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II. LA HORA DE LA DISCIPLINA HISTÓRICA: LOS ANNALES

Hay un acuerdo unánime respecto al notable influjo de la escuela de los Annales como constructora de un nuevo modelo historiográfico. Durante los años treinta, esta escuela francesa tomó el relevo del liderazgo que el historicismo clásico alemán había desarrollado durante buena parte del siglo XIX y principios del XX. El centro de gravedad de la historiografía se trasladaba así de Alemania a Francia, en medio de un mundo académico en crisis, que se reconstruía a duras penas entre conflictos bélicos y enfrentamientos ideológicos.

El interés histórico e historiográfico que ha despertado la escuela de los Annales es la mejor muestra de su vitalidad. La bibliografía dedicada a su estudio es ya inmensa.1 Todos esos trabajos son de gran utilidad para los historiadores de todas las corrientes y de todas las épocas, porque no sólo tratan de una corriente historiográfica concreta como los Annales, sino que también dan las claves para la comprensión de los contextos intelectuales de los historiadores de esa escuela y de algunas de sus principales monografías, que son modelos de construcción histórica. Simultáneamente, es preciso adentrarse en el contexto en que fueron articuladas esas obras, porque de este modo se puede comprender mejor su verdadero alcance historiográfico. El contexto histórico e intelectual en el que se mueven los historiadores influye notoriamente en la visión que tienen de la historia, por lo que es muy útil conocer las corrientes intelectuales y filosóficas del momento, las coyunturas políticas, la integración en una determinada comunidad, especialmente si ésta está imbuida de nacionalismo, así como la tradición familiar y la formación académica del historiador.

Todo ello es especialmente oportuno en el caso de una escuela como los Annales, cuyos principales exponentes están perfectamente localizados: Marc Bloch y Lucien Febvre como sus fundadores, Fernand Braudel como líder indiscutible de la segunda generación y Gerges Duby, Emmanuel Le Roy Ladurie y Jacques Le Goff, entre otros, como los componentes de la tercera generación. Todos estos historiadores han experimentado una evolución tanto desde el punto de vista estrictamente vivencial como epistemológico que ha condicionado de algún modo la orientación de su obra y, por ende, de la escuela.

REVISTA HISTÓRICA, CORRIENTE GENERACIONAL Y ESCUELA NACIONAL

El primer problema que se plantea al analizar los Annales es si fueron verdaderamente una escuela histórica.2 Sus orígenes, y su mismo nombre, están relacionados con la creación de una revista histórica, que llevaba por título, en su fundación en 1929, Annales d’histoire économique et sociale. El enunciado principal de la revista (Annales) no ha variado a lo largo de toda su singladura y es el único concepto capaz de aglutinar a historiadores de procedencia y talante intelectual tan diverso como ha tenido la escuela a lo largo del siglo XX.

El título original (Annales d’histoire économique et sociale) se mantuvo hasta 1946. Durante la guerra, la revista sobrevivió bajo los enunciados provisionales Annales d’histoire sociale (1939-1942) y Mélanges d’histoire sociale (1942-1944). En 1946 la revista pasa a llamarse Annales. Économies, Sociétés, Civilisations, hasta que en 1994 adquiere su denominación actual: Annales. Histoire, Sciences Sociales. La evolución de los subtítulos de la revista es una expresión elocuente de los diversos cambios que ha experimentado la escuela durante el siglo XX, así como de los avatares epistemológicos de la historiografía occidental globalmente considerada.

De un compromiso con la historia económica y social –una de las grandes reivindicaciones de los primeros Annales, que reaccionaron frente a la vieja historiografía decimonónica de talante político y diplomático: Économies, Sociétés, Civilisations– se pasa finalmente a un compromiso con el resto de las ciencias sociales (Histoire, Sciences Sociales), como resultado de la intensa batalla librada por la disciplina histórica durante los años ochenta a la búsqueda de su verdadera identidad.

Si la revista actúa como verdadero aglutinador de la escuela de los Annales, es la sucesión de las generaciones la que ha marcado las diferentes etapas de su evolución. Se ha hablado de cuatro generaciones, aunque ciertamente hay serias dudas respecto a la verdadera entidad de la postrera, porque es difícil defender en la actualidad la supervivencia de una verdadera escuela de los Annales. No obstante, nadie duda de la existencia de las tres primeras generaciones, de su influjo real en la historiografía europea y americana y de su articulación en torno a unos líderes generacionales, en cuya obra se ven reflejadas las mutaciones de la misma escuela a lo largo del siglo XX: Marc Bloch y Lucien Febvre en la primera generación, Fernand Braudel en la segunda y Georges Duby, Jacques Le Goff y Emmanuel Le Roy Ladurie en la tercera.

Cada generación está lógicamente influida por el contexto intelectual de su tiempo, por lo que son deudoras de las corrientes imperantes no sólo en la disciplina histórica sino también, por su mismo talante interdisciplinar, en las restantes ciencias humanas y sociales, especialmente la sociología y la antropología. Así, aparecen historiadores relacionados con los Annales comprometidos con el marxismo como Ernest Labrousse o Pierre Vilar; de atípicas posturas como Maurice Agulhon o Michel Vovelle; otros, como Fernand Braudel, imbuidos de estructuralismo; y, por fin, los historiadores de la tercera generación, sistematizadores de la historia de las mentalidades, emparentados también con las complejas tendencias filosóficas de los setenta, materializadas por antropólogos de talante multidisciplinar como Michel Foucault.

