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3.2 Relación estructura-acción
ОглавлениеEl respeto y el seguimiento de las reglas nos lleva a examinar otra difícil relación contemplada por las ciencias sociales. Al igual que la cultura, la estructura puede también concebirse como una suerte de camisa de fuerza. En efecto, mucha de la teoría sociológica ha sido planteada en este sentido, siendo los casos más conocidos los del funcionalismo, el estructuralismo y varias vertientes del marxismo. La idea de que la forma como se encuentra estructurada una sociedad puede predeterminar conductas, orientaciones, motivaciones, clases sociales y, con ello, intereses, antagonismos y procesos históricos; deja poco margen de juego al individuo —entendido como un actor social— y sus relaciones e inclinaciones personales. No se puede dudar de que el medio en el cual nos encontramos y la forma como está organizado tiene un importante peso en nuestras opciones. Este hecho no solo ha servido de fundamento para los planteamientos teóricos mencionados, sino que está en la base de cualquier pretensión de predicción de la conducta humana, sea para anticiparnos sobre quienes son más propensos a maltratar a sus hijos e hijas o para diseñar una estrategia de venta por medio de un estudio de mercado. La estructura, no obstante, no nos “cae del cielo”; no se reproduce por fuerzas ajenas a los actores sociales mismos. Depende de ellos y ellas —en sus interacciones cotidianas— la determinación de si siguen o cuestionan las normas formales existentes.
El dilema entre la “estructura” y la “acción” es tan clásico en la Sociología que está incluido en prácticamente todo texto universitario de introducción a esta disciplina. En pocas palabras, el dilema plantea la pregunta sobre hasta qué punto nuestra conducta está determinada por aquello que llamamos “sociedad”. Los adherentes de la estructura enfatizan el peso de la socialización, la internalización de valores y normas, del statu quo, de nuestra posición social (clase, género, raza, edad), en fin, de las llamadas fuerzas sociales (externas) sobre nuestro comportamiento. Un ejemplo claro de esta perspectiva se observa en la siguiente interpretación de las causas de la anorexia que hace el director general del hospital psiquiátrico Hermilio Valdizán, recogida en una nota de prensa del Ministerio de Salud:
[...] la anorexia es una enfermedad mental en la que existe la pérdida voluntaria por perder peso [sic] por un deseo obsesivo por adelgazar. Se origina por el culto al cuerpo y por la obsesión de estar demasiado delgada y responder a ciertos estereotipos que la adolescente observa por la televisión, las revistas de moda y los cánones de publicidad (2006).
En pocas palabras, nos dice que los estereotipos que prevalecen en la sociedad son el factor determinante en la anorexia. Aunque esta explicación es atractiva, resulta incompleta porque no aborda adecuadamente el conjunto de conductas que se aprecia entre las adolescentes, muchas de las cuales sufren de trastornos de alimentación contrarios, como son el sobrepeso y la obesidad. Para lograr una respuesta completa, tendrían que examinarse con mayor detalle los casos de anorexia e intentar descubrir los factores específicos que producen el trastorno. Para ello es necesario entrar al mundo de las interacciones y las relaciones sociales y cómo contribuyen a la definición y construcción de la realidad de estas jóvenes.
Al respecto, resulta interesante la propuesta para superar este dilema de Anthony Giddens (1986) en su teoría de la estructuración. Para este autor, la estructura vendría a representar los aspectos culturales y sociales de largo aliento que conforman el marco general de información y posibilidades. La estructura no es vista solamente como un aspecto “controlador” o “restrictivo” externo al individuo, que se impone sobre la base de valores, normas y reglas, sino que es el medio que facilita y habilita la acción humana. El lenguaje, por ejemplo, no solo nos “obliga” a expresarnos de cierta manera y a seguir reglas fijas de interacción, sino que permite comunicar, informar, representar, abstraer y crear. La acción, por otro lado, son las interacciones de carácter más inmediato y cotidiano. Es en las interacciones que las personas reproducen, modifican, ignoran o cuestionan el marco general de la estructura, sus reglas y recursos.
El análisis de Giddens se inicia con lo que considera un teorema central de la teoría de la estructuración, un planteamiento sugerente, pero poco común en algunas teorías sociológicas:
[...] every social actor knows a great deal about the conditions of reproduction of society of which he or she is a member [...]. The proposition that all social agents are knowledgeable about the social system which they constitute and reproduce is a logically necessary feature of the conception of the duality of structure (1986: 5).
[... cada actor social sabe mucho sobre las condiciones de reproducción de la sociedad de la cual él o ella es miembro (...). La propuesta de que todos los agentes sociales son conocedores de los sistemas sociales que constituyen y reproducen en su acción, es un aspecto lógicamente necesario de la concepción de la dualidad de estructura] (traducción y cursivas nuestras).
