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Capítulo 1

“El lobo”

A Navy siempre le había gustado el contacto directo con la naturaleza. Por eso, aquel día, cuando sus padres le dijeron que visitarían el Parque de Yellowstone para celebrar su 14 cumpleaños, se alegró mucho. Después de los últimos ingresos en el hospital, aquel viaje era un verdadero regalo.

Era un día luminoso, tranquilo. El tiempo era excelente y el tibio sol de la primavera invitaba a sentarse en la hierba, de manera que, cuando sus padres y su hermano le dijeron que iban a dar un paseo, él prefirió quedarse allí a meditar. Navy era un chico muy espiritual y la cosa que más le gustaba del mundo era meditar en contacto directo con la naturaleza, disfrutando de la paz y del silencio.

Apenas habían pasado unos minutos cuando ocurrió algo que le cambiaría la vida para siempre. Su meditación alcanzó un punto tan intenso que Navy notó cómo su cuerpo y su espíritu eran transportados a un plano superior, al mundo etéreo donde viven los tótems, que es el nombre que los nativos americanos dan a los animales espirituales.

Cuando Navy abrió los ojos se dio cuenta de que el entorno había cambiado por completo. Ya nada parecía tener un cuerpo físico… Sin embargo, aquel paisaje le resultaba familiar y eso le ayudó a conservar la calma.

—¿Dónde estoy? ¿Qué hago yo aquí?

Por supuesto, nadie contestó a sus preguntas, ni siquiera podía asegurar que las hubiera dicho en voz alta o que las palabras hubieran salido de su cabeza. De hecho, tampoco necesitaba una respuesta. De algún modo, sabía dónde estaba y por qué estaba allí.

De repente, un ligero ruido le hizo darse la vuelta… Un lobo se estaba acercando a él. Era un enorme y amenazador lobo gris. Sin embargo, Navy no sentía miedo alguno, ni siquiera cuando el lobo aceleró el paso y se abalanzó hacia él. Cualquier otro hubiera huido aterrorizado, pero Navy se había quedado muy quieto y sereno… El lobo había atravesado su cuerpo limpiamente, como si no existiesen la carne ni los huesos, aunque eso no quiere decir que no le afectase a Navy, que estaba impactado y aún más cuando observó que su cuerpo comenzaba a sufrir una metamorfosis.

—¿Qué has hecho? —le preguntó al lobo.

—Tranquilo Navy, soy tu animal espiritual. Me llamo Wolf. Recibí órdenes de Anaiyu, el dios lobo, y vine a buscarte.

¡Anaiyu! A Navy por un lado le sorprendió el nombre, pero, por otro, le resultaba familiar... Sin poder pararse a pensar, contemplaba cómo su cuerpo había comenzado a transformarse en el de un lobo un poco más pequeño que el que tenía al lado. Notó que le sobraba la ropa y se despojó de ella. Sus manos ya tenían forma de garra, de manera que, al quitarse la camiseta, la rompió y lo mismo con los pantalones. Sus zapatos no tardaron en explotar por la presión de las garras traseras. Cuando terminó la transformación, convertido ya en un precioso lobezno, no podía dejar de preguntarse:

—¿Qué le ha pasado a mi cuerpo? ¿Por qué ahora soy un animal?

—Te he traspasado parte de mi energía, pero el cambio sólo te durará un par de horas, así que te aconsejo que aproveches el momento y disfrutes de la sensación de ser un lobo.

Wolf se puso a correr por entre los árboles. Navy comenzó a seguirlo. Al principio se mostraba un poco torpe, porque era la primera vez que caminaba a cuatro patas, pero pronto se habituó a su nuevo cuerpo y, transcurrido un tiempo, ya estaba dando saltos y disfrutando de su nuevo ser.

—Esto es muy divertido… ¡Me encanta correr por el bosque!— pensaba.