Lo heterogéneo de los historiadores y filósofos mencionados pone de manifiesto la tercera de las realidades que aparecen en el enunciado de este apartado: ¿se puede identificar la escuela de los Annales con la escuela histórica francesa? Aunque lógicamente todos los historiadores franceses lo niegan, mi opinión es que recurrir a esa identificación, con las necesarias matizaciones, no es cometer ningún reduccionismo desde el punto de vista historiográfico, habida cuenta del carácter aglutinador que la escuela de los Annales ha tenido en ese país a lo largo del siglo XX, al menos hasta los años ochenta. En ella han anidado, en efecto, historiadores de las más diversas tendencias intelectuales y metodológicas, pero todos ellos tienen el sello y el talante característico de la historiografía francesa, con todas sus peculiaridades, servidumbres y aciertos.

El tema no se puede despachar, lógicamente, en un párrafo, porque sería preciso descender a un mayor detalle para justificar la afirmación de la identificación de una escuela historiográfica con una tradición nacional. Baste, sin embargo, considerar por el momento que me parece muy ilustrativo que la escuela de los Annales haya conocido su declive en el preciso instante en que la globalización –un proceso de alcance general, que también ha afectado al campo historiográfico– ha traído consigo la desaparición de las llamadas escuelas nacionales tal como se habían considerado tradicionalmente.

La dimensión nacional de los Annales ha hecho posible la coexistencia en la misma escuela de historiadores de tendencias diversas, desde el sociologismo de Marc Bloch al marxismo ortodoxo de Pierre Vilar. Otro problema diferente es el escaso grado de identificación con la escuela que tienen algunos de sus pretendidos componentes: el caso de Pierre Vilar es bien significativo en este sentido. Y hay que afirmar también, obviamente, que esa identificación no debe llevar a pensar que cualquier historiador francés del siglo XX se tenga que considerar necesariamente un componente de esa escuela, del mismo modo que un historiador no francés también puede ser considerado un miembro de los Annales. Éste es el caso, por ejemplo, de algunos historiadores españoles de los años cincuenta y sesenta como Jaume Vicens Vives, Valentín Vázquez de Prada y Felipe Ruiz Martín3 o de los procedentes de otras tradiciones historiográficas europeas de notable reputación, como la húngara4 o la polaca.5

En todo caso, hay unos postulados básicos que permanecen a lo largo de las diversas generaciones de la escuela. Los primeros Annales pretendieron sustituir la tradicional narración de los acontecimientos por una historia analítica orientada por un problema. Preconizaban así el paso de un «positivismo», cuya temática esencial era la política, a una historia analítica de marcado talante socio-económico, inaugurando así el fructífero predominio de las monografías sobre los restantes géneros históricos. Al mismo tiempo, postulaban una historia más totalizante, a través de la ampliación temática y disciplinar. Para ello, tendieron puentes con la geografía, la economía, la estadística, la antropología y, sobre todo en los años iniciales, con la sociología. Los componentes de la escuela se sentían cómodos con el género de la monografía histórica, porque es el que les permitía realizar un cuadro minucioso de un período, de un grupo social o de un determinado aspecto histórico. Se inauguraba así un ciclo denominado «la tierra y los hombres», cuyo objetivo era unir espacio y tiempo en un planteamiento verdaderamente integrador.6

Durante los años veinte, tanto Lucien Febvre como Marc Bloch combatieron, desde su posición de jóvenes historiadores, la excesiva especialización que detectaron en la historiografía de su época. Ellos fueron por delante, incorporando a sus trabajos nuevas temáticas como la historia de las mentalidades –bien presente en el libro sobre los reyes taumaturgos de Marc Bloch7– o una historia de la religiosidad renovada –como aparece en el Lutero de Lucien Febvre.8 Bloch y Febvre se rebelan contra la historia tradicional, política y événementielle –centrada en los acontecimientos– y crean la revista que da nombre a la escuela, cuyo primer volumen aparece en 1929 y se constituye desde el primer momento como el foro central de debate.

Después de la Segunda Guerra Mundial, se hace cargo del liderazgo de la escuela Fernand Braudel, que lo ejerce además de un modo absoluto. La nueva orientación se basa en los conceptos creados por el historiador del Mediterráneo, entre los que destacan los de estructura y coyuntura. Es la segunda generación. La tendencia al diálogo con las ciencias sociales se vio enriquecida además por la ambición a una ampliación espacial, que superara los estrechos márgenes de las fronteras nacionales o las tradiciones religiosas. Así se puso de manifiesto con la publicación del Mediterráneo de Fernand Braudel, con el que el historiador francés quería demostrar que la historia puede hacer algo más que estudiar «jardines cercanos».9

A partir de 1968 se produce un nuevo recambio generacional, causado en buena medida por las tendencias desmenuzantes de la disciplina –«la historia en migajas», según la acertada expresión de François Dosse10– y el aumento considerable de su diálogo con las restantes ciencias sociales. El influjo de esta nueva generación, identificada genéricamente con la corriente de la historia de las mentalidades, se hará efectivo durante los años setenta y ochenta. Sus principales exponentes son, entre muchos otros, Robert Mandrou, Georges Duby, Jacques Le Goff y Emmanuel Le Roy Ladurie, quienes recuperan el gusto por una historia política y narrativa con connotaciones ideológicas y mentales y se generaliza un neto predominio de la historia cultural en su acepción más amplia.

