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La confrontación con Veronica deja mis nervios expuestos y agitados. Ignoro los intentos de mis padres de hablar al respecto y en su lugar decido pasar el resto del fin de semana encerrada en mi habitación, escuchando a todo volumen lo que otros podrían considerar como una selección musical extraña. Para mí, es como comida de consolación, caliente y tranquilizadora. Mi lista musical varía entre heavy metal a los gritos, temas de programas de corazones rotos y baladas pop desoladoras. Escucho mis canciones de ruptura preferidas una y otra vez, mientras sollozo hasta no poder respirar. Hasta que mi madre me suplica que escuche otra cosa. Lo que sea.

Es entonces cuando cambio por mis auriculares y lanzo mi dolor sobre un lienzo, sin importar cuánta pintura se salpica en mi ropa.

El lunes, mis manos aún están cubiertas de colores vibrantes y me toma siglos limpiar mi piel al alistarme para el trabajo. En algún momento de anoche, mi interior se movió y reorganizó para reemplazar un dolor pulsante por una rabia asfixiante. No puedo creer que Veronica me costara un mes de entrenamiento e hiciera que me dejaran fuera de la lección de la próxima semana. Ella sabe lo mucho que he ansiado aprender la siguiente fase de magia. Apuesto a que ni siquiera le importa.

El aroma a café me atrae a la cocina, pero tomo una bebida energizante en su lugar. El café podrá oler muy bien, pero sabe a tierra. Cuando me desplomo en mi silla frente a la mesa de la sala, mi madre desliza un plato de huevos revueltos y pan con mantequilla frente a mí.

–¿Tienes jornada extendida hoy? –pregunta mi padre al aparecer en la sala con su termo de café. Está vestido para la corte; cambió sus usuales corbatas ridículas por una gris pizarra. Ha tenido una sobrecarga de casos desde que su jefa, la fiscal del distrito, tomó licencia por maternidad, y pasa más tiempo en la corte del usual.

–Ajá. –Me pregunto si los amigos policías de mi padre tendrán alguna teoría para él acerca del fogón del fin de semana. La alarma de mi móvil suena, una advertencia de que me quedan cinco minutos antes de tener que salir de la casa. Tomo otro bocado antes de tragar el primero.

Mi padre le da un beso de despedida a mi madre.

–Ten un buen día –exclama mientras se dirige a la puerta.

Y entonces solo quedamos mi madre y yo. Bien.

Intenta hacer conversación, me pregunta sobre mi arte y mis planes para la semana, pero yo suelto respuestas de una palabra.

–En verdad quisiera que dejaras de estar enfurruñada. –Bebe su café, con las cejas en alto mientras espera mi respuesta.

–No estoy enfurruñada. Estoy comiendo. –Mi móvil vuelve a sonar. Si no me marcho en dos minutos llegaré tarde–. Lo siento, mamá. Tengo que irme. –Meto el pan en mi boca y deposito el plato con huevo a medio terminar sobre la mesada de la cocina. Casi llegué a la puerta cuando mi madre me llama.

–Hannah. Espera.

–Mamá, llegaré tarde. –Espero. Pero no pacientemente.

–Yo solo… Sé que ha sido un fin de semana difícil para ti. –Su rostro se suaviza por primera vez desde el castigo de mi abuela–. Las lecciones de lady Ariana podrán parecer duras, pero todo lo que hace es por el bien del aquelarre. Ella te ama.

–¿Tu antigua alta sacerdotisa era tan severa? –Mi madre solía pertenecer a un aquelarre más pequeño en un pueblo costero a unas horas de Seattle. Se mudó a Salem por un trabajo en la universidad y, cuando se enamoró de mi padre, se quedó.

Hace una pausa, demasiado larga como para estar diciendo la verdad.

–No importa. Tengo que irme. –Atravieso la puerta principal justo cuando la última alarma suena en mi móvil.

