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EL AYER Y EL HOY DE LA ADOLESCENCIA

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Abramos la ventana del presente para dejar entrar el aire del futuro.

No hace tanto que la infancia se dilataba y, sin embargo, la adolescencia era una fase breve, intensa, de erupción, justo antes de desempeñarse como aprendiz o ponerse a trabajar, u otros iniciaban el estudio. Digamos que estaba muy acotada en el tiempo, hablaríamos de los catorce a los dieciséis años. Añádase que antes la autoridad ostentada por los adultos era muy marcada, ya fuera en el hogar, en la escuela o en el trabajo. Hablamos de épocas de austeridad y a veces de penuria donde los hijos, en muchas ocasiones, debían ayudar a la supervivencia de los miembros familiares. Es más, al abandonar la adolescencia, el joven se incorporaba al servicio militar y, o bien se quedaba en las zonas rurales cuidando las tierras y el ganado, o emprendía camino a las grandes ciudades.

La presión social que se ejercía sobre la ciudadanía obligaba a los adolescentes a tener unas conductas calladas o, en todo caso, expresadas a la sordina. Y es que la potestad primordialmente del padre era, en general, incuestionable e innegociable.

No olvidemos recordar que el cinturón y la zapatilla se utilizaban con bastante frecuencia para atemperar las conductas disruptivas, pues la rebeldía no entraba ni en la forma de pensar. No negamos que existiese la adolescencia, pero sí atestiguamos que pasaba en un espacio temporal breve y conductual poco agudo.

Durante siglos los adolescentes se obsesionaban con ser adultos; en este la obsesión se ha invertido. En la actualidad, el tiempo de la infancia se ha acortado sobremanera, y, por el contrario, el de la adolescencia, que se inicia muy pronto, se ha alargado de forma casi indefinida. Hoy podemos hablar de adolescencia con doce años y llegar a más allá de los veinte.

La pubertad está comenzando mucho más temprano —la edad de inicio en niñas y niños ha descendido tres años en el transcurso de los últimos dos siglos— debido en gran medida a las mejores condiciones de salud y nutrición. Bien es cierto que hasta los endocrinos están sorprendidos y preocupados por cómo baja la edad en que las niñas pudieran ser madres. El problema estriba en que una cosa es el desarrollo físico y otro bien distinto el emocional.

Según la Organización Mundial de la Salud, la adolescencia es el periodo comprendido entre los diez y los diecinueve años. Se clasifica en primera adolescencia, precoz o temprana, de diez a catorce años; y en segunda o tardía entre los quince y los diecinueve.

Algo que nos preguntamos hoy todos es cuándo acaba la adolescencia. Porque se está haciendo interminable. A su estiramiento contribuye una sociedad consumista que busca ya en los niños que compren o hagan adquirir, que usen y tiren. Añádase la dificultad para independizarse al no conseguir un sueldo digno y resultar quimérico vivir de alquiler.

El final de la niñez es prematuro, pues se está potenciando que los niños sean o parezcan adultos en programas de televisión, los youtubers. Pero es que, además, unos padres muy democráticos se encuentran a gusto conviviendo con sus hijos, si no entramos en detalles. Tanto es así que cuando los descendientes abandonan el hogar se habla del nido vacío. Ítem, los niños y adolescentes se sienten hoy empoderados, sujetos de derechos y conocedores de que son un tesoro numérico.

Antes existían familias con muchos hijos, y los mayores también ejercían una labor educativa y de control de los que ya se iniciaban en la adolescencia. La natalidad ha caído de forma dramática en España, y son muchos los niños que, además de hijos únicos, son hijos solos, que eso sí, tienen padres, abuelos y en ocasiones bisabuelos.

Los adolescentes actuales comparten el cariño y los recursos de los padres con cada vez menos hermanos, siendo cada vez más también el número de divorcios. Por eso las redes de amigos han de suplir el apoyo y solidaridad que antaño proporcionaban los hermanos.

Conocemos casos en que los niños son gemelos —algo que ha aumentado estadísticamente por causas obvias— y que ejercen como adolescentes en estéreo, lo que no se le ocurre a uno se le ocurre al otro, y emplean la técnica de tenaza para conseguir el objetivo. En una sociedad donde los padres abdican ocasionalmente de su obligación de imponer criterios, unos horarios de ocio perturbadores y antinaturales agravan la convivencia.

Pero no hemos de poner el foco y la preocupación y la crítica solo en los padres, sino también en la sociedad, en el legislador, en quien no hace que las normas se cumplan —y estoy pensando en la permisividad con el alcohol, en el hipócrita mensaje de «juega con responsabilidad» que desemboca en ludopatía, etc.—. Como sabes, se ha designado esta época como líquida, bien pudiera definirse como gaseosa. Y es que la incertidumbre nos rodea, las dudas nos corroen, y pareciera que las tradiciones se tambalean. Se calcula que tres de cada cuatro jóvenes romperán con sus parejas, algo que ya acontece en gran medida a sus padres y que genera debates, choques judiciales y mucho estrés. Pero, además, los puestos de trabajo tampoco están garantizados, y todo ello hace vivir el presente sin una garantía de futuro.

Antiguamente educaban los padres y la escuela, pero hoy también lo hacen los medios de comunicación y, cómo no, la denominada red. Los padres manifiestan que la forma en que fueron educados no les sirve para educar a sus hijos hoy y aún menos para el mañana. En fin, y como hemos dicho, que la adolescencia se extiende en el tiempo y se muestra mucho más virulenta, tanto en chicas como en chicos.

Las chicas son más vulnerables a sufrir depresión y ansiedad. Los chicos tienden a implicarse en conductas agresivas.

Déjame en paz…, y dame la paga

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