Más difícil es establecer con seguridad si se puede hablar de una cuarta generación. Será preciso afrontar este tema al hablar de la situación de la historiografía en el tiempo presente. Por ahora, habrá que empezar hablando de los precedentes y los puntos de apoyo más firmes de la escuela de los Annales en el momento de su nacimiento.

LOS FUNDAMENTOS SOCIOLÓGICOS DE LOS ANNALES

Hasta los años veinte del siglo pasado, la historiografía occidental había evolucionado desde la narración de los clásicos como Herodoto y Tucídides al desarrollo de los grandes sistemas a partir de la era cristiana, desde San Agustín a Hegel y Marx. A mediados del siglo XVIII, empieza a crearse la figura de un historiador más profesionalizado, que procura basar todos sus estudios en el rigor y la dedicación prioritaria a la investigación.11 El magno proyecto de Edward Gibbon (1737-1794), Decadencia y caída del imperio romano, publicado entre 1776 y 1788, busca la integración efectiva de la nueva historia sociocultural con la narración de los acontecimientos políticos.

La revolución copernicana en la historiografía llegaría de la mano del historiador alemán Leopold von Ranke a comienzos del siglo XIX, que vuelve a marginar la historia social o cultural a favor de una historia de los principales acontecimientos políticos y diplomáticos. No despreciaba los fenómenos culturales o sociales en absoluto, pero su obsesión por el tratamiento riguroso de las fuentes de los archivos hizo que los historiadores que trabajaban en historia social y cultural aparecieran como meros dilettanti frente a sus documentados trabajos. Sin embargo, como suele suceder en los planteamientos excesivamente inductivos, las segundas generaciones suelen empequeñecer las ambiciosas aspiraciones de sus predecesores y se pierden en disquisiciones meramente formales. Los discípulos de Ranke tuvieron un espíritu más estrecho que el de su maestro y se formó algo que podría asimilarse a una escolástica tardía.12 La historiografía alemana quedó entonces anclada en el historicismo clásico, incapaz de asimilar las nuevas tendencias que se iban generando sobre todo en Francia. La arista cortante de la innovación pasó de Alemania a Francia en la época de entresiglos.

Los historiadores franceses de principios del siglo XX fueron más capaces de asimilar los nuevos postulados sociológicos, geográficos y antropológicos que llegaban por ósmosis de las restantes ciencias sociales y que tanto favorecerían la creación de una historiografía verdaderamente integradora y con aspiraciones a la globalidad. Esta mayor capacidad de diálogo con las ciencias sociales fue la llave que les permitió afrontar la renovación metodológica que precisaba la historiografía en aquellos años de tan profundas mutaciones epistemológicas en el ámbito científico. El predominio de la sociología como referente metodológico de la historia tuvo mucho que ver con ese cambio de escenario. En este sentido, los primeros Annales son deudores evidentes de la sociología de Émile Durkheim y de los postulados sintetizantes de Henri Berr.

Pocos decenios antes, no obstante, como consecuencia de la progresiva profesionalización de la historia, habían aparecido algunas revistas especializadas que tuvieron por primera vez un notable eco entre la comunidad académica, fijando las reglas y el método de la historia científica. Entre esas revistas destacaban la Historische Zeitschrift (1856) en Alemania, la Revue Historique (1876) en Francia, la English Historical Review (1886) en Inglaterra y la Rivista Storica Italiana (1888) en Italia. Poco antes, habían aparecido en Francia y Alemania obras de verdadera originalidad, como las historias del Renacimiento de Jules Michelet (1855) y Jacob Burckhardt (1860), donde se analiza, por un lado, la historia de los humildes, de los desconocidos y, por otro, la interacción del estado, la religión y la cultura.13 Sin la exposición previa de las ideas de Michelet, difícilmente Burckhardt habría podido legarnos la noción de Renacimiento que tanto ha influido posteriormente.14

En los decenios finales del siglo XIX se percibieron algunos hitos que posibilitarían la renovación de los postulados de las ciencias sociales y, en particular, de la disciplina histórica. Por un lado, se asimilaron los postulados de Auguste Comte, que había defendido la necesidad de una historia que fuera capaz de confeccionar leyes generales, al modo de las ciencias experimentales, para superar la mera acumulación de anécdotas y llegar a una historia verdaderamente científica. Poco más tarde se producía la eclosión de la sociología, que culminaría con las obras de Émile Durkheim y Max Weber durante los dos primeros decenios del siguiente siglo. Herbert Spencer se quejaba amargamente de la preeminencia de la historia de los reyes y de los papas y proponía como alternativa la construcción de una verdadera historia del pueblo. Karl Lamprecht, profesor de Leipzig, abogaba por una historia cultural o económica. En Estados Unidos, James Harvey Robinson, Charles Beard y, especialmente, Frederick Jackson Turner apostaron por una renovación de los temas, sobre todo a través del trabajo de este último, La significación de la frontera en la historia norteamericana, publicado en 1893.15

