Читать книгу Valencia inédita - Isabel Gutiérrez Koester - Страница 9
EMMERICH FISCHER
ОглавлениеSieben-Jährige Wanderschafft... (Andanzas de siete años..., 1753)
Viaje en 1727-28. Itinerario: Caudete, Biar, Onteniente, Ollería, Alberique, Valencia, Alcira, Játiva, Albaida, Alicante, Elche, Albatera, Orihuela.
Emmerich Fischer era un fraile capuchino oriundo de Hall en el Tirol (Austria), que acompañó al padre general de su orden, Hartmann von Brixen, en un largo viaje de siete años por Italia, España, Alemania y Austria, publicando a la vuelta, bajo el seudónimo de Emericus Halensis, una extensa crónica de dicho viaje (Sieben-Jährige Wanderschafft Das ist: Kurtze und wahrhaffte Beschreibung der Sieben-Jährigen Visitations-Reis R.mi P. Hartmanni Brixinensis Des gantzen Capuciner-Ordens weiland gewesen Ministri Generalis durch Spanien, Franckreich, Niederland, Teutschund Welschland: worinn nebst denen vornehmsten Städten und Landschaften in Europa vil rare Merckwürdigkeiten und seltsame Zufäll wie auch die Gewohnheiten verschiedener Nationen enthalten sind). La estancia en España tuvo lugar desde enero de 1727 hasta junio de 1728, pero la publicación se hizo esperar veinticinco años.
Esta obra de título prolijo y barroco (Andanzas de siete años, esto es: Descripción breve y veraz del viaje de visita de siete años del Rvdo. P. Hartmann de Brixen, entonces general de toda la orden de los Capuchinos por España, Francia, Países Bajos, Alemania e Italia, donde aparecen, junto a las principales ciudades y regiones de Europa, muchas curiosidades extrañas y acontecimientos peregrinos, así como también las costumbres de varias naciones) es un ejemplo de las crónicas de viaje típicas de la Edad Moderna temprana, en las cuales el acompañante de un viajero de alto rango relata detalladamente en forma de diario todas las estaciones del periplo, sin mostrar apenas rasgos de subjetividad y centrándose en los aspectos concernientes al objetivo del viaje. En este caso se trata de todo lo relacionado con la piedad religiosa (conventos, monasterios, iglesias, ermitas, peregrinaciones, cultos, fiestas, milagros) y con las recepciones y los honores dispensados al padre general. Sin embargo, también incluye algunas observaciones más personales, como puede leerse a continuación.
16 de mayo. Llegamos a la villa de Caudete, donde está el primer convento [capuchino] de la provincia de Valencia, después de un penoso camino por Chinchilla, Albacete, Gallana, Corralrubio y Almansa, habiendo recorrido 55 millas desde que salimos de Madrid.
[...]
20 de mayo. Llegamos al pueblo de Biar, donde los capuchinos tienen un hospicio. El Padre General fue recibido allí con alegre júbilo, con disparo de morteros, con volteo de campanas y con el canto de un Te Deum laudamus, siendo luego conducido a nuestra morada.
21 de mayo. Partimos de madrugada y tras recorrer 5 millas llegamos con un brillante sol español de mediodía a la villa de Onteniente, donde fuimos recibidos por los habitantes con tanta alegría como en el lugar anterior. Luego nos dirigimos a nuestro convento, que está a una media hora de allí (Fischer, 1753: 15).
Lo que en este punto todavía es «un brillante sol español» se revelará a lo largo del viaje como causante de un fuerte calor casi insoportable, que hará que muchas etapas tengan que hacerse de noche.
24 de mayo. A las cuatro de la madrugada nos pusimos en camino y después de recorrer dos millas llegamos a la villa de Ollería, donde también tenemos un convento. El recibimiento fue casi igual que el anterior, pero también aquí se veían las ventanas adornadas con tapices o colgaduras de seda. El Padre General fue acompañado por una tropa de soldados hasta el convento, que está a un cuarto de hora del lugar. Al cantar el Te Deum, etc., se oyeron los instrumentos musicales.
26 de mayo. Tras recorrer cinco millas españolas llegamos a nuestro pequeño convento en la villa de Alberique, donde el recibimiento fue como más arriba, pero las estrechas calles estaban adornadas con flores y hojas, y el pueblo exclamaba con alegría ¡Viva Sant Francés! [sic].2
29 de mayo. A medianoche partimos hacia Valencia, que está a 4 millas de Alberique. El gobernador envió un coche tirado por seis mulos, que el padre general no aceptó. El camino al convento estaba lleno de hierbas esparcidas; y a mediodía se dispararon los cañones.
