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EL PSICOANÁLISIS: UN OBSTÁCULO PARA NUEVOS MERCADOS «PSI»

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Justo en el momento en que se anunciaba la aparición del DSM-5, la última versión del Manual de diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales, se conocían también los entresijos de una verdadera batalla de intereses entre la industria farmacéutica y los lobbies psiquiátricos estadounidenses, que provocó que la publicación de ese manual se retrasase. En ese momento, la psicoanalista Agnès Aflalo publicó un libro en Francia titulado Autisme: Nouveaux spectres, nouveaux marchés,28 en el que advertía de un nuevo ataque contra el psicoanálisis, un proceso «sabiamente orquestado»29 con el que desacreditarlo y erradicar así lo que resulta el mayor obstáculo para los «expertos DSM» y su promoción de clasificaciones diagnósticas vacías, acompañadas del fármaco para el cual fueron creadas.30 El estudio de Aflalo demuestra cómo el ataque al psicoanálisis —fenómeno de ningún modo exclusivo de la sociedad francesa— tomó como puerta de entrada la cuestión de las psicoterapias, primero, y el autismo, después: «Se entiende mejor así por qué el psicoanálisis sigue siendo, en Francia, el enemigo por batir. Un gran número de psicoanalistas bien formados siguen privilegiando la palabra. No se adhieren a la idea grotesca de que existiría una píldora del coraje, pero tampoco menosprecian el apoyo adicional que pueda aportar la química de las moléculas en aquellos momentos cruciales de la vida de un sujeto que se queja de estar desbordado por un sufrimiento imposible de soportar. Los psicoanalistas apuestan primero por lo concerniente a lo humano y al deseo, y obtienen resultados perdurables que no deben nada ni al adiestramiento ni a otras coacciones crueles o humillantes».31

La evaluación propia de las TCC prefigura una concepción del ser humano nueva en la que podría reducírselo —retomando las palabras de Aflalo— a «conductas animales por reeducar». Pero para ello es necesario vender que el correlato causal de esas conductas se encuentra en la genética del síntoma «psi», y en el autismo, como su mejor expresión. Ese mismo modelo de evaluación contamina las instituciones convirtiéndolas en «verdaderas burocracias sanitarias que siempre solicitan los mismos expertos académicos, seguidores de las TCC y de la industria farmacéutica. Los psicoanalistas nunca son solicitados, aunque varias escuelas de psicoanálisis sean reconocidas de utilidad pública y tengan el estatuto de ONG, como, por ejemplo, la École de la Cause Freudienne».32

El trabajo de Aflalo termina con una fórmula: E = HGM: (eugenismo = humano genéticamente modificado): «El HGM es el nuevo rostro del eugenismo que podría perfectamente estar propulsado por la ideología presente en la psiquiatría que orienta el DSM. Sus diagnósticos son una práctica de segregación y el eugenismo, que propone la mejora de la raza, es la expresión del rechazo secundario de esta segregación». Y añade: «Podemos prever que las manipulaciones genéticas no se limitan entonces solamente a la elección del color de los ojos o a la prevención de enfermedades orgánicas potencialmente mortales tales como la hemofilia. El eugenismo “psi” ha sido ya probado con fines de normalización de las conductas y de obtención de nuevas garantías de goce estandarizado y controlable. Este nuevo modo de goce sería entonces un factor político estructurante de nuestro mundo democrático y la política del discurso analítico debe, de aquí en adelante, tenerlo en cuenta».33

Podemos mencionar de pasada otro ejemplo que vuelve a saltar a los medios de comunicación mientras redactamos estas líneas: un equipo internacional de científicos acaba de presentar el mayor estudio realizado hasta la fecha sobre la influencia de la genética en el comportamiento sexual. A partir de una base de datos de 410.000 personas de entre cuarenta y setenta años han demostrado que «no hay un único gen gay, sino más bien muchísimos genes que influyen en la probabilidad de que una persona tenga parejas del mismo sexo»,34 según explica el genetista Brendan Zietsch, director del Centro de Psicología y Evolución de la Universidad de Queensland, en Australia. El estudio, que acaba de publicarse en la revista Science, añade la misma cantinela que otras investigaciones que el lector va a encontrar en este libro: los resultados no son concluyentes; la evidencia científica es limitada. Pero eso no quita que con este estudio se sientan los investigadores obligados a interpretar el capricho de los datos estadísticos: «Se ha encontrado una correlación genética entre el comportamiento homosexual y algunos rasgos de la personalidad, como el sentimiento de soledad, la apertura a nuevas experiencias y los hábitos de riesgo, como el tabaquismo y el consumo de marihuana. También han observado una correlación genética con algunos problemas de salud mental». Se impone la pregunta: ¿con qué finalidad se sitúa de nuevo a la homosexualidad como objeto de investigación científica? Todo ello teniendo en cuenta que hasta 1986 el DSM no suprimió definitivamente la homosexualidad como trastorno mental, y que el mismo doctor Lovaas, creador del conductismo para autistas, se opuso a la retirada de la homosexualidad del DSM y a que estos pacientes fueran consultados sobre el programa reeducativo que aplicarles. ¡No dejará de sorprendernos el afán normalizador de Lovaas de todo lo considerado por él como aberrante!

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