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García Márquez cortesano 2

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Con sus actitudes frente a los gobiernos de turno, Gabriel García Márquez se parece cada vez más a Mario Vargas Llosa, con quien acabó peleando a las trompadas por esas cosas veniales a las que empuja una fama mal administrada.

Una disputa de dos viejos amigos –Ernesto Samper y el escritor, muy santafereño el uno y bastante provinciano el otro– la trasladó García Márquez a lo político y le hizo creer a Colombia que era una posición crítica frente a lo nacional.

La decadencia de García Márquez empezó en la política, y ojalá no se traslade a su literatura, porque nos tocaría seguir leyendo a Germán Arciniegas hasta que cumpla cien años (lo cual hacemos con mayor deleite por el rigor intelectual de sus obras, por su profunda claridad del mundo contemporáneo, y por la verticalidad constante de su vida).

Moral e intelectualmente es mucho más importante la adhesión del maestro Germán Arciniegas –conciencia lúcida de las Américas– a la candidatura de Horacio Serpa Uribe, que el pronunciamiento retórico del Nobel de Aracataca sobre la educación en un hipotético gobierno pastranista.

Gabo es un hombre que no necesita del poder, pero le encanta estar con el poder; retratarse con el poder. Eso, solamente, ya lo descalifica como ser humano. Susang Sontang –la maravillosa escritora e intelectual norteamericana– lo advirtió a los lectores hace años, con su certidumbre premonitoria de mujer: García Márquez se pierde en la seducción que ejerce el Poder sobre sus actos. Tan amigo de Felipe González cuando gobernó, como de Aznar cuando lo reemplazó –a pesar de lo visceral y políticamente opuestos–. Pero así es García Márquez.

Exaltado con el Premio Nobel por su fidelismo y su izquierdismo –dijo cierta crítica internacional en su momento–, derrocha ahora esos réditos sobre los gobelinos palaciegos de la derecha y en los pasadizos oscuros de los regímenes más retardatarios del Continente. Fidel Castro no debe estar jubiloso.

“Núñez buscó el Poder como venganza. Holguín, como un lujo. Caro, como un orgullo. San Clemente, como un honor”, dijo José María Vargas Vila. Cabe agregar hoy, en ese listado lapidario de posesos, que García Márquez lo busca para su autocomplacencia.

El escritor no puede sacrificarse en aras de la vanidad. García, con ese apego político y oportunista, salva su ambición de hombre, pero no la dignidad del creador. El acto de adherir a un candidato que ni siquiera lo ha leído, y ubicado en el otro extremo del espectro ideológico del novelista, sólo habla de su pasión desenfrenada por el trono.

No toda gran obra se identifica con el hombre que la escribe. “En el alma de todo mercenario duerme un traidor”, acusó “El Divino” Vargas Vila. Esa es la gran debilidad y peligro de quien persigue siempre a los soberanos y poderosos. La flaqueza es típica del artista, que necesita nutrirse; el intelectual tiene más arrojo, más reticencia a la hora del requiebro con un amo. Y García Márquez es un reportero, no un pensador3. La diferencia es abismal: el periodista no tiene Partido, tiene pauta.

García Márquez es un adulador, es un quitamotas de todas las potestades y eso lo desvirtúa como individuo. Lo arroba el poder. Camina detrás de los presidentes para oler el incienso de los privilegios, para encerarse con su tufo. Si quisiera a Colombia le hubiera prestado mejores favores. Por lo menos, la mitad de todos los que ha recibido de la Patria.

En suma, escribe como un hombre, pero actúa como un cortesano.

Tan buena Elenita Poniatowska

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