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Los científicos climáticos

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Hoy me encuentro con Robert Madsen III, quien, como su padre y su abuelo, es un científico climático.

Doctor Madsen, he venido con usted con una pregunta que la gente en la segunda mitad de este siglo nos sentimos obligados a hacer.

Aquellos de nosotros que hoy seguimos vivos estamos obsesionados por la pregunta de por qué, en las primeras décadas de este siglo, antes de que se agotara el tiempo, la gente no actuó para al menos desacelerar el calentamiento global. ¿Fue porque no había suficiente evidencia, porque los científicos no estaban de acuerdo, porque había alguna teoría mejor para explicar el calentamiento que obviamente estaba ocurriendo, o hubo algo más? Seguramente, la generación de nuestros abuelos tuvo una buena razón para dejar que esto nos sucediera… ¿cuál fue?

Bueno, puedo decirle que éste no será el capítulo más largo de su libro, porque la respuesta es breve y simple: no tuvieron una buena razón.

Incluso en el cambio de siglo, la evidencia del calentamiento global provocado por el hombre era abrumadora, y sólo se fue haciendo más y más fuerte hasta convertirse en un hecho innegable para cualquier persona racional, es decir, cualquiera que usara la razón como guía. Un amigo que se había formado como abogado me preguntó alguna vez si el calentamiento global había sido apoyado por una preponderancia de evidencias o más allá de toda duda razonable, la norma más alta en un caso penal. Respondí que el calentamiento global había estado más allá de toda duda razonable, tan cierto como puede estarlo cualquier teoría científica.

Si tuvieras que volver a la década de 2010 y juzgar la opinión colectiva de los científicos sobre la base de lo que publicaron en revistas revisadas por pares, encontrarás que para 2020 estaban cien por ciento de acuerdo en que los seres humanos eran la causa del calentamiento global. Ése no es sólo un número redondo que me haya sacado de la manga, sino el resultado de una revisión de casi veinte mil artículos arbitrados correspondientes a ese periodo.

Por difícil que nos resulte concebir esto, los negacionistas del calentamiento global no contaban con una teoría científica propia para explicar la evidencia. Sería muy distinto si la gente en las décadas de 2010 o 2020 hubiera permitido que nuestro mundo fuera destruido porque apostó por la teoría equivocada. Pero no existía una teoría alternativa. Las temperaturas se incrementaron, los incendios forestales fueron más intensos cada año en todos los continentes, el nivel del mar subió más y más, las tormentas empeoraron, y podríamos seguir y seguir. Aquellos que negaban que los humanos fueran los responsables no tuvieron la curiosidad por averiguar qué era entonces lo que estaba causando este clima extremo, pero sí decidieron lo que no lo causaba: los combustibles fósiles.

De acuerdo, eso es breve y simple. Pero incluso los negacionistas sin una teoría debieron haber tenido alguna forma alternativa de explicar los datos que convenció a los científicos. ¿Cómo lo intentaron?

Durante un tiempo dijeron que el calentamiento global era una patraña, que los científicos conspiracionistas habían falsificado los datos. Aquellos que niegan la ciencia siempre llegan al punto de afirmar una conspiración, porque la única opción distinta sería admitir que los científicos tienen razón.

Si usted hubiera estado por ahí en esos días, ¿cómo les habría respondido a aquellos que afirmaban que el calentamiento global provocado por el hombre era parte de una teoría de la conspiración?

Bueno, habría instado a la gente a que se hiciera algunas preguntas sencillas. ¿Cómo se organizó la conspiración? Esos veinte mil artículos involucraban alrededor de sesenta mil autores provenientes de países de todo el mundo. ¿Cómo podían estos estafadores mantener todo en orden? Habrían tenido que usar el correo electrónico. Pero en la primera década del siglo, alguien robó y publicó un tesoro de correos electrónicos de prominentes científicos climáticos: casi un millón de palabras, según recuerdo, y ni una sola daba pista alguna de una conspiración.