Todos ellos eran precedentes lejanos, que roturaron el campo sobre el que se sembraría la revolución historiográfica que supusieron los primeros Annales. Fue entonces, durante los años diez y veinte, cuando se consolidaron en el panorama académico francés algunos historiadores de prestigio, que asimilaron toda esa tradición, renovaron el utillaje metodológico de la historiografía y sentaron las bases de la tarea posterior de los fundadores de los Annales: Gabriel Monod (1844-1912), fundador de la Revue Historique en 1876; Ernest Lavisse (1842-1922), coordinador del ambicioso proyecto de una historia de la Francia contemporánea, publicada entre 1921 y 1922; Henri Berr (1863-1954), el fundador de la Revue de Synthèse historique e impulsor de la gran colección histórica La evolución de la humanidad en los años veinte;16 Georges Lefebvre (1874-1959), el historiador de la revolución francesa, que desarrolló la idea del gran temor de 1789 e introdujo la dimensión socioeconómica en su estudio17 y Henri Pirenne (1862-1935), el inolvidable diseñador de la analogía entre Mahoma y Carlomagno.18 Ellos fueron quienes constituyeron el nexo efectivo entre esa historiografía más tradicional y la revolución historiográfica que se aprestaban a iniciar Marc Bloch y Lucien Febvre.

Entre todos ellos es quizás Henri Berr (1863-1954) el más determinante.19 Su figura aunó el papel de intelectual, emprendedor y agitador cultural. En 1900 fundó la Revue de Synthèse Historique, reivindicando una verdadera interdisciplinariedad y enfrentándose decididamente a la «historia historizante» del historicismo clásico alemán y al imperialismo sociológico de la revista durkheniana L’Année Sociologique, que había sido fundada en 1898. En la Revue de Synthèse Historique empezaron a colaborar Lucien Febvre (1907) y Marc Bloch (1912). La influencia de Berr en la fundación de los Annales fue considerable, como siempre reconocieron Febvre y Bloch. Pasando por encima de las barreras disciplinares, planteó decididamente un diálogo de la historia con las ciencias sociales y apostó por un método inequívocamente histórico, una de las señas de identidad de los primeros Annales. Con Henri Berr y Henri Pirenne la historiografía empezaba a combatir frontalmente los tres ídolos que impiden al historiador acceder a la realidad del pasado, tal como los había definido poco antes François Simiand (1873-1935) en un brillante artículo: el político, el individual y el cronológico.20

LOS FUNDADORES: LUCIEN FEBVRE Y MARC BLOCH

Lucien Febvre y Marc Bloch son los fundadores de la revista y de la escuela de los Annales. Su condición de modernista y medievalista, respectivamente, favoreció una natural conexión entre los historiadores que se dedican a estos dos períodos históricos, lo que sería luego una constante a lo largo de la historia de la escuela. En efecto, medievalistas y modernistas son los que siempre han destacado entre los historiadores más sobresalientes de los Annales, aunque durante la tercera generación se experimentó una efectiva incorporación de algunos contemporaneístas y especialistas de historia antigua de prestigio, como Michel Vovelle y Paul Veyne.

La formación histórica de estos dos historiadores se inserta plenamente en esa época tan característica de la historia intelectual europea que es el período de entreguerras. Lucien Febvre (1878-1956) era ocho años mayor que Marc Bloch y, por tanto, ejercía un liderazgo natural que, sin embargo, pronto fue equilibrándose por la solidez de las monografías que iba publicando Bloch.21 Febvre entró pronto en contacto con la École Normale Supérieure, un auténtico germen de interdisciplinariedad que marcaría profundamente la orientación epistemológica de la Escuela. Allí estudiaban, entre otros, Paul Vidal de la Blache, geógrafo;22 Lucien Lévy-Bruhl, antropólogo;23 Émile Mâle, que se dedicaba a la iconografía pero no desde el punto de vista tradicional de la historia de las formas sino desde el renovado de la iconografía;24 y Antoine Meillet, uno de los pioneros de la sociología del lenguaje, que tanto influjo tendría al cabo de unos decenios en la historiografía.25

Con este bagaje interdisciplinar y su formación de historiador en sentido estricto, Febvre se propuso combinar el materialismo de Marx con el misticismo de Michelet desde sus primeros años como académico. Su tesis sobre Felipe II y el Franco Condado, publicada en 1911, buscaba conjugar un planteamiento político, social y cultural.26 Allí utilizaba una nomenclatura marxista, aunque las ideas de fondo no estaban del todo acordes con los planteamientos del materialismo histórico. Hablaba de lucha de clases pero no como un mero conflicto económico, sino también de ideas y sentimientos. Febvre iniciaba la que sería su primera monografía –y, probablemente, la que se puede considerar como la primera monografía de los Annales, aunque todavía éstos no habían sido fundados– con una magnífica introducción geográfica, que serviría de modelo para tantas obras futuras elaboradas al socaire de la escuela. Las introducciones del Mediterráneo de Fernand Braudel y de la Cataluña de Pierre Vilar, por poner dos ejemplos característicos entre tantos, dan fe del influjo de la primera gran obra de Febvre.27