Conduzco al trabajo en una nebulosa de enfado. No soy tonta. Entiendo por qué necesitamos leyes estrictas (quedar expuestos sería catastrófico), pero desearía que mis padres pudieran defenderme de vez en cuando. Desearía que mi abuela fuera más parecida a la de Gemma, alguien que hornee dulces y de pijamadas. Una abuela que me malcríe, me deje estar despierta hasta tarde y haga mis comidas preferidas.

Con esa particular punzada de celos amargando mi desayuno apenas comido, llego al Caldero Escurridizo. Las luces están encendidas, pero el letrero que dice CERRADO aún mira hacia afuera.

–¿Lauren? –llamo a mi jefa al empujar la puerta que ya está destrabada. Mi pecho se comprime cuando ella no responde de inmediato–. ¿Estás aquí? ¿Debo cambiar el letrero?

Una silla rechina en algún lugar en la parte trasera de la tienda. Me tenso y mi magia se enciende en busca del aire a mi alrededor. Acallo la magia y entierro el impulso.

–¿Lauren?

–Estoy con un cliente. Adelante –su voz flota por la tienda como el incienso, con una brisa suave, y el poder que gira bajo mi piel finalmente se relaja.

Cambio el letrero a ABIERTO y me dirijo a la caja para registrar mi entrada. Ingreso mi contraseña de cuatro dígitos al tiempo que una cortina a mi izquierda se agita, luego se abre. Lauren está de pie del otro lado con un hombre, de espaldas a mí. No puedo escuchar lo que dice, pero provoca que mi jefa se sonroje. Lauren señala la puerta y el hombre gira.

Mierda.

Detective Archer. En mi trabajo. ¿Qué está haciendo aquí? Cuando el detective pasa junto a la caja, su mirada se detiene en mí. Su rostro se enciende de reconocimiento, pero simplemente asiente con la cabeza y continúa su camino de salida; la campanilla sobre la puerta tintinea con su partida. Cuando mi ritmo cardíaco vuelve a la normalidad, miro a Lauren.

–¿Qué hacía él aquí?

–¿Eh? –Lauren alborota su pelo y las mangas anchas de su vestido caen hasta sus codos–. Ah, ¿Ryan? Es nuevo en el pueblo. Supongo que está presentándose con todos los dueños de los negocios locales. –Suspira y apoya su cadera contra el mostrador.

–¿Qué hacía en la parte trasera? –Algo no encaja.

–Le ofrecí una lectura de tarot. –Lauren se sonroja aún más–. Invitación de la casa.

–¿Algo interesante? –Tal vez se reveló algo acerca del fogón. No es probable, pero tampoco imposible, en especial dado que el detective ha estado investigándolo tan recientemente.

–Hannah, sabes que no puedo discutir sobre la lectura de un cliente –Lauren podrá lucir como un cliché ridículo (con su vestido negro antiguo, pelo oscuro muy por debajo de sus hombros y un pentáculo del tamaño de una bola de béisbol colgando de su cuello), pero es una profesional hecha y derecha. Tampoco es una Reg que juega a disfrazarse; ella es real.

Bueno, algo así.

Lauren no ha nacido en los Clanes de brujas, pero es una Alta sacerdotisa Wicca de tercer grado legítima. Ha estudiado Wicca durante casi una década, en donde avanzó por las etapas de iniciación y aprendió todo lo posible acerca de las propiedades mágicas de las hierbas, las fases de la luna, los cristales y el resto del mundo natural. Brinda consejo a sus propios iniciados y a aquellos que recurren a ella en busca de una guía.

Es casi como una Bruja Conjuradora que prepara pociones y lanza hechizos. Con la misma sed de aprender siempre algo más.

Pero allí es donde terminan las similitudes. Lauren no es una Conjuradora. Su magia no iguala su alcance. La inmediatez. La fuerza. Aun así, no puede negarse el poder que posee.

–Pero sí diré esto –continúa, con una mirada a la puerta para asegurarse de que el detective Archer no se haya demorado en las premisas–, ese hombre será bueno para Salem. –Suspira, un sonido suave y soñador, y luego parece notar que aún estoy de pie junto a ella–. ¿Por qué no limpias los estantes mientras esperamos a que llegue Cal?

–¿Cal?

