Читать книгу La espiritualidad puritana y reformada - Joel Beeke - Страница 10
- 5 -EL USO DIDÁCTICO DE LA LEY
ОглавлениеGuárdame de falsedad, tu ley, en gracia habite conmigo; El camino de la fi delidad escojo, Tus preceptos son mi guía.
Me aferro a tu verdad, oh Señor; de la vergüenza líbrame; En alegre obediencia viviré, por la fuerza por ti otorgada.437
La ley de Dios, directa o indirectamente, trata al mundo y la vida de todo individuo. Los teólogos protestantes han escrito mucho sobre las diversas aplicaciones y usos de la ley en la vida de sociedad en general y en las vidas individuales de incrédulos y cristianos. La teología protestante clásica propone un triple uso de la ley: el usus primus (“uso primero”), o uso civil de la ley en la vida y asuntos de estado y sociedad; el usus secundus (“uso segundo”), o uso evangelizador de la ley como maestra del pecado en la experiencia o proceso de conversión a Dios; y el usus tertius (“uso tercero”) o uso didáctico de la ley como regla de una obediencia de gratitud por parte del cristiano.438Es este último o tercer uso de la ley el que inspira la oración del salmista antes citada, pues él sabe que sólo la ley de Dios puede dirigirle mientras se esfuerza por vivir, “en alegre obediencia”, como hijo de Dios.
Este capítulo resume brevemente los dos primeros usos de la ley, para examinar su tercer uso en el contexto apropiado de la santificación, que necesariamente implica una obediencia de gratitud a Dios por su omniabarcadora salvación en Jesucristo. El creyente que es justificado por la sola fe, y se adhiere al principio de la “sola Escritura” (sola scriptura), con gratitud y de todo corazón confiará y obedecerá al Señor. Esta respuesta de obediencia agradecida es analizada en un estudio del mandamiento más controvertido de la ley –santificar el día de reposo–. Todo esto nos capacita para sacar varias conclusiones significantes sobre el cristiano en su relación con el tercer uso de la ley.
Los Tres Usos de la Ley
El uso civil de la ley
El primer uso de la ley es su función en la vida pública, como guía para el magistrado civil, en el cumplimiento de su tarea como ministro de Dios en las cosas pertenecientes al estado. Se requiere del magistrado que premie el bien y castigue el mal (Ro. 13:3-4). Nada puede ser más esencial para esta labor que un patrón fiable de lo correcto y lo incorrecto, lo bueno y lo malo. Y no se puede encontrar un patrón mejor que la ley de Dios.
Aquí los reformadores protestantes estuvieron en completo acuerdo. Respecto a la restricción del pecado, Martín Lutero escribe en su Lectures on Galatians(3:19): “El primer entendimiento y uso de la ley es restringir a los malvados… Esta restricción cívica es extremadamente necesaria y fue instituida por Dios, tanto por causa de la paz pública como por causa de la preservación de todo, pero especialmente para impedir que el progreso del evangelio fuera entorpecido por los tumultos y sediciones de los hombres salvajes”.439 Juan Calvino conviene con él:
El…cometido de la Ley es que aquéllos que nada sienten de lo que es bueno y justo, sino a la fuerza, al oír las terribles amenazas que en ella se contienen, se repriman al menos por temor de la pena. Y se reprimen, no porque su corazón se sienta interiormente tocado, sino que si se hubiera puesto un freno a sus manos para que no ejecuten la obra externa y contengan dentro se maldad, que de otra manera dejarían desbordarse.440
El uso civil de la ley está profundamente arraigado en las Escrituras (más concretamente en Romanos 13:1-7) y en una doctrina realista de la naturaleza humana caída. La ley nos enseña que los poderes que hay están ordenados por Dios para administrar justicia –justicia que necesariamente incluye ser un terror para los hacedores de iniquidad–. Los poderes que hay llevan la espada; poseen un derecho de castigo divinamente otorgado e incluso, en última instancia, de castigo capital (v. 3-4).
El primer uso de la ley, sin embargo, no sólo sirve para impedir que la sociedad se suma en el caos; también sirve para promover la justicia: “Exhorto ante todo, a que se hagan rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracia, por todos los hombres; por los reyes y por todos los que están en eminencia, para que vivamos quieta y reposadamente en toda piedad y honestidad” (1 Tim. 2:1-2). Los “poderes superiores” no sólo deben esforzarse por disuadir el mal, sino también por proporcionar un contexto pacífico en el que el evangelio, la piedad y la honestidad puedan prosperar. Este deber obliga al estado –creían los reformados– a preservar ciertos derechos, como libertad de culto, libertad para predicar y libertad para observar el día del Señor.
