Читать книгу El bosón de Higgs no te va a hacer la cama - Javier Santaolalla - Страница 8

En busca del átomo, por Frodo Bolsón

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—Ya te decía yo, Sam, que las cosas sí pueden ir peor. Después de aquello de Mordor (¡qué viaje más mortífero!), ahora nos encargan esto de visitar la Europa de los científicos frikis. Pero ¿a quién le interesa esto de la ciencia? ¡Espera, que ya estamos en el aire! Bueno, pues aquí estamos Sam y yo, a punto de comenzar un viaje como los de mi tío Bilbo, con ogros y todo. En este caso los ogros son los inquisidores de la Iglesia, los que queman vivos a los científicos. Aunque parece que en esta época ya están más tranquilitos y creo que nos van a dejar en paz. El objetivo: ¡descifrar los secretos de la naturaleza! ¿No es apasionante? Recorreremos Europa desafiando el saber y sin lembas élficas. Perseguiremos la verdad allá donde se esconda hasta entender bien de qué está compuesto todo en el universo y en la Tierra Media. Viajaremos sin miedo al fracaso por los confines del mundo moderno, plagado de hombres ambiciosos y luchas de clases, sin más ayudas que nuestros cerebros de hobbit, mi querida Dardo, esta cota de malla que da un calor que no veas, sobre todo en verano, y este anillo, que no es el que forjaron los elfos. Ése me lo hicieron tirar al fuego. Este otro lo forjaron los chinos, lo compré en el todo a un euro y también nos hace invisibles. Y eso está genial, Sam. Por cierto, Sam, tú tienes que estar calladito. Ahí, detrás de mí. No tienes que hacer absolutamente nada. Cuanto menos hagas, mejor. Sonríes cuando yo hable y de vez en cuando aplaudes. ¿Vale? Pues vamos, amigo, que el viaje comienza ya.

Esto de viajar en el tiempo genera confusión. Me ha dejado los pelos como los de TOM BOMBADIL. Y tú hueles a orco, Sam. Pero en fin, estamos en 1804, en Inglaterra. Y como puedes ver estamos a punto de presenciar un gran descubrimiento para la humanidad. ¿Ves cómo brilla Dardo? No es porque haya orcos cerca: ahora brilla cuando un gran descubrimiento está próximo a ocurrir. Hablaremos bajito y nos pondremos el anillo para que no se note nuestra presencia.

John Dalton, hijo de su padre y su madre, heredero de… Espera, que esto de decir de dónde viene cada persona a lo medieval es un rollo. Mejor vamos a lo concreto: Dalton es un químico inglés excelente que ha hecho grandes aportaciones a la ciencia. Por ejemplo, el estudio de problemas cromáticos en la visión, lo que viene a ser el daltonismo. También la ley de los gases y… lo que está estudiando mientras te cuento esto, Sam: la teoría atómica. Porque lo que está haciendo en este laboratorio se remonta a hace unos dos mil años, cuando algunos griegos dijeron que la materia estaba formada por partículas indivisibles, los átomos. Dalton, este chico tan simpático de aquí, lo está intentando demostrar. ¡Casi nada! Haciendo experimentos con compuestos sencillos, como agua o dióxido de carbono, ha observado algo muy interesante. Se ha percatado de que los compuestos químicos están formados por combinaciones de diferentes elementos. Así, el oxígeno, el nitrógeno, el fósforo o el carbono se combinan entre sí para dar compuestos diferentes. Y todo a través de elementos diminutos que no se pueden romper. ¡Los átomos! ¿Te acuerdas de lo que nos contó Ash de Demócrito? ¡Los hemos encontrado, tenemos los átomos! ¡Lo está descubriendo él, Dalton, ahora mismo!

Todos los átomos de un mismo elemento son siempre iguales, Sam, mientras que los átomos de diferentes elementos son distintos. Pero juntándolos podemos formar cosas más grandes, los compuestos. Es lo mismo que con las notas musicales: hay unas pocas que suenan siempre igual, pero puedes juntarlas de una forma para que suene la Quinta sinfonía de Bethoveen y de otra para que te salga Macarena. Si juntas los elementos de una forma tienes un compuesto y si los juntas de otra tienes… ¡otro compuesto! Todo está formado de unas pocas piezas fundamentales, ladrillos básicos, componentes elementales con los que construimos todo tipo de materia: los átomos. Son como piezas de Lego que reunidas de forma adecuada forman un castillo, un barco o un molino. Gracias, Demócrito: tú has dado el pase de gol y Dalton la metió en la portería.

