Читать книгу Lycanth-Boy - Iván Pastor Villalonga - Страница 7
ОглавлениеCapítulo 2
“La tormenta”
El cuerpo de Navy permanecía inmóvil sobre el montículo de nieve. Cualquiera que lo hubiera observado en ese momento hubiese jurado que el chico estaba muerto. Sin embargo, una leve y dificultosa respiración indicaba que solo estaba inconsciente. A su lado, el amuleto que le había entregado Wolf todavía estaba algo humeante, como si fuera el mágico regalo el que hubiera absorbido la mayor parte de la energía del rayo.
Tras unos minutos, Navy comenzó a recuperar la consciencia. Con dificultad, trató de incorporarse en la nieve, pero un dolor muy fuerte que provenía de su hombro y de su pierna izquierda le impidió ponerse de pie. La cabeza le daba vueltas…
—¿Qué ha pasado? —se preguntó Navy, todavía confuso por la situación, observando su ropa chamuscada.
En seguida vio que, no muy lejos de él, una figura, tan blanca como la nieve que lo rodeaba, se movía ligeramente. Navy se dio cuenta de que esa figura no era otra que la de Owlen. Venciendo el dolor, se puso de pie y se acercó a atender al viejo búho.
—¡Owlen! ¡Owlen! ¿Cómo estás? —gritó Navy, temiendo por la vida del ave.
Owlen levantó la cabeza y trató de tranquilizarlo.
—Bien, no te preocupes. ¡Todavía no se ha inventado un rayo capaz de acabar conmigo! —dijo en tono algo fanfarrón.
Pero Navy se dio cuenta de que tenía rota una de sus alas y bastantes quemaduras oscuras por todo su cuerpo que contrastaban con el blanco del plumaje.
—Cuando vi llegar el relámpago, te lancé al suelo para que no salieras muy herido —siguió contando Owlen —pero el rayo nos alcanzó a ambos. Lo que realmente nos salvó fue el amuleto que te dio Wolf. Sin él posiblemente no habríamos tenido tanta suerte…
Navy se sentía verdaderamente afortunado por haber recibido aquel regalo de su admirado amigo. Tras colocárselo de nuevo al cuello, ayudó a ponerse de pie al ave que, con un gesto, señaló su ala rota.
—Tendrás que seguir tú solo hasta la casa de Anaiyu.
—Pero ¿cómo sabré dónde está?
—¿Ves aquella montaña en el horizonte? Su casa está en lo más alto de ella.
—¿Y cómo llego hasta allí? Es un bosque muy grande, tengo bastantes heridas y estoy muy dolorido…
—De tus heridas me encargaré yo.
El búho le hizo un gesto para que se acercara y le cubrió con el ala que no estaba herida, en una especie de abrazo sanador. Inmediatamente, Navy notó cómo el poder espiritual del ave traspasaba su propio cuerpo, eliminando el dolor y curándole las heridas.
—¡Guau! Gracias —exclamó Navy, realmente sorprendido—. Pero aún está demasiado lejos para mí. Es imposible que pueda llegar antes de que se desate la tormenta.
Owlen lo miró con ojos severos.
—¡En este mundo nada es imposible para quien tiene la voluntad de conseguirlo! Además, te he transferido una fracción del poder espiritual de todos los animales del bosque, incluyendo el mío. Y todavía mantienes parte de la esencia que te transmitió Wolf.
—¿Y qué pasará contigo? —preguntó Navy, preocupado por el estado del ala de su amigo.
—Tranquilo, mi esencia se retirará a un lugar de recuperación para espíritus que se encuentran heridos, como me pasa a mí. Y ahora, vete.
Owlen dijo esto mientras comenzaba a desaparecer. Navy quedó perplejo, pero se dio cuenta de que tenía que iniciar su camino, esta vez en solitario. Empezaba a asumir sus retos.
Miró fijamente a la montaña a la que tenía que dirigirse y comenzó a andar. Al principio caminaba con cuidado, como si desconfiase de que las heridas se hubiesen curado del todo. Pronto empezó a moverse más ligero, y, al poco tiempo, estaba corriendo a una velocidad inusual en él…
—Pero ¿cómo puedo ir tan rápido ahora? —se preguntó. Entonces recordó las palabras de Owlen sobre el poder espiritual que le había dado—. ¡Con que esto es solo una fracción del poder espiritual de todos los animales del bosque ¿eh?!