Con esta obra, Febvre iniciaba el debate clásico entre determinismo geográfico y libertad humana, que por otro lado estaba por entonces muy en boga, en buena medida impelido por el prestigio que por aquellos años empezaba a tener en Francia la geografía. De hecho, es bastante significativo que, entre los dos fundadores de los Annales, Febvre estuvo siempre más inclinado hacia la geografía28 y Marc Bloch hacia la sociología.29 Sin embargo, en el ámbito de la interdisciplinariedad los dos partieron de similares postulados, a través de su tendencia hacia una historia bien asentada en el espacio –las introducciones geográficas de Febvre y los análisis de los paisajes rurales en Bloch30–, su inclinación por los temas de historia de la religiosidad –las biografías en Febvre31 y los fenómenos colectivos en Bloch32– y su gusto por la historia sociológica, sobre todo a través del influjo de Émile Durkheim.

Poco después de que Febvre empezara a publicar sus primeras obras, empezó a descollar también en el ámbito historiográfico francés un joven historiador llamado Marc Bloch (1886-1944).33 Ambos coincidieron en la universidad de Estrasburgo durante la década de los años veinte, lo que marcaría definitivamente su fructífera colaboración, que se concretaría sobre todo en los años treinta y los primeros cuarenta, hasta que la guerra truncó la vida de Bloch. Estrasburgo era una ciudad anclada entre las dos principales tradiciones historiográficas, la francesa y la alemana, por lo que era un ámbito especialmente adecuado para un planteamiento magnánimo tanto desde el punto de vista temático como metodológico e interdisciplinar. Por otro lado, la ciudad y su región habían pasado de nuevo a Francia tras la Primera Guerra Mundial, por lo que la presencia de la tradición germánica era una realidad bien asentada.

En 1924 Marc Bloch publica uno de los libros más influyentes del medievalismo contemporáneo, Los reyes taumaturgos.34 Más allá de su repercusión inmediata, el libro tuvo un influjo muy duradero, constituyéndose incluso como referente de la historia de las mentalidades desarrollada a partir de los años setenta por los componentes de la tercera generación. Se trataba de un estudio político con importantes implicaciones mentales. La obra se adentraba también en la edad moderna, hasta el siglo XIX, para analizar la creencia de que los reyes franceses e ingleses tenían la capacidad de curar escrófulas, enfermedad ganglionar conocida como «el mal del rey». En este contexto, el milagro regio era sobre todo la expresión de una particular concepción del poder político supremo, acorde con la peculiar simbiosis que se da durante esos siglos entre el ámbito político y el espiritual.35

Se trataba de una obra importante porque rompía moldes convencionales. Por un lado, afrontaba de modo monográfico –no sólo sintético– un amplio período, que rebasaba sobradamente las rígidas fronteras de lo que se conocía como el tránsito de la edad media a la edad moderna. Esto abría la puerta, entre otras cosas, a planteamientos magnánimos como la larga duración que unos decenios más tarde propondría Fernand Braudel. Al mismo tiempo, era una demostración práctica de la eficacia de la pluridisciplinariedad aplicada a los estudios históricos, porque enlazaba temas tan aparentemente dispares como la psicología colectiva, la historia de las mentalidades, la sociología, la antropología, las relaciones entre las representaciones colectivas y los hechos sociales y la aplicación de la historia comparada.

La descollante producción histórica de Marc Bloch y Lucien Febvre no era suficiente, sin embargo, para conseguir un influjo verdaderamente perdurable de sus propuestas historiográficas.36 Se precisaba un proceso de institucionalización, que se concretaría a través de la fundación en 1929 de la revista Annales d’histoire économique et sociale. Ya en 1920, Lucien Febvre había intentado fundar una revista de historia económica, junto al historiador belga Henri Pirenne, aunque el proyecto no prosperó. En 1928, tras intensos años de convivencia en Estrasburgo entre Bloch y Febvre, el primero de ellos toma la iniciativa y propone la creación de una revista de historia, cuyo director sería Pirenne. Pero éste no ve claro participar en el proyecto y la iniciativa prospera a través de la colaboración conjunta entre Marc Bloch y Lucien Febvre, cuyos nombres siguen apareciendo hoy en día en la cabecera de la revista como fondateurs.37

A partir de 1930, los Annales se desmarcan claramente de su mayor competidor, la revista inglesa Economic History Review, apostando plenamente por la historia social. La misma orientación que iban dando a sus trabajos Bloch y Febvre marcaba la dirección científica de la revista. Bloch apostaba decididamente por una historia social, como delatan sus magistrales trabajos sobre la historia rural francesa, publicado en 193138 y sobre la sociedad feudal, publicado entre 1939 y 1940, en el umbral de la guerra. Lucien Febvre se decanta por una historia también sociológica, aunque con claras connotaciones religiosas, a través del género biográfico en sus estudios sobre Lutero y Rabelais39 o de un modo genérico, lo que le configura como un verdadero pionero de la sociología religiosa.40

En La Sociedad feudal, Bloch abarcaba –como en los Reyes taumaturgos– un amplio abanico de tiempo, entre 900-1300. Se proponía dibujar algo así como la cultura del feudalismo y se dejaba dominar por el influjo de la sociología a través de Émile Durkheim, de quien asumía buena parte de los conceptos manejados: la conciencia colectiva, la memoria colectiva, las representaciones colectivas o la cohesión social a través de los lazos de dependencia.

