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IV. MEDIDAS PARA FAVORECER

LA INSTRUCCIÓN61

El Progreso, 14 de febrero de 1843

Sabemos de un modo casi auténtico que el gobierno se propone dar un premio a la persona que acredite mejores capacidades y estudios en la ciencia de la historia. Desde que tuvimos esta noticia, acogimos el pensamiento con el mayor entusiasmo y adhesión; pues estamos íntimamente convencidos de que nada es tan útil y fundamental para el hombre destinado a servir a su patria con las ideas de la inteligencia como el conocimiento de la historia. El hombre que conoce bien la historia puede ser un patriota experto, observador y juez competente de la oportunidad que las circunstancias ofrezcan a tal o cual medida; el hombre que conozca la historia puede ser un verdadero literato pues que comprenderá el sentido y la basa social de cada una de las producciones de la imaginación en cada una de las épocas de la humanidad; el hombre que conozca la historia puede ser un moralista y un filósofo; en fin, la historia que es el espejo donde se marcan todos los desenvolvimientos de la humanidad es el único medio de enseñar al individuo los lazos que lo unen al todo, los vínculos que las sociedades y las épocas anteriores, sostienen con las sociedades y las épocas posteriores, dándole así todo el buen sentido y tino que se necesita para llenar el alto puesto de capacidad directora e influyente en los negocios públicos. La medida pues que según creemos está próxima a tomar nuestro gobierno, es la más acertada para llegar a poseer hombres profundamente instruidos en los problemas sociales, capaces de introducir un sistema sentado y lógico en nuestra civilización, y de dar un carácter propio y conveniente a nuestra política nacional. Mil otros encomios podríamos hacer de las ventajas que producirá un estudio laborioso y concienzudo de la historia; y sobre todo si se le estudia con relación a nuestros elementos sociales, y con la mira de explicarnos a nosotros mismos, como una parte del gran todo que constituye la humanidad civilizada. Nosotros marchamos hoy en las filas que llevan a su cabeza la bandera de la civilización europea; un buen estudio de la historia debe enseñarnos el modo con que nos hemos enrolado en ellas; es decir, las causas de nuestra vida actual, y el modo con que esa civilización se ha ido preparando para atraernos a su elaboratorio [sic] de un modo irresistible. Estudiar los vínculos que nos unen a la Europa, es estudiar los vínculos que unen a la Historia universal con nuestra Historia especial. He aquí el gran objeto que debe darse entre nosotros al estudio de la historia; fuera de él todo es inútil y trivial. ¿Con qué objeto iremos a estudiar los nombres y las batallas que figuraron y se dieron en otras partes? Si no es con el objeto de mostrarnos cómo es que esos nombres y esos hechos han servido en el progreso de los tiempos, a constituir la vida actual, la vida que nosotros llevamos, ninguna ventaja adquiriremos. Lo que importa, pues, es ver las relaciones que han sostenido entre sí los hombres, los pueblos, las épocas, para deducir de este conocimiento las verdades morales, sociales y locales que corresponden a la vida moderna y que constituyen sus leyes indispensables. Importa saber lo que fue la Grecia para saber lo que progresó la humanidad y la civilización pasando de Grecia a Roma; importa saber lo que fue Roma para comprender a la Edad Media; y así de todo lo demás; lo que importa pues es el conocimiento de las relaciones. Los hechos en sí, de cualquier género que sean no constituyen jamás ciencia; solo son datos para constituirla; la ciencia está en las abstracciones que se hacen sobre estos datos, en las relaciones necesarias que nos unen; es decir en las leyes que vinculan y ordenan estos hechos. Los hechos astronómicos producen la ciencia de los astros; los hechos políticos producen las ciencias sociales; los hechos pues, producen pero no constituyen las ciencias; porque las ciencias no son el conocimiento simple de los hechos; sino el conocimiento complejo de las leyes que vinculan un orden dado de hechos y que le dan el carácter de abstracción y sistema que es inherente a toda ciencia. La historia pues es la ciencia de las leyes que rigen los destinos de la humanidad y por esto es que recoge los hechos humanos y se apoya en ellos; por esto es que en su dominio entran todos los hechos que son propios del pensamiento del hombre. Esto es lo que importa no olvidar porque de otro modo, la historia es un amontonamiento de hechos casuales, siendo así que la historia, que no es otra cosa que el sistema con que se desarrolla la civilización, lejos de ser casual tiene sus leyes infalibles: leyes por cuya virtud es sistema o ciencia que es lo mismo. He aquí el carácter científico de la historia; desprovista de él, para nada sirve porque los hechos por sí nada explican; para ver lo que importan, es preciso arrimarlos a la luz de la inducción; y ligarlos, haciendo pasar del uno al otro el vínculo de la deducción. He aquí por qué es que la filosofía aplicada a los hechos humanos, produce una ciencia: la filosofía de la historia, o la Historia propiamente dicha. Vico la llamó con mucho acierto la Ciencia Nueva porque efectivamente es la última que ha debido aparecer entre todas las demás. Era necesario para que ella se levantara, que se hubiera producido la porción de hechos que constituyen todas las otras; que estas hubieran establecido los datos necesarios para comprender la cadena y la unidad de la civilización; para crear sobre esa unidad la ciencia histórica. He aquí por qué es nueva. Cualquiera otro modo con que se entre a estudiar los hechos humanos será un modo equivocado y que no dará los resultados a que es necesario aspirar en el siglo en que vivimos.

