerdos atesorarían? ¿Qué habían hecho juntos? Historias de Tom de las que yo no había sido partícipe y desconocía.

—Lor —llamó tía May a mis espaldas.

—¿Qué? —contesté aún furiosa.

Me tomó de la mano para que dejase los cubiertos. La miré a los ojos. De repente la vi menuda y con más arrugas que el día anterior.

—Háblame, dime lo que piensas, niña —pidió dulcemente.

—He venido a encontrar a mi hermano —solté.

Ya lo había dicho. A eso había venido. No para encontrar una pista, no para hacerme a la idea de que lo había perdido, no para creer que estaba muerto y no para pasar página. Lo supe en cuanto lo dije.

Tía May asintió, y una levísima sonrisa se dibujó en su rostro. Se sentó en la silla de mimbre y me hizo un gesto para que la acompañase. Me senté a su lado esperando su discurso disuasorio.

—¿Qué crees que ocurrió?—preguntó sin embargo.

La pregunta me pilló desprevenida.

—No lo sé, por eso estoy aquí.

—En tres años ¿no has pensado en qué pudo ocurrir?

La verdad era que sí. Cientos de veces había tratado de imaginar qué pudo hacer que Tom rompiese la norma. Nos habíamos criado con aquella regla grabada a fuego en nuestras mentes: ESTABA TERMINANTEMENTE PROHIBIDO SALIR DE LA FINCA UNA VEZ SE HABÍA PUESTO EL SOL. El bosque no era seguro. De niños nos habían contado leyendas de fantasmas y cuentos de terror para que no insistiéramos en salir de casa de tía May. Con el paso de los años, dejamos de preguntar al respecto porque asumimos que tanto a nuestra tía, como a nuestra madre les aterraba la idea de que algún animal salvaje nos atacase, aunque siempre tuvimos la sensación de que nos ocultaban algo. De todas formas, en el pueblo no había nada de nuestro interés, por lo tanto no nos era difícil el hecho de acatar la norma.

—Creo que encontró algo—dije por fin.

Mi tía asintió.

—Yo también pensé eso, pero ¿Qué?

—Tuvo que ser algo de vital importancia para Tom. Pero no sé qué pudo ser. Él era feliz, no necesitaba nada.

Mi tía negó con la cabeza y cruzó los brazos sobre el pecho.

—¿No te contó nada?

—No había nada que contar —suspiré—. O eso creía yo. Está claro que hay algo que se me escapa. Pero desde luego, no ayuda nada el hecho que no me quieras contar qué pasó durante los últimos días de Tom. Desde luego, prohibirles a los demás hacerlo, me parece atroz.

—No les he prohibido nada, solo lo he prorrogado. Creí que había quedado claro ayer —me miró seriamente—. Crees que estoy equivocada ¿pero acaso piensas que tu reacción ha sido normal? Estás de los nervios, Lor.

—Me has enviado a darle agua a JB, eso es lo que más me ha enfurecido.

—No, lo que te ha enfadado ha sido el no saber por qué para Ethan Tyler se ha convertido en una cuestión de honor.

Subí las piernas al sillón y las abracé con fuerza, intentando reconfortarme a mí misma.

—Sé lo que intentas hacer tía May —dije escogiendo cuidadosamente mis palabras—, pero tal vez no lo consigas. Estoy rota por dentro. Me siento como una cáscara vacía. Crees que recuperaré la alegría de vivir, y con ella la perspectiva, pero yo creo que no. Soy incapaz de estar aquí sin buscar a Tom en cada rincón.

Mi tía guardó silencio unos instantes. Después se puso en pie y se apoyó en la barandilla mirando hacia el vacío.

—Está bien —dijo—. Concédeme una semana para contarte qué ocurrió. Si no has progresado para entonces, no te preocupes. Te lo contaré de todas formas.

Cogí aire. Por fin las cosas tomaban rumbo. Me acerqué a mi tía para otear el horizonte con ella.

—Lo encontraré —dije.

Tía May me miró pero no dijo nada, se volvió, se metió dentro de casa y me quedé sola con mis pensamientos. No sé cuánto rato transcurrió hasta que decidí moverme, Tom no iba a aparecer de la nada para proponerme un plan genial y pasar la tarde, así que tendría que empezar a organizarme por mí misma. Fui a buscar a JB dispuesta a dar una vuelta.

—Espero que te comportes —le dije, recordando el día anterior.

El animal me ignoró completamente. Subí a su lomo y me dispuse a salir. Mi tía se había mantenido en el interior de la casa todo el rato y tampoco salió a despedirme cuando pasé cerca del muro.

Me adentré en el bosque al paso con JB, sentí la cálida brisa del verano acariciándome la piel con suavidad. Allí podía encontrar la paz. Estuve dándole vueltas a las conversaciones que tuve con Tom cuando aún estábamos en Rhode Island.

