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Luna subversiva

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La noche del martes 28 de octubre de 1986, apareció una luna distinta en la ciudad. Nuestro amigo, el fotógrafo Constantino Castelblanco, nos mostró el espectáculo. En verdad era un hermoso y gigante hueco iluminado desde el otro lado del firmamento.

Fue así como, cámaras y trípode en mano, Constantino nos invitó a Alicia, a Óscar Otero (otro fotógrafo) y a mí, para hacerle un ‘seguimiento’ fotográfico a la luna de esa noche. Nos instalamos en un extremo del parque principal de la ciudad, frente al Banco de la República, donde él comenzó a disparar sin piedad su Cannon último modelo.

En el escaso lapso de quince minutos, algunos curiosos y varios amigos del combo cultural de Villavicencio, se acercaron a saludar el esplendor de la noche, que posaba para nuestro amigo obsesionado.

Finalizado el trabajo desde ese ángulo, fuimos invitados a terminar la sesión fotográfica en el lado opuesto del parque, al frente de La Catedral. Nos instalamos allí, ahora con tres pintores y un escritor más, que habían llegado al parque atraídos por la noche.

En medio de la charla, comentarios sueltos y una que otra ojeada a la luna desde la lente de nuestro amigo, la jornada fotográfica ya casi concluía.

De repente apareció, como un relámpago que nos enceguecía, una tropa de policía; se trataba de un pelotón de por lo menos treinta hombres armados hasta el alma, que brotaron en fracciones de segundo de tres camionetas de estacas y una cupé. Se nos vinieron encima con las técnicas de una redada profesional, de esas que uno solo ha visto en las películas o en las series de TV.

Era un espectáculo tenebroso. Detuvieron el tráfico y nos pusieron a mirar contra el muro de lamentaciones de La Catedral, con las piernas bien abiertas. Nos hicieron cosquillas por todo el cuerpo como intentando descubrir el motivo para la detención.

Era tenebroso pero a la vez risible, muy risible el espectáculo.

Los vi más sorprendidos que nosotros después de esculcar hasta el último rincón de nuestras intimidades. No encontraron granadas, ni subametralladoras, ni nada por el estilo. Además, cuando comenzamos a mostrar nuestros carnés de prensa y algunas credenciales de agremiaciones artísticas, hubo mayor desconcierto entre la tropa. Habían sido mal informados. La llamada de alerta sobre los posibles subversivos había resultado fallida. Una falsa alarma.

Cuando nos interrogaron sobre lo que hacíamos esa noche, sólo tuvimos una respuesta: «Estamos aquí reunidos, saludando a la luna».

Entonces se fueron, y la noche se apagó, pues se habían llevado el cuerpo del delito: la luna subversiva.

El hombre que se mece

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