Durante dos horas, Wolf y Navy recorrieron aquel paraje, disfrutando de cada rincón y cada recoveco: cruzaron ríos, visitaron desfiladeros, treparon a grandes árboles… y lo pasaron genial realizando todo lo que los lobos pueden hacer… ¡hasta cazar! Wolf tuvo la paciencia de enseñarle cómo se logra una presa, fue realmente un maestro comprensivo, aguantando sus errores y reforzando todos sus aprendizajes…Al final, se pararon junto a una cueva, a la que Navy llegó cansado, pero feliz por las experiencias que habían tenido durante el día.

Progresivamente, el pequeño lobo recobró su forma humana: primero la cabeza; luego las patas que se transformaron de nuevo en manos, piernas y pies; después la espalda comenzó a recobrar su pose erguida… La cola era lo último que desapareció, y así, poco a poco se convirtió de nuevo en el chico que era. Eso sí: al terminar el cambio se hallaba completamente desnudo y comenzó a temblar porque sentía frío. Wolf se adentró en la cueva y volvió con algo de ropa de aspecto nativo y un sencillo taparrabos.

—No te harán falta zapatos, le dijo, tienes que estar descalzo para que la tierra conecte contigo a través de tus pies.

Mientras se vestía, Navy se sinceró con su maestro.

—Muchas gracias por todo, Wolf. He disfrutado mucho siendo lobo.

—Volverás a serlo, pero ahora tienes que ir a conocer a Anaiyu y yo no puedo acompañarte.

En ese momento, Wolf lanzó un aullido impresionante. Para cualquiera podría haber resultado aterrador, pero Navy sabía ya que Wolf estaba llamando a un amigo del bosque. Inmediatamente apareció en el horizonte la silueta de un ave. Era un búho. Pero no un búho cualquiera, sino uno impresionante, tres veces mayor que el chico. Tanto que Navy no pudo evitar sobresaltarse un poco cuando el ave aterrizó a su lado.

—Este es Owlen —dijo Wolf—. Él te llevará a ver a Anaiyu, al norte.

—Será un placer —dijo Owlen, que también era capaz de hablar con total naturalidad.

Navy contempló con admiración la majestuosidad de Owlen. Era un búho blanco, con un plumaje mullido y suave sobre el que se veía una montura, como si se tratase de la de un caballo. Con un gesto, Owlen le invitó a montar, y el chico no dudó ni por un instante. Pero antes de iniciar el viaje, Wolf le dio un amuleto de protección, un colmillo de lobo.

—Lleva siempre encima este colgante. Te protegerá en caso de peligro. Volveremos a vernos, amigo.

Navy le miró agradecido y se lo puso justo en el momento en que Owlen comenzaba a batir sus alas. Navy y Wolf se despidieron con la mirada y una sonrisa cómplice mientras el chico se agarraba a las plumas del ave para no caerse al despegar. Poco tiempo después, ambos surcaban los cielos a gran altura. Navy no tenía miedo, al contrario, el gran silencio y el aire en su cara le daban una enorme sensación de paz. Tanta que el chico no pudo evitar abrir los brazos como si fuese él mismo el que volaba. Fue una de las sensaciones más placenteras que había vivido nunca.

Al poco tiempo vio que sobrevolaban un extenso bosque cubierto por un manto blanco. En ese preciso instante, comenzó a desatarse una brutal tormenta de nieve. Los copos helados golpeaban como cristales en la cara del chico, que se refugiaba como podía entre las plumas de Owlen.

—Agárrate bien a mí, Navy —dijo el búho—. ¡Esto se va a poner peligroso!

De repente, de una nube negra salió un rayo. El búho intuyó el peligro y trató de lanzar a Navy sobre un montón de nieve, pero no fue lo suficientemente rápido… El rayo los alcanzó y los dos cayeron inertes sobre la nieve. Tan solo un milagro o un amuleto mágico serían capaces de salvarles la vida.


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