[—No entiendo por qué tienes que quedarte todo un mes en la cafetería, Lor, tu contrato terminó hace dos semanas—. Se quejaba mi h ermano.

—Su camarera habitual ha tenido un accidente. Es normal que me pidan que me quede un mes mientras ella se recupera. Tengo que aceptar porque si me niego puede que no me den trabajo el próximo in vierno.

—¿Y qué? No necesitas trabajar, mamá cubre nuestros gastos. Tu deber es estudiar y dive rtirte.

—Sabes que no soporto pedirle dinero a mamá, me gusta ser autosuficiente. Además, a ti te pasa lo mismo —argu menté.]

Era cierto. Mamá nunca nos pidió que trabajásemos para que no le pidiésemos dinero para nuestras cosas. Pero tampoco nos negó hacerlo, de hecho estaba orgullosa de nosotros por ser autosuficientes. Decía que así valorábamos más las cosas, y era cierto.

[—Pero yo no pierdo un mes de mi verano en Alma por tr abajar.

—¿Qué clase de hermano mayor da consejos tan nefastos? —dije riendo.

Tom se encogió de hombros mientras hacía la maleta.

—Uno divertido, sin duda.]

El recuerdo se difuminó en mi mente. Había sido la última conversación que tuve con él, después me fui a trabajar, cuando volví a casa había dejado una nota sobre mi mesita de noche.

Te quiero en casa de tía May en un mes, si no, volveré y te obligaré a dejar ese trabajo para llevarte conmigo a Alma, enana.

Te quiero: Thomas.

Desapareció a las tres semanas, y yo no había vuelto a Alma desde entonces. Durante meses esperé a que viniese a buscarme, pero nunca lo hizo.

JB se detuvo en el lago. Yo no lo había guiado en todo el camino, pero allí estábamos. El lago Spirit no había cambiado en tres años, rodeado de árboles por todas partes se extendía hacia el horizonte y el reflejo de la maleza en las quietas aguas le daba la apariencia de un gigantesco espejo.

—¿Te gusta este sitio, chico? —le pregunté al caballo mientras desmontaba. El día anterior, cuando me dirigía a casa de mi tía, también había frenado la marcha al llegar al lago.

Cogí las riendas desde el suelo y empezamos a caminar por la orilla. Sabía dónde me llevarían mis pasos pero no me resistí. Llegué a la caleta que solía frecuentar con mi hermano y até a JB a un árbol. Me cercioré de que no había nadie cerca y me quité la camiseta, las botas y el pantalón. Me zambullí de inmediato y agradecí el frescor del agua. Nadé cerca de la orilla, y aquello consiguió relajarme. Aquel día todavía no había llamado a mi madre, y tía May estaba algo dolida conmigo. Cuando llegase a casa me disculparía con ella y acto seguido llamaría a mamá.

Me sumergí de nuevo y dejé que mi cuerpo flotase lentamente hacia arriba mientras mantenía los ojos abiertos bajo el agua. Adoraba aquella sensación de ingravidez. Cuando asomé nuevamente la cabeza para coger aire, la brisa me acarició la frente enfriándola todavía más. A unos quince metros de la orilla se elevaba una roca desde las profundidades del agua, la había ignorado a mi llegada, porque desde allí aprendí a tirarme de cabeza con Tom. Y pensaba marcharme sin llegar a ella, pero algo dentro de mí me lo impedía. A regañadientes conmigo misma, nadé hacia ella. A medida que me acercaba parecía hacerse más grande, la verdad es que no recordaba que fuese tan agotador llegar hasta ella. Cuando por fin alcancé la dura roca me faltaba el aliento. Subí a la cima con cuidado y me senté allí, observando el paisaje mientras cogía fuerzas de nuevo.

Estuve ahí quieta mirando el reflejo del agua con la mente en blanco hasta que el sol me cegó. Protegí mis ojos con el brazo derecho, preguntándome qué hora sería para que estuviese tan bajo. ¡Dios mío! Había perdido la noción del tiempo, el sol estaba cayendo y yo estaba en mitad del lago. Como si supiera exactamente lo que estaba pensando JB relinchó desde la orilla. Me puse en pie ipso facto y me tiré de cabeza al agua, empecé a nadar con toda la fuerza y rapidez de la que era capaz hacia la orilla. Tía May me mataría si no llegaba antes del anochecer. Me faltaban apenas unos seis metros para llegar cuando sentí algo detrás de mí, giré de inmediato sobresaltada, pero allí no había nada. Miré inquieta el agua de mi alrededor. Tampoco. JB volvió a relinchar a mis espaldas y empezó a arañar la tierra con los cascos. Me tranquilicé lo justo para emprender de nuevo el nado hacia él. Llegué en poco tiempo, aunque a mí me pareció una eternidad. Salí corriendo del agua y me puse la ropa a toda prisa, sin dejar de mirar en todas las direcciones por si acaso. Desaté al caballo a la carrera y monté preparada para salir corriendo. No tuve que darle ninguna orden, JB sabía que era tarde y que el tiempo apremiaba. Salió a galope tendido atravesando el bosque conmigo encima como alma que huye del diablo. Esta vez no me asusté, ni pensé en que nos podía ocurrir algo si tropezaba. Temía más la reacción de mi tía si no llegaba a tiempo que un montón de huesos rotos por un accidente. Además, aquella sensación de que no estaba sola en el lago no me hacía ninguna gracia. Sentí que el único que podía salvarme de lo que fuese en aquel momento era mi caballo, así que me incliné sobre su cuello y le dejé hacer.