–Ha tenido una entrevista ayer y estaba ansioso por comenzar. Cuando llegue, ¿podrías enseñarle a registrarse? Tengo citas casi todo el día.

–Seguro –respondo y busco la franela detrás del mostrador y el aerosol de limpieza hecho por Lauren, una mezcla de agua, vinagre y aceite de limón. Estoy segura de que bendice cada preparado bajo la luna llena por si acaso.

Comienzo por el mostrador, luego sigo por limpiar las cimas de los espejos y los marcos de los cuadros que cuelgan de la pared trasera. Los clientes siempre se entretienen con el letrero bordado que reza: ¡Los rateros serán embrujados!

La campanilla sobre la puerta tintinea y giro para escoltar al primer cliente oficial de Lauren a su sala de lectura privada. La mayoría de nuestros clientes son atraídos a la tienda por la reputación de Lauren con el tarot y hoy no es la excepción. Guío a un hombre bajo con un traje negro arrugado al fondo de la tienda, en donde Lauren tiene velas e incienso encendidos para limpiar y preparar el lugar. Al regresar al mostrador, hay alguien tamborileando los dedos sobre el vidrio.

–¿Puedo ayudarte? –pregunto en un esfuerzo por mantener la irritación fuera de mi voz. Acabo de terminar de limpiar eso.

El tamborileo se detiene y el chico gira con una amplia sonrisa que me tranquiliza de inmediato. Tiene aproximadamente mi misma altura, su pelo rubio afeitado a los lados y más largo arriba. Viste vaqueros oscuros y una de nuestras camisetas del Caldero.

–Soy Cal. Se supone que comience a trabajar hoy. –Señala nuestras camisetas púrpuras a juego para ilustrar el punto.

–Hannah –me presento y estrecho su mano–. Lauren está ocupada, así que me pidió que te enseñe el procedimiento. –Le indico que me siga detrás del mostrador–. ¿Te ha dado un código para registrarte?

Cal asiente y busca un pequeño anotador de piel. Lo abre y revisa las páginas.

–Sip. Aquí está. –Abro la pantalla de registro y dejo que Cal ingrese su código.

–Eres nuevo en el pueblo –pregunto cuando termina–. No te he visto antes.

–Eso depende de cómo definas «nuevo». Acabo de terminar mi primer año en la Estatal de Salem. Soy de Boston originalmente, pero decidí quedarme por aquí y ganar algo de dinero extra mientras me adelanto en mis cursos. –Señala la caja registradora–. ¿Te importa si lo intento?

–Seguro. –Regreso la registradora a la cursi pantalla de inicio de comienzos del 2000 y observo cómo Cal abre la función de registro de entrada–. ¿Por qué tienes que adelantarte?

–La universidad no es barata –responde Cal, como si fuera una respuesta obvia–. Si puedo completar mi carrera de Ciencias Informáticas en tres años, ahorraré todo un año de matrícula y de gastos de vivienda. ¿Qué hay de ti?

–¿Qué hay de mí?

–¿Qué estudiarás en la universidad?

Mis mejillas se acaloran, pero hay algo tan sincero en cómo lo preguntó Cal que no me molesta decirle la verdad.

–De hecho, comenzaré mi último año de instituto este otoño. Pero Veronica irá a la universidad este año. Estudiará periodismo en la Universidad de Ítaca, en Nueva York.

–¿Quién es Veronica?

Mi corazón se detiene al notar lo que hice. Creí que ese estúpido reflejo, esa necesidad subconsciente de incluir a Veronica en cada parte de mi vida, se había roto. Muerto. Desaparecido.

–Ella es mi ex –susurro y mi estómago se cierra mientras espero a que Cal responda. Salir del clóset es algo que siempre provoca nervios, sin importar cuántas veces lo haga. Y ahora que Veronica y yo estamos separadas, hay una nueva sensación de pérdida añadida al resto de las emociones ansiosas.

Cal se detiene un momento, evaluándome. Luego suelta un suspiro de reconocimiento.

–Mi primer novio rompió conmigo unos meses antes de ir a la universidad también.