Junto a la titánica lucha por mantenerse al día en su investigación, los dos historiadores afrontaron con eficacia la labor de institucionalización de la escuela. Como parte obligada de la estrategia en el mundo académico francés, hicieron gestiones para trasladarse desde Estrasburgo a París. En 1933, Lucien Febvre consigue una plaza en el prestigioso Collège de France; en 1936, Bloch hace lo propio con la Sorbona. Ambos lanzan desde allí sus audaces postulados historiográficos, en contraposición con los historiadores empiristas y «positivistas».

La revista sigue su curso durante los años treinta, hasta que la guerra trunca parte de su independencia y creatividad, lo que se pone especialmente de manifiesto con el breve período en que cambia su nombre original por el de Mélanges d’histoire sociale, que se mantendría sólo entre 1942 y 1944. En este año se produciría la dramática muerte de Marc Bloch, que había colaborado activamente en la resistencia francesa, fusilado por los nazis.41 En pocos historiadores como Marc Bloch se ha puesto de manifiesto tan claramente el especial compromiso que debe tener todo historiador con su tiempo y sus circunstancias,42 lo que otros han llamado la función cívica del historiador.43

Después de la Segunda Guerra Mundial, y tras la muerte de Bloch, Febvre siguió escribiendo hasta su muerte en 1956, pero pasó el testigo de la revista y de la escuela a la siguiente generación, donde ya empezaba a descollar Fernand Braudel. Empezaba así un nuevo período de la escuela, de la historiografía francesa y de la historiografía occidental. Las siguientes generaciones deben mucho a los dos historiadores fundadores, como lo pone de manifiesto el hecho de que la misma historia de las mentalidades se inspirará, muchos años después, en obras como los reyes taumaturgos de Marc Bloch de 1924 o el Rabelais de Lucien Febvre de 1942. A finales de los años cuarenta, Lucien Febvre funda, junto a Ernest

Labrousse y Charles Morazé, la poderosa Sexta Sección de la École Pratique des Hautes Etudes. Se inauguraba así el período institucional de la escuela, que tanta importancia tendrá para la fijación metodológica, académica y hasta vivencial de las siguientes generaciones y que clausurará definitivamente el período fundacional (1929-1939). Con la puesta en funcionamiento de la École, tras la finalización de la guerra, el ambicioso proyecto interdisciplinar de los Annales contará con una verdadera plataforma institucional. Durante los años cincuenta, hasta la muerte de Febvre, colaboran progresivamente en los Annales, Fernand Braudel, Charles Morazé y Robert Mandrou.

* * *

Marc Bloch y Lucien Febvre aparecen habitualmente citados entre los historiadores más influyentes del siglo pasado y, probablemente, lo sean también de la historiografía de todos los tiempos. Ellos aparecen sistemáticamente como puntos de referencia obligados en todos los compendios de la evolución de la historiografía, junto a otros nombres propios como Herodoto, Agustín, Froissart, Ranke, Braudel, Thompson o Duby. Quizás buena parte de la notoriedad de estos historiadores venga favorecida por su condición de fundadores o principales exponentes de unas determinadas escuelas o corrientes historiográficas. A Bloch y Febvre les correspondió la fundación de la escuela probablemente con mayor influjo en el siglo pasado, miradas las cosas desde un punto de vista estrictamente historiográfico. Porque si bien es cierto que hay otras corrientes como el materialismo histórico o la historia económica que han dejado también una honda huella en la historiografía, los Annales tienen la virtud de ser una escuela propiamente histórica, plenamente insertada en el mundo académico de la disciplina.

Por otra parte, sus aspiraciones a una historia total la convierten en la primera corriente que aspira a esa globalidad desde la misma disciplina histórica, no desde la filosofía o la sociología como otros autores, desde Voltaire a Weber, habían intentado. Sólo existía el precedente del historicismo clásico alemán, pero éste no había sido capaz de superar un cierto escoramiento hacia la historia política y diplomática. Los Annales postulaban el desarrollo de una historia total a través de dos caminos: la pluridisciplinariedad –a través de la convergencia de la historia con las otras ciencias sociales, sobre todo la geografía, la psicología y la sociología– y la pluritematidad –a través de una historia socioeconómica globalizante. Peter Burke comenta sutilmente que los Annales son los primeros en conseguir una verdadera convergencia entre la teoría y la práctica, entre la sociología y la historia, entre las ciencias sociales y la disciplina histórica.44

La tradición francesa de los Annales basará su escritura de la historia en la explicación de los fenómenos históricos. Esta tendencia supondrá un complemento respecto a la tradición historiográfica alemana, para la que el principal cometido del historiador era encontrar una explicación causal a través del análisis del pasado, su comprensión (Verstehen). El objetivo de los primeros Annales no es simplemente la acumulación sistemática y la organización científica de una serie de datos históricos, sino su comprensión.45

Con la fundación de los Annales, la historia conseguía combinar, por un lado, la aspiración al rigor científico que había heredado del historicismo clásico y del positivismo comtiano; por otro, la aspiración a la globalidad a través del diálogo interdisciplinar que habían heredado de los sociólogos, al intentar aglutinar y conectar de un modo más efectivo todas las ciencias sociales. Serán éstas dos constantes de toda la historiografía del siglo XX, generando unos debates específicos en el campo de la historia que todavía hoy en día siguen en pie.

