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I. LA DIGNIDAD DE LA PERSONA

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1. La persona humana

El hombre destaca de toda la naturaleza, aparece como un ser superior al universo material. Dotado de inteligencia y libertad, está más allá de la naturaleza y de la historia. La libertad pertenece a la esencia del hombre1). A diferencia de las cosas, que tienen su fin fuera de sí, el hombre tiene un fin propio que cumplir por propia determinación2). No existe sólo de un modo biológico, antes bien, hay en él una existencia más rica y más elevada; superexiste igualmente en conocimiento y en amor3). «El hombre no es su existencia, sino que la existencia es suya; lo que el hombre es no consiste en el decurso de su vida, y su vida es allende el pasar y el quedar. En su virtud, el hombre puede modificar el ser suyo de la vida»4).

«El valor de la persona –dice LEGAZ– consiste, por lo pronto, en ser más que el mero existir, en tener dominio sobre la propia vida, y esta superación, este dominio, es la raíz de la dignidad de la persona»5).


2. La dignidad de la persona

La dignidad de la persona es, pues, el rango de la persona como tal. «Ser persona es un rango, una categoría que no tienen los seres irracionales. Esta prestancia o superioridad del ser humano sobre los que carecen de razón es lo que se llama la dignidad de la persona humana»6). En palabras de San Agustín, «nada hay más poderoso que esta criatura que se llama la mente racional, nada más sublime que ella; lo que está sobre ella, ya es el Creador» (en Ioannis Evangelium tractatus, 23, 6). «La persona del home –dirán las Partidas– es la más noble cosa del mundo». Así empieza la Ley 26 de la Partida VII, tít. I. Precisamente por esta supremacía del hombre en el mundo, todos los hombres son iguales en dignidad. «Nadie es más que nadie», dice un proverbio de Castilla. «Esto quiere decir –explicaba Juan de MAIRENA-Antonio MACHADO– cuánto es difícil aventajarse a todos, porque, por mucho que un hombre valga, nunca tendrá valor más alto que el de ser hombre»7).

Sin embargo -dice CASTILLA Y CORTÁZAR- el peso del naturalismo, que tiende a considerar al ser humano como uno más de los seres del cosmos, ha sido grande en el pensamiento occidental. Aún hoy los materialismos, de cualquier corte, no reconocen una diferencia radical entre cada hombre y el resto del cosmos. Consideran a cada hombre simplemente como un individuo de una especie más evolucionada. Por el contrario, los medievales no dudaron en afirmar que «la persona es lo más noble y digno que existe en la naturaleza». La intuición fundamental que recoge el concepto de persona ha dejado sus huellas en el pensamiento y sigue latiendo en las inquietudes antropológicas de los pensadores de la modernidad. En efecto, es fácil hablar en el curso de la historia de la filosofía de lo que es la persona a diferencia de la res naturalis, por ejemplo en Descartes y en Kant sobre todo. Así desde diversas perspectivas se habla de la trascendentalidad de la subjetividad humana, bien en forma de «yo trascendental» al estilo de Kant o de Fichte, o de infinitud de la voluntad tal como lo concebía Descartes. Hoy también se dice que la libertad es trascendental, que el entendimiento es trascendental, y se habla de carácter trascendental de la persona8).

Con extraordinario grafismo lo constataba asimismo UNAMUNO, en estas palabras: «Así como no apreciamos el valor del aire, o el de la salud hasta que nos hallamos en un ahogo o enfermos, así al hacer aprecio de una persona olvidamos con frecuencia el suelo firme de nuestro ser, lo que todos tenemos de común, la humanidad, la verdadera humanidad, la cualidad de ser hombres, y aún la de ser animales y ser cosas. Entre la nada y el hombre más humilde, la diferencia es infinita, entre éste y el genio, mucho menor de lo que una naturalísima ilusión nos hace creer»9). Precisamente, «la igualdad de los hombres consiste en que teniendo todos la misma naturaleza, están llamados todos a la misma eminente dignidad de hijos de Dios»10).

