Читать книгу Estas brujas no arden - Isabel Sterling - Страница 8

Оглавление

1

Dicen que hay una delgada línea entre el amor y el odio.

Yo solía pensar que esas personas eran idiotas. La mayoría lo es. ¿Qué podían saber unos idiotas anónimos sobre el amor? O sobre el odio, llegado al caso. Pero entonces salí con Veronica Matthews.

Veronica. Matthews.

La chica que me sacó del clóset tan rápida y definitivamente que mi cabeza aún seguía dando vueltas semanas más tarde. Nuestro primer beso fue un antes y un después. Un cambio de identidad. Incluso tras un año de relación, aún no encuentro las palabras para describirlo.

Mis padres se sorprendieron, aunque se recuperaron rápidamente luego de que entrara a la cocina el día del beso y anunciara “Mamá. Papá. Resulta que soy gay”.

Mi padre dejó caer su cuchara al suelo. Parpadeó algunas veces, luego se encogió de hombros.

–Ah, bien. De acuerdo.

–¿Quieres hablar de eso? –mi madre recogió la cuchara y la lavó en el fregadero.

–Nop –recuerdo haberme encogido de hombros. Papá y yo lo hacemos mucho–. Solo creí que debían saberlo.

Y eso fue todo.

Veronica Matthews me enseñó sobre el amor, y supongo que Ellos tenían razón. Realmente hay una línea delgada hacia el odio. La misma chica que me arrastró fuera del clóset, más adelante me arrancó el corazón del pecho con sus uñas meticulosamente arregladas.

La odio. Esa estúpida, egocéntrica…

Alguien aclara su garganta frente a mí. Aparto la mirada de Veronica, que se encuentra al fondo de la tienda, junto a las pociones preparadas, coqueteando con una chica cuyo nombre no puedo recordar. Luce familiar, con su piel morena y una mata de rizos negros. Creo que ha estado en el equipo de porristas con Veronica.

Evan Woelk, un chico pálido y delgado con una gruesa línea de delineador alrededor de sus ojos color café oscuro, está de pie al otro lado del mostrador. Sonríe cuando finalmente dirijo mi atención hacia él.

–Hola, Hannah –coloca una pila de mercadería junto a la caja registradora y mete sus manos en sus bolsillos delanteros.

–¿Has encontrado todo bien? –le pregunto al tiempo que ahogo un escalofrío al escuchar reír a Veronica. Ni siquiera el sahumerio de lavanda que está quemándose detrás de mí es capaz de calmar mis nervios cuando ella está cerca.

Evan asiente y observa como asciende la suma total a medida que escaneo sus compras. Velas negras. Cordel para rituales de unión. Un libro de hechizos. Incienso. Un átame totalmente negro, con ambos extremos de la hoja afilados. A pesar de que solo es utilizado para direccionar energías, debo resistir el impulso de poner los ojos en blanco. Otro Reg que juega a ser un brujo.

Escaneo el último artículo y echo un vistazo a Evan. Tiene todo un estilo gótico (vaqueros negros, una camiseta negra ajustada y anillos en cada uno de sus dedos), lo que hace que todo resulte aún más ridículo.

–Ochenta y cuatro con noventa y cinco –muerdo mi labio cuando él pasa su tarjeta. Parte de mí quiere ponerlo en advertencia. A pesar de que la magia Wicca es un juego de niños en comparación con lo que yo soy capaz de hacer, es peligroso meterse con fuerzas que uno no puede comprender.

No es que vaya a decir algo realmente. Exponer mi secreto sería arriesgarme a ser desterrada.

O a algo peor.

Evan acepta su bolsa con una sonrisa contenida. Se mueve de un pie a otro y no se marcha. Exhibo mi sonrisa laboral, pero ansío que se retire. Veronica sigue riendo por algo que Cómo-se-llame ha dicho. No quiero lidiar con ella, pero no puedo dejar el mostrador cuando hay un cliente en la tienda. Nunca me consideré una persona celosa, pero si esas dos no se largan pronto, yo…

–¿Esa es Veronica? –pregunta Evan y señala al anotador frente a mí. En el que se ve mi versión a medio terminar de Veronica convertida en un demonio maligno–. Escuché que ustedes rompieron.

–En verdad no quiero hablar de eso –mis mejillas arden. Arranco la página y la arrojo a la basura. Claro que lo ha escuchado. Toda la escuela ha cotilleado acerca de nuestra ruptura pública por semanas.

–Olvida que pregunté –Evan aparta su pelo oscuro de sus ojos. Es un esfuerzo en vano, ya que cae de vuelta a su lugar–. ¿Asistirás al fogón de esta noche?

Ofrezco una media sonrisa como agradecimiento por el cambio de tema.

–Creo que Gemma querrá ir –y si mi mejor amiga quiere asistir al fogón anual de fin de curso en el bosque, no hay manera de que me permita zafarme–. ¿Asumo que tú irás?

–No me lo perdería –eleva su bolsa de artículos mágicos, en donde el átame asoma por una pequeña rasgadura en el plástico–. Te veo esta noche.

–Nos vemos –respondo, pero pongo mis ojos en blanco una vez que Evan desaparece. Tengo suficiente de aspirantes a brujos con los turistas que visitan Salem. Es mucho más molesto cuando los locales lo hacen también. Actúan como si todo se tratara del atuendo y accesorios. Ten, compra un collar y algunas velas. Eso te convierte totalmente en brujo. Si tuvieran alguna idea de cómo somos las verdaderas brujas, de lo que somos capaces de hacer…

Probablemente no dormirían muy bien por las noches.