La estructura, entonces, no genera modelos de conducta impuestos sobre los individuos. Representa más bien una suerte de “orden virtual” que recién se actualiza con la acción humana intencionada (agencia). En otras palabras, la estructura solo cobra existencia en la acción humana misma, que necesariamente siempre ocurre en un marco temporal y espacial. En cualquier situación de acción, el actor social “lleva consigo” toda una gama de recursos provistos por las estructuras sociales. En primer lugar, posee el conocimiento de cómo se hacen las cosas; en segundo lugar, tiene en su haber prácticas sociales organizadas por la socialización recursiva de dicho conocimiento; en tercer lugar, ha adquirido capacidades que la producción de esas prácticas presupone. Es decir, conoce lo necesario para desenvolverse y lograr sus propósitos, a la vez que ha adquirido las capacidades para ponerlas en práctica. Debido a los recursos de que disponemos vía la estructura (conocimientos, prácticas, capacidades) resulta más probable que las personas, en sus interacciones, sigan lo indicado por el “guión” estructural.
La presencia de estructura, no obstante, sí puede evidenciarse, a pesar de que no existe como tal en el tiempo-espacio:
Structures do not exist in time-space, except in the moments of the constitution of social systems. But we can analise how “deeply-layered” structures are in terms of the historical duration of the practices they recursively organize, and the spatial “breadth” of those practices: how widespread they are across a range of interactions (Giddens 1986: 64-65).
[Las estructuras no existen en el tiempo-espacio, salvo en los momentos en que se constituyen los sistema sociales. Pero podemos analizar cuán “profundamente arraigadas” se encuentran las estructuras en términos de la duración histórica de las prácticas que recursivamente organizan, y la “amplitud” espacial de esas prácticas: qué cobertura tienen entre una gama de interacciones] (traducción nuestra).
Por ejemplo, cuando los peruanos viajamos a otros países, con frecuencia olvidamos que en ellos solo existe una moneda nacional y que las actividades comerciales tienen que realizarse con ese medio de intercambio. En nuestro país, el nuevo sol (nuestra moneda) y el dólar estadounidense (nuestra otra moneda) son utilizados en forma intercambiable. ¿Cómo llegamos a esta situación? Es un proceso largo, pero comienza con una moneda nacional débil y la búsqueda de una forma de protegerse de la inflación y las devaluaciones. Pero esta es una situación común en casi todo el mundo subdesarrollado —particularmente en América Latina— y el dólar ha tendido a ser la moneda “fuerte”.
La diferencia en el caso peruano es que, de una forma u otra, los respectivos gobiernos prohibieron o restringieron seriamente las posibilidades de ahorrar y poseer dólares. Pero siempre lo prohibieron “a la peruana”, es decir, con poca efectividad institucional. En la década de 1980, con la altísima inflación y devaluación, ahorrar dólares “informalmente” se convirtió en una práctica generalizada entre aquellos que podían guardar parte de sus ingresos y buscaron diversas formas de depositarlos en sus casas. Los “cambistas” informales o “paralelos” se apoderaron de una calle en el centro de Lima (Ocoña), para luego migrar a todos los distritos de la ciudad. Al mismo tiempo —a pesar de que estaba prohibido— muchos de los intercambios comerciales y algunos sueldos o alquileres se fijaban en esa moneda, y había que pagar en dólares o al “cambio del día”. Así, sucesivamente, el dólar se convirtió en una suerte de estándar económico. Cuando se liberaliza la economía en el gobierno de Fujimori, se formaliza la dualidad monetaria a tal punto que, a principios del nuevo siglo, cerca de 70 por ciento de las colocaciones y préstamos bancarios se ejecutaban en dólares.
Con el tiempo, si las interacciones cuestionadoras aumentan en cantidad y calidad, organizan “recursivamente” —como dice Giddens— un conjunto considerable de acciones sociales en el tiempo y el espacio; la estructura “macrosocial” es modificada, en este caso, para generar un sistema monetario sui géneris. Para una nueva generación, el sistema dual, con una preferencia por el dólar, constituye parte de la normalidad. A tal punto que, a pesar de que el nuevo sol ha sido una moneda más fuerte que el dólar en los últimos nueve años, la mayoría de las colocaciones y préstamos aún siguen realizándose en dólares.
La relación entre estructura y acción es fundamental para entender la problemática planteada en este estudio. En el fondo, nuestra preocupación podría resumirse en entender la relación entre el andamiaje que se ha construido en torno a la modernidad (instituciones, normas, sanciones) y las conductas realmente existentes. ¿Cómo y hasta qué punto la imagen de sociedad que decimos desear construir —y que parcialmente se refleja en los valores y normas formales— se actualiza (cobra existencia) en nuestra acción, en nuestro quehacer como agentes sociales? ¿Qué elementos de nuestras estructuras formales se transforman en “sistemas sociales”, es decir, en “[...] relaciones reproducidas entre actores o colectividades, organizadas como prácticas sociales regulares”? (Giddens 1986: 66, traducción nuestra). ¿Por qué estos elementos y no otros?
Las respuestas a estas preguntas, como mencionamos anteriormente, pueden ser diversas y desde diferentes ópticas. Hemos optado en esta investigación por hacerlo desde el marco conceptual del capital social, entendido como parte de los recursos estructurales de una sociedad. Pero antes de avanzar en la mirada específica de nuestra realidad, resulta esencial definir mejor lo que es capital social y cómo usaremos el concepto en este estudio.