–¿Sí? –pregunto y siento al instante una afinidad con mi nuevo compañero de trabajo, como si viera un rostro familiar en una multitud de extraños–. ¿Qué sucedió?

–Las cosas habituales, en parte, como no querer remontar una relación mientras asistíamos a universidades diferentes. Aunque, más que nada, no creo que quisiera salir con un hombre. –Cuando ve mi expresión confundida, clarifica–. Soy trans. Me definí en mi último año.

–Ah –respondo e intento ocultar mi sorpresa–. Lamento que te botara.

–Está bien. –Cal sonríe ampliamente y sus mejillas pálidas se encienden–. Mi nuevo novio es mucho mejor. Aunque está en su casa de Brooklyn por el verano.

Le ofrezco mis condolencias por la distancia y lo guío por las funciones más comunes de la registradora. Mientras trabajamos, intercambiamos historias sobre nuestros ex. Cal bufa compasivamente cuando le cuento de la pelea a los gritos que terminó con mi relación y yo lo fastidio para que me cuente detalles de cómo conoció a su nuevo novio.

–Este es el sistema de registro menos intuitivo que he visto jamás. ¿Qué tan vieja es esta cosa? –pregunta al interrumpir su propia historia. Estamos en medio de una práctica de cómo dar cambio y la caja no deja de lanzarle pitidos enfadados.

–Ya lograrás entenderla. Algunas veces ayuda darle un golpe.

–Eso en realidad no…

Golpeo la registradora con el talón de mi mano y Cal se estremece ante el estruendoso ruido metálico que produce la vieja máquina.

–Intenta ahora.

Cal me mira dudoso y recorre los pasos otra vez mientras mira el anotador en donde escribió las instrucciones. Esta vez, el intercambio resulta bien.

–Te lo dije. –Sonrío y Cal me corresponde. Es bueno tener algo de sangre fresca por aquí. Lauren es buena y todo, pero es la jefa.

La campana sobre la puerta redobla, anuncio de la llegada de un nuevo cliente. Cal exhibe una sonrisa tan grande que desafía a la mejor sonrisa de servicio al cliente de Lauren y ofrece un efusivo «¡Bienvenido al Caldero Escurridizo!».

Su entusiasmo es contagioso. Giro para recibir al nuevo cliente también, pero quedo helada al ver de quién se trata.

Evan.

Casi no lo reconocí en un principio. Ya no es el chico gótico que entró a la tienda la noche antes del fogón. El rostro de este nuevo Evan está limpio de maquillaje. Luce pantalones de vestir, una camisa blanca y un gafete con el logo del Museo de Brujas.

¿Qué está haciendo aquí?

–¿Estás bien? –pregunto. Cuando Cal asiente, sigo a Evan al pasillo de las velas. Cruzo los brazos, todo mi entrenamiento para atención al cliente olvidado–. ¿Puedo ayudarte? –sentencio, con un tono más hostil que mis palabras.

–Ah, hola a ti también, Hannah. –Evan alza una ceja–. Y estoy bien. Sé lo que necesito. –Desaparece en otro pasillo y el tintineo de vidrio me indica que está mirando nuestros viales de hierbas mágicas.

Una guerra se desata en mi interior y me deja congelada en mi lugar. Evan es un Reg. Sus acciones no deberían importarme. Las palabras de lady Ariana resuenan en mi mente: No es nuestra responsabilidad salvarlos de sí mismos. Si Evan quiere sacrificar otro animal y arriesgarse a sufrir las consecuencias de esa clase de magia, es asunto suyo.

Pero aun así…

Para cuando vuelvo a mirar a la caja, Cal está escaneando cuidadosamente el primer artículo de Evan. Cristales y velas, la mayoría negros. Evan no está junto al mostrador, probablemente esté buscando algo más. Echo un vistazo al pasillo de hierbas, pero es como si hubiera desaparecido. Tampoco está en el de libros. Giro para ayudar a Cal en la caja y choco contra alguien.

–Mierda. Lo siento. –Levanto la vista. Evan. Lleva viales de sanguinaria y cicuta. De pronto siento muchas menos ganas de disculparme–. ¿Qué haces?