Pero el desencadenamiento de la Segunda Guerra Mundial vendría a trastocar todo el panorama intelectual europeo, lo que afectó lógicamente también al desarrollo de la historiografía, que tendría que volver a iniciar su singladura en unos tiempos de reconstrucción y angustia. Los mismos Annales perderían el candor, la capacidad de renovación y la originalidad tan propia de los comienzos de las corrientes intelectuales, restando a partir de entonces a merced de unos planteamientos excesivamente teóricos y apriorísticos.

1 Sobre la escuela de los Annales: Peter Burke, The French Historical Revolution. The Annales School, 1929-89, Cambridge, 1990, Traian Stoianovich, French Historical Method: The Annales Paradigm, Ithaca, 1976 y Guy Bourdé y Hervé Martin, Les Écoles historiques, París, 1983. Sobre el ingente aparato bibliográfico centrado en la escuela de los Annales, me remito al documentado catálogo aparecido a mediados de los noventa: Jean-Pierre Hérubel (ed.), Annales Historiography and Theory. A Selective and Annotated Bibliography, Londres, 1994.

2 Unas útiles visiones generales de los postulados de los Annales en Jacques Revel, «Histoire et Sciences Sociales; les paradigmes des Annales», Annales ESC, 34 (1979), pp. 1360-1376.

3 Josep Maria Muñoz i Lloret, «El congrés de París (1950)», en Jaume Vicens i Vives. Una biografia intel·lectual, Barcelona, 1997, pp. 187-193.

4 Para el influjo de los Annales en la historiografía húngara, Péter Sahin-Tóth (ed.), Rencontres intellectuelles franco-hongroises. Régards croisés sur l’histoire et la littérature, Budapest, 2001.

5 Para la siempre sugerente historiografía polaca, Bronislaw Geremek, «Historiographie polonaise», en André Burguière (dir.), Dictionnaire des sciences historiques, París, 1978, pp. 522-533.

6 Thomas Bisson, «La terre et les hommes: a programme fulfilled?», French History, 14 (2000), pp. 322-345.

7 Marc Bloch, Les rois thaumaturges. Étude sur le caractère surnaturel attribué a la puissance royale particulièrement en France et en Angleterre, París, 1961 (1924).

8 Ignacio Olábarri, «Qué historia religiosa: el Lutero de Lucien Febvre», en Jesús M. Usunáriz (ed.), Historia y Humanismo. Estudios en honor del profesor Dr. D. Valentín Vázquez de Prada, Pamplona, 2000, vol. I, pp. 397-418.

9 Ver algunas de las tesis del historiador francés, expuestas por él mismo en el interesante ejercicio de ego-historia recogido en Fernand Braudel, «Mi formación como historiador», en Escritos sobre la historia, Madrid, 1991, pp. 11-32 (el original de ese texto es de 1972).

10 François Dosse, L’histoire en miettes. Des «annales» a la nouvelle histoire, París, 1987 (trad. esp.: La historia en migajas. De «Annales» a la «nueva historia», Valencia, 1989).

11 Aunque lógicamente, la verdadera profesionalización de la historia no llegaría hasta bien entrado el siglo XIX, y esto en las naciones con mayor tradición historiográfica: Charles-Olivier Carbonell, La historiografía, México, 1993 (1981), pp. 104-125.

12 Sobre este contexto historiográfico en Alemania, Otto G. Oexle, L’historisme en débat. De Nietzsche à Kantorowicz, París, 2001.

13 Paul Viallaneix, «Jules Michelet», en André Burguière (dir.), Dictionnaire des sciences historiques, París, 1986, p. 462.

14 Sobre el historiador suizo, M. Kitch, «Jacob Burckhardt: Romanticism and cultural history», en William Lamont (ed.), Historical Controversies and Historians, Londres, 1998, pp. 135-148.

15 Georg G. Iggers, New Directions in European Historiography, Middletown, 1984 (1975), pp. 27-30.

16 Sobre este proyecto, Robert Leroux, «Une encyclopédie historique: L’évolution de l’humanité», en Histoire et sociologie en France, París, 1998, pp. 141-149. La obra pretendía reunir a los autores más prestigiosos de cada período histórico, a fin de construir una historia universal, que se proponía ser «un espejo de la civilización mundial»: L. P. May, «Nécrologie Henri Berr (1863-1954)», Revue Historique, 213-214 (1955), p. 202.