¿Por qué, entonces, ningún conspirador fue atrapado, escribió un libro de memorias que lo contara todo o hizo una confesión en su lecho de muerte? ¿Y por qué, para empezar, habrían conspirado? En Estados Unidos, la respuesta de los negacionistas fue: “Porque eran liberales”. Pero más de la mitad de los artículos científicos procedían de otros países, donde no se aplicaba esa etiqueta.

Por supuesto, sin embargo, en la década de 2010, los negacionistas no se hicieron este tipo de preguntas. Para ellos resultaba tan obvio que el calentamiento global era falso que la razón por la que los científicos habían montado semejante patraña carecía de importancia.

Para la década de 2020, las mentiras habían llegado a reemplazar la verdad no sólo en lo que respecta a la ciencia, sino en muchas áreas más. La gente prefirió aceptar una mentira que respaldara su creencia anterior, en lugar de una verdad que socavara esa creencia. Esto permitió que países como Australia, Brasil, Rusia y Estados Unidos eligieran a los negacionistas de la ciencia para liderarlos.

Incluso tan tarde como a principios de los años veinte, el calentamiento podría haberse limitado a 5.4 °F [3 °C].* Pero las naciones del mundo no pudieron intentarlo. Para cuando lo hicieron, ya ni siquiera 7.2 °F [4 °C] eran opción. No sabemos qué tanto pueda incrementarse la temperatura. Es algo extraño: los humanos nos enorgullecemos de ser gobernados por la razón, pero incluso con la civilización humana puesta en juego, elegimos la ideología y la ignorancia.

Si la gente pensaba que los científicos eran tan corruptos como para fingir un calentamiento global, debe de haber sido difícil confiar en los científicos para cualquier otra cosa. ¿Esa actitud tuvo algún efecto sobre el estatus de la ciencia misma?

Mi abuelo era científico y me inspiró a convertirme en uno. Él me contó cómo, al final de la década de 2010, los negacionistas científicos ocuparon la Casa Blanca y los más altos niveles de casi todas las agencias gubernamentales. Recortaron el financiamiento de las investigaciones no sólo para la ciencia del clima, sino para todo lo que tuviera que ver con el medio ambiente, las especies en peligro de extinción, la contaminación industrial y todas esas cosas. La Agencia de Protección Ambiental y la Fundación Nacional de Ciencias no sobrevivieron a la década de 2020 y el financiamiento federal general para la ciencia cayó al nivel de la década de 1950. El abuelo decía que para él y sus colegas casi parecía que ciencia se había convertido en una mala palabra.

La mayoría de los científicos universitarios en ese entonces dependían de las subvenciones del gobierno y tuvieron que renunciar a sus programas de investigación. Las grandes universidades habían obtenido entre un cuarto y un tercio de su financiamiento total como gastos generales de becas de investigación. Una de las primeras cosas que hicieron fue reducir los fondos para los departamentos de ciencias y despedir a los profesores. Los estudiantes, que no veían futuro en el estudio de la ciencia, votaron con los pies al tomar clases en otras materias. Cuando la matrícula de ciencias disminuyó, se justificó la eliminación de más departamentos y profesores de ciencias. Las revistas científicas, cuyos principales clientes eran las universidades, también fueron víctimas, dado que el volumen de investigación se desplomó y el financiamiento de las bibliotecas universitarias cayó y, enseguida, desapareció. Por supuesto, sin fondos de investigación y sin revistas, las numerosas sociedades científicas también tuvieron que cerrar sus puertas.

En la colección de libros de mi abuelo encontré un volumen bastante usado y desgastado que se titula El fin de la historia y el último hombre. Puede que no estemos ante el Fin de la Ciencia, pero ya puedes verlo venir.

* A lo largo del libro, mostraré las medidas de temperatura tanto en grados Fahrenheit como Celsius, lo mismo que para las unidades de longitud: en el sistema métrico y en el inglés.

Informe 2084

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