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3.2. Peculiares intercambios en el contexto clínico

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Un sujeto puede sentir temor a satisfacer su necesidad de comunicar al prever las consecuencias que, en determinadas circunstancias, su acción podría provocar. Este conflicto da lugar a la ambigüedad, esto es, el emisor cree expresar lo que quiere decir, pero al receptor le llega el mensaje distorsionado. Desde el punto de vista comunicacional, un fragmento de conducta solo puede estudiarse en el contexto en que se desarrolla, y los términos «normal» y «anormal» son muy cuestionables. Así, el estado de un paciente no es estático, sino que varía en función de la situación interpersonal y la perspectiva subjetiva del observador (I. Sanfeliu, 1980, p. 311).

La comunicación nos afecta continuamente; ya lo expresó Saussure con acierto en 1913: la relación entre significante y significado viene determinada por una estructura social concreta, o también: el lenguaje se constituye diacrónicamente, pero funciona en la sincronía. Más tarde (1969), la Escuela de Palo Alto elaboró su modelo sistémico atendiendo más a cómo se configuran las relaciones que al significado simbólico del mensaje; respecto a la estructura de estos, plantean tres aspectos interdependientes: sintaxis (lógica matemática, codificación —algoritmos—, canales), una convención semántica (significado) y la pragmática (la forma en que incide en la conducta). Subrayar que emisor, receptor y contexto interactúan, que la forma de reaccionar un sujeto varía en función de con quién, cuándo y dónde se encuentre es una obviedad que hay que tener muy en cuenta. Somos «en contacto con» y los intercambios con el otro pueden ser simétricos o complementarios; de hecho, la metacomunicación puede resultar una potente maniobra de poder.

Un método clásico para analizar acciones o mensajes diferencia un nivel de contenido (aspecto cognitivo con determinada significación social) y un aspecto relacional (carga afectiva, lo conativo). A este atributo de persuasión en el encuentro con el otro ya hacía referencia Aristóteles en su Retórica (donde diferencia estrategias éticas, emociones irracionales y argumentos lógicos).

Lo irracional impregna actitudes, se filtra en el lenguaje no verbal (metacomunicación que elimina, en alguna medida, ciertas ambigüedades del mensaje); de hecho, la discordancia entre un relato y su forma de expresión es una vía para llegar al análisis de conflictos sin elaborar.

Otro modelo de comunicación, el circuito de Shanon, requiere la repetición de los siguientes pasos: fuente (persona) → ubicación en un código → ruido → elección de canales para transmitir comunicación → desciframiento → destino del mensaje (persona que queda comprometida en el circuito). Es decir, especifica David Liberman (1970), la fuente tiene que acusar recibo de que recibió la respuesta con el sentido que el destinatario dio al mensaje. A lo largo de este trayecto, no puede sorprender que surjan malentendidos, sobre todo cuando códigos y canales se diversifican tanto como en la actualidad.

Una de las funciones del Yo es discriminar modos comunicacionales —en el propio sujeto y entre sujeto/objeto—; por tanto, si la estructura de dicho Yo es demasiado frágil o no se ha consolidado, la traducción de los mensajes sufrirá contratiempos que incidirán en el psiquismo del sujeto. El lenguaje del grupo primario sesga la manera de pensar y percibir el mundo, estructura en una determinada dirección, y las incongruencias de tipos lógicos, por ejemplo, entre nivel verbal y preverbal, suponen serias trabas en el desarrollo.

Un inocuo ejemplo de mensaje distorsionado: el niño experimenta placer cuando descubre el «no»; enunciar la negación implica una diferencia con el entorno. «No» es también una peculiar manera de afirmarse, algo así como: «niego, luego existo». La negatividad juega un importante papel en una etapa concreta de la génesis del sujeto, pero una interpretación adultomórfica —que simetrice desde la inseguridad— puede descifrarla como reto y actuar en consecuencia, sin ejercer la función metabólica que corresponde a la figura parental.

Otro tanto podríamos decir de los pequeños engaños con los que el proyecto de sujeto tantea la realidad; no siempre es fácil discriminar travesura de transgresión. Tampoco lo es establecer necesarios límites fiables sin rigidez, sobre todo en terrenos tan novedosos como el de las herramientas tecnológicas, donde ni los adultos se ponen de acuerdo en el qué, cuándo, cuánto y cómo de su utilización.

El problema es más serio cuando hacemos referencia al «doble vínculo». Esta teoría, planteada hacia 1953 por Bateson, Weakiand, Haley y más tarde Jackson, ha sido poco modificada. Establecer una relación de doble vínculo con una persona significa hacerla dependiente mediante instrucciones o imposiciones paradójicas y contradictorias, de modo que el sujeto no pueda obedecer, desobedecer, ni librarse de la relación.

