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FRANZ JENNE

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Jenne’s Reisen nach Spanien, Piemont, der Lombardei und Tyrol (Viajes de Jenne a España, Piamonte, Lombardía y Tirol, 1790)

Viaje (22 de) noviembre de 1787 a 1788. Itinerario: Llegada por barco a Alicante. Elche, Orihuela.

Apenas se conocen datos sobre la vida de Franz Jenne y sobre las circunstancias de su viaje. Lo poco que se sabe procede de dos reseñas de su obra aparecidas en revistas de la época, de las cuales se desprende que era un comerciante natural de Frankfurt am Main afincado en Viena. Curiosamente, ambas reseñas son extraordinariamente negativas y solo ven defectos en esta obra, que al parecer es una «simple compilación llena de errores geográficos, topográficos, históricos y estadísticos» (Raposo, 2016: 127). También se le reprocha que, a pesar de ser comerciante, no ofrezca ninguna información que pueda ser interesante y útil para los de su gremio. En lugar de ello solo aparecen en su obra «secos itinerarios, noticias sobre menús, anécdotas de postillones, aduaneros y frailes, historietas escabrosas y otros arrebatos producto de un ingenio poco instruido» (ibíd.). La verdad es que Jenne parece tener una predilección especial por las anécdotas de viaje, por la descripción de la incomodidad de las posadas y las molestias de las inspecciones aduaneras. Pero lo que a los críticos del siglo XVIII les parecía aburrido y carente de interés, hoy en día representa una valiosa fuente de información sobre la vida cotidiana de los países visitados en aquella época, aunque haya que poner en tela de juicio la veracidad de los datos concretos.

El relato del comienzo del viaje muestra ya desde el principio la tendencia de Jenne a contar anécdotas en estilo novelesco-trivial:

A falta de una buena combinación a Barcelona concerté un pasaje a Alicante por cuarenta florines. [...] Éramos cuatro pasajeros: dos franciscanos, un presunto maronita de Siria y yo. Los frailes son los mismos de los cuales ya hablé en el volumen anterior de mis viajes. Estaban ansiosos por volver a Madrid, donde siempre les esperan con alegría los piadosos cristianos para conseguir indulgencias mediante sus santas mercancías. ¡Oh, la industria monacal! El supuesto maronita me pareció algo sospechoso durante el viaje. Al parecer era un napolitano de buena familia. No voy a cuestionar que en todo caso haya estado en Siria; pero para ir vestido de árabe debe de tener causas muy fundadas que le hacen renegar de su nación. Su misterioso viaje y su objetivo final, así como la falta de decisión sobre el destino de dicho viaje y, sobre todo, su gran devoción, con la que se ocupaba todo el día más que los franciscanos, manoseando el rosario y contando horribles milagros, etc., todo eso me hizo sospechar que el Signore Antonio, o bien había dado un golpe... o lo estaba planeando (Jenne, 1790: 1-2).

La descripción del transcurso del viaje demuestra asimismo qué poco se preocupa Jenne de la veracidad de los datos al mencionar un improbable paso marítimo entre Mallorca y Montserrat:

El lunes pasamos entre la isla de Mallorca y las famosas montañas de Montserrat, el martes pasamos por Ibiza, el miércoles por la mañana por el Cabo de San Antonio y el jueves día 22 a la una echamos el ancla en la bahía de Alicante. De todos mis muchos viajes por mar este fue el más rápido, el más caro y el peor (1790: 3).

Una vez llegado a Alicante el relato adquiere tonos más convencionales. A partir de aquí, Jenne divide el texto en apartados encabezados por un título entre paréntesis, lo cual reproducimos literalmente en la traducción.

La ciudad de Alicante está construida a lo largo de la costa, y en la parte de atrás limita con montañas altas y peladas. Al norte se levanta la fortaleza sobre una roca escarpada. De los edificios de la ciudad llaman poderosamente la atención el ayuntamiento, adornado con dos torres, y la gran iglesia colegiata de San Nicolás con su delicada cúpula. El resto de las casas no hace el más mínimo efecto al tener el mismo color que las canteras y las rocas con las que lindan.