La dignidad de la persona no admite discriminación alguna por razón de nacimiento, raza o sexo11); opiniones o creencias. Es independiente de la edad, inteligencia y salud mental; de la situación en que se encuentre y de las cualidades, así como de la conducta y comportamiento. Por muy bajo que caiga el hombre, por grande que sea la degradación, seguirá siendo persona con la dignidad que ello conlleva. Resulta inconcebible afirmar –como hacía SANTO TOMÁS para justificar la pena de muerte– que «el hombre al delinquir se aparta del orden de la razón, y por tanto decae de la dignidad humana, a saber, en cuanto el hombre es naturalmente libre y dueño de sí mismo, y se rebaja en cierto modo a la condición de bestias» (S. Th. II-II, q. 64, a 2, ad. 3)12). El hombre conserva su dignidad hasta su muerte.

La dignidad de la persona no es superioridad de un hombre sobre otro, sino de todo hombre sobre los seres que carecen de razón. Es «el señorío del hombre sobre el mundo, un dominio humano de las cosas y de los seres irracionales»13). «Esto es lo que prescribe el orden natural –dirá SAN AGUSTÍN en De Civitate Dei, 19, 15–; así creó Dios al hombre. Haciéndole a su imagen, quiso que dominase a los animales irracionales, no el hombre al hombre, sino el hombre al animal.» El hombre ha recibido el mandato del Creador de someter y dominar la tierra. Expresión –dirá la Laborem exercens– que tiene un amplio alcance. «Indica todos los recursos que la tierra (e indirectamente el mundo visible) encierra en sí y que, mediante la actividad consciente del hombre, pueden ser descubiertos y oportunamente usados.» Este dominio del hombre sobre la tierra se realiza en el trabajo y mediante el trabajo (laborem exercens, II. 4 y 5). «El trabajo es un bien del hombre. Si este bien conlleva el signo de un bonum arduum, según la terminología de SANTO TOMÁS, esto no quita que, en cuanto tal, sea un bien del hombre. Y es no sólo un bien útil o para disfrutar, sino un bien digno, es decir, que corresponde a la dignidad del hombre, un bien que expresa esa dignidad y la aumenta» (Laborem exercens, II, 9).

El hombre, centro y raíz de la creación, culminación de la obra del Creador, tiene conciencia de su grandeza, del lugar que ocupa en el universo, de su rango. «Pequeñísimo punto en el cosmos –se ha dicho– por la inmensidad y prodigios de su pensamiento, torna inconmensurable»14). Y –lo afirma la Gaudium et spes– «no se equivoca al afirmar su superioridad sobre el Universo material y al considerarse no ya como partícula de la naturaleza o como elemento anónimo de la ciudad humana. Por su interioridad es, en efecto, superior al Universo entero»15). La Constitución del Concilio Vaticano II sobre la Iglesia en el mundo actual exalta la dignidad de la inteligencia, verdad y sabiduría16).

TOMÁS Y VALIENTE terminaba una conferencia sobre la tortura judicial pronunciada en la Universidad de Salamanca en 1971 con estas palabras: «como decían los personajes de la Antígona griega y de la Antígona de Bertolt Brecht, no hay nada en la creación más importante ni más valioso que el hombre, que todo hombre, que cualquier hombre».

3. Fundamento de la dignidad de la persona humana

Si todo hombre es persona porque así ha sido hecho, lo mismo que las cosas y los animales son impersonales porque así han sido hechos, la última razón, el fundamento de la categoría de la persona humana no puede ser el hombre mismo, sino un ser superior a todo hombre y capaz de infundir razón y libertad en la materia de que estamos hechos. Es el mismo Dios17). «La Biblia nos enseña –dice la Gaudium et spes en la primera parte, capítulo I, ap. 12– que el hombre ha sido creado a imagen de Dios, con capacidad para conocer y amar a su Creador, y que por Dios ha sido constituido señor de la entera creación visible para gobernarla y usarla glorificando a Dios. ¿Qué es el hombre para que tú te acuerdes de él? ¿O el hijo del hombre para que te cuides de él? Apenas lo has hecho inferior a los ángeles al coronarlo de gloria y esplendor. Tú lo pusiste sobre la obra de tus manos. Todo fue puesto por ti debajo de sus pies.»