Para nosotros es de toda importancia, que antes de proceder, se penetre el gobierno del espíritu con que debe estudiarse la historia. Este espíritu, a nuestro modo de ver, consiste en que los hechos no sean considerados sino como un texto que se trata de interpretar por los consejos de la filosofía para deducir las leyes y las tendencias de la humanidad. La historia tiene una unidad científica que corresponde a la unidad personal de la humanidad. La humanidad es homogénea, las épocas de su vida están engastadas unas en otras, los individuos que son los miembros que la constituyen están engastados en esas épocas; luego hay cierto vínculo central que liga todas estas partes y las somete a la influencia de su código. Lo hay; ese vínculo es la ley eterna del progreso; ese código es la civilización y la ciencia que lo interpreta y lo enseña, es la historia propiamente tal o la filosofía de la historia.

Desgraciadamente (según se nos ha informado) el plan que el gobierno se propone seguir para adjudicar el premio proyectado de historia, es el más incapaz de hacer que este estudio tome el alto carácter, que según lo anterior, tiene; y dé los resultados de que antes hemos hablado. Se piensa en hacer un programa que contenga solución a los hechos, es decir, que determine únicamente lo sucedido sin pasar a investigar la ley que rigió. La historia quedará reducida así a la biografía y a la crónica. Si se tratara de iniciar en este estudio a niños, nada más acertado, pues que es preciso empezar para ponerlos al cabo de los datos con que cuenta la ciencia que se va a enseñar. Mas, cuando se trata de premiar capacidades, es un absurdo despojar a la ciencia, a cuyo premio aspiran, de aquello cabalmente que pueda establecer diferencia entre los candidatos; es decir, de la mayor o menor sagacidad para comprender las abstracciones que resultan de los hechos; y que son las leyes estables que los dirigen y que los relacionan con la vida actual. La biografía y la crónica no son más que una nómina de hombres y de hechos, simplemente, y lo que importa saber es la ley universal de la humanidad y las ramificaciones de esa ley que pesan como la atmósfera sobre la cabeza de todos los pueblos.

Además de esto, un programa con indicaciones parciales a las cuales deben venir a sujetarse verbalmente los candidatos para el premio es un contrasentido. Porque, ¿qué es lo que se trata de alcanzar? ¿Introducir el amor de los estudios históricos? ¿Descubrir una capacidad digna de dirigirlos y prepararlos? Bien; pues entonces es necesario tomar otro camino. Es necesario, o que no haya programa, o que el programa abrace cuanto hay de importante en el estudio de la historia; semejante programa es imposible de trazar. En nuestro concepto el programa debería reducirse a dos palabras, como lo hacen las academias europeas. “Tal premio al que presente el mejor trabajo sobre tal cosa”. Escójase si se quiere una época dada, un país, un hecho, pero déjese en plena libertad para producir lo que se conciba. El método adoptado tiene una inmensa desventaja, a saber: que reduce a la mediocridad una prueba en que no debería premiarse sino a la originalidad y al saber. ¿Qué saber se prueba con responder a los puntos marcados de un programa? Ninguno. Mientras que explicando originalmente un problema, una época, una nación, se da una prueba inequívoca de capacidad, y una prueba digna de tomarse en consideración. Lo que se trata de premiar es una capacidad; pues es un error quitar a esa capacidad lo único que pueda constituirla tal, que es su originalidad y sus estudios propios; porque es preciso considerar que un programa como el que se proyecta quita toda la importancia y el mérito que debía tener la prueba pedida, pues somete de antemano a dar resultados vulgares al talento del candidato; es decir, le quita aquello cabalmente que lo constituye capacidad. Según esta teoría el premio no debería adjudicarse sino a los autores del programa, porque ellos son efectivamente los que en la materia y el momento dado han producido el trabajo de verdadero mérito, en cuanto a la meditación y al plan. Los demás trabajos van a ser solo un reflejo de aquel. ¿Qué importancia podrán tener? Y si de lo que se trata es de encontrar profesores; profesen ellos. Por este medio tampoco se consigue introducir un buen sistema para estudiar la historia; este buen sistema debe salir de la cabeza de un profesor y no de la emulación ocasionada por las ofertas de dar un premio.

Claro es que el único medio que queda al gobierno de adjudicar con acierto su premio es dejar en plena libertad a las capacidades que aspiren a él y que no sea la prueba su examen verbal, sino un trabajo meditado profundo presentado a un tribunal competente por escrito; porque las formas del estilo son indispensables en un profesor de historia. La historia no se puede explicar de palabras, ni contestando a preguntas parciales; la historia es un sistema que para ser bien expuesta necesita de la meditación, del recogimiento y de independencia en la dialéctica que ha de ligar los hechos y les ha de dar el carácter de unidad científica que deben tener. El diálogo entre los examinadores y examinados rompe esta dialéctica. En las ciencias es imposible improvisar con acierto.

Presentamos pues a la consideración del gobierno o personas encargadas por este, estas consideraciones, quizás mal desenvueltas y no presentadas con toda la evidencia que habríamos deseado darles, para que las sometan a un buen examen, seguros de que serán llevados a varios el plan proyectado, y a adoptar otro, que dejando más amplia libertad a la producción, dé algo digno del siglo en que estamos y de las luces que se hacen sentir por todas partes en la república.

El debate fundacional: los orígenes de la historiografía chilena

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