Era feliz al sentir en su cuerpo ese inmenso poder. Corría y saltaba de roca en roca como si nada pudiese pararlo.
—¡¡¡Yuhoooo!!! —gritó.
De repente llegó al borde de un desfiladero con tanto ímpetu que tuvo que frenar en seco para no caer al precipicio. Navy miró con atención y observó que no había posibilidad de rodear el lugar por ningún lado. No había más remedio que saltar, pero había casi veinte metros de distancia hasta la otra orilla ¿Cómo lo iba a hacer? ¿Sería suficiente el poder que le había conferido Owlen?
Se detuvo observando cómo se hacía más fuerte la tormenta. No había tiempo para dudas. Tendría que confiar en sí mismo y en sus nuevos poderes… Se concentró en su objetivo, cogió carrerilla y saltó impulsado por sus piernas que parecían tener la potencia de las patas de un gran lobo. De pronto se vio a si mismo planeando en el aire como antes lo había hecho Owlen. La otra parte del desfiladero estaba lejos… Navy tuvo que concentrarse más profundamente que lo había hecho nunca en su vida, sabiendo que, si no lo hacía, caería sin remedio al precipicio.
Salió de ese estado de concentración cuando se sintió rodando por el suelo entre el hielo y la nieve. El aterrizaje había sido terrible, pero... ¡lo había conseguido!
—Bueno, parece que está claro —se dijo a sí mismo—. El poder del bosque es inmenso, pero yo todavía tengo que aprender a controlarlo.
Luego volvió a mirar el cielo. La tormenta arreciaba y no había tiempo que perder. Tenía que llegar
a su destino lo antes posible. La niebla era espesa y apenas era capaz de orientarse. Por suerte, tras un rato de lucha contra el viento y la lluvia helada, aquélla se disipó y se dio cuenta de que había llegado al pie de la montaña en la que vivía Anaiyu. Confiando de nuevo en el poder espiritual que le había dado Owlen, se puso a escalar por la escarpada pared. No resultaba nada fácil: en algunos lugares, la roca estaba tan afilada que se clavaba en su piel como un cuchillo; y en otros, la lluvia la convertía en una pista resbaladiza en la que, a duras penas, podía mantenerse en pie.
La ascensión era cada vez más fatigosa, y Navy comenzaba a notar que le fallaban las fuerzas. De repente, una de las piedras en las que apoyó su pie se desprendió y el chico empezó a caer por la ladera. La intuición le hizo agarrarse a tiempo a una rama que sobresalía de la pared, salvando su vida… Pero la situación era crítica. Navy no sabía cómo iba a salir de allí por sí mismo y empezó a desesperarse. Entonces, la voz de Wolf resonó en el interior de su cabeza.
—¡No te rindas!
—¿Wolf? ¿Eres tú? —gritó Navy.
—Tienes que llegar. Anaiyu es un ser celestial, él podrá ayudarte mucho más...
Navy miró alrededor tratando de encontrar a su amigo. Pero en seguida comprendió que la voz que escuchaba estaba en su interior, y eso le dio la tranquilidad y la fuerza que necesitaba para aferrarse a un saliente de la roca y seguir escalando, poco a poco, hasta alcanzar lo más alto de la pared. Estaba agotado por el esfuerzo, pero no pudo evitar sonreír al ver que, no muy lejos de donde él estaba, se veía una cabaña india, decorada con todos los colores de los nativos norteamericanos. Algo le decía que había llegado al sitio adecuado; estaba frente a la casa de Anaiyu.
Cuando consiguió recuperar la respiración, se puso en pie y, cojeando y con la ropa hecha jirones, se acercó a aquel lugar que desprendía un aura especial. El muchacho estaba a punto de perder el conocimiento por el cansancio, las heridas y el frío, cuando vio que la puerta se abría. Recortada sobre la luz que salía del interior, apareció la silueta de lo que parecía un lobo bípedo con manos. Sin duda, se trataba de Anaiyu, que había intuido la presencia del chico y salía a socorrerle.
—¿Anaiyu, eres tú? —preguntó Navy con un hilo de voz.
Apenas pudo ver que el misterioso ser asentía con la cabeza antes de desmayarse. Por fortuna, el dios lobo llegó a tiempo de cogerlo en brazos antes de que cayera al suelo y lo llevó al interior de su hogar. Entonces, usando un poder espiritual mucho mayor que el de Wolf y Owlen juntos, hizo que la cabaña desapareciera de donde estaba.