La risa de Veronica se filtra hasta el frente de la tienda. Oleadas familiares de deseo recorren mi espalda, pero el hielo en mis venas aplaca el sentimiento. La quiero fuera de la tienda. La quiero fuera de mi vida el tiempo suficiente para superarla.

Pero no. Ojalá fuera tan afortunada. La egoísta y hermosa cruz de mi existencia pertenece al mismo aquelarre que mi familia. Algo que era genial mientras estuvimos saliendo, pero ahora…

–Ah, Hannah. Olvidé que trabajabas aquí –Veronica se acerca furtivamente hasta el mostrador con una pequeña canasta de velas e incienso, mientras que la mentira sale sin esfuerzo de sus labios brillantes–. ¿Cómo estás?

–¿Qué haces aquí? –alcanzo las velas que depositó sobre el mostrador y las escaneo.

–Compras –ofrece una sonrisa burlona e intercambia una mirada con Cómo-se-llame, que hace estallar su goma de mascar.

–Esta trampa para turistas tiene sobreprecios y tú lo sabes –meto las velas en una bolsa de papel y dejo que mi pelo castaño hasta los hombros caiga sobre mi rostro. Crea barrera suficiente para evitar mirarla.

–Tal vez quería verte –su voz es dulce como la miel, pero puedo escuchar el veneno detrás de sus palabras–. No respondes mis textos.

–Sí, bueno, capta el mensaje –coloco el último incienso en la bolsa–. Serían cuarenta y cuatro con noventa y tres.

Me entrega el dinero y sus dedos acarician los míos. Un escalofrío corre por mi piel, pero no permito que ella lo vea. No puedo dejar que sepa que aún me afecta de ese modo.

–No tiene que ser así, Hannah –casi parece sincera. ¿Y el modo en que mi nombre suena al salir de sus labios? Tengo que tragar el nudo en mi garganta antes de poder hablar.

–Gracias por visitar el Caldero Escurridizo. Ten un buen día.

–Ven, Ronnie, vámonos –lanza Cómo-se-llame, a quien Veronica no se molestó en presentar, gira y se apresura hacia la salida, con sus tacones repiqueteando contra el suelo.

Pero Veronica hace una pausa. Se detiene. Como si hubiera algo más que quisiera decirme. Mi corazón retumba en mi pecho y estoy segura de que ella puede escucharlo.

–¿Desde cuándo dejas que las personas te llamen Ronnie? Lo odias –escupo, vuelvo a estirar mi uniforme.

Mi ex ve como su amiga se marcha y, cuando está segura de que estamos solas, se inclina sobre el mostrador y me observa a través de sus pestañas.

–Ten cuidado, Hannah. Podría pensar que estás celosa –una brisa intencionada roza mi cuello, cargada con una corriente del poder de Veronica. El humo del incienso se arremolina entre nosotras, acaricia mi mejilla y se desliza sobre la clavícula de Veronica, para atraer la atención a esa porción de piel desnuda.

–¿Qué demonios estás haciendo? –a pesar de no ver a nadie más en la tienda, mantengo la voz baja para que no nos oigan–. Si lady Ariana te atrapara usando magia en público…

–Relájate, Hannah. No es como si ella fuera a poner un pie en un lugar como este. Nadie lo sabrá –fija su mirada esmeralda en mí, pero retrocedo fuera de su alcance. Utilizar magia en público es un camino seguro para perder privilegios en el aquelarre. Y yo, por mi parte, no quiero que mi entrenamiento sea retrasado porque mi odiosa ex es descuidada.

Veronica suspira, se aparta del mostrador y libera su dominio sobre el aire. El viento cesa y retoma un curso más natural.

–¿Feliz?

No la honro con una respuesta. Ella sabe lo que sucedería si un Reg nos descubriera. Si nuestra alta sacerdotisa lo supiera.

–Escucha, Hannah –juega con su bolsa de velas–. Quería saber… ¿Vendrás mañana a la graduación? Creo que finalmente he perfeccionado mi discurso.

–¿En verdad? –me sobresalto por el ánimo en mi voz. El instinto de una vida de amistad es difícil de acallar, sin importar cuánto me haya lastimado. Me cruzo de brazos y miro alrededor de la tienda para asegurarme de que sigamos solas–. No, no lo haré. Preferiría que el Consejo me despojara de mi magia antes que presenciar eso.

Las palabras penden en el aire entre nosotras, cargadas de más poder que el viento manipulado por Veronica. Sus labios se separan, pero nada sale de ellos. Me pregunto si estará pensando en el día en que fuimos de compras en busca de su vestido de graduación. Si recordará lo que hicimos la noche en que fue nombrada oficialmente como la primera de su clase, luego de que sus padres se durmieran. La culpa presiona mi pecho, pero la hago a un lado.

Es su culpa que ya no estemos juntas. Ella fue quien me lastimó a mí.

Veronica cambia la bolsa de mano y una máscara se instala sobre sus facciones. Desapareció el dolor. Desapareció la chica a la que amaba, reemplazada por la que rompió mi corazón.

–¿Todo está bien aquí? –Cómo-se-llame ha regresado a la tienda.

–Por supuesto –Veronica sonríe con su sonrisa perfecta, que blande como un si fuera un arma–. Solo creí haber olvidado mi recibo. Vámonos.

Gira, enlaza el brazo con el de su amiga y desaparece por la puerta.

Mientras que la campana resuena con su partida, mi corazón amenaza con estallar. Las lágrimas escuecen en mis ojos, pero no las dejaré caer. No le daré esa satisfacción a Veronica.

Si cree que puede presentarse en mi trabajo todo el verano, está completamente equivocada. Porque cuando se trata de guardar rencor, soy una campeona olímpica.

Estas brujas no arden

Подняться наверх