Читать книгу Mamá en busca del polvo perdido - Jessica Gómez - Страница 10

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Hay una lista de pesadillas horribles, como la de que vas en un ascensor que se cae o la de que sales a la calle en bragas —que, con la cabeza como la tengo, eso me pasará el día menos pensado—, y luego está mi pesadilla de hoy en la que soy mi propia suegra que pasará a los anales del terror.

Dejé a los niños viendo El asombroso mundo de Gumball mientras desayunaban —bueno, Gabi desayunaba; Maya miraba triste sus galletas porque decía que le dolía la tripita, pero a Maya siempre le duele algo— y me fui al baño. Necesitaba ducharme y quitarme de encima esa peste a «suegra de la pasión».

Brrrrr… Por favor, QUÉ PUTA GRIMA.

* * *

Después del desastre de ayer, yo hoy lo único que quería era enterrar la cabeza en una manta, como una suerte de avestruz aburguesada y, de hecho, en casa nadie tenía pinta de querer ir a ningún sitio. Pero hay una parte de mí —una parte que me cae bastante mal, la verdad— que se siente muy culpable si tengo a los niños metidos en casa todo el día, así que por la tarde me planté y los arrastré a todos al parque.

Todo el camino de ida Gabi protestando porque él quería quedarse en casa jugando a la Play, Teo gimoteando a saber por qué, Maya quejándose de que le aún le dolía la tripa y Dero murmurando que no entendía por qué teníamos que ir al parque solo porque yo lo dijera, porque al parecer mi marido es el niño más malcriado de esta familia.

Cuando, a los veinte minutos de llegar al parque, empezó a llover, me rendí a la evidencia de que estaba siendo una tarde de mierda, y decidí que era hora de volver a casa. Empecé a recolectar niños por los columpios y cuando me acerqué a Maya vi que no tenía buena cara.

—Maya, cariño, ¿te encuentras bien?

Maya me puso carita triste y no me discutió el nombre lo que, sumado a que no se había ido corriendo a buscar un charco en que bañarse, no podía ser buena señal. Negó con la cabeza, dejando que sus rizos le taparan los ojos para dejar claro que estaba MUY malita. Le toqué la frente y miré a Dero.

—Creo que tiene fiebre.

Me sentí fatal. Mi niña llevaba todo el día dándome señales de que algo no iba bien y yo estaba tan ocupada con mi cabreo que no supe verlo.

Soy la peor madre del mundo, joder. ¿Por qué me han dejado reproducirme?

—Pero si casi no se ha mojado —me dijo Dero.

Claro, porque es el agua lo que da fiebre, doctor House.

—Ya se quejaba por la mañana.

—¿Y entonces por qué te empeñaste en venir aquí? —me preguntó el tío gilipollas—. Te dije que nos teníamos que haber quedado en casa.

Ushaaaa, ushaaaa… No mates, Paz. Respira.

Para cuando llegamos a casa Maya no quería saber nada del universo más allá del sofá, la manta y mi regazo. Teo no quería saber nada del universo más allá del sofá, la manta y el otro lado de mi regazo. Gabi no quería saber nada del universo más allá de la consola. Y yo, por alguna razón, solo quería mandar a la mierda a Didier, que tenía la nariz metida en el móvil y se reía absurdamente de unos memes, como si no le importara todo lo que yo había hecho durante la semana para que pudiéramos echar un superpolvazo.

Claro que él no lo sabía, pero eso era lo de menos.

Mamá en busca del polvo perdido

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