Ya lo tenemos, Sam, qué fácil ha sido. Ya hemos acabado el viaje. Esto de estudiar ciencia cada vez me gusta más. Ni hemos tenido que despertar árboles, ni viajar en águilas, ni vestirnos de orcos, ni luchar con arañas gigantes, ni ha habido balrogs ni nada. Anda, recoge tus trastos y vámonos a casa, que tengo la tercera temporada de Juego de tronos a medias. Pero ¡espera! ¿Y ese humo que sale de ese matraz aforado? Cada vez sale más y más… ¡Cuidado, que explota!

—¿A dónde crees que vas, joven hobbit? —dice una voz grave saliendo de en medio de la masa de humo que ha dejado la explosión.

—Gandalf, tú por aquí. Pensé que en esta misión nos ibas a dejar tranquilos. No pensé que sabías que…

—¡Frodo Bolsón! ¡No me tomes por un hechicero de poca monta!

—Llegas tarde, ya hemos…

—Un mago nunca llega tarde. Llega justo cuando se lo propone.

—Y dale con lo de llegar siempre a tiempo… Pero, Gandalf, esto ya está. Hemos encontrado el átomo. ¿No es suficiente? Y no me lances otra de tus frases enigmáticas que sueltas en todas las películas.

—El viaje no ha acabado, joven Frodo. Aún queda mucho por descubrir en el mundo de la ciencia. Yo te ayudaré a llevar esta carga... pero mejor llévala tú a cuestas.

—O sea, que esto no ha acabado…

—Veo que lo has entendido. Sigamos con el viaje. Agárrate bien, porque nos movemos. No de país, pero sí en el tiempo.

Este viejo nos va a matar a disgustos, Sam. Siempre nos encarga misiones terribles. Uno de estos días lo mando al garete. Pero de momento sigamos la pista y pensemos: tenemos los átomos, cosas diminutas que se juntan para formar materia. Y de ésos tenemos, por ejemplo, oxígeno, carbono, nitrógeno, aluminio… Está bien, Sam, pero ¿no son muchos? ¿Habrá un límite? ¿Por qué tantos? Recuerda que Demócrito dijo que había cuatro elementos y de pronto resulta que los hay a docenas. Y ya sabes que a estos frikis científicos les gusta la sencillez y el orden. Esto parece más una fiesta loca, como las de Ronaldinho .

Mientras pensamos, entremos en esta casa, que hace mucho frío. En la puerta dice “John Alexander Reina Newlands” y según parece estamos en 1864. Algo me dice, Sam, que el mago nos ha mandado a presenciar algo muy gordo: mira cómo brilla Dardo. Entremos. La casa parece vacía. Pero mira, Sam, cómo está decorado todo. Es perfecto para una fiesta de esas de época, de las que te gustan a ti que te disfrazas de doncella… Bueno, que me descentro. Al fondo parece que hay una luz. Hagámonos invisibles y entremos. Pues sí, ahí esta el joven Newlands trabajando en su escritorio. En silencio y tan concentrado. Pero… Espera… ¡Para esto hemos venido! ¡Está jugando a las cartas! ¡Pero qué tomadura de pelo es esta! Maldito viejo mago, nos la ha vuelto a jugar… ¿Qué es ese ruido? ¡Oh, no, otra vez la explosión!

—Hobbit engreído, no te atrevas a dudar de mí.

—Gandalf, hombre, que un día me vas a matar de un infarto. Llama a la puerta o algo…

—Deja de quejarte y haz bien tu cometido, joven hobbit. Observa y sé paciente.

—Sí, ya he visto, son cartas.

—¿Acaso te parecen cartas normales?

—Déjame ver… Hidrógeno, carbono, oxígeno… ¡Son elementos! Pero parece que está haciendo una tabla. Que hombre más raro.

—Hobbit insolente, ¡no quieres pensar! Está dando sentido a los elementos que hay y buscando una lógica. ¿Acaso vas a reírte de él?

—No, yo…

—Fíjate bien en cómo coloca todos los elementos, como si fueran estampas, en forma de tabla y los ordena por pesos atómicos. Sí, de esos elementos ya se sabe cómo calcular sus pesos. Dalton lo hizo, y parece una propiedad muy interesante para ponerlos en orden. ¡Pero cuánto nos gustan a los científicos las tablas, joven Hobbit! ¿Te has fijado?

