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4.1. Nuevos reabastecimientos narcisistas

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Puede prestarse a equívoco hablar de novedades en este terreno. En la estructuración de un sujeto se dan cita una serie de denominadores comunes no importa el lugar o época a que hagamos referencia: de la inicial fusión y dependencia absoluta del otro a la costosa conquista de autonomía modulada inevitablemente por frustraciones.

Cierto grado de acatamiento es requisito para incorporarse al grupo social; el niño se somete desde la necesidad y el miedo —las emociones preceden a la cognición—, luego, la idealización acude en su ayuda. La potencia del objeto ideal permite confiar en el exterior, defiende tanto de lo persecutorio como de la envidia. Pero lo idealizado no perdura, el desengaño detiene lo maníaco y el acceso a la realidad conlleva ceder espacio al afuera a expensas de lo interior; hay que doblegarse a las normas para autoafirmarse de modo adecuado al principio de realidad. Claro que la norma es histórica, por tanto, un proceso no fijado definitivamente. Entonces, ¿qué ley y al servicio de quién? Ley divina, ley humana… Podríamos decir que la ley es transgresora en cuanto pone coto a la libertad, limita al individuo que azarosamente nace en un tramo histórico, en una zona geográfica.

Tras refrescar estos lugares comunes en el tránsito del humano para consolidarse como sujeto —capaz tanto de implicarse con el afuera como de permanecer en sí mismo—, volvamos al inicio de este apartado: ¿cómo sesga el narcisismo de un sujeto nuestro contexto actual?, ¿acaso ayuda esta cuestión a entender el exhibicionismo observado en las redes sociales?, ¿qué carencias iniciales llevan a buscar reconocimiento en las mismas?

Hablamos de compartir lo íntimo y de narcisismo. Del exhibicionismo y de los voyeristas sin los que el anterior no tendría sentido. La apariencia autosuficiente de personajes narcisistas que desfilan por las redes esconde la avidez con la que recolectan miradas para mantener una placentera excitación, son predadores cuyas carencias en origen dificultan el sosiego en soledad.


El narcisista no desconfía de su presa, cuanto menos da, más atrapa; el objeto se le ofrece sin siquiera ser deseado. La crueldad proviene de la pulsión de apoderamiento, no hay relación con un objeto al que no puede o no quiere desear.

Parece evidente que el narcisismo de una persona despliega un gran atractivo en todos aquellos que se han desasido de todo su narcisismo y están entregados al amor de objeto; el encanto del niño reposa en buena medida en su propio narcisismo, el hecho de que se autoabastezca, su inaccesibilidad (Freud, Introducción al narcisismo, 1914).

Cualquier zona del cuerpo puede convertirse en zona erógena, Freud, al escribir sobre pulsiones parciales alude a cómo, tanto en el placer de contemplación como en el de exhibirse, el ojo —sentido frontera destinado a entrar en relación con el otro— se transforma en zona erógena. Es la calidad del estímulo y no las propiedades específicas de la región del cuerpo lo que determina su función.

Una vez alcanzada cierta popularidad, el afán de ser admirado crece sin mesura; los faraones construían pirámides y los influencers acumulan seguidores en un nuevo y efímero anhelo de inmortalidad. La admiración atrae y desconcierta, recuerda Perniola (2004); amamos a quienes nos admiran, dicta un proverbio de La Rochefoucauld.

Lo que resulta curioso por imprevisible es lo que se venera en la Red; la vergüenza no parece ya ser reguladora de vínculos sociales, la confusión de valores pone en manos del azar el ideal de moda, es difícil anticipar escenarios. Claro que «todo cuanto vive responde a un orden, y los desórdenes aparentes no son sino cambios de equilibrio en el medio viviente» (E. Pinel, matemático y biólogo, citado en Brosse, 1978, p. 164).

Entonces, ¿acaso una de las razones para compartir intimidades sin pudor es la pretensión de lograr un rédito narcisista de los seguidores? La realidad se diluye, tanto el perfil del exhibicionista como el del voyeur se establecen en el imaginario del interlocutor. ¿Puede considerarse comunicación esa suerte de monólogo? En realidad, deslizarse entre masas sin escuchar ni ser escuchado más que aparentemente no nutrirá ningún narcisismo, es una jungla que se devora sin nunca saciar.

Los derroteros por los que cada cual logrará abastecer su autoestima vienen insinuados por la experiencia de las primeras etapas de la infancia y las emociones más primitivas son violentas, van de la mano de la curiosidad y la pulsión de apoderamiento. Las posteriores derivaciones (agresión, crueldad, envidia…) traducen el eterno conflicto que enfrenta narcisismo y objetalidad, placer y realidad.

¿Por qué mudará con tanta facilidad el objetivo inicial de las nuevas tecnologías de la comunicación —contactar, contrastar…— poniéndose al servicio de la violencia tanto hacia uno mismo como con el afuera? Suele dejarse muy poco espacio para escudriñar el significado simbólico de un mensaje, para teñirlo de emociones; el contenido manifiesto se impone sobre el aspecto relacional, aunque no siempre lo parezca.

Hilos que tejen la RED

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