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Garras de oro: una controversia sobre el pasado puesta en escena
ОглавлениеEl mismo año en el que, con la publicación del libro de Luis Alfredo Otero y del tratado de límites con Panamá, se invitaba a cerrar la controversia sobre el pasado, la película Garras de oro (1926) puso de nuevo la polémica en escena, presentando un argumento que hacía énfasis en la violación del Tratado de 1846 por parte de Estados Unidos. No se trataba entonces de un film que tocara un asunto vedado o silenciado, sino precisamente una controversia que había estado vigente los últimos veintitrés años, sobre la cual se produjo bastante literatura, pero que, en el momento de la producción del film, ya pretendía darse por olvidada. Esa insistencia de la película revela un descontento con la resolución del asunto, con la negativa del gobierno de Estados Unidos a aceptar formalmente “la injusticia cometida” que se expresa en la secuencia final de la película, en la que vemos al personaje caracterizando al Tío Sam –a quien ya habíamos visto al inicio desmembrando el territorio nacional con sus garras de oro–, colocando los veinticinco millones de dólares de la indemnización en la balanza de la justicia, sin lograr compensar ni la pérdida ni la ofensa.
Contra ese desbalance de la justicia, la película presenta un argumento que condena simbólicamente a Theodore Roosevelt por la violación del Tratado de 1846, a partir del cual puede leerse en el film una intención de hacer justicia simbólica recurriendo a la ficción histórica. Presentada en uno de los intertítulos como “cine-novela para defender del olvido un precioso episodio de la historia contemporánea que hubo la fortuna de ser piedra inicial contra UNO que despedazó nuestro escudo y abatió nuestras águilas”, Garras de oro celebra la derrota de Theodore Roosevelt, en el juicio que emprendió contra el periódico The New York World, como un acontecimiento revelador de la veracidad de las acusaciones contra el presidente norteamericano por su injerencia en Panamá, así como del sentido de justicia de los ciudadanos norteamericanos representados en la prensa de ese país que, siendo solidaria con los reclamos colombianos, ejecutó la “venganza de la hormiga contra el elefante”, demostrando que el calumniador no era otro que el mismo que le acusaba de calumnia. Aunque el presidente norteamericano no fue declarado culpable en el juicio contra The World, en la película se asume que las pruebas presentadas por ese periódico, para defenderse de la acusación de calumnia, son igualmente válidas para demostrar la culpabilidad de Roosevelt, en tanto avalan y respaldan la versión de la historia en la que se sustentaban los reclamos colombianos.
El argumento de la película se inspira en la querella entre Roosevelt y The New York World, con algunas variaciones que remiten a la investigación llevada a cabo por el Senado norteamericano, en atención a los reclamos del Estado colombiano sobre la violación del Tratado de 1846 por parte de Theodore Roosevelt. Este último es presentado como el villano de la película, cuyo argumento principal gira en torno a un editorial de un periódico norteamericano –The World–, en el cual se le acusa de haber intervenido en la separación de Panamá, violando con esto el Tratado de 1846:
El actual presidente debe renunciar a ser reelecto para regir los destinos de la Unión. En 1846 se firmó en Washington un pacto solemne entre el Plenipotenciario de la Nueva Granada (hoy Colombia) y nuestro Gobierno. Este tratado, que concedía a nuestro país grandes prerrogativas para el tránsito por el istmo de Panamá, nos obligaba al mismo tiempo a garantizar a perpetuidad la soberanía de la Nueva Granada sobre aquel territorio. Tanto la Nueva Granada, como después Colombia, fueron siempre leales a este compromiso sagrado de paz y amistad. Habíamos disfrutado por más de medio siglo de todas las ventajas para el tránsito a través del istmo de tropas y elementos de toda clase, acelerando así y facilitando el incremento y la prosperidad de California, cuando aún era un mito el ferrocarril interoceánico y cuando la misma unidad de Yanquilandia era una teoría. Fue en 1903, un tres de noviembre inolvidable, y fue Teddy Roosevelt, el rudo soldado de las Guásimas y de San Juan vuelto de espaldas a la ley y a la moral, quien por primera vez en la historia pronunció la frase felona “los tratados públicos son pedazos de papel”. Estaba roto el pacto de 1846. Mr. Roosevelt había violado la buena fe internacional. ¿Y éste es el hombre que hoy pretende conservar el solio de Washington y Lincoln? Por el honor de nuestra bandera, en nombre del laborioso y honrado pueblo yanquilandés, denunciamos al mundo este caso concreto de pillaje internacional, y confiamos, serenamente, en nuestro triunfo definitivo, si es que entre nosotros vive el espíritu de la República y aún no es verdad la bancarrota de las conciencias.32