Se endurece ante mi mirada y su expresión se vuelve cautelosa.

–No es asunto tuyo –sentencia y me esquiva para acercarse a la caja, en donde Lauren ha aparecido para ayudar a Cal. Me lanza una mirada al escanear las últimas compras de Evan, pero no logro saber si es que está molesta por su colección de provisiones o por mis terribles habilidades en la atención al cliente.

Con ella, realmente podría ser cualquiera de las dos opciones.

Evan paga y se dirige a la puerta. Cuando se acerca, me interpongo en su camino.

–¿Qué será esta vez? –pregunto, con las manos cerradas en puños–. ¿Otro mapache? ¿O irás tras algo más grande?

–No sé de qué estás hablando –responde, sosteniéndome la mirada como si estuviera desafiándome a acusarlo otra vez–. Quítate de mi camino.

–¿O qué harás?

–O tú serás la siguiente. –Los ojos de Evan destellan de ira. Pasa ofendido junto a mí, su brazo golpea mi hombro, atraviesa la puerta un segundo después y la campanilla produce un sonido discordante en mis oídos.

–¿Qué fue eso? –pregunta Cal, que salió de detrás del mostrador cuando Lauren regresó a su oficina–. ¿Estás bien?

Asiento, demasiado ocupada luchando contra el iracundo palpitar de la magia en mis venas como para hablar. Evan no puede amenazarme y alejarse sintiéndose presuntuoso. Es un Reg. Por más poder que pueda sentir, por más adrenalina que tenga por el ritual (y dada su reacción, estoy casi segura de que fue él), no es nada comparado con lo que yo puedo hacer. Menos que nada.


–Dile a Lauren que me tomaré mi descanso –anuncio–. Ya regreso.

Habitantes locales y turistas se entremezclan por las estrechas aceras cuando salgo de la tienda. Diviso el blanco reluciente de la camisa de Evan cuando da vuelta a la esquina y me apresuro a seguirlo, zigzagueando entre los peatones con una catarata de disculpas a mi paso.

Una banda de estudiantes de educación media bloquea la acera y bajo a la calle para sobrepasarlos rápidamente. Un automóvil hace sonar la bocina detrás de mí, me sobresalto, regreso a la acera y caigo dentro del grupo de niños de sexto año.

–¡Oye!

–¡Ten cuidado, fenómeno!

–¡Quítate del camino, perdedora!

¿Cuándo se volvieron tan groseros los preadolescentes? Yo estaba aterrada de los mayores cuando tenía su edad. Considero hacerlos tropezar con una grieta en la acera, pero hago la idea a un lado. Los Elementales no interfieren con la vida de los Regs; solo las Bujas de Sangre lo hacen. Además, lady Ariana me desollaría viva si descubriera rastros de magia en un lugar con tan tanta presencia de Regs. No dejaré que mi entrenamiento se retrase ni un segundo más, en especial por causa de unos niños impertinentes.

Más adelante, Evan cruza la intersección en dirección al Museo de Brujas (el que tiene esas escalofriantes figuras de cera que explican los juicios a las brujas) y yo me apresuro tras él. Pensándolo dos veces, tal vez los preadolescentes siempre han sido pequeños bastardos. Abigail Williams no llegaba a los once años cuando puso a todo un pueblo de cabeza.

Gracias a Dios, el semáforo está en rojo cuando cubro la intersección a toda velocidad. Ignoro a las personas que me miran mal y alcanzo a Evan antes de que atraviese a la pequeña multitud que forma fila en la boletería.

–Evan, espera. –Evan salta, sorprendido, y se aleja de mi contacto. La bolsa del Caldero cuelga de su mano cuando gira para enfrentarme.

–¿Qué quieres?

–Tú… –Tomo una gran bocanada de aire, con mi pecho agitado. Definitivamente no soy una corredora. Apoyo las manos en mis muslos y me doblo en dos, algo que arruina por completo la imagen feroz que planeaba transmitir–. Tú no puedes amenazarme y alejarte como si nada –digo cuando finalmente recupero el aliento.