Javier CONDE destaca cómo la revelación cristiana abrió al hombre la posibilidad de un modo de coexistencia política radicalmente nuevo. «Es el mismo ser del hombre el que va a mudar –dice– por virtud de la asunción en Cristo de la naturaleza humana. Reconviértese el hombre en hijo de Dios en sentido nuevo y eminente. Se eleva en dignidad a una altura inconmensurable e incomprensible.» El ser del hombre queda vivificado y esclarecido, brotando «una comunidad de vida entre Dios y el hombre y un nuevo principio de comunidad de los hombres entre sí». De esta comunidad se deriva la posibilidad de un nuevo modo de convivencia histórica entre los hombres, definida por tres notas: «primero, es comunidad de personas; segundo, es unión desde un Dios trascendente y personal por medio de la Charitas como amor del prójimo fundado en la Charitas propiamente dicha; y tercero, es unión de criaturas, es decir, de seres creados, pero no generados naturalmente por Dios»18).

El cristianismo supuso una conquista definitiva en la concepción de la persona humana. «La palabra persona referida al hombre cambia de sentido con la concepción católica de la igualdad esencial de los hombres y que lleva a que, desde muy pronto, se le distinga como expresión de la especial dignidad propia de todo hombre, como ser racional y creado a imagen y semejanza de Dios»19). «El hombre –dirá SANTO TOMÁS– se dice hecho a imagen de Dios... tanto que él mismo es principio de sus obras, como teniendo libre albedrío y potestad sobre sus obras» (S. Th., I-II, prolog.). «Por eso –comentará GARCÍA LÓPEZ– la persona es un fin en sí misma, nunca es medio. Las cosas son medios, y están ordenadas a las personas, a su beneficio; pero las personas, aunque se ordenen en cierto modo unas a otras, nunca están entre sí en relación de medio a fin; reclaman un absoluto respeto y no deben ser instrumentalizadas nunca. Al fin y al cabo son hechuras inmediatas de Dios, imágenes suyas, y en esto consiste la dignidad o nobleza características de la persona»20).

Volvamos a la Gaudium et spes. En su ap. 22, al referirse a la significación del misterio del Verbo encarnado, dirá: «Cristo es el nuevo Adán, imagen visible de Dios. En El la naturaleza humana ha sido levantada a una sublime dignidad. Cristo ha trabajado, ha pensado, ha obrado con manos, inteligencia y voluntad de hombre. Nos ha reconciliado con el Padre y nos ha ofrecido ejemplo de sufrimiento, dando significado nuevo a la vida y a la muerte. En El todo el hombre queda rehecho hasta la redención del cuerpo y su resurrección. Lo cual no vale solamente para los cristianos, sino que vale también para todos los hombres de buena voluntad, en los cuales la gracia trabaja invisiblemente»21).

Creación y Redención constituyen las dos circunstancias en que descansa el valor del hombre en la doctrina cristiana. Dios ha creado el hombre a su imagen. Cristo ha redimido a los hombres. «La acción redentora de Cristo –dice COING– es la confirmación recibida por los hijos de Dios. Pero ambas cosas valen no sólo de la humanidad en su totalidad, sino también de cada individuo. Por eso cada individuo cobra para el cristianismo un valor incomparable, no sólo ante Dios, sino también ante los hombres. ¿Quién heriría a aquél a quien Dios creó a su propia imagen, a aquél a quien Cristo redimió con su propia sangre?»22).

Cuando KANT formula el imperativo categórico conforme al cual se demanda que, justamente porque el hombre como persona en sentido técnico tiene una dignidad, se le coloque por encima de todo lo que puede ser utilizado como medio y se le trate como fin en sí mismo, y HEGEL el teorema del derecho diciendo que cada uno debe ser tratado por el otro como persona, no hacen otra cosa –dice Karl LARENZ– que traducir al lenguaje de su ética unas consideraciones genuinamente cristianas y las consecuencias que de ellas se derivan para el derecho23).

No puede olvidarse el origen divino de la dignidad humana. Sólo así garantizaremos el respeto a la misma debido. Como señalaba LEGAZ: «el Estado no podrá intervenir en lo que afecta a la libertad y a la dignidad humana, nacidas de su origen divino, y que, por tanto, antes pertenecen a Dios que al Estado. Los hombres olvidan a menudo este punto de partida, esencial en el orden jurídico; pero vuelven su mirada a Dios cada vez que un nuevo absolutismo, de derecha o de izquierda, suprime libertades y afrenta la dignidad del hombre. A la omnipotencia del hombre no podemos oponer más que la omnipotencia de Dios»24). «Si el hombre no es imagen de Dios –dice OSORIO–, y si las relaciones humanas no reciben la inspiración divina del orden, fácilmente degeneran en el culto a la ley del más fuerte y en la negación de la dignidad»25).

La dignidad de la persona

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