Читать книгу Déjame en paz…, y dame la paga - Javier Urra - Страница 13

3
NOS QUEREMOS, PERO NO NOS SOPORTAMOS

Оглавление

Mi hijo ya es adolescente.

He tenido una charla sobre sexo con él,

y he aprendido mucho.

No deberíamos hablar de adolescente problemático, sino de familia con problemas. En un hogar con uno o más adolescentes se impone, en ocasiones, la incomprensión como axioma. A veces, los gritos, la discusión. Otras, unos silencios clamorosos. Cuando no portazos y momentos duros y difíciles.

Las discusiones nacen de unas familias que educan en modelos sobreprotectores o de autoritarismo, cuando los padres que han sido los entrenadores de sus niños en todo momento y lugar son despedidos por los adolescentes. Estamos hablando de un seísmo relacional, de un tsunami vivencial, pues padres e hijos deben compartir los mismos espacios, generándose en algunas situaciones una relación tóxica, cuando no injusta, que deja heridas y secuelas no siempre imperceptibles.

Hablar «de padre a hijo» cuando ya han surgido los conflictos no siempre da resultado. Intentar seducirlo, buscar su complicidad, es lo que menos precisa y en el fondo desea. Esta tonta actitud les impele a huir, a liberarse de tan equívoca relación.

Si hablamos con los adultos, nos dirán que su hijo o hija se mantiene en un reto permanente, que habla mucho de derechos, pero que no conoce el significado de los deberes. Que no contribuye a las labores del hogar, que hay que seguirles y perseguirles con los horarios, con la higiene, para que bajen la música, para que piensen en los demás. Y sí, el tema de derechos y deberes es una piedra de toque, donde han de confluir los de todos, ya se sea niño, adolescente, maduro o anciano. Las normas deben haber sido explicitadas con afecto y antelación, y han de hacerse realidad, aunque conlleve imponerse desde el criterio de que una familia no es una entidad democrática, sino que hay unos adultos que cual directora de orquesta o capitán de barco dirigen y toman decisiones.

No se trata de negociar, pero sí de dialogar sobre las normas y límites, de forma y manera que se sientan concernidos en su elaboración y cumplimiento. Reserva la autoridad para los problemas serios y no temas ejercerla cuando haya que evitar algún peligro.

Los hijos no deben temer a los padres, pues un día podría volverse en contra, pero primordialmente porque eso no es querer ni educar.

Es triste escuchar que hay bastantes amenazas, cuando no denuncias, y aun otras lindezas, de hijos a padres, a veces como forma de chantaje para conseguir sus objetivos. Y también de padres a hijos desde una reconocida impotencia. Una cosa es deambular por el inseguro puente de la adolescencia y otra hacer que sea el respeto el que se tambalee.

La crisis de la adolescencia se agrava si vive la desestructuración social y familiar. La separación de los padres en esa etapa los desajusta y desequilibra mucho.

La sociedad es la que es, la realidad no es fácil de variar, pero encontramos familias donde se vadean bien esos periodos tumultuosos, mientras que otras dan paso al rencor y a la virulenta violencia.

La madurez de los padres es puesta a prueba. A veces y por distintas circunstancias el progenitor es uno solo, y si bien no agrava la situación, lapida aún más a quien la padece.

Sepamos y hagamos saber que somos como imanes, que en una posición se rechazan y en otra se atraen, y que cuando nos acercamos cual erizos, nos hacemos daño. Ciertamente existe la patología del amor, y es que en ocasiones se quiere mucho a quien no te muestra afecto —o incluso al que no se le muestra afecto—.

Sin dejarnos chantajear, analicemos los enfados. Tal vez son estrategias para salvaguardar su integridad psíquica, para ocultar el sufrimiento producido por la culpa o la vergüenza.

A los padres se les olvida que ellos fueron adolescentes y que hicieron más o menos lo que ahora hacen sus hijos.

Tenemos a hijos que agreden a sus padres, lo que se ha dado en llamar violencia filio-parental. Muchas veces no tienen obligaciones, no participan en ninguna actividad relacional, abandonan los estudios y son adolescentes muy duros emocionalmente, se disparan en psicopatía. La violencia les produce placer, son auténticos héroes del acontecer violento, puede ser en la familia, fuera de ella o en ambos lugares. No hagamos ahí un diagnóstico de corte vertical, son así, tiene que ser una realidad transversal. ¿Cuál es su pasado? ¿Cómo empezaron? ¿Y cuál es el futuro? ¿Cómo se ven ellos? Son esos chavales que les gusta ser el centro de atención sin importarles nada ni nadie, y que aprendieron años atrás, bastantes años atrás, a conseguir lo que querían. Suelen ser, pero no siempre, varones. Arremeten sobre todo contra la madre ya de una forma muy violenta a los doce años —de manera verbal, emocional, física, económica—, digamos que doman a los padres. Tienen escasa capacidad de introspección y de autodominio, rechazan el sistema y rechazan a la autoridad.

A veces, ya digo, son violentos con sus padres, pero también lo pueden ser con sus compañeros, con los profesores. En ocasiones los padres que tienen buen nivel sociocultural se sienten mal, tienen cierta, no se sabe por qué, culpabilidad de escasa atención temporal. Les invitaría a leer mis libros El pequeño dictador. Cuando los padres son las víctimas y El pequeño dictador crece.

Déjame en paz…, y dame la paga

Подняться наверх