Las implicaciones del primer uso de la ley para el cristiano son ineludibles. Debe respetar y obedecer al Estado siempre que el Estado no ordene lo que Dios prohíbe o prohíba lo que Dios ordena. En todos los demás casos, la desobediencia civil es ilegítima. Resistir a la autoridad es resistir el mandato de Dios: “Y los que resisten, acarrean condenación para sí mismos” (Ro. 13:2). Afirmar esto es crucial en nuestro día, en el que incluso los cristianos son propensos a ser arrebatados por un espíritu mundano de rebelión y desprecio a la autoridad. Hemos de oír y atender a lo que escribe Calvino:
El primer deber y obligación de los súbditos para con sus superiores es tener en gran estima y reputación su estado, reconociéndolo como una comisión confiada por Dios; y por esta razón deben honrarlos y reverenciarlos como vicarios y lugartenientes que son de Dios… [Incluso] un hombre perverso e indigno de todo honor, si es revestido de la autoridad pública, tiene en sí, a pesar de todo, la misma dignidad y poder que el Señor por su Palabra ha dado a los ministros de su justicia.441
Por supuesto, esto no implica que el creyente renuncie a su derecho a criticar o incluso condenar la legislación que se desvía de los principios de la Escritura. Lo que quiere decir es que una parte significativa de nuestro “adornar la doctrina de Dios” comprende nuestra voluntaria sujeción a la autoridad legítima en cada esfera de la vida –ya sea en el hogar, la escuela, la Iglesia o el Estado–.
El uso evangélico de la ley442
Ejercida por el Espíritu de Dios, la ley moral también cumple una función crucial en la experiencia de conversión; disciplina, educa, declara culpable, maldice. La ley no sólo expone nuestra pecaminosidad; también nos condena, pronuncia una maldición sobre nosotros, nos declara sujetos a la ira de Dios y los tormentos del infierno. “Maldito todo aquél que no permaneciere en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas” (Ga. 3:10). La ley es un duro capataz; no conoce la misericordia; nos aterroriza, nos despoja de toda nuestra justicia y nos conduce al fin de la ley, Jesucristo, que es nuestra única justicia aceptable para con Dios. “De manera que la ley ha sido nuestro ayo, para llevarnos a Cristo, a fin de que fuésemos justificados por la fe” (Ga. 3:24). No que la ley misma pueda llevarnos a un conocimiento salvífico de Dios en Cristo; antes bien, el Espíritu Santo usa la ley como un espejo para mostrarnos nuestra impotencia y nuestra culpabilidad, para hacernos esperar sólo en la misericordia e inducir el arrepentimiento, creando y sustentando el sentido de necesidad espiritual del cual nace la fe en Cristo.
Aquí también, Lutero y Calvino ven con los mismos ojos.443Escritos típicos de Lutero son sus comentarios a los Gálatas 2:17:
El uso y objetivo propios de la ley es hacer culpables a quienes están satisfechos y en paz, para que vean que están en peligro de pecado, ira y muerte, para que se aterroricen y desesperen, palideciendo y estremeciéndose ante el ruido de una hoja (Lev. 26:36)… Si la ley es ministro de pecado, se sigue que también es ministro de ira y muerte. Pues, al igual que la ley revela el pecado, también arroja la ira de Dios contra el hombre y lo amenaza de muerte.444
Calvino no es menos intenso:
[La ley] advierte, informa, convence, y por último condena a todo hombre con su propia justicia. Pero cuando se ve forzado a examinar su modo de vivir conforme a la balanza de la Ley de Dios, dejando a un lado las fantasías de una falsa justicia que había concebido por sí mismo, ve que está muy lejos de la verdadera santidad; y, por el contrario, cargado de vicios, de los que creía estar libre… Así que la Ley es como un espejo en el que contemplamos primeramente nuestra debilidad, luego la iniquidad que de ella se deriva, y finalmente la maldición que de ambas procede; exactamente igual que vemos en un espejo los defectos de nuestra cara.445
Este uso de la ley de declarar culpable es también crucial para la santificación del creyente, pues sirve para impedir la resurrección de la auto-justicia –aquella impía auto-justicia que siempre tiende a reafirmarse incluso en el mayor de los santos–. El creyente continúa viviendo bajo la ley como penitencia vitalicia.
