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Blanco perfecto

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Diego refirió la historia que vivió en un pueblo del llano, y que para él no pasó de ser una simple anécdota en medio de tanto horror al que se había acostumbrado.

En plena zona cocalera donde él se desempeñaba como autoridad, vio cómo, en un día festivo donde no había nada qué hacer, los paramilitares que manejaban con mano de hierro el poblado, decidieron, desde las cantinas donde bebían a orillas del río, hacer tiro al blanco para divertirse.

Hasta ahí todo era ‘normal’; pero uno de ellos —para ambientar el asunto— propuso que el blanco fuera el paletero que se encontraba en el extremo de la playa ofreciendo sus productos.

«Ese es el preciso. Y está de blanco», señaló el paramilitar, y los otros festejaron con carcajadas.

Como en una final con pénales, la tribuna se dispuso a corear. El primero en tirar erró, el segundo sólo le dio al carrito; el tercero acertó en la cabeza.

El aplauso fue unánime. La cerveza y la espuma y la fiesta se tomaron el pueblo.

El hombre que se mece

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