Читать книгу El debate fundacional: los orígenes de la historiografía chilena - Iván Jaksić - Страница 16

Оглавление

VI. LOS ESTUDIOS HISTÓRICOS EN FRANCIA

Domingo Faustino Sarmiento

El Progreso, 20 de mayo de 1844

El estudio de la historia forma, por decirlo así, el fondo de la ciencia europea de nuestra época. Filosofía, religión, política, derecho, todo lo que dice relación con las instituciones, costumbres y creencias sociales, se ha convertido en historia, porque se ha pedido a la historia razón del desenvolvimiento del espíritu humano, de su manera de proceder, de las huellas que ha dejado en los pueblos modernos y de los legados que las pasadas generaciones, la mezcla de las razas, las revoluciones antiguas han ido depositando sucesivamente. Porque la historia, tal como la concibe nuestra época, no es ya la artística relación de los hechos, no es la verificación y confrontación de autores antiguos, como lo que tomaba el nombre de historia hasta el pasado siglo. Es una ciencia que se crea sobre los materiales transmitidos por las épocas anteriores. El historiador de nuestra época va hasta explicar con el auxilio de una teoría, los hechos que la historia ha transmitido sin que los mismos que los describían alcanzasen a comprenderlos.

Esta ciencia, tal como apenas la indicamos, la cultivan hoy los grandes escritores franceses que han sucedido a la escuela alemana en que descollaron Herder, Heeren, Niebuhr, y tantos otros. Guizot, Thierry y Michelet siguen el camino que dejó indicado Vico, y que forma en efecto la ciencia nueva que él vaticinó.

Muévenos a hacer estas ligeras indicaciones el interesante e instructivo análisis de los estudios históricos de la época, que con motivo de la Historia de Francia de M. Michelet, hace la Revista de Edimburgo de enero del presente año.63 Creemos hacer un servicio a nuestra juventud estudiosa poniendo a su alcance estos juicios ilustrativos que las revistas europeas hacen de los trabajos de las inteligencias superiores; y que vienen a ser para nosotros como ciceronis de la literatura moderna, que nos descubren las bellezas que nosotros mismos no alcanzaríamos a distinguir, haciéndonos la exposición del plan general de una obra, e indicando en su espíritu y composición los materiales nuevos que hacen dar a la ciencia nuevos y más pronunciados pasos.

Los conocimientos históricos que pueden derivarse de nuestra instrucción pública, tal como la que se da en el Instituto [Nacional] y otros establecimientos de educación, son pobrísimos y limitados, y solo por las publicaciones del género de la que vamos a hacer en el siguiente artículo de la Revista de Edimburgo, puede despertar el interés por los estudios históricos tan descuidados en su parte filosófica entre nosotros.

El nombre de Michelet, por otra parte, ha principiado a llamar la atención de todas las naciones cristianas, con motivo de la famosa lucha que sostiene en Francia con los partidarios de la vieja institución de los jesuitas. No sé qué miembro de nuestro clero, llevado de un celo que nosotros llamaremos fanático e irreflexivo, ha llamado a Michelet bestia, en las notas absurdas que ha puesto a una apología de los jesuitas que se ha impreso aquí.

El público y el ciego autor de esas notas sabrán quién es el bestia Michelet por el concepto que de él forman escritores tales como los de la Revista de Edimburgo. El juez no podía ser más competente, más imparcial ni más ilustrado. Es la Revista de Edimburgo el decano de las revistas europeas, a quienes ha servido de padrón y de modelo, y desde un siglo atrás ha prestado sus columnas para emitir los pensamientos de las primeras capacidades de la Inglaterra, de las celebridades de Oxford y Cambridge.

La lectura de este artículo nos hará sentir aún otra verdad, un poco contradicha o al menos reconocida de mala gana por algunos escritores nuestros, a saber, el predominio casi, por no decir del todo exclusivo, de la literatura francesa sobre las otras literaturas europeas. Nos es grato ver en la Inglaterra misma, en aquella poderosa rival de la Francia, que los pensadores de primera nota emprenden el mismo trabajo que algunos escritores nuestros sostienen aquí para hacer conocer y apreciar la literatura francesa, como un medio, quizá el único, de comprender la ciencia en sus más altas y adelantadas concepciones. No ha mucho que un diario de Chile, oponiéndose a este movimiento, decía: “Si los españoles son bastante modestos, o de buen juicio, para reconocer la superioridad del pensamiento francés, &.”. Según estos escritores, este reconocimiento de los españoles era una concesión de pura modestia aconsejada por el buen juicio. Veamos ahora a la Inglaterra, que en punto a pensamiento y a escritores célebres no se querrá sin duda comparar con la España, cómo habla de sí misma, de sus escritores y de sus conocimientos históricos, por el órgano de los literatos más afamados de su país. Verémosla, deponiendo toda pretensión nacional, todo sentimiento de rivalidad, tachar a todos sus escritores de falta de conocimientos en la ciencia histórica, sin perdonar a Robertson, a Hume ni a Gibbon; verémosla lamentarse de que los libros franceses no circulen abundantemente para transmitir conocimientos históricos. Aún hacen más los escritores ingleses, reivindican a la Francia de los cargos de impiedad y ligereza que tan sin consideración se le han prodigado; y esto con un celo y ardor que no parece sino que escritores franceses fueran los que trabajan para hacerse escuchar y extender la esfera de su celebridad.

El debate fundacional: los orígenes de la historiografía chilena

Подняться наверх