Читать книгу Informe 2084 - James Powell Lawrence - Страница 7
La caída de Phoenix
ОглавлениеSteve Thompson, nacido y criado en Phoenix, es un ingeniero hidráulico de 72 años que alguna vez trabajó para el Proyecto de Arizona Central. Se mudó a Saskatchewan y se convirtió en ciudadano canadiense antes de la Guerra Canadiense-estadunidense.
Steve, ¿cuándo llegó tu familia a Arizona?
Mis bisabuelos se mudaron a Phoenix justo después de la Segunda Guerra Mundial, al mismo tiempo que muchas otras familias de exmiembros del servicio, todos siguiendo el sueño americano. Y en general, lo encontraron.
A lo largo de la segunda mitad del siglo pasado y durante un tiempo en éste, la demanda de vivienda en Phoenix mantuvo en marcha el auge inmobiliario, y eso permitió que todo lo demás siguiera en auge también. La gente disfrutaba de la buena vida y se olvidaba de que vivía en un desierto que sólo recibía 8 pulgadas [200 milímetros] de lluvia al año.
En realidad, la mayoría de la gente no tenía idea de dónde provenía el agua que salía de sus grifos. Es posible que supieran que había algo llamado Proyecto de Arizona Central, que traía agua del lago Mead por la parte baja del río Colorado hasta Phoenix. Pero ¿de dónde sacaba el agua el río Colorado? Del derretimiento de los campos de nieve en las laderas occidentales de las Montañas Rocallosas, a muchos cientos de millas de distancia. Si algo cambiaba la cantidad de nieve que caía en las Montañas Rocallosas o el momento de la temporada de deshielo, Phoenix podría tener serios problemas. Pero nadie se preocupaba por eso. A principios de siglo, los responsables de la planificación del centro de Arizona pensaban que la población aumentaría a casi siete millones de personas para 2050. En retrospectiva, ésa era una suposición ridícula. Cuando mis bisabuelos se mudaron aquí, en 1950, Phoenix tenía sólo alrededor de cien mil personas. El año en que nací, 2012, tenía un millón seiscientas mil. Ahora ha vuelto a bajar y se dirige de nuevo a cien mil. E incluso tal vez eso sea demasiado.
Hasta la década de 2020, todo parecía mejorar en Phoenix. Claro, a lo largo de la década de 2010 se había vuelto más caluroso año con año, pero todos nuestros edificios tenían aire acondicionado, así que nos quedábamos en el interior durante la mitad de los días de verano. En realidad, nunca pensamos en cómo nos las arreglaríamos si había escasez de energía que nos impidiera encender nuestros aires acondicionados cuando quisiéramos. No consideramos adecuadamente que si el Colorado se agotaba, algo que los científicos del clima pronosticaban que ocurriría con el calentamiento global, habría menos agua haciendo girar las turbinas en las presas Hoover y Glen Canyon, y menos energía eléctrica. Por lo tanto, si teníamos una sequía lo suficientemente grave, también tendríamos escasez de energía.
¿Cuándo se dio cuenta de que las cosas habían cambiado?
Creo que puedo precisar hasta la hora, es el recuerdo más vívido de mi vida. Tenía 15 años, así que debió ser 2027. Era una mañana calurosa de verano y mi madre fue a la puerta porque alguien había tocado; se encontró a dos hombres parados allí, uniformados. Uno tenía una Smith & Wesson .38 especial atada a su cadera; el otro llevaba una caja de herramientas. Esa pistola me impresionó mucho. Ambos llevaban insignias del departamento de agua de la ciudad. Como parte de un programa en toda la ciudad, habían llegado a instalar una válvula de control remoto que limitaría la cantidad de agua que mi familia podría usar en un periodo de veinticuatro horas: 75 galones [284 litros] por persona. Cuando llegáramos a ese límite, la válvula se cerraría de manera automática y ya no obtendríamos más agua sino hasta las 12:01 a.m. del día siguiente. Por supuesto, el departamento de agua y los periódicos y la televisión habían advertido que se avecinaba el racionamiento, pero el impacto completo de esto no afectó a nuestra familia hasta que esos dos hombres aparecieron en nuestra puerta.
Si la ración de la ciudad de 75 galones por persona por día no lograba ahorrar la suficiente agua, la ciudad podría reprogramar remotamente las válvulas para un límite más bajo. Cualquiera podía ver que eso iba a suceder. La sanción por alterar las válvulas de cierre era una multa y una ración todavía más pequeña. Una infracción reincidente le daría al propietario dos años de cárcel, sin posibilidad de reducción de la cadena por buen comportamiento. En caso de que alguien no captara el mensaje, las vallas publicitarias electrónicas de la ciudad publicaban videos de los últimos estafadores del agua que se habían sometido a una “caminata de delincuentes” pública.
