Читать книгу Hilos que tejen la RED - Isabel Sanfeliu - Страница 8
ОглавлениеEn una metáfora feliz, Kahn y Antonucci (1980) describieron al núcleo social que nos rodea en la vida —familia, amigos, colegas, relaciones de todo tipo— como un convoy de barcos, una flotilla de la que somos parte y que nos acompaña —siguiendo reglas establecidas si bien cambiantes de proximidad-distancia, configuraciones e intercambio de señales— mientras navegamos el mar del devenir del tiempo. El curso de nuestra vida y la del entorno social navega a veces lenta y serenamente, a veces golpeados colectivamente por los vientos de los conflictos sociales que desordenan a la flotilla, a veces perturbado puntualmente si la vida te golpea con sorpresas.
Con el correr del tiempo, esa flotilla significativa que nos rodea va mutando. Los barcos más antiguos, más importantes y centrales en su momento van tomando distancia o desapareciendo, reemplazados en parte por otros construidos en astilleros coetáneos o aun más recientes, los que a la larga también se desapegan en parte cuando, a su vez, se rodean de su propia flotilla, compuesta por algunos navíos en común con la nuestra. Muchos otros se organizaron alrededor de otros núcleos en tanto que nuestra propia flotilla inmediata merma; los barcos que nos han rodeado van distanciándose o haciendo agua y acaban yéndose a pique, a menos que sea el nuestro el que lo haya hecho antes… y, si no, lo hará cuando nos llegue el momento.
Rica visualmente como tiene que ser toda metáfora, la de la flotilla se hace insuficiente cuando incorporamos la noción de que cada uno de los miembros de una red social dada posee a su vez su propia red social individual, lo que introduce una multidimensionalidad que sobrepasa a la bidimensional de la superficie del mar donde navega el convoy, por lo que merece la pena explorar otras figuras que se acerquen más a una descripción caleidoscópica.
Por definición inherente a su exploración (Descríbeme TU red social), cada uno de nosotros somos existencialmente el centro de nuestra trama social, de nuestra red social personal. Cuando trazamos los confines inclusivos de la red, yo de la mía o tú de la tuya, lo hacemos a sabiendas de que cada uno de aquellos a quienes hemos incluido en vuestra red es también un habitante central o periférico de muchas otras redes, a veces redundantes y superpuestas a la nuestra (la red social personal de mi hermano menor se superpone en parte con la mía, pero contiene a amigos y compañeros de trabajo y miembros de la red de su esposa que mi hermano incluye en la suya y yo no en la mía ya que ni los conozco), a veces en inserción muy periférica (ni idea de quiénes constituyen la red social de mis vecinos, ese con quien solo intercambiamos saludos y comentarios acerca de esa neviza de anteayer, red en la que merecemos ser incluidos respectivamente en un rincón periférico, en tanto nos conocemos y, en caso de necesidad, puede que jueguen un papel importante, como observó Granovetter (1973) en su «La fortaleza de los vínculos débiles»).
Una visualización metafórica de ese campo evoca más bien la imagen fractal o de ciencia ficción de un sistema multiplanetario y multisolar en evolución rápida. Agreguemos como ingrediente nuestro estilo personal de sociabilidad (¿Tendemos a ser más bien ermitaños o expansivos? ¿Seleccionamos cuidadosamente a quien dejamos entrar en nuestras vidas u operamos con una regla de puertas abiertas?), así como variables contextuales (¿Somos nativos, inmigrantes o exilados recientes en el país o en la ciudad? ¿Es este un tiempo de paz y tranquilidad social o estamos viviendo en la tensión extrema de un fascismo en ciernes?) y tantas otras circunstancias que nos llevarán a modular la inclusión de eslabones con nuestro entorno social.
Así es como hacemos más fácil o más complicada nuestra contribución a la prueba de la tesis propuesta hace ya casi un siglo por el escritor húngaro Frigyes Karinthy, transformada con el tiempo en juego social y en experimentos rigurosos, de que dos personas cualesquiera de este mundo —por ejemplo, tú, lector o lectora, y un khalkha nativo de Mongolia Exterior elegido al azar— están separadas por solo seis eslabones sociales [del tipo «el conocido de mi conocido»].
Merece acotarse que un elemento importante para seleccionar una metáfora que haga raíces (o que vuele, según la alegoría que prefiera el lector) es que permita incluir la dimensión temporal, la mutación a veces imperceptible y a veces abrupta de los recambios, de los ingresos y egresos, distancias y aun evolución de las funciones sociales dentro de la red en el correr del tiempo. Es decir, la evolución de la red social personal en el curso de la vida de sus miembros.
Eso lleva a su vez a introducir otra pregunta interesante, a saber: ¿cómo definimos a la red social personal? ¿Cuál es el punto fijo o invariante que marca y rotula su existencia? Mi red social, ¿nace con mi nacimiento y muere con mi muerte? Yo sé que he sido parte explícita de la red social de, por ejemplo, mi abuela, que me recibía en su casona con chocolate caliente y arrumacos, pero no de la de sus padres, bisabuelos a los que nunca conocí. ¿La incluyo en mi red, aun muerta? La de ella, ¿aún existe? ¿O es que soy un habitante temporario de una red multigeneracional marcada por ciertos inciertos apellidos transformados por las migraciones o reconocibles por algunos tradicionales, o por una combinación específica de algunos pocos genes que no solo me diferencian de un orangután y de una lagartija, sino que me generan una fisonomía parecida a (la foto) de mi tatarabuelo cuando era joven? La respuesta está a merced, por cierto, de la definición operacional que utilicemos. Y la definición operacional, en tanto instrumento, está al servicio del propósito de su uso.