Esta función represora de la ley jamás implica que la justificación del creyente sea disminuida o anulada. Desde el momento de la regeneración, su condición ante Dios es segura e irrevocable. Es una nueva creación en Cristo Jesús (2 Co. 5:17). Jamás puede regresar a un estado de condenación ni perder su condición de hijo. No obstante, la ley expone cada día la permanente pobreza de su santificación. Aprende que hay semejante ley en sus miembros que cuando quiere hacer el bien, el mal está presente en él (Ro. 7:21). Debe condenarse reiteradamente, deplorar su miseria y clamar todos los días por nuevas aplicaciones de la sangre de Jesucristo que limpia de todo pecado (Ro. 7:24; 1 Jn. 1:7,9).
El uso didáctico de la ley
El uso tercero o didáctico de la ley dirige la vida diaria del cristiano. En las palabras del Catecismo de Heidelberg, la ley instruye al creyente sobre cómo expresar gratitud a Dios por la liberación de todo su pecado y miseria (Pregunta 2). El tercer uso de la ley es una cuestión que ocupa un rico capítulo de la historia de la doctrina reformada.
• Felipe Melanchthon (1497-1560)
La historia del tercer uso de la ley comienza con Felipe Melanchthon, el colaborador y mano derecha de Lutero. Ya en 1521, Melanchthon había plantado la semilla cuando afirmó que “los creyentes hacen uso del decálogo” para asistirlos en la mortificación de la carne.446En un sentido formal, aumentó el número de funciones o usos de la ley de dos a tres, por primera vez, en una tercera edición de su obra sobre Colosenses publicada en 1534447 –dos años antes de que Calvino produjera la primera edición de su Institución–. Melanchthon argumentó que la ley coerce (primer uso), aterroriza (segundo uso) y requiere obediencia (tercer uso). “La tercera razón para retener el decálogo” –escribe– “es que se requiere obediencia”.448
Felipe Melanchthon
En1534,Melanchthonestabausandolanaturalezaforensedelajustificacióncomobase para establecer la necesidad de las buenas obras en la vida del creyente.449Argumentó que, aunque la primera y principal justicia del creyente es su justificación en Cristo, hay también una segunda justicia –la justicia de una buena conciencia, que, no obstante su imperfección, aún es agradable a Dios, ya que el propio creyente está en Cristo.450La conciencia del creyente, hecha buena por declaración divina, debe continuar usando la ley para agradar a Dios, pues la ley revela la esencia de la voluntad de Dios y proporciona el marco de la obediencia cristiana. Afirmó que esta “buena conciencia” es una “gran y necesaria santa consolación”.451Como Timothy Wengert afirma, sin duda fue animado a enfatizar la conexión entre una buena conciencia y las buenas obras por su deseo de defender a Lutero y otros protestantes de la acusación de que negaban las buenas obras, sin robar, al mismo tiempo, a la conciencia la consolación del evangelio. Melanchthon, así pues, ideó un modo de hablar de la necesidad de obras para el creyente excluyendo su necesidad para la justificación.452Wengert concluye que, argumentando desde la necesidad de saber cómo somos perdonados hasta la necesidad de obedecer a la ley y de saber cómo agrada a Dios esta obediencia, Melanchthon logró colocar la ley y la obediencia en el centro de su teología.453
• Martín Lutero (1483-1546)
A diferencia de Melanchthon, que procedió a codificar el tercer uso de la ley en las ediciones de 1535 y 1555 de su obra cumbre sobre doctrina cristiana,454Lutero jamás vio la necesidad de comprender formalmente un tercer uso de la ley. Los eruditos luteranos, sin embargo, han debatido extensamente si Lutero enseñaba, de hecho, aunque no de nombre, un tercer uso de la ley.455Baste decir que Lutero abogaba que, aunque el cristiano no está “bajo la ley”, esto no debería entenderse como si estuviese “sin la ley”. Para Lutero, el creyente tiene una actitud diferente hacia la ley. La ley no es una obligación, sino un deleite. El creyente es alegremente movido hacia la ley de Dios por el poder del Espíritu. Se conforma a la ley libremente, no por causa de las demandas de la ley, sino por causa de su amor a Dios y su justicia.456Puesto que, en su experiencia, el pesado yugo de la ley es reemplazado por el ligero yugo de Cristo, hacer lo que la ley ordena se convierte en una acción alegre y espontánea. La ley conduce a los pecadores a Cristo, por medio del cual “se convierten en hacedores de la ley”.457 Además, puesto que sigue siendo pecador, el cristiano necesita la ley para dirigir y regular su vida. Así pues, Lutero puede afirmar que la ley que sirve como “palo” (es decir, como vara –segundo uso–) que Dios usa para golpearlo y llevarlo a Cristo, es simultáneamente un “palo” (es decir, un bastón –que Calvino llamaría el tercer uso–) que le asiste para andar la vida cristiana. Este énfasis en la ley como “bastón” es corroborado implícitamente por su exposición de los diez mandamientos en diversos contextos –cada uno de los cuales indica que creía firmemente que la vida cristiana ha de ser regulada por estos mandamientos–.458
