Читать книгу El hombre que se mece - Jaime Fernández Molano - Страница 12
A vuelo de Domecq
ОглавлениеLo primero que hice al llegar al aeropuerto Vanguardia de Villavicencio, fue comprar y meter en mi equipaje de mano dos medias de brandy Domecq, del barato, del de 40 grados de alcohol.
Iba de paseo con mi amigo Constantino Castelblanco, su esposa y la mía, y una treintena de pasajeros más, hacia ese paraíso que es La Macarena.
Cuando vi la tartana en que debía volar —un DC-3 de mal aspecto— apuré tres tragos dobles, seguidos de un severo llamado de atención de mi amigo:
—¡Ya se va a emborrachar este pendejo! —aseveró. Pero yo solo quería llevar dentro las alas de mi otro amigo: Domecq.
El ronco palpitar del viejo DC-3 que apenas se arrastraba por la pista, anunciaba la eternidad.
Bastaron veinte minutos de vuelo para entrar en emergencia. Mis ojos desencajados vieron las aspas del motor derecho estáticas. Giro de 180 grados y vuelta a Villavicencio.
De repente un auxiliar abre la portezuela y comienza a botar la carga. Antes de que este se fijara en mis 110 kilos, apuré otro trago.
Al unísono decenas de oraciones y ruegos y algunos gemidos. Estábamos a pocos metros del piso y muy lejos del aeropuerto.
Cuando me oí rezando como un loco, descubrí que yo solo era un miserable ateo de tierra firme.
Íbamos directo al suelo en el DC-3 con un motor apagado, cuando anunciaron que el otro motor comenzaba a fallar y que no alcanzaríamos el aeropuerto. La angustia y los sollozos, y los rezos y el drama aumentaron.
Mi amigo Constantino y unas monjas que iban detrás de mí coincidieron en una súplica final:
—¡Regálennos un trago, por favor!
Les pasé la botella. En pocos segundos ellos y otros pasajeros acabaron con el brandy.
—Todo ha terminado —pensé. Y comenzó a rodar la película de mi vida en cámara lenta: mis padres, mis hermanos, mi amigo asesinado, mis hijas y los demás allegados. Los momentos fueron eternos y a la vez veloces. Las imágenes corrían más rápido que el pensamiento. Y la nave seguía su irremediable picado.
De pronto, veo una ráfaga de árboles por la ventanilla, acompañada de un leve estruendo que anunció el final.
Pero a cambio de la muerte, la luz de la mañana se instaló sobre un carreteable que le sirvió de pista a la nave.
Luego de un breve silencio, estallan el alborozo y los aplausos para el capitán. Habíamos aterrizado en una pista de fumigación en zona rural de Acacías, sin novedad alguna.
Destapé la otra media de Domecq que llevaba… y todos celebramos.