–Como sea. –Evan pone sus ojos en blanco, hace caso omiso de mí.

–Hablo en serio –chillo–. No puedes lanzar maldiciones y amenazas. –Mi magia se agita junto con mi temperamento y levanta una brisa en la acera atestada. Fuerzo a calmar ese reflejo.

–Te lo dije. No sé de qué estás hablando. –Mira a los turistas alrededor de nosotros y me aparta de la fila tomada por el codo. Su pulgar se hunde dolorosamente en mi brazo.

–Aparta tus manos de mí –sentencio, pero descubro que mantuve la voz baja, como si temiera provocar una escena. Arranco mi brazo de su mano y apunto un dedo a su bolsa de compras–. Esa bolsa está llena de artículos para hechicería. Lo que sea que estés haciendo, tiene que parar. Y ciertamente no me hechizarás a mí o yo…

–¿O tú qué? –Alza una ceja hacia mí y odio no poder demostrarle la magia que podría desatar si intentara lastimarme. Me obligo a respirar profundo y cambiar de estrategia.

–He trabajado en el Caldero desde los dieciséis –hago una pausa cuando una mujer arrastra a dos niños junto a nosotros. Cuando están fuera del radar, continúo–. Reconozco un em­brujo cuando lo veo. Lastimar a las personas no es el modo de obtener lo que quieres.

–Algunas personas merecen ser castigadas. –Sus ojos destellan, brillan bajo la luz del sol. Su voz está cargada de dolor–. Algunas personas merecer ver cómo sus vidas se desmoronan. ¿Por qué no ser yo quien haga que eso suceda?

Su pregunta me toma desprevenida y no tengo una respuesta inmediata más que decir que así no es cómo funciona la vida, y de alguna manera dudo que eso sea suficiente. Busco una explicación Wicca, con esperanzas de que todo su tiempo en el Caldero implique que se interesa por algo más que la magia.

–Lo que sea que conjures, la Ley de retorno te lo regresará tres veces peor. ¿Estás dispuesto a arriesgarte?

–Eso es todo lo que intento hacer, asegurarme de que él reciba lo que merece. –Cierra sus manos en puños, presiona tan fuerte que sus brazos tiemblan, pero no aclara quién es él–. No me importa lo que suceda conmigo.

–Evan…

–¿Tu jefa sabe que estás aquí?

–Yo… eh…

–Eso creí. –Se acerca, hasta que tengo que torcer mi cuello para mirarlo a los ojos–. Déjame en paz, Hannah, o dejaré de ir al Caldero. Y le diré a tu jefa exactamente por qué me perdió como cliente.

Esa amenaza realmente me afecta. No puedo perder mi trabajo. Por mucho que me queje de los turistas, el trabajo en el Caldero es la única razón por la que puedo mantener la chatarra que tengo por automóvil y el seguro para tenerlo en la calle. El dinero extra paga los suministros de arte, las cenas a medianoche con Gem y mi débil excusa de ahorrar para la universidad.

–No lo harías.

–No quiero hacerlo. Tu jefa tiene los mejores suministros en el pueblo. –La mirada de Evan se endurece; se inclina hacia mí–. Pero no dejaré que me acoses cada vez que atravieso la puerta. No te metas en mis asuntos.

Realmente quiero decirle que se pudra, pero la idea de ser despedida y de perder mi única fuente de dinero (por mínima que sea) me silencia.

–¿Entendido?

–Bien. –Cruzo los brazos y regreso su mirada de piedra–. Pero no digas que no te lo advertí.

–Como sea. –Evan actúa como si fuera rudo, pero no puede ocultar el temblor en su voz. Podrá estar tan desesperado como para romper uno de los principios fundamentales de la Wicca (no lastimar a nadie), pero claramente sabe que está jugando con fuego.