17 Georges Lefebvre, Études sur la révolution française, París, 1954.

18 Henri Pirenne, Mahomet et Charlemagne, París, 1937.

19 Agnès Biard, Dominique Bourel, Eric Brian (eds.), Henri Berr et la culture du XXè siècle. Histoire, Science et Philosophie, París, 1977.

20 François Simiand, «Méthode historique et science sociale», Revue de synthèse historique, 6 (1903), p. 17. Sobre el método propugnado por Simiand, ver especialmente, Robert Leroux, «Le problème de l’histoire chez François Simiand», en Histoire et sociologie en France, París, 1998, pp. 191-230.

21 Sobre Lucien Febvre son útiles, Hans D. Mann, Lucien Febvre. La pensée vivante d’un historien, París, 1971, Roger Chartier y Jacques Revel, «Lucien Febvre et les sciences sociales», Historiens et géographes, París, 1979, pp. 427-442.

22 Paul Vidal de la Blache dirigió una ambiciosa Géographie universelle, publicada en París durante los años veinte y treinta.

23 Ver, por ejemplo, su influyente volumen, Lucien Lévy-Bruhl, La mentalité primitive, París, 1960.

24 Émile Mâle, L’art religieux de la fin du Moyen Age en France. Étude sur l’iconographie du Moyen Age et sur ses sources d’inspiration, París, 1922.

25 Antoine Meillet, Linguistique historique et linguistique générale, París, 1921.

26 Lucien Febvre, Philippe II et la Franché-Comté, étude d’histoire politique, religieuse et sociale, París, 1970 (1911).

27 Sobre la formación intelectual de Fernand Braudel, ver sus propias palabras autobiográficas en Fernand Braudel, «Mi formación como historiador», en Escritos sobre la historia, Madrid, 1991, pp. 11-32. Sobre Pierre Vilar, ver también su autobiografía intelectual en Pierre Vilar, Pensar históricamente. Reflexiones y recuerdos, Rosa Congost (ed.), Barcelona, 1997.

28 Como lo demuestra por ejemplo su trabajo programático dentro del magno proyecto de la colección «La evolución de la humanidad», Lucien Febvre, La tierra y la evolución humana. Introducción geográfica a la historia, México, 1961 (1922).

29 Como lo pone de manifiesto con su obra Marc Bloch, La société féodale, París, 1939-1940.

30 Lucien Febvre, La Terre et l’évolution humaine, introduction géographique à l’histoire, París, 1970 (1922); Marc Bloch, Les caractères originaux de l’histoire rurale française, París, 1960 (1931).

31 Lucien Febvre, Un destin, Martin Luther, París, 1968 (1928).

32 Sobre todo plasmados en su obra clásica, compuesta de dos volúmenes publicados sucesivamente: Marc Bloch, La société féodale. La formation des liens de dépendance, París, 1939-1940 y La société féodale. Les classes et le gouvernement des hommes, París, 1940.

33 Sobre Marc Bloch, Olivier Dumoulin, Marc Bloch, París, 2000; Carole Fink, Marc Bloch, a Life in History, Cambridge, 1989; Massimo Mastrogregori, Introduzione a Bloch, Roma, 2001.

34 Marc Bloch, Les rois thaumaturges. Étude sur le caractère surnaturel attribué a la puissance royale particulièrement en France et en Angleterre, París, 1961 (1924).

35 Sobre este asunto es útil la visión panorámica de Walter Ullmann, A History of Political Thought in the Middle Ages, Harmondsworth, 1970 (1965) y W. Ullmann, Principles of Government and Politics in the Middle Ages, Londres, 1966, así como Ernst Kantorowicz, The King’s Two Bodies: a Study in Mediaeval Political Theology, Princeton, 1957.

36 Sobre la fundación de la escuela: André Burguière, «Histoire d’une histoire. Naissance des Annales», Annales, ESC, 34 (1979), pp. 1347-1359.

37 Unos documentos muy valiosos para el conocimiento de las circunstancias de la fundación de la revistta y de la escuela están recopilados en Marc Bloch y Lucien Febvre, Correspondance. Tome Premier, 1928-1933, París, 1994, ed. por Bertrand Müller.

38 Marc Bloch, Les caractères originaux de l’histoire rurale française, París, 1931.

39 Lucien Febvre, Le problème de l’incroyance au XVIe siècle. La religion de Rabelais, París, 1968 (1942), además de la ya citada biografía sobre Lutero.

40 Lucien Febvre, Au coeur religieux du XVIe siècle, París, 1957.

41 Bronislaw Geremek, «Marc Bloch, historien et résistant», Annales, ESC, 1986, pp. 1091-1105.

42 Ver especialmente sus obras, Marc Bloch, Strange Defeat. A statement of Evicence Written in 1940, Nueva York, 1968 e íd., Apologie pour l’histoire ou métier d’historien, París, 1964.

43 Jordi Casassas, «La funció cívica de l’historiador», Relleu, 62 (1999), pp. 5-13.

44 Peter Burke, History and Social Theory, Ithaca, 1992, pp. 15-17.

45 Georg G. Iggers, New Directions in European Historiography, Middletown, 1984 (1975), p. 45.

La escritura de la memoria

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