Читать книгу Tren De Cercanías - Jack Benton - Страница 15

9

Оглавление

—¿Don?

—Hombre, Slim, suenas bien —dijo Donald Lane, un viejo amigo del ejército de Slim, que ahora dirigía una agencia de información en Londres—. ¿En qué puedo ayudarte?

—Necesito ayuda para rastrear a alguien.

—Claro, muy bien. ¿Sigue vivo?

—Hasta donde yo sé, sí.

—Eso está bien. ¿Qué más sabes?

—Debería tener 48-50 años. Se crio en Sheffield. Su nombre era Toby. Una carrera en algo creativo. Tal vez artista.

—Bueno, lo buscaré, Slim, pero es una descripción muy vaga.

—Es lo único que pudo recordar mi contacto —dijo Slim—. De niño, fue testigo de un posible delito, pero de mayor trató de olvidarse de ello. Eso me han dicho.

Don suspiró al otro lado de la línea.

—Bueno, no es mucho, pero haré lo que pueda.

—Gracias.

Slim colgó. Luego llamó a Kim.

—Buenos días, Mr. Hardy. ¿Cómo va su investigación?

—Bastante estancada, como es habitual —dijo Slim—. Me temo que tengo un trabajo pesado para ti.

—Bueno, para eso estamos.

—Necesito que consigas una lista de personal de la Enfermería Real de Manchester en torno a 1977. Me doy cuenta de que muchos podrían ser muy viejos o haber muerto, pero me gustaría tener tantos números de contacto como sea posible.

—Me pongo a ello.

—Muy bien. Solo si tienes tiempo…

Kim rio.

—Mr. Hardy, nunca ha sido jefe antes, ¿verdad? Por supuesto que tendré tiempo. Me paga para tener tiempo.

Slim sonrió.

—Es una nueva experiencia para mí, eso sí.

—Le llamo mañana.

—Gracias.

Colgó. Tras tomar su chaqueta del respaldo de una silla, corrió a otra reunión con Elena en un restaurante local para tomar pescado con patatas. Elena había traído una caja de recuerdos que tenía de su madre.

—No sé si algo de esto será útil —empezó Elena—. No le importaban las cosas materiales. Tampoco a papá. Ya sabe, teníamos muebles y cosas, fotos de la familia, pero estas son las únicas cosas de decoración que todavía tengo.

Slim echó un vistazo a la caja. Una casita de porcelana, lo suficientemente pequeña como para caber en la palma de la mano. Una medalla militar de bronce. Un pequeño broche en forma de cisne. Algunas cosas más, que daban la impresión de ser recuerdos de familia. Probablemente nada de valor para una investigación, pero no costaba nada asegurarse.

—¿Puedo llevármelos?

—Por supuesto. Pero tenga cuidado, ya sabe. Puede que no parezcan gran cosa, pero para mi tienen mucho valor.

—Lo entiendo.

—Gracias. ¿Has… quiero decir, ha avanzado algo hasta ahora?

Slim sacudió la cabeza.

—No le voy a mentir, señora Trent. No creo que valga para mucho. En este momento no tengo ninguna pista de lo que le pasó a su madre. —Ante la mirada decepcionada de Elena, añadió—: Pero solo llevo un par de días de investigación. He hecho algunos contactos y confío en poder descubrir algo.

—Bueno, han pasado cuarenta y dos años, así que supongo que puedo esperar unos días más —dijo Elena.

Slim forzó una sonrisa. Hubiera querido decir que las posibilidades de encontrar a su madre eran pocas, pero no podía acabar tan pronto con sus esperanzas. No hasta haber seguido todas las pistas posibles.

—En este momento, solo estoy tratando de descartar posibilidades —dijo Slim—. Cuantas más elimine, más probable será descubrir una pista que desvele lo que pasó. —Hizo una pausa, mirando a Elena mientras esta comía, sin mirar al frente—. Siento tener que preguntar esto, pero, como digo, tengo que eliminar posibilidades. ¿Había alguna razón por la que su madre pudiera haber querido huir?