—Gandalf, relájate. Tú eres mago, no científico. Como máximo puedes adivinar el futuro en las cartas, como Rappel , o hacer un numerito de magia como Tamariz …

—Y Newlands es músico, no sólo científico. Todo ayuda. Fíjate cómo dispone los elementos en filas con siete columnas, esperando que al octavo elemento las propiedades se repitan, como ocurre con las notas musicales. Van del do al si (siete notas) y la siguiente vuelve a ser un do, pero de diferente tono. Así que, según Newlands, el octavo elemento debería ser similar al primero. A esta idea la llamó “ley de las octavas”, como en música.

—Música y química… ¡La sinfonía del magnesio!

—¡Frodo Bolsón! No sea usted ridículo. No haga como los compañeros de Newlands, que se burlarán de su tabla cuando la publique. Le van a hacer un mobbing y un bullying en toda regla. No hay que ser cortos de miras, pequeño hobbit, pues aunque esta tabla no es totalmente correcta, tampoco parece del todo errónea. Aunque al hacer esta ordenación hay elementos que no comparten propiedades uno encima del otro, otros encajan a la perfección. Esta tablita que parece poco más que un juego tiene muchas cosas aún por decir. Y ya sabes, Frodo, que el que ríe al último… Nos veremos pronto.

¿Dónde estoy? Sam, ¿estás ahí? Veo que el frío no te deja hablar. Este viejo chiflado lo ha vuelto a hacer: ha desaparecido y nos ha mandado de viaje por el universo. Y en clase turista... Con la de millones que gané con las películas esas. Aquí hace un frío que ni los pelos de los pies me sirven de nada. Qué manía tiene el hechicero este de mandarnos de viaje siempre en invierno y… Oye, esto me suena de haberlo visto en algún libro del colegio. Creo que sé cuál es el lugar al que nos ha traído este viejo chiflado. Esto parece… ¡Rusia! San Petersburgo. Intuyo lo que vamos a visitar ahora, Sam. Esto no me lo quiero perder. Y mi Dardo brilla que ni en pleno Mordor tenía este resplandor. Creo que tenemos que seguir ¡a ese hombre de ahí! ¡Estoy seguro, es él! Rápido, que parece que dobla a la izquierda… y a la derecha… Entra en esa taberna. Sam, no podemos perderle de vista, hagámonos invisibles.

Está muy tranquila la taberna, Sam, apenas hay nadie… Esto me huele mal. ¡Ahí lo tenemos, al fondo! Ha sacado un libro enorme y toma notas. Qué hombre más desastroso, los papeles se le caen al suelo. Ahora saca unas cartas. ¡Son como las de Newlands! Claro... ¡Ya sé quién es este hombre, Sam! ¡Es Mendeleiev! Y está construyendo la tabla periódica de los elementos. Es un genio: ha tomado la idea de Newlands y la ha transformado en un producto brillante. Está colocando los elementos, pero de una forma diferente a la de Newlands. Está yendo más allá. Fíjate bien, Sam: los coloca no por peso atómico solamente, sino también por su valencia. Que no, Sam, que sé que te gusta el postureo. Valencia no sólo es un filtro de Instagram, de esos que usas en tus fotos cuando sales haciendo gestos: es la propiedad que hace que los átomos muestren unas propiedades químicas determinadas. Y eso está genial, porque dos átomos con la misma valencia han de ser similares, así que deben ir en la misma columna. Ahora la tabla tiene más sentido. Y mira… ¡Viejo zorro ! Ha dejado un hueco en los lugares donde no le encajan las propiedades. Si un átomo no encaja en la columna que le toca, lo mueve a la siguiente y deja un hueco. Y ese hueco representa un elemento por descubrir. ¿Sabes lo que esto significa, Sam? Este hombre es un genio. Mira: por ejemplo debajo del aluminio ha tenido que dejar un hueco para colocar el germanio debajo del silicio, hermanos de la semiconductividad. Y en ese hueco ha puesto “eka-aluminio”, un elemento que no se conoce aún. ¡El hermano del aluminio! Sería genial si se encontrara este elemento, Sam. Sería una de las mayores predicciones de la historia de la ciencia. Y además, mira bien, no sólo le da nombre, sino que hasta predice sus propiedades, como el peso atómico, su punto de ebullición o su densidad. Este Mendeleiev es un crack. Pero ¿qué es ese ruido detrás de la barra?