Incluso una definición vaga como «tu red social, tal como la sientes», que asegura la idiosincrasia de la respuesta, merece su respeto tanto en una conversación informal —en la que la rigurosidad nos importa menos que lo que Roman Jakobson llamó la función fática (de conexión o contacto) del lenguaje que su precisión referencial— como en una investigación rigurosa acerca de, por ejemplo, qué es lo que la gente define como su red social o a quién incluye espontáneamente.
Para complicar la cuestión de las fronteras de la red social, las últimas décadas han lanzado un desafío extraordinario a través de la creación y el imponente desarrollo de las redes sociales electrónicas, que han multiplicado más allá de todo cálculo la capacidad de conexión entre individuos y, en muchos casos, relegado a un papel secundario la conexión in vivo… tema que, a pesar de haber escrito un libro y varios artículos al respecto, me abruma y sobrepasa, tal vez porque no mamé la revolución electrónica como lo hicieron desde niños mis vástagos y, aún más, desde la cuna, los vástagos de mis vástagos. Por lo que mi meollo se revuela cuando me pregunto, por ejemplo: la admirable autora de este volumen debe tener (no lo sé, solo me imagino) centenares de «amigos» en Twitter. ¿Los incluye ella como miembros en el trazado del mapa de su red social personal? Si, en su sitio de red, miles de admiradores (miles y uno conmigo) la aclaman, le envían comentarios a sus comentarios y ella, generosamente, incluye respuestas afectuosas y respetuosas, genéricas y puntuales, ¿ellos la pueden definir legítimamente como miembro de su red social personal, o ella a ellos? ¿Cuánto de los aspectos cualitativos de su identidad (o de la mía, o de la tuya, lector) se ha construido sobre la base del proceso cálido de lo que Ronald Laing y colaboradores (1966) llamaron «la espiral de las perspectivas recíprocas» (mi imagen de ti, mi imagen de tu imagen de mí, mi imagen de tu imagen de mi imagen de ti, y así), tan propio de las interacciones en red?
Con esta media verónica le paso la faena de la respuesta a estas y miles de otras preguntas a la mente inquisitiva y la pluma rica de Isabel Sanfeliu, quien ha expandido aún más su óptica experta en los procesos grupales tanto como en la introspección para regalarnos en este volumen, con su estilo a la vez erudito y poético —rara y feliz combinación—, una incursión minuciosa al tema de las redes sociales en todas sus complejidades… y tantos otros temas asociados a este, desde la evolución de la red en el curso de la existencia hasta la evolución de la identidad en el curso de los recambios de red, pasando por las sutilezas de la comunicación interpersonal, la complejidad y el cimbronazo cualitativo generado por los avances de la era digital, así como su impacto en la globalización, sus alcances y las paradojas que genera.
De hecho, una visión psicosocial compleja del individuo-en-sociedad genera un caleidoscopio de interconexiones; reaparece la supergalaxia, esta vez del vasto ámbito de los conceptos psicosociales, en los que hay ideas centrales e ideas satélites de cada una, conceptos que, junto con sus satélites, intersectan el espacio conceptual de tantas otras. Además, acaba asociándose en órbitas recíprocas, influenciadas a su vez por macroconceptos aún distantes que, por su peso específico y masa, afectan por mera presencia gravitacional la órbita de tantos otros conceptos, y aun nos permite entrever la presencia virtual de constelaciones en proceso de ser creadas y que, quién sabe, puede que revolucionen y hagan periféricas tantas ideas centrales en nuestro universo actual.
Fascinante ese laberinto multidimensional (¡vaya, otra metáfora!, tal vez un poco menos sistémica, en el sentido de recursiva, pero tiene su encanto), esta vez de las ideas y los modelos de nuestra feraz disciplina, pleno de avenidas iluminadas, caminos circulares, callejones sin salida, pistas falsas y vías regias, y en constante evolución. Y qué maravilla poder tener como guía para su recorrido a este Hilo tendido por Isabel Sanfeliu, una Ariadna de lujo que nos transmite el placer de explorar confines, jugar con ellos, desgranarlos, descubrir sus códigos, y abrir así nuevos interrogantes que a su vez invitan a su exploración. El amenazante Minotauro se esfuma cuando descubrimos que la oscuridad de los nuevos laberintos al final de los laberintos ya explorados puede ser leída no como un mensaje de peligro o de rechazo, sino como una invitación a explorarlos, cosa que hace (y nos invita a hacer) Isabel Sanfeliu con inteligencia, audacia y alegría.
Caminante, no hay camino…
CARLOS SLUZKI, M.D.
Clinical Professor, Department of Psychiatry George Washington University
Professor Emeritus,, Global and Community Health and Conflict Analysis and Resolution George Mason University
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
GRANOVETTER, M. S., «The strength of weak ties», Am. J. Sociology, 78(6), 1973, pp. 1360-1380.
KAHN, R. L., y ANTONUCCI, T. C., «Convoys over the life course: Attachment, roles, and social support», en P. B. Baltes y O. Brim (comps.), Life-span development and behavior, vol. 3, Nueva York, Academic Press, 1980, pp. 254-283.
LAING, R. D., PHILLIPSON, H. y LEE, A. R., Interpersonal Perception: A Theory and a Method of Research, Londres, Tavistock Publications, 1966.