Elena pareció sorprendida por un momento. Se estremeció como si le hubiera llegado de repente un aire helado, antes de recuperar la compostura. Cuando miró al frente, Slim pudo adivinar por su mirada que era algo en lo que nunca había pensado.

—Hasta donde yo sé, no había ninguna razón por la que mi madre pudiera haber querido marcharse. No salíamos en el periódico, si se puede decir así. Mis padres no tuvieron un matrimonio perfecto, pero funcionaba bastante bien comparado con otros. Yo tenía doce años y sabía lo que pasaba. Hubo tensión cuando mi padre fue despedido, también cuando mi madre asumió más turnos. Pero fueron cosas aisladas y se arreglaron por sí solas. Mi padre consiguió otro empleo. La jornada laboral de mi madre volvió a ser normal. Cosas cotidianas. Era raro que discutieran. He pensado mucho en eso y solía preguntarme si mi madre tendría un amante con el que se había fugado. Pero nos llevábamos bien. ¿Por qué iba a abandonarme? ¿Por qué todos estos años de silencio? Mi padre… se enfadaba pocas veces. No era una bestia en la intimidad. Si hubiera querido dejarlo, él no habría hecho nada.

Slim asintió. Hacía garabatos en un cuaderno, preguntándose si había algo útil que anotar.

—¿Ha recibido algún correo extraño en estos años? —preguntó—. ¿Cartas sin firmar, postales de Navidad, algo así?

Elena sacudió la cabeza.

—Siempre he tenido sospechas de cualquier cosa que no podía identificar. Pero al final siempre averiguaba quién lo había enviado.

—¿Hay algún… cómo puedo decirlo? ¿Alguna persona siniestra en su familia o entre los amigos de sus padres? ¿Tal vez un tío o algún vecino celoso? ¿Alguien que hubiera tenido algún interés morboso por su madre?

Elena suspiró.

—No puedo pensar en nadie. Créame, he pasado muchos años pensando en esto.

—Puedo imaginarlo. En este momento, no tengo ninguna pista decente, pero hasta donde yo veo, hay tres opciones. Una: se perdió en el camino a casa y murió congelada. Dos: fue secuestrada poco después de hacer la llamada telefónica. Y tres: aprovechó la oportunidad del mal tiempo para huir y empezar una nueva vida en otro lugar.

—¿Y cuál cree que es la más probable?

—Bueno, en realidad, las tres pueden descartarse —dijo—. La uno, porque no se han encontrado sus restos ni su cuerpo. La dos, porque el mal tiempo habría hecho esto muy arriesgado, y la tres, porque si ese era su plan ¿para qué la llamó? ¿Y por qué esperar hasta a estar tan cerca de casa? ¿Por qué no quedarse en Manchester después de su turno y darse cierta ventaja?

—¿Hay más opciones?

Slim suspiró.

—Ninguna que se me ocurra por ahora. ¿Puedo preguntarla, solo por curiosidad, qué piensa usted que pasó? ¿Qué es lo que ha considerado más probable durante todos estos años?

Elena respiró hondo.

—Todos estos años he pensado que alguien se la llevó —dijo—. Había nacido en Wentwood. Me decía que solía jugar junto a las vías del ferrocarril, subiendo y bajando Parnell’s Hill. No hay modo de que pueda haberse perdido, ni siquiera con nieve. Y si nos hubiera dejado por otro, no hay razón para haber permanecido en silencio todos estos años. —Sacudió con vehemencia la cabeza—. No. Es imposible.

Slim asintió. Elena lo había dicho con tanta convicción que casi podía creerla. Pero, como todo lo demás, había alguna mentira que había que encontrar en algún sitio.

Solo necesitaba levantar la piedra correcta para encontrarla.

Tren De Cercanías

Подняться наверх