Salimos del bosque en pocos minutos, todavía había luz. Miré a mi espalda y vi el último resquicio de sol poniéndose en el horizonte. Delante nuestro estaba la casa de tía May, y en el camino de entrada se encontraba ella. Nos estaba esperando. Al verla JB apretó aún más su carrera, y llegamos en segundos. El animal frenó de golpe en cuanto atravesamos la entrada y casi salí disparada hacia delante. En cuanto recuperé el aliento de la frenética carrera, solté las riendas y me tumbé de espaldas sobre el lomo del caballo. Entonces empecé a reír. Pero a reír de verdad, como hacía años que no lo hacía.

Tía May se acercó a nosotros y acarició el morro de JB.

—Gracias —le dijo—, ha faltado poco.

Al escucharla giré la cabeza hacia ella.

—Lo siento de veras —me disculpé—. No ha sido adrede, fuimos al lago y perdí la noción del tiempo —me incorporé nuevamente y palmeé el cuello del caballo—, pero JB lo tenía presente y me ha traído de vuelta justo a tiempo.

Desmonté y cogí las riendas.

—Ha sido una carrera épica, chico —le dije llena de júbilo—. Vamos, te daré doble ración de alfalfa esta noche, te lo has ganado.

Como si me entendiese, asintió con su enorme cabeza. Me eché a reír de nuevo.

—Te esperaré en casa —dijo tía May—. No tardes, la cena está casi lista.

—Enseguida voy —respondí alejándome de allí con el caballo.

Duché a JB a conciencia, pues había sudado lo suyo. Le puse el pienso, la paja y la alfalfa prometida. Cerré la verja del cercado y lo dejé allí revolcándose en la hierba para quitarse el olor del jabón que con tanto mimo le había puesto. Lo observé durante un momento.

—Gracias —susurré—, ha sido como devolverme la vida durante unos instantes.

El caballo dejó de revolcarse y me miró durante un segundo, antes de levantarse y ponerse a comer como si no fuese con él. Sonreí.

Me reuní con tía May, estaba en el porche secándose las manos con un trapo de cocina.

—Me habéis asustado —dijo.

—Lo sé y lo siento tía May —me acerqué a ella y le quité el trapo para cogerle de las manos—. Te prometo que no volverá a pasar. Gracias por no ponerte histérica.

—¿Histérica? ¿Yo? ¿Por quién me tomas, por tu madre?

Aquello me hizo reír, hasta que recordé. Mi tía debió darse cuenta.

—Tranquila, la he llamado cuando estabas duchando a JB, dice que la llames por la mañana.

Uf, menos mal. Suspiré aliviada. Mi madre se podía poner como una moto si le daba la neurosis. Me senté en el sillón de mimbre.

—No, no, no —me reprendió mi tía —. Levántate y vete a duchar, apestas a sudor de caballo, y tenemos que cenar.

Me puse en pie con una mueca.

—Señor, sí, señor.

—No me hables así que no soy un sargento —dijo riendo, y sacudiéndome en el trasero con el trapo.

Tras mi ducha, la cual agradecí sobremanera, me reuní con tía May.

—Entonces —empezó mi tía en cuanto entré en la cocina —, ¿Has estado en Spirit toda la tarde?

—Sí, necesitaba relajarme —empecé a preparar la mesa para nosotras—. No es que quisiera ir, pero JB me llevó hasta allí. Supongo que Tom iría con él, y puso el automático por decirlo de alguna manera.

Mi tía puso una fuente de ensalada en el centro de la mesa.

—Sí, así es. Sé que tu hermano iba allí todos los días a nadar un rato, bueno también ibas tú con él cuándo estábais juntos.

—Sí —asentí—. He ido a la caleta que solíamos frecuentar.

—¿Dónde hay una roca en el centro del lago?—preguntó.

—Así es, pero…—callé ¿Debía contarle a mi tía lo de la extraña sensación de ser observada? Decidí que no. No quería que me prohibiese volver.