[...]

La bahía es extraordinariamente ancha y, sin embargo, segura debido a que tiene un fondo para anclas muy bueno. El lado oriental empieza en el Cabo de la Huerta y termina al oeste en el Cabo de Palos y la isla de Tabarca. En esta isla se ha construido un fuerte en el cual se encuentra siempre un gran destacamento de soldados. El resto de la isla fue poblado por el anterior rey Carlos III con familias genovesas que rescató de la esclavitud, a quienes solo la necesidad y la miseria obligaron a ello. Se dice de esta isla que le faltan por completo tres de los cuatro elementos: fuego, agua (ambos tienen que ser traídos en barco) y tierra; pero el cuarto sustituye a los demás, ya que el viento sopla allí incesantemente.

(Importación y exportación.) Había más de treinta barcos fondeados en la bahía de Alicante, entre los cuales algunos eran ingleses. Habían traído bacalao salado de Terranova y se llevaban soda, aguardiente, almendras, anís y uvas pasas; también algo de vino tinto, que se usa para mejorar el clarete.

(Hospedería.) Me llevaron a la hospedería de la Cruz de Malta, cuyo propietario es un genovés. Pero allí estuve muy mal servido por una piastra (dos florines y 4 cruceros) al día. En mi segunda llegada fui a la hospedería de la Fuente de Oro, donde tuve una bonita habitación con vistas a toda la bahía, y tuve un servicio tan bueno en la manutención como en la primera lo fue malo, sucio y deficiente (1790: 3-5).

Pero poco después retorna a sus características anécdotas novelescas. En este caso, aunque parezcan irrelevantes para el viaje, sin embargo, están configuradas como un pequeño capítulo sobre personajes curiosos y vida social en Alicante.

(Visita.) Apenas había entrado en mi habitación de la Cruz de Malta cuando ya recibí visita, aunque desconocida. Entraron un oficial de artillería y un español con una capa sucia, con zapatos destrozados y medias. Me preguntaron por mi salud, se pusieron a hablar del tiempo y luego el oficial empezó a poner a prueba mi paciencia. Me obligó a escuchar una larga narración sobre su vieja familia noble y sobre su abolengo. Mientras tanto, su acompañante había abierto la capa dejando ver la cruz de Malta. Por suerte llegó mi barbero, y el caballero desapareció, pero el oficial se quedó para endosarme la segunda parte de la historia, a saber, los antepasados del caballero español que acababa de irse. Yo estaba muerto de miedo en manos del barbero, preocupado por si el caballero hubiera ido al archivo municipal para buscar su árbol genealógico, y por eso cogí rápidamente mi sombrero y mi sable, pedí disculpas a mi superfluo visitante por asuntos urgentes y por esta vez me libré de tener que ejercer más paciencia.

(Cónsul imperial.) En seguida me fui a visitar al cónsul general del Imperio, Don Peter Arabet,18 que además también ocupa el consulado de Toscana, encontrando en él a un hombre muy galante. Al salir vi al embajador de Trípoli yendo a Madrid en dos coches tirados por seis mulos y acompañados por dos soldados de caballería de seguridad. Había pasado la cuarentena en la isla de Menorca, donde el rey está construyendo un lazareto y un almacén para las personas y las mercancías que tengan que pasarla.

(Regalos del bey.) Los regalos enviados por el bey al rey están en consonancia con su bárbara alteza. Constan de cinco caballos, cuatro avestruces, algunas cabras pequeñas, corderos con amplias colas, un gato y un papagayo. Los corderos probablemente son el resto de la provisión, ya que esa especie es común en África, así como los de cola larga lo son en Europa. Y para el papagayo hubieran podido evitarse los gastos de transporte, pues en España cada zapatero tiene un pájaro gritador así y es barato de conseguir.