Me reclino contra el exterior rugoso del Museo de Brujas y observo como Evan desaparece en el interior. Considero preguntarle a Lauren por qué siquiera se abastece de suministros para realizar embrujos y otros encantamientos negativos, pero prácticamente puedo escuchar su respuesta en mi mente. Algo acerca del equilibrio y de la importancia de dejar que las personas comentan errores necesarios para encontrar sus caminos. Sinsentidos, realmente. Lady Ariana nunca permitiría tal libertad.

No hay lugar para cometer errores en los Clanes.

Sopla una brisa cálida que vuela mechones de pelo sobre mis mejillas y agita los arbustos bajos a mi lado. Bajo la vista.

No es posible… Me alejo de la pared de un salto, el corazón martillea contra mis costillas y la adrenalina prepara mi cuerpo para correr. Lady Ariana dijo que estábamos a salvo. Dijo que no había Brujas de Sangre aquí.

Se equivocaba.

A un lado del Museo de Brujas, detrás de una hilera de arbustos, brillan una serie de runas.

Escritas con sangre.

En un instante, me transporto de regreso a un apartamento diminuto. Las paredes cubiertas de runas sangrientas y una chica de pelo azul que intenta borrarlas desesperadamente, eliminarlas antes de que la magia pueda tomar el control.

Y luego me encuentro en Central Park, en donde la Bruja de Sangre finalmente me halla. En donde cierra sus dedos sobre mi garganta…

Una risa penetra el recuerdo y hace que vuelva en mí. Detrás de mí, un pequeño deambula por la acera y chilla de alegría mientras sus dos padres lo persiguen. El trío pasa el Museo de Brujas y el padre más alto captura al pequeño de pelo rizado y toma la mano del otro hombre. La familia camina por la calle hasta donde una hilera de puestos de comida sirven el almuerzo.

Sonrío a su paso y encuentro el valor para analizar las runas más detenidamente. Nada malo me sucederá entre todas estas personas. Reconozco Jera (dos letras L mayúsculas entrelazadas, retorcidas en una diagonal) y Perth, que luce como un reloj de arena tumbado de lado y sin la parte superior. No reconozco las demás runas, pero sé que Jera se relaciona con el tiempo y el cambio y que Perth hace referencia a cosas ocultas. Usualmente cosas mágicas.

¿Qué es lo que la Bruja de Sangre intenta hacer? Cuando la pregunta se abre paso al frente de mi mente, sé que tengo razón. No se trata de un Reg.

Puedo no saber mucho sobre sangre, pero entiendo de pintura. Hay confianza en esas runas, una seguridad en su creación. Si un Reg las hubiera dibujado, habría imperfecciones en las líneas en donde habría dudado y consultado su guía. No. Estas runas lucen exactamente iguales que las de Nueva York, con la impresión de dos dedos en cada trazo sobre la pared de piedra y todo. Un Reg no pudo haberlo hecho. No serían tan precisos.

¿Me equivoqué con Evan? Él claramente trama algo, pero tal vez no haya sido quién mató al mapache. Tal vez la misma bruja que dibujó estas runas estuvo en el bosque con nosotros.

Mis manos tiemblan mientras busco mi móvil. ¿Cómo han hecho esto sin ser atrapados? No es precisamente una calle tranquila. Incluso ahora, las personas en la fila están mirándome mal por trepar los arbustos para tomar una fotografía. Dudo siquiera que lady Ariana pueda analizar la pared en busca de magia sin ser vista, así que, ¿cómo es que la Bruja de sangre…?

No tiene importancia. Solo necesito pruebas para que lady Ariana me crea y se ocupe del intruso. Ella nos mantendrá a salvo.

Tomo fotografías de las runas con mi móvil. Mis padres podrán identificar las demás y decirme lo que significan. En caso de que no sea suficiente para probar que no se trató de un Reg con acceso a Google, tomo un recibo de mi bolsillo trasero, suave y desgastado por haber pasado por la lavadora una o dos veces. Me estremezco al pasar el trozo delgado de papel sobre las marcas, con cuidado de evitar el contacto con mi piel. Sé de primera mano lo que sucede cuando una Bruja de Sangre toma la sangre de un Elemental.

Preferiría no descubrir lo que sucedería si toco la de una de ellas.

Estas brujas no arden

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