Tener que sobrevivir con 75 galones y luego menos, a medida que la ciudad bajaba la ración, cuando sólo dos décadas antes el residente promedio de Phoenix había consumido más de 200 galones [757 litros] por día, significaba que debíamos cambiar la forma en que vivíamos. Las familias tenían que considerar los presupuestos de agua de la misma manera que los financieros, pero había una gran diferencia. En ese entonces, una familia aún podía pedir dinero prestado o cargar las compras a una tarjeta de crédito, pero nadie en Phoenix iba a prestar o a vender agua, ni siquiera por dinero en efectivo.
Modernizamos nuestras casas con inodoros de bajo nivel, grifos que funcionaban sólo por unos segundos y bañeras. Olvídate de tomar una ducha, ya nadie hacía eso y, de todos modos, tener una regadera en tu casa era ilegal. En cambio, nos bañábamos en la tina una vez a la semana, como se solía hacer en los días de los pioneros, y usábamos aguas grises para tirar de la cadena de nuestros inodoros. Algunos de nosotros ahorrábamos todavía más agua mediante el uso de orinales o instalando retretes al aire libre.
Las autoridades prohibieron regar el jardín y pronto dejó de haberlos. Cerraron decenas de campos de golf alrededor de Phoenix. En ese entonces, tener una mancha verde en tu propiedad era invitar a la policía del agua. A medida que más personas abandonaron sus hogares, los jardines se secaron y se perdieron en el viento.
El problema fue que estas medidas de conservación no funcionaron. Claro, el consumo per cápita se redujo, pero la gente todavía seguía mudándose aquí en la década de 2030, a pesar de las señales de advertencia de que no habría suficiente agua o electricidad. Siempre parece haber una brecha entre la percepción de las personas y la realidad. Si reduces el consumo promedio a la mitad, pero duplicas la población, te encuentras de regreso justo donde empezaste. Como no puedes obligar a la gente a mudarse, lo único que sí puedes hacer es restringir el agua y luego ir bajando cada vez más la ración.
Estar al aire libre a mediodía era jugarte la vida. Aunque ya me había ido, en la década de 2040 Phoenix era tan caluroso, y a veces incluso más, que el Valle de la Muerte en 2000. Lo único que se podía hacer era quedarse dentro y, cuando tenías que salir, correr hacia el próximo refugio con aire acondicionado. Pero el aire acondicionado requería energía eléctrica y la escasez de agua hizo que las presas hidroeléctricas produjeran menos, así que muy pronto la ciudad también comenzó a racionar la electricidad. Ya no se podía contar con que encontrarías uno de esos refugios con aire acondicionado. Al mediodía, las calles y aceras de Phoenix se quedaban prácticamente vacías. Nunca más se vieron niños o mascotas afuera. Y los ancianos tenían sus propios problemas. Para ellos, el aire acondicionado era una cuestión de vida o muerte, y debido a aquellos que no podían pagarlo o no tenían forma de irse, Phoenix obtuvo la más alta tasa de mortalidad de personas mayores en comparación con cualquier otra ciudad del país.
Casi todos los aspectos de la vida en el centro de Arizona habían ido empeorando. Hacía mucho tiempo que había pasado la época en que cualquiera podía aferrarse a la ilusión de que el calor y la sequía eran parte de algún ciclo natural, y que los residentes de Arizona podíamos esperar a que terminara. Por muy malas que fueran las cosas, iban a empeorar y se quedarían así hasta donde cualquiera alcanzaba a ver. Para los estadunidenses, sobre todo los del suroeste, hogar del sueño americano, ése era un concepto nuevo.
Observé a mis padres envejecer prematuramente cuando se dieron cuenta de que sus últimos años no serían ese tiempo agradable para el que habían planeado y ahorrado. Cualquiera podía ver que lo más inteligente era salir de Arizona, pero con miles de casas nuevas y vacías, en subdivisiones a medio terminar y sin agua, los precios de las casas se habían desplomado. Como mis padres no pudieron recuperar el valor de nuestra casa, no contaban con el capital ni el crédito para comprar una nueva en un clima más fresco y húmedo, donde, en cualquier caso, la demanda había hecho que los precios de las casas estuvieran fuera de alcance. Las parejas más jóvenes dispuestas a arriesgarse a menudo simplemente se alejaban de sus casas e hipotecas, sin siquiera molestarse en cerrar las puertas, porque sabían que nunca volverían. Pero para los ancianos, irse no fue una opción. Para mí lo fue, y en 2032, les dije a mis padres y a Phoenix un triste adiós y me dirigí a Canadá.