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ОглавлениеJeremy Bettelman. El Estrangulador del Distrito de Peak. Sentenciado en marzo de 1979 por los asesinatos de cuatro mujeres cuyos cuerpos se encontraron en el distrito de Peak entre enero y abril de 1978. Slim se encontraba en el tipo de conversación que había esperado evitar al aceptar este caso, acerca de mujeres despedazadas y tumbas improvisadas, estranguladas tan violentamente que dos de las cuatro tenían el cuello roto. Bettelman había defendido su inocencia a lo largo del juicio, a pesar de las abrumadoras evidencias en su contra. A pesar de mantener su inocencia, se suicidó en su celda en enero de 1984, llevándose a la tumba los secretos que pudiera tener.
Slim escuchaba deseando tener para beber algo más fuerte que un café, mientras Buckle relataba los acontecimientos de ese largo y terrible verano de 1978 desde el punto de vista de un joven periodista encargado de cubrir una investigación para la que estaba lejos de estar cualificado. Bettelman, arrestado en junio por un asesinato, se había declarado inocente, incluso cuando un segundo, un tercer y un cuarto cuerpo fueron descubiertos a lo largo de los siguientes tres meses. Incluso cuando empezó el juicio en agosto, Bettelman siguió rechazando cooperar y mantuvo su inocencia, lo que hizo que la falta de evidencias claras y condenatorias acabaran alargando el juicio durante más de seis meses. Toda la región estuvo pendiente del juicio, en parte por la posibilidad de que fuera absuelto y en parte por el miedo a que estuviera diciendo la verdad y el verdadero estrangulador siguiera vagando por sus calles.
—Por supuesto, hubo sospechas de que Jennifer había sido secuestrada por el estrangulador, pero no se ajustaba en absoluto a los perfiles de las demás víctimas. Todas sus víctimas habían sido secuestradas en el área metropolitana de Manchester, todas habían sido prostitutas, se las había matado en el sitio y luego las habían dejado en el distrito de Peak como si se hubiera intentado despistar a la policía.
Lo habían detenido finalmente después de que su automóvil hubiera sido reconocido por una mujer que hacía la calle. Al revisar el vehículo, la policía encontró fibras que coincidían con la ropa que vestían tres de las mujeres en el momento de sus muertes. Se le condenó por la cuarta por una huella de una pisada en el barro de un camino a unos pocos metros de donde se había encontrado el cadáver de la víctima.
La defensa de Bettelman había argumentado que la tela podía explicarse por la contratación habitual de prostitutas por parte de su cliente (algo que nunca negó) y la pisada por el hecho de que practicaba senderismo en el distrito de Peak en su tiempo libre.
Finalmente, las coartadas alegadas no consiguieron convencer al jurado y este declaró su culpabilidad. No había habido asesinatos similares en la zona en cuatro décadas, lo que sugería que la ley había encontrado al culpable, aunque las familias de las víctimas quedaran decepcionadas, al esperar una confesión tras la condena.
Buckle hizo el tipo de relato cansado de un hombre acosado diariamente por lo que había tenido que informar, pero recordaba los acontecimientos con gran detalle. Con el caso Evans, por desgracia, no fue tan claro.
—Fue uno de aquellos en los que pensé más a toro pasado —dijo—. Estuve en la conferencia de prensa de la policía un par de días después de la desaparición de Jennifer e hice algunas preguntas por ahí por mi cuenta, como correspondía a un periodista joven y entusiasta. En realidad, no había nada concreto a lo que agarrarse. Nunca llegó a su casa. Su bolso se encontró tirado en el camino de herradura que sigue el límite entre Holdergate y Wentwood. No se encontró hasta que se derritió la nieve unos días después, así que se supuso que se le había caído en la noche en que ella desapareció.
—¿No hubo un testigo?
—Sí, apareció un par de semanas después. Alguien tomó una fotografía de pisadas en la nieve y aparentemente vio a Jennifer corriendo, supuestamente presa del pánico.
Slim asintió.
—No se mencionaba ningún nombre en ninguno de los reportajes que he encontrado. Si pudiera hablar directamente con el testigo, sería de gran ayuda.
Buckle se encogió de hombros.
—Imagino que tendrá que acudir al informe oficial de la policía para eso. No dieron el nombre a los periodistas, porque supuestamente el testigo era menor de edad, un chico de solo seis o siete años. La cámara era una vieja Polaroid que le habían regalado por su cumpleaños. Aparentemente vio una imagen de una persona desaparecida en el escaparate de un supermercado pocos días después, se lo dijo a sus padres y estos a su vez acudieron a la policía. Todas las declaraciones tuvieron que hacerse con la presencia de sus padres. Además, considerando su edad, su fiabilidad como auténtico testigo siempre estuvo en duda, por lo que se escribió poco sobre él. Fiarse de la mente imaginativa de un niño hubiera sido mandar a la policía a una búsqueda sin sentido. Es verdad que tenían una fotografía, pero aquí es donde la palabra «supuestamente» queda en el centro del escenario. No hay ninguna prueba absoluta de que viera a nadie.