—If you like it, you should put a ring on iiiiiiit!

—¡Gollum! Estás… ¡has bebido!

—Miiiiiii tesoooooooroooo.

—¡Suelta el vodka, Gollum! Ven aquí.

—Es que me parece mal que pases por alto…

—Sí, lo sé: que a Mendeleiev, como uno de sus logros mayores, se le atribuye el haber estudiado la composición óptima del vodka ruso, la que maximiza su sabor, dando una carga de alcohol de 40°. La que hoy se usa mundialmente.

—Sip, eso.

—¿Contento?

—Pues no… Ahora quiero saber qué pasa con el eka-aluminio.

—Siéntate aquí que te lo cuento. Pablo Emilio Lecoq de Boisbaudran era un hombre al que se le daba bien la química y perseveró. Para nuestra desgracia, porque ahora tenemos que aprendernos de memoria un nombre tan largo. El caso es que analizando una piedra conocida como esfalerita descubrió un nuevo elemento. Su peso atómico era 70, su densidad 5.94 veces la del agua, su punto de fusión de 30 grados y el de ebullición de unos 2,000. En cuanto lo midió con precisión se dio cuenta de que había descubierto el eka-aluminio de Mendeleiev. Pero ese nombre le pareció feo y decidió llamar al nuevo elemento galio, en honor a su patria, Francia (Galia para los antiguos). Otros dijeron que había nombrado el elemento con la forma latina de su apellido (gallum significa “gallo”, coq en francés). Lo importante es que Lecoq había encontrado uno de los misteriosos elementos que Mendeleiev había predicho. Mendeleiev estaba en lo cierto: no sólo predijo la existencia de un elemento, sino que fue capaz de clavar sus propiedades sin haber visto un gramo de galio en su vida. No sólo eso, sino que se atrevió a discutir la medida que el señor Lecoq había hecho de la densidad de este elemento. ¡Y tenía razón! Eso es tener confianza en uno mismo. Bravo, Mendeleiev. Por si quedaba alguna duda, el resto de los huecos en su tabla fueron rellenándose con elementos que iban poco a poco descubriéndose. Por fin teníamos la tabla periódica de los elementos.

Esa tabla la hemos tenido que memorizar en clase, todos hemos pasado por eso. ¿A que prefieres la de los griegos, Sam, con sólo cuatro elementos? Nada de Wolframio, Copernicio, Meitnerio o Godolinio… Pues no eres el único que no tiene afecto a esta tabla atómica. Pronto se pensó que los átomos no eran el componente originario de la materia. Los científicos buscan siempre algo más simple, más sencillo. No una tabla gigante, sino algo pequeño, manejable. La naturaleza no puede ser tan rebuscada. Además, el hecho de que los elementos se puedan clasificar en una tabla de modo que los de una columna tengan las mismas propiedades hizo pensar que había algo que se estaba repitiendo, como una especie de estructura interna. Así es como los científicos de la época comenzaron a pensar que el átomo que habían encontrado no era realmente lo que estaban buscando: no era fundamental, irrompible.

Lo que descubrió Dalton no era el átomo indivisible de los griegos. Dio con algo muy pequeño que compone la materia pero… ¿por qué tantos átomos distintos? ¿Por qué tantos elementos? La búsqueda continuó y pronto se descubrió que, en efecto, los átomos estaban compuestos de algo más pequeño. Con lo que el nombre “átomo”, que significa “indivisible” en griego, se convirtió en un error histórico. Culpa de los químicos. Pero no nos adelantemos, vayamos paso a paso.

Tenemos muchos átomos ordenados en una preciosa tabla pero sospechamos que la historia no acaba ahí y que todavía podemos alcanzar más profundidad en el interior de la materia. Vamos a bucear en las intimidades del átomo para ver exactamente qué es eso que ha encontrado Dalton. Vamos a atrevernos a explorar el mundo microscópico hasta lugares donde nadie había llegado. Y para esta nueva aventura contamos con un gran héroe, un luchador incansable que ha recorrido niveles y pantallas de videojuegos uno tras otro desde la década de 1980 sin cansarse de saltar y de morir una y otra vez. Con nosotros se encuentra Mario Bros .

El bosón de Higgs no te va a hacer la cama

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