Valencia, capital del reino de Valencia junto al río Guadalaviar, es grande y bien construida. La comarca, que se extiende a lo largo de una hora de camino, se llama en español La Huerta de Valencia («el huerto frutícola de Valencia») porque es extraordinariamente fértil, sobre todo en naranjas, limas, limones, aceitunas y vides. La ciudad tiene, además de un arzobispo, un virrey y está dotada de una prestigiosa universidad. En la catedral vimos, entre otros objetos de valor, el cáliz o la copa en la cual Nuestro Señor Jesucristo consagró en la última cena; está hecho de una piedra preciosa algo parecida a la esmeralda. Además, vimos el cuerpo del obispo San Luis, traído de Marsella en Francia por los españoles; el diente de San Cristóbal, que es tan grande aproximadamente como el puñito de un niño pequeño; y muchas cosas más. En el convento de los venerables padres dominicos vimos a San Luis Beltrán incorrupto con los hábitos de su orden, así como la celda del famoso predicador penitencial San Vicente Ferrer, en la cual, según él profetizó, siempre hay en este convento un lego santo y al mismo tiempo un sacerdote loco. Porque ese servidor de Dios que hemos mencionado fue considerado por unos como un santo y por otros como un loco desvariado. También hay en esta ciudad varias imágenes de María, entre las cuales la más visitada es la que descansa cerca de la catedral y se llama Amparo de los Desamparados,3 esto es, el auxilio de los abandonados. La Madre de Dios tiene en una mano al Niño Jesús, en la otra un lirio de plata, y se dice que suele dirigirlo hacia el lugar donde haya ocurrido alguna desgracia, por ejemplo, donde esté enterrado el cuerpo de un asesinado en secreto, etc. (1753: 15-17).
El punto culminante de la visita a Valencia lo constituye la fiesta del Corpus, ante cuya magnificencia (y exotismo) incluso un prelado católico como Fischer se muestra impresionado:
12 de junio. Hoy, día de Corpus Christi, vimos aquí una magnífica procesión, en la cual es de destacar lo siguiente: El Santísimo no es llevado en una custodia como en nuestro país, sino en un valioso tabernáculo muy grande bajo un costoso palio portado a hombros por doce religiosos. La multitud de clérigos vestidos con capas pluviales, así como de religiosos de diferentes órdenes parece no tener número. No llevan cruces o estandartes, sino un ferculum adornado con figuras o estatuas. Por eso, delante de los religiosos van niños y muchachos que llevan esos mismos hábitos por devoción, como por ejemplo pequeños dominicos, pequeños franciscanos, etc. Detrás de cada comunidad religiosa van ocho Baladores [sic] que se esfuerzan por imitar a David bailando ante el arca de la alianza. No puedo recordar si vi a algunos bailarines en la comitiva de los capuchinos, pero quiero creer que bailaban interiormente en sus corazones por su amor especial al santísimo sacramento del altar. Además se pasean los llamados Gigantones,4 es decir, ocho estatuas de gigantes extraordinariamente grandes, cuyas cabezas pueden llegar a tocar las ventanas; cuatro de ellos tienen figura de hombre, cuatro de mujer, y cada uno lleva en la mano una gran antorcha ardiendo. Además, se ven ocho Nanos [sic] o enanos gigantes con cabezas enormemente grandes; cuatro representan animales extraños, otros cuatro dicen que representan a los cuatro evangelistas, y algunas figuras más. El clero canta en tono alegre y emotivo aquel himno de la sagrada iglesia «Sacris solemniis juncta sint gaudia, & ex præcordiis sonent præconia, etc.». Toda la catedral, que es grande e impresionante, está bellísimamente iluminada, y cuando entra la procesión, los bailarines saltan con todas sus fuerzas al son de los instrumentos musicales; porque la archicatólica nación de los españoles acostumbra a hacerlo así como una alegre muestra de reverencia ante el Santísimo Sacramento del altar (1753: 17-18).