—¿Sí? ¿Qué ibas a decir?—preguntó.

—Bueno, nada —me crucé de brazos—. No es tan divertido sin él, supongo que me entiendes.

Asintió con un movimiento de cabeza y no preguntó más. Sacó del horno berenjenas rellenas y las colocó al lado de la ensalada. Nos pusimos a cenar charlando sobre los cambios que necesitaba la finca. JB necesitaba una cuadra nueva, aunque la mayoría del tiempo dormía en una zona delimitada exclusivamente para él totalmente al aire libre, pero era bueno tener un techo donde meterlo para protegerlo del frío en invierno. El gallinero no estaba mal, pero necesitaba una puesta a punto, y el cobertizo…lo más probable era que tuviésemos que reconstruirlo totalmente. Mi tía quería recuperar su huerto y añadir un invernadero. Así que nos hicimos un croquis del territorio y redistribuimos los espacios. El caballo mantendría el cercado, y la cuadra se quedaría en su sitio, pero añadiríamos un guadarnés para la silla y los arreos. El gallinero estaba en la otra punta del terreno de la casa, así que no supondría un problema. El cobertizo lo derribaríamos y lo colocaríamos al oeste, cerca del camino de entrada, mirando hacia la puerta principal. Y el huerto de mi tía y el invernadero, estarían en la parte trasera, pegado a la cocina y a su habitación de preparados. Incluso pensamos en poner una puerta en la misma cocina para poder salir directamente sin tener que dar la vuelta.

Tras la cena me despedí de tía May y subí al piso de arriba para irme a dormir. Cuando pasé por delante de la puerta del dormitorio de mi hermano me detuve. Esta vez no entré, me quede allí quieta y coloqué la mano sobre la superficie de la puerta.

—Voy a encontrarte —susurré. Como si Tom estuviese al otro lado y pudiese oírme.

Me alejé de allí recorriendo el pasillo hacia mi habitación. Sentí un escalofrío al pasar delante del estudio de tía May y me volví. La puerta estaba cerrada como el día anterior. Aferré el pomo y entré, la estancia se hallaba en completo silencio. Llena de caballetes de pintura por todas partes cubiertos con sábanas. Miré a mi derecha: justo a mi lado había un soporte más bajito que el resto. Aferré la sábana que lo cubría y destapé un cuadro. Era similar al que colgaba de mi casa en Rhode Island, pero con tonos más oscuros y siluetas de algo parecido a ojos por todas partes. Sentí un extraño hormigueo en la piel, aquél no era el mismo “Caos”, sino uno más oscuro. Volví a cubrir el cuadro, angustiada de repente, y salí de la habitación. Fui hacia mi dormitorio prometiéndome que al día siguiente le preguntaría a mi tía porqué había pintado algo tan… No encontraba una palabra capaz de describirlo. Pero me había picado la curiosidad.

Cuando entré en mi cuarto, cerré la puerta y cambié mi camiseta de pijama por la que tenía bajo la almohada. Respiré su aroma y me metí en la cama. Alargué la mano hacia la mesita de noche y cogí mi teléfono móvil. Aquel día no lo había mirado ni una sola vez. Abrí los ojos sorprendida cuando vi veinticinco llamadas perdidas de Bibi y doce mensajes. Los leí a toda prisa.

*¿Lor, qué haces?

*te estoy llamando, ¿es que allí no hay cobertura?

*supongo que estás genial ¿no?

*¿No me digas que has encontrado ya una pista?

*aunque no lo creo, de ser así me habrías llamado ¿verdad?

*¿Todavía nada?

*sigo llamándote ¿sabes?

*¿Piensas contestar al teléfono?

*aunque pensándolo mejor, creo que tal vez tu distanciamiento tecnológico se deba a algún chico. ¿Es que allí hay chicos guapos?

*¿Lor?

*¡Looooooooooooor!

*¿Así que es eso? Tal vez tenga que visitar tu pueblo alguna vez si hay tan buen material como para hacer que te olvides de TU MEJOR AMIGA.

*¿EN SERIO NO ME VAS NI A LLAMAR?

Como siempre sonreí al ver los mensajes de mi amiga. Le di a responder y le escribí:

*hola Bibi, lo cierto es que he dejado el teléfono en el dormitorio y no lo he mirado en todo el día. Todavía no he averiguado nada, y por supuesto que mi silencio no se ha debido a la presencia de ningún hombre. Sabes que no estoy para esas cosas. Te llamaré mañana, QUERIDÍSIMA HISTÉRICA. Me voy a dormir. Un beso.

Dejé el teléfono de nuevo en la mesita de noche y me acomodé en la cama. No tardé ni cinco minutos en quedarme dormida.

Alma

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