Resulta bastante significativa la variación que la película opera con respecto a la versión de la historia difundida en el editorial de The New York Word, el cual no se centró en denunciar la violación del Tratado de 1846, tal como lo plantea la película, sino en demostrar la corrupción en la compra y venta del canal, que es omitida en el film. Al sustituir el asunto de corrupción que produjo la demanda contra Joseph Pulitzer, y poner en el centro de las acusaciones de The World el problema de la violación del Tratado de 1846, la película elabora una selección que hace énfasis en los reclamos colombianos que, aunque no fueron llevados ni al tribunal de La Haya, ni al juicio contra The New York World, sí fueron discutidos en la investigación que el representante Rainey adelantó en el Senado norteamericano, utilizando las mismas pruebas que The World presentó para su defensa. Estas variaciones que opera la película con respecto a la querella entre Roosevelt y The New York World, que revelan la presencia de referencias intertextuales mediante las cuales la investigación del caso Pulitzer resulta intercambiable con la investigación de Rainey, dan cuenta de que la película asume una comprensión de la historia que no se interesa tanto por la reconstrucción fiel de los acontecimientos, sino por transmitir su importancia y trascendencia. La fusión de los dos casos es entonces indicativa del impacto que ambos tuvieron en Colombia, contribuyendo a la elaboración de un punto de vista que se interesa por destacar la manera en que las reivindicaciones colombianas si bien fueron parcialmente negadas por el Congreso norteamericano, fueron asumidas por un sector de la ciudadanía de ese país que fue percibido en Colombia como solidario con su causa, desde una perspectiva que encontraba legitimidad para el discurso propio en el reconocimiento que los otros hicieran de este.
El hecho de que la violación del Tratado de 1846 fuera reconocida por los propios ciudadanos norteamericanos, aunque no oficialmente por sus gobernantes, hacía justicia a la causa colombiana y dotaba de legitimidad sus demandas, desde un punto de vista que no por rechazar el imperialismo estadounidense dejaba de admirar el “laborioso y honrado pueblo yanquilandés”. Este planteamiento resulta compatible con algunas publicaciones de la prensa colombiana de la época, que resaltaban la solidaridad de la prensa norteamericana y apelaban al sentido de justicia del pueblo estadounidense, indicando que “la opinión pública de aquel gran pueblo, enamorado siempre de todo ideal justiciero, y momentáneamente extraviada, apoya hoy nuestras legítimas reivindicaciones”.33 Así mismo, algunas publicaciones de la época invitaban a no tener resentimientos contra el pueblo norteamericano: “Es preciso que nos convenzamos de que Roosevelt no es el pueblo americano, y que sus juicios sobre nosotros no son la expresión del sentir general de sus compatriotas (pues) por los recortes que El Tiempo y otros periódicos del país han publicado, tomados de muchos periódicos americanos, se ve claramente que la opinión pública en los Estados Unidos nos es favorable, y que nuestra causa, que es la de la justicia, gana allí terreno cada día”.34
La misma opinión era compartida por Daniel Ortiz y Rafael Gálvez quienes, en su libro El robo de Panamá, afirmaban que “No es del pueblo norteamericano de quien nosotros podemos quejarnos: al contrario, es ante él ante quien debemos llevar nuestros reclamos, toda vez que sus mejores elementos sociales, al no vacilar en reconocer nuestros derechos y en sostener la justicia que nos asiste, han condenado el robo que nos ha despojado”.35 También Luis Otero resaltó que “día por día empezó a dejarse oír la voz justiciera de la prensa mundial y aun de la americana, que hacía eco ya a nuestro justo reclamo […] ¡Sin duda la vara justiciera de la diosa Némesis había tocado ya la conciencia del mundo!”.36