Cuando este estilo se hace habitual, la víctima (el esquizofrénico que se encuentra obligado a atender a la vez a esos dos órdenes de mensajes) aprende a percibir su universo bajo modelos de doble vínculo, pudiendo llegar a ser asumido el patrón de mandatos conflictivos por voces alucinatorias. Esto genera dos tipos de fenómenos en la comunicación del esquizofrénico: emite mensajes con un significado oculto sobreañadido (que es el verdadero mensaje) o mensajes muy abstractos que, sin embargo, entrañan un pedido concreto.


Dependerá de a qué etapa del desarrollo nos estemos refiriendo. En el niño es un juego imaginario que organiza el mundo y traza el camino a una identidad; los diferentes modos que adopta en el adulto transcurren desde la pesquisa creativa a la rumiación del obsesivo. ¿De dónde el empeño de la filosofía oriental por lograr dejar la mente en blanco? El yoga —dicta el Vedanta— consiste en impedir las fluctuaciones del contenido mental para que el sí mismo se encuentre en su estado, si bien estos monólogos, además de casi inevitables, son necesarios y necesitan alimentarse del afuera.

Pero estamos poniendo el énfasis en la distorsión del mensaje, y el engaño patológico de un sujeto a sí mismo tiene nombre: renegación (Verleugnung). Este mecanismo de defensa, enormemente práctico en una etapa del desarrollo al permitir la idealización de las imagos parentales, deja de serlo cuando atrapa en síntomas fóbicos o aspectos maníacos. «La renegación de la realidad exterior permite, como efecto secundario, el sentimiento de omnipotencia que, ese sí, será producto de la renegación de la realidad psíquica, demasiado débil para afrontar el medio» (N. Caparrós, 2004, p. 204). Pero el ser humano no puede mantener estabilidad emocional comunicándose solo consigo mismo, necesita de otros que le confirmen o rechacen, de forma que daremos de nuevo cabida a otros interlocutores.

Si hacemos referencia a mecanismos de defensa que tergiversan la comunicación, no podemos dejar de aludir a la identificación proyectiva, que puede utilizarse tanto para evitar la separación del objeto idealizado como para intentar controlar al amenazante. En síntesis, consiste en proyectar aspectos intolerables de la experiencia intrapsíquica en otro sujeto, manteniendo empatía con lo proyectado para tratar de controlarlo, lo que incide inconscientemente en el proceso interactivo. Dejamos aquí de lado su importante función mediadora entre pulsiones y objetos en el desarrollo del niño para señalar que este desplazamiento de una experiencia del pasado a la situación actual provoca una extraña sensación en el sujeto que es depositario de la misma. Desde la disonancia eludirá una réplica; si entra en resonancia y se presta a encarnar el papel que se le adjudicó, reforzará con una respuesta complementaria la trama imaginaria del emisor.

Cuando la identificación proyectiva tiene lugar en un grupo terapéutico puede resultar un provechoso elemento de análisis; desplegada en un contexto virtual será mucho más difícil de detectar. Cuando el objeto de la Red se tiñe de imaginario se convierte en pantalla de identificaciones proyectivas. Las proyecciones que se tejen en los procesos de comunicación inconsciente de un chat entre amigos dejan menos espacio para construir interlocutores a los que dibujar caprichosamente en función de las necesidades del momento que en el caso de blogs o fórums con participantes desconocidos, donde mis representaciones se colocan en un objeto imaginario.

Al hilo de este mecanismo, otra peculiar distorsión en psicoanálisis: la transferencia como reapertura de una relación, un atractor periódico de representaciones inconscientes (N. Caparrós). La transferencia —interpretada o no— reactualiza, recrea y liga esa energía de manera provisional, es un eslabón de la cura por el que se retoma una relación; los deseos inconscientes se actualizan sobre ciertos sujetos de forma provisional, resulta vía de acceso a una verdad relegada. ¡Qué relativa resulta siempre la verdad! En la transferencia, una relación engañosa permite tomar conciencia de algo experimentado en otro tiempo.

¿Cómo negociamos amores, odios y culpas en el nuevo milenio? En psicopatología, cuando el sentimiento agresivo no se logra manejar con el exterior se torna hacia uno mismo. ¿Qué marca la dirección del vértice de la flecha? Desde lo depresivo es una frontera que se transita una y otra vez con un pasaporte sellado con odios y culpas. El humano no sobrevive sin comunicarse con otros, pero compartir… ¿qué?

Hilos que tejen la RED

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