Una vez la comitiva ha abandonado Valencia, el siguiente hito de su ruta es la visita a Játiva, donde todavía estaban presentes las huellas de la Guerra de Sucesión:
18 de junio. Hoy llegamos a una ciudad cuyo nombre anterior fue Játiva, actualmente San Felipe. En tiempos de la guerra entre el archiduque Carlos de Austria y Felipe, duque de Anjou, fue totalmente devastada porque sus habitantes eran partidarios de Carlos. Después, el ya rey Felipe le concedió la gracia de poder levantarse de sus ruinas con el nombre de San Felipe, para que así el nombre antiguo fuera exterminado. Esta buena ciudad todavía tiene que soportar una pesada carga, y es que los gitanos (los Quitános [sic]) pueden asentarse en las cuevas de sus montañas, y parece que son unos cien. El Padre General fue recibido allí con extraordinarios honores; en las calles por donde pasó estaban expuestos bellos cuadros e imágenes. Aquí tenemos un convento donde tuvimos ocasión de descansar dos días del calor sofocante de este verano (1753: 18-19).
Durante la estancia en Albaida, se revela de nuevo que el interés de Fischer está centrado en temas religiosos, aunque las visitas piadosas adquieren a veces un carácter que las asemeja a visitas turísticas.
3 de junio. Algunos de la comitiva visitan hoy a los Padres Dominicos, que están a media hora de nuestro convento en un lugar muy solitario. Allí veremos las celdas de San Luis Beltrán, los cubículos donde llevó a cabo sus obras de penitencia, el crucifijo que habló con él, etc. En la carretera vimos un árbol junto al cual le ocurrió a Beltrán un portentoso milagro, cuando el proyectil en manos de un malvado noble se transformó en crucifijo. Este árbol se llama en español Algaróba [sic], en alemán «Bockshorn». La historia de este milagro puede leerse con detalle en las dolorosas Horas de la Pasión capítulo 12, página 2, al cual remitimos al atento lector por motivos de brevedad (1753: 19).
La estancia en Alicante es algo más breve que en Valencia, y Fischer apenas describe la ciudad.
Alicante, en latín Alóna [sic], es una ciudad de tamaño medio, pero bien construida, a orillas del Mar Mediterráneo. Tiene una fortaleza que en tiempos fue tenida por inexpugnable. El puerto de mar está algo alejado de la ciudad. Los habitantes comercian sobre todo con vinos finos que son exportados a ultramar.
1 de julio. Hoy algunos de nosotros han ido al puerto a visitar un gran barco de guerra francés que llevaba el nombre de Achilles escrito con letras doradas. Albergaba a tres mil soldados y portaba sesenta y cuatro cañones. Había, además, otros siete barcos similares en el puerto, y se decía que estaban destinados a represaliar a los argelinos, que parece ser que han expulsado al cónsul francés y a todos sus compatriotas. Pero quizá tengan otro objetivo oculto (1753: 20).
Continuado el camino y llegando a Elche, Fischer nos ofrece la primera descripción que un viajero alemán del siglo XVIII hace de una palmera, pero no se detiene mucho en la forma del árbol, sino en otros aspectos al margen de la botánica.
12 de julio. Aproximadamente a medianoche el Padre general sale de Alicante con los suyos y después de recorrer cuatro fatigosas millas bajo un fuerte calor veraniego, llega a la villa de Elche. Allí se ve una enorme cantidad de palmeras, cuyas ramas se exportan por mar a Italia, como p. ej. a Roma, Génova y a otros lugares. Este árbol solo crece en las tierras más cálidas, tiene bellas y largas ramas de las cuales cuelgan sus hojas bien ordenadas; y si se quiere recoger los frutos hay que plantar juntos el árbol macho y el árbol hembra. El fruto, en español Dáttiles [sic] o dátiles, es tan delicioso que se dice que el primer dátil de la cosecha tiene que ir a parar a la mesa de la reina de España.
13 de julio. Partimos a la una de la madrugada, de nuevo para huir un poco del fuerte calor. A mediodía comimos en el pueblo de Albatera y pernoctamos en nuestro convento de Orihuela, que es una ciudad obispal a dos millas españolas de Albatera. Allí se venera en una capilla la imagen milagrosa de «Nuestra Sennora de la Fé» [sic]. Por cierto, en esta tierra los mosquitos son casi insoportables (1753: 20-21).
Con esta observación de pasada sobre los mosquitos veraniegos termina la parte dedicada al Reino de Valencia y los viajeros pasan a Murcia. La combinación del tema central de la vida religiosa con las quejas por el calor –ocasionales, pero constantes– conforman una descripción altamente atractiva, que está a medio camino entre las tradicionales crónicas y las descripciones más subjetivas que se imponen a partir de finales del siglo XVIII.