De ahí que no resulte extraño el homenaje que la película realiza a la prensa norteamericana que cuestionó a Roosevelt y triunfó sobre él, beneficiando las aspiraciones colombianas. Haciendo eco de afirmaciones compartidas por la prensa nacional, la película presenta al enemigo norteamericano como “UNO que despedazó nuestro escudo”, refiriéndose explícitamente a Roosevelt, mientras que otros norteamericanos, como Paterson y Moore, son presentados como los amigos que hacen justicia a la causa colombiana. La percepción de una cierta solidaridad de los norteamericanos que se expresa a través del editorial de The World que presenta la película, se expresa también en la subtrama que implica una historia de amor entre Berta, ciudadana colombiana residente en Estados Unidos, y Paterson, espía del gobierno norteamericano quien, tras convertirse a la causa colombiana, trabaja para The World buscando al mismo tiempo hacer justicia para el periódico y para la patria de su amada. Sin embargo, la relación entre Berta y Paterson, rota por una infidelidad de él, puede leerse también como una metáfora de la reconciliación entre Estados Unidos y Colombia, en la que sobresale la sumisión de esta última, quien finalmente perdona y olvida la traición de su amado.
La sumisión de Colombia ante los Estados Unidos y su interés en mantener relaciones de cordialidad con aquel país se expresa además en la censura de la que fue objeto la película. Para algunos contemporáneos, prohibir la exhibición de Garras de oro, que ordenó el ministro de Gobierno colombiano bajo presión del ministro americano, era “una prueba del imperialismo yanqui”37 y de su “actitud lesiva contra nuestra soberanía”38, así como de la complacencia y debilidad del Gobierno nacional. Desde esa perspectiva, la censura de la película confirmaba la vigencia de su argumento antiimperialista, dando a entender que la injerencia de Estados Unidos en los asuntos internos de Colombia no se limitaba a la intervención en la separación de Panamá, sino que se extendía además al control de las interpretaciones de la historia y su difusión en los medios de comunicación. Al respecto, y con el mismo sentido de justicia simbólica que establece la película, otro contemporáneo opinaba que “puede la película destruirse y jamás volver los fabricantes de cintas en Colombia aludir a esos hechos, pero mientras viva en la historia una frase como aquella de ‘I took Panama’, la historia será más desagradable que una película”.39
En la película, luego de que se pone en circulación el editorial de The World, se observan las diferentes reacciones de los lectores, empezando por la del padre de Berta quien, a propósito, cuenta a Paterson su versión de los hechos ocurridos el 3 de noviembre de 1903, apelando a su solidaridad al aducir que “si Uds. los yanquilandeces conocieran la historia de Panamá estarían todos con nosotros”.40 La versión de don Pedro es presentada a través de un flashback, que nos devuelve en el tiempo hasta 1903 y recrea la intervención norteamericana en el istmo, combinando intertítulos con la yuxtaposición de imágenes de películas en las que se ven buques de guerra con la bandera de Estados Unidos haciendo presencia en Panamá, para evitar que el ejército colombiano hiciera frente a la revuelta.
La versión de don Pedro, que complementa el editorial en el que The World acusa a Roosevelt, contrasta con la de quienes rechazan lo publicado por el periódico, catalogándolo como “una nueva infamia de esos periodistas mendaces”, en favor de “un pueblo incapaz de gobernarse”. Con esto último, la película alude a las declaraciones de Roosevelt, con las cuales justificó su intervención en la separación de Panamá, compartidas también por una parte de la ciudadanía, pero rechazadas por otros norteamericanos que, como Paterson y Moore, consideran que la política imperialista de Roosevelt tendría como consecuencia “el odio y el rencor de todos los pueblos de la tierra” hacia los Estados Unidos. Por lo tanto, la película no solo le apuesta al reconocimiento de las demandas colombianas, sino también a restaurar el honor de la bandera norteamericana y el nombre del “laborioso y honrado pueblo yanquilandés” mancillado por Teodoro Roosevelt.
De este modo, en la película no se establece una relación de antagonismo entre Colombia y Estados Unidos, sino de solidaridad entre los ciudadanos norteamericanos honrados y justos y con Colombia, y el presidente de esa nación caracterizado como imperialista y mentiroso. Este último, luego de que se difunde el editorial de The World, lleva a juicio a su director, James Moore, acusado por difamación. Para defenderse de la acusación de calumnia y demostrar la veracidad de sus afirmaciones, Moore envía dos agentes secretos a Bogotá con la misión de buscar pruebas, mientras que Roosevelt manda espías de su gobierno para impedir que las encuentren. Después de varios contratiempos propios de una trama de aventuras, los agentes de The World consiguen las pruebas y llegan a tiempo para presentarlas en el juicio en el que Moore triunfa sobre Roosevelt, quedando absuelto. De esta forma, la película no solo nos presenta una versión de la historia, que es la que defienden los protagonistas y pretenden negar los antagonistas, sino que muestra además cómo esa versión adquiere legitimidad –luego de haber sido tachada de difamatoria– al sustentarse en pruebas documentales. Dichas pruebas, que son el objeto de disputa entre quienes pretenden mantenerlas ocultas y quienes luchan por encontrarlas, no tienen una función narrativa en la película, ya que nunca conocemos su contenido, sino que representan la autoridad que tienen como certificado de veracidad de la historia que se sustenta en ellas: son la prueba de que hay pruebas.
Vista así, Garras de oro no se centra tanto en argumentar una versión de la historia, sino en legitimarla desmintiendo la puesta en cuestión de su veracidad. De este modo, la película asumió una postura frente a la historia a partir de la cual el pasado se entiende como objeto de controversia y la historia como escenario de lucha simbólica, en el que se enfrentan distintas versiones sobre la separación de Panamá y se toma partido por una de ellas.
Aunque las pruebas de The World no solo demostraban la injerencia norteamericana en la separación de Panamá, sino también la complicidad de funcionarios y representantes del Gobierno colombiano, en Garras de oro se omite esto último, de manera que Colombia es representada como una víctima inocente de las políticas imperialistas de Roosevelt, sobre las cuales recae todo el énfasis del argumento. En ese sentido, la película asume la misma actitud nacionalista que Lorenzo Marroquín expuso en su libro Historias de Panamá, avalando las pruebas de The World que respaldaban las reivindicaciones de Colombia, pero omitiendo las que le fueran contrarias. A pesar de la mención que se hace del diputado “Ratabizca” en la película, que alude de manera satírica a la existencia de funcionarios colombianos corruptos, este personaje, que no tiene nombre propio ni vemos en pantalla, no aparece tampoco relacionado directamente con el asunto de Panamá que investigan los agentes de The World. Desde ese punto de vista, la versión de la historia que suscribe Garras de oro corresponde a la adaptación nacionalista que consideraba antipatriótico buscar culpables en el territorio nacional, y se adhería a la leyenda negra que atribuía la separación de Panamá exclusivamente a Roosevelt, desde una perspectiva que dirigía su mirada hacia el norte, esperando que los propios ciudadanos norteamericanos hicieran justicia a la causa colombiana.41 De suerte que el argumento de la película resulta ser una especie de venganza simbólica, en la que la memoria adquiere relevancia como sustituto de la justicia.
Puesto que en esta película el pasado se ubica como marco de ambientación para el desarrollo de un argumento imaginario, que opera como recurso didáctico para la comprensión de un acontecimiento al cual se le atribuye una importancia trascendental, Garras de oro podría catalogarse como un film de reconstitución histórica, caracterizado por José María Caparrós como aquel que no solo representa el pasado, sino que lo interpreta, manifestando la voluntad de articular un discurso en el que lo más importante no es la reconstrucción fiel de los acontecimientos o de un periodo específico, sino la capacidad de transmitir su importancia y trascendencia.42