Читать книгу Hilos que tejen la RED - Isabel Sanfeliu - Страница 14
2.1. El estilo epistolar
ОглавлениеCuando en 1997 Nicolás Caparrós pone en marcha su edición de la correspondencia de Freud, hace una serie de reflexiones que vienen ahora al caso:
La carta remite al documento biográfico, al apunte psicológico; en muchos casos recala en la narrativa, una intención, la expresión inconsciente de quien la escribe; un mensaje y también fuente de reflexiones y emociones para aquel que la lee insumido en los horizontes de su propia vida, ajeno ya a la época que evoca y a sus sensaciones, libre de algunos prejuicios y lastrado, sin saberlo, por otros diferentes. En suma, es un escrito polisémico, un desafío a la reflexión cada vez más profunda y al mismo tiempo, si no se observa la debida cautela, una incitación a la esterilidad de la repetición canónica.
Una correspondencia debe servir más de clave para la inspiración, de contraste con las propias experiencias, que de simple documento objetivo; y no es que desde esa vertiente carezca de valor, pero, por mucho que nos obstinemos en anotar un escrito de esta índole, y debemos hacerlo, escapará como el pájaro a su hábitat natural, más propio de la emoción que de la afirmación suficiente. La epístola es un género literario que se pierde.
El propio Freud avisaba a Silberstein de que con el telégrafo corría el riesgo de no ver su letra en diez años; nunca pudo imaginar el desarrollo de los acontecimientos. El ejemplo de Freud no es excepcional, aunque sí particularmente prolífico (más de 20 000 cartas); 10 000 se le adjudican a Voltaire. En mayo de 2018, la Fundación Napoleón publicó en la editorial Fayard el último de los quince volúmenes de su correspondencia, con un total de 40 497 cartas.
Los siglos XVIII y XIX contienen numerosos ejemplos de esa afición por la cultura de la comunicación epistolar llevada a veces al exceso. Construirse escribiendo podría ser la fórmula; ¿versión más intimista de la actual omnipresencia en la Red?
Es evidente que la antigua comunicación epistolar permitía reflexiones que la cibernética obtura; disfrutamos muchas recopilaciones de cartas que se han reconocido como auténticas obras literarias o filosóficas. En cambio, los mensajes actuales se esfuman casi con la velocidad con que se escriben (iba a poner redactan, no me atrevo), además, no se pierde gran cosa con ello. Es cierto que hemos ganado y perdido en el intercambio; la demora en la comunicación epistolar ponía en marcha toda serie de especulaciones, pero también daba pie a la reflexión y a la ponderación de los mensajes.
En la actualidad, el chat (que proviene del inglés ‘charla’), inaugura una conversación virtual, práctica, apresurada, donde en muchas situaciones se hurta la identidad de los sujetos que intervienen.
¿Y qué decir de la grafía personalizada que, por ejemplo, autentifica el mensaje? Buril, cálamo, pincel, pluma de ave o estilográfica requieren entrenamiento y tiempo; el teclado del ordenador —sin duda más ágil que el de las primeras Remington— puede deslizarse casi acompasando nuestro pensamiento. La posibilidad de borrar, cambiar de lugar, añadir un matiz permite el fluir de ideas, esquivando la previa autocrítica.
No es lo mismo el chateo con un amigo, un tuit anónimo o una obra literaria; tampoco, hablar del chat de un tipo retraído, de una personalidad expansiva…
La respuesta fácil —haciendo referencia a las redes— es que se escribe más veces con menos riqueza de contenido. Lo que permanece es la ansiada espera del correo de la mano del cartero o un teléfono móvil. Tempos disparejos, pero la fantasía ante la ausencia de noticias sobrevuela tanto antes como ahora.
En cuanto a la literatura proliferan pequeñas editoriales en formato digital que hacen más accesible difundir la obra de autores desconocidos. Parece que las cifras desmienten el desalentador futuro que algunos presagiaban al libro en papel; conviven formatos en un universo cada vez más unificado de best sellers encumbrados a veces más por la habilidad mediática que por su valor intrínseco.