Martín Lutero
El interés de Lutero no era negar la santificación ni la ley como norma orientadora para la vida del creyente. Antes bien, deseaba enfatizar que las buenas obras y la obediencia a la ley no pueden, de ninguna manera, hacernos aceptables para con Dios. De ahí que escriba en La libertad cristiana: “Nuestra fe en Cristo no nos libra de las obras, sino de las falsas opiniones con respecto a las obras, es decir, de la necia presunción de que la justificación es adquirida por las obras”. Y en Table Talk: “Quien tiene a Cristo ha cumplido la ley a la perfección, pero quitar la ley totalmente, la cual está impresa en la naturaleza, y escrita en nuestros corazones y llevada en nosotros, es una cosa imposible y en contra de Dios”.459
• Juan Calvino (1509-1564)
Lo que Melanchthon comenzó a desarrollar en la dirección de una justicia agradable a Dios en Cristo, y Lutero dejó un tanto inacabado como acción alegre y “bastón”, Calvino lo elaboró como una doctrina completamente terminada, enseñando que el uso principal de la ley para el creyente es su uso como regla de vida. Aunque Calvino tomó la terminología de Melanchthon, “tercer uso de la ley” (tertius usus legis), y probablemente cosechó material adicional de Martín Bucero,460proporcionó a la doctrina nuevos matices y contenidos, y fue único entre los tempranos reformadores en acentuar que esta tercera función de la ley como norma y guía para el creyente es su uso “propio y principal”.461
Juan Calvino
La enseñanza de Calvino sobre el tercer uso de la ley es cristalina. “¿Cuál es la regla de vida que [Dios] nos ha dado?”, pregunta en el Catecismo de Ginebra, y responde: “Su ley”. Más tarde, en el mismo Catecismo escribe:
[La ley] muestra el blanco al que debiéramos apuntar, la meta hacia la que debiéramos correr, para que cada uno de nosotros, conforme a la medida de gracia que le es concedida, se esfuerce por ordenar su vida conforme a la más elevada rectitud y, mediante el constante estudio, siempre esté avanzando más y más.462
Calvino escribió de manera definitiva sobre el tercer uso de la ley ya en 1536, en la primera edición de su Institución de la Religión Cristiana:
Los creyentes…se benefician de la ley porque por ella aprenden más ampliamente cada día cuál es la voluntad del Señor… Es como si un siervo, ya dispuesto con pleno fervor de corazón a encomendarse a su amo, hubiera de examinar y supervisar los caminos de su amo para conformarse y acomodarse a ellos. Además, por mucho que sean estimulados por el Espíritu y deseosos de obedecer a Dios, aún son débiles en la carne, y prefieren servir al pecado antes que a Dios. La ley es a la carne como un látigo a un asno perezoso y repropio, aguijoneándolo, incentivándolo, despertándolo para el trabajo.463
En la última edición de la Institución, completada en 1559, Calvino mantiene lo que escribió en 1536, pero acentúa incluso más clara y positivamente que los creyentes se benefician de la ley de dos maneras: en primer lugar, “es para ellos un excelente instrumento con el cual cada día pueden aprender a conocer mucho mejor cuál es la voluntad de Dios, que tanto anhelan conocer, y con el que poder ser confirmados en el conocimiento de la misma”; en segundo lugar, “por la frecuente meditación de la misma se sentirá movido a obedecer a Dios, y así fortalecido, se apartará del pecado. Pues conviene que los santos se estimulen a sí mismos de esta manera”. Concluye Calvino: “Porque, ¿qué habría menos amable que la Ley, si solamente nos exigiera el cumplimiento del deber con amenazas, llenando nuestras almas de temor? Sobre todo demuestra David, que en la Ley ha conocido él al Mediador, sin el cual no hay placer ni alegría posibles”.464
Esta visión, enormemente positiva, de la ley como norma y guía que alienta al creyente a apegarse a Dios y obedecerlo cada vez con más fervor es en la que Calvino se distancia de Lutero. Para Lutero, la ley en general denota algo negativo y hostil –algo normalmente catalogado en estrecha proximidad al pecado, la muerte o el diablo. El interés dominante de Lutero está en el segundo uso de la