Después de no haber consumido nada más que malas comidas en la posada durante cinco días, tomé un exquisito almuerzo en el barco con el mencionado señor cónsul. Empezó por el plato nacional, la ollia [sic], que es una fuente repleta de toda clase de carnes y vegetales, de la cual se hace una sustanciosa sopa y cuya carne adquiere un excelente sabor. Yo únicamente haría una pequeña objeción al tocino y los embutidos que siempre la acompañan, junto con los caravenseras [sic].19 Esta mesa, cubierta de viandas muy bien preparadas, se cerró con varias clases de los mejores vinos viejos de la tierra. Como aquí se tiene la costumbre de refrescar el vino con agua helada, debido al fuerte y persistente calor, también se mantiene este uso en invierno, que por cierto aquí no es nada frío.

(Pan.) El aspecto del pan ya le da a uno ganas de comer. Blanco como la nieve, bien cocido y de sabor delicioso, como los panecillos en Viena, pero solo como los de la panadería en la Naglergasse o como los panes de leche de Frankfurt en el Flathaus; así es el pan de aquí. Estas son las tres mejores clases de pan que he encontrado en toda Europa; pero el de aquí era todavía más excelente para mi gusto. Por la noche hubo concierto en casa del señor cónsul, que lo ofrece todos los jueves; y vino mucha gente (1790: 5-8).

Después de este pasaje más o menos homogéneo, Jenne vuelve a saltar bruscamente de unos temas a otros sin coherencia aparente.

(Historia de la ciudad.) Alicante fue conquistado en 1706 por los ingleses después de un duro asedio. Una vez que se apoderaron de la ciudad la rodearon con una muralla o más bien un muro, sobre el cual hay un camino de varios pies de ancho que sirve como paseo. Las calles son en su mayoría rectas, bien pavimentadas e iluminadas por la noche. Únicamente sería deseable que las farolas se limpiaran dos veces al año, pues al parecer solo se hace una vez, los cristales están cubiertos de un grueso polvo.

(Dátiles.) Lo primero que me encontré fueron dátiles frescos; pero aún no estaban totalmente maduros. La cáscara exterior era amarilla, la pulpa blanda y muy jugosa. El sabor dulce, ácido y amargo a un tiempo, por lo cual sacié tan pronto mi apetito que ya el cuarto me repugnó. Por el contrario, las bellotas de aquí son de sabor dulce y bueno y tienen mucho parecido con las castañas. Son mucho más grandes que las nuestras y la gente las come tanto crudas como cocidas y asadas; y por eso se preparan y se venden por las calles como las castañas entre nosotros.

Las mujeres son más feas que guapas. Tienen el pelo negro, la piel morena, y eso podría ser la causa de que el color generalizado de los trajes, tanto de hombres como de mujeres, sea el negro o el marrón oscuro. Estos dos colores tan parecidos los encontré luego usados por toda la nación, como en Prusia el azul y en Turquía el verde. Cuando las españolas salen, las de las clases bajas se ponen una franela blanca en la cabeza; las mujeres de los artesanos algo negro y las más principales tienen algo de color semejante de tafetán, Gros de Naples o Gros de Tour, con o sin encaje. Pero las clases altas llevan un tupé y los cabellos atados por detrás en una red, que generalmente es tan grande que se podría hacer un par de pantalones con ella. De ahí cuelgan muchas borlas, de la misma manera que en los tocados de las italianas.

En la plaza se vendían entonces las más bellas rosas y claveles, así como las uvas más frescas, de la variedad larga. Me aseguraron que esas uvas se mantienen en la rama hasta Pascua.

Caballos se ven muy pocos aquí, pero sí grandes mulos e incontables asnos, que tienen toda la espalda rapada y los agujeros de la nariz, como los caballos en Rusia, abiertos, probablemente debido a que estos animales de carga tienen que subir a altas montañas y así pueden respirar mejor (1790: 8-10).

Una descripción típica de los libros de viajes, la de una iglesia, da ocasión a Jenne para expresar una constante que se repite a lo largo de toda su obra: su animadversión hacia los frailes.

Valencia inédita

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