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FACTORES AGRAVANTES

Los adolescentes creen

que nadie puede comprenderlos.

Hay situaciones que, obviamente, dificultan una circunstancia que ya de por sí no es fácil. Nos referimos, por ejemplo, a los padres ausentes, es decir, esos que siéndolo no tienen tiempo, no hablan, no escuchan, no conviven, de hecho, con sus hijos.

Otro factor agravante es el de los padres cuando estos están enfrentados entre sí, o lo están con los abuelos y otras figuras de referencia.

Los padres inmaduros, algunos parecieran adolescentes —en ocasiones hasta en su forma de vestir, relacionarse y hablar—, generan en sus descendientes un alto grado de neurosis, desde luego no facilitan que las normas educativas se cumplan, se interioricen, se generalicen, dificulta el proceso de autonomía del hijo.

Los padres no son, no han de ser, ni colegas ni hermanos mayores.

Tenemos la impresión de que la autoridad se diluye, que hay muchos padres inmaduros que no asumen su papel. Que juegan a ser equívocos abogados de sus hijos, que se dejan chantajear por los adolescentes, que quieren comprar su cariño. Quieren hacer de un hogar una falsa democracia. Educan, quizás, para clientes en vez de para ciudadanos. Las consecuencias, niños egoístas, narcisistas, psicopáticos, cuyo criterio es primero yo y luego yo. Incapaces de aceptar la frustración, de diferir las gratificaciones. Su frase es ¡aquí y ahora! Son los denominados pequeños dictadores.

Compartimos que la sanción es parte de la educación. Que quien comete delitos, aunque sea adolescente, tiene derecho a ser castigado. Pero pocos se preguntan por la prevención, o lo que es igual, la educación, la correcta educación.

DISCIPLINA, VALORES Y VIRTUDES

Los adolescentes precisan psicológica y socialmente límites. Hay que reflexionar sobre lo que es lo correcto, hay que valorar cuál es su responsabilización y desde luego hay que anticipar las sanciones que se impondrán como consecuencia de su incumplimiento. Porque ellos saben que merecen la sanción, es más, a veces hasta de manera indirecta la demandan.

La disciplina debe ser equilibrada y se deben evitar los debates entre los padres generados por los hijos. Si uno recrimina y le sanciona y el otro le perdona, tendremos un problema, los padres deben educar en coherencia, y cuando no estén muy de acuerdo, hablarlo luego entre ellos.

Hay «adolescentes» de cuarenta y tres años. Los inmaduros crónicos tienen tan mal pronóstico como los vagos. Anticipemos que las constantes contradicciones en nuestras pautas educativas nos desacreditan. En cuanto a las decisiones, tras valorarlas y razonarlas, están para llevarse a efecto, para mantenerlas.

Entre los progenitores se generan pleitos, debates por temas como las sanciones, los horarios, por los permisos que les conceden a los hijos. Incluso hay parejas que se llegan a separar acuciados por los conflictos promovidos por estos hijos que tienden a «dividir para vencer».

Pero, además, nos encontramos con algunos adultos sin criterio que actúan según impulsos, según su mejor saber y conocer, desde un equívoco sentido común. Es más, pueden un día sancionar por lo mismo que otro no lo hacen, generando inestabilidad, inseguridad y hasta cierta indefensión aprendida.

En algunos hogares los valores y las virtudes son un espejismo. Si esto acontece en una sociedad donde dichas virtudes y valores a veces parecieran diluidas, tenemos un problema. No cejaré en mi compromiso de denunciar que hay progenitores que hacen clara dejación de funciones. Y es que ser padre conlleva en ocasiones decir que no, poner límites, en bien de lo que una visión cortoplacista y miope no alcanza a anticipar.

Hoy no es infrecuente encontrar a padres abducidos por el trabajo, bien porque es absolutamente necesario, bien porque es una excusa.

El hijo también necesita reconocimiento del padre. Sin este puede surgir cierto complejo de inferioridad que le dificultará la conversión de adolescente en un ser maduro.

Y no nos olvidemos de la pérdida de auctoritas, pues para educar hace falta dar buen ejemplo. Y si uno está tirado todo el día en el sofá cuando está en casa, o bebiendo alcohol, o no paga lo que debe a Hacienda, o se salta el stop, o no trata bien a sus padres que son los abuelos de nuestros hijos, esa pérdida de auctoritas incapacitará sin duda para educar correctamente.

Si los padres no atienden a las necesidades de los hijos, no es previsible que estos pidan ayuda cuando lo requieren, ni que les confíen sus secretos o problemas.

Si nos vamos a separar como pareja, y cuando atisbemos la ruptura, preparemos cortafuegos, vayamos juntos a un mediador y no planteemos una guerra legal para derrotar al otro, para dañarlo en lo más profundo o utilizar de manera bastarda a los hijos.

Los adolescentes muestran una actitud negativa ante el planteamiento de la separación de los adultos, que sorprende a los padres y es absolutamente lógica, puesto que son los que más seguridad y equilibrio necesitan.

Cuando el padre o la madre aparecen en casa con su nueva pareja —su novia, su novio—, los adolescentes pueden tomar un comportamiento neutral, pasota o profundamente hostil. En todo caso, entienden que el vínculo bajo ningún concepto será filial, sino que se relacionarán desde la igualdad.

Es manifiesta la relación entre desestructuración familiar e implicación en situaciones de riesgo de los adolescentes.

Los abuelos son condescendientes con los hijos, pero piensan «ahora saben lo que cuesta ser padres».

Preguntémonos: ¿todos los padres están preparados para educar a todo tipo de hijos? Y quizás la respuesta sea no. Hay hijos que por circunstancias ya nacen con complejidad, con dificultad, que no son fáciles, que enganchan posiciones de rabietas, que son muy exigentes, muy negativistas, muy demandantes; en fin, hablamos ya de temperamento.

Los adolescentes no quieren padres blandos o sin criterio, sino con decisión, coherencia y constancia, porque de otra manera crecen sin normas, carecen de referentes para organizar su propia vida.

Cuando los padres no son referentes de utilidad, no son coherentes, no son funcionales, no son contenedores, están desconcertados, pues los adolescentes no tienen modelos para la construcción de su proyecto vital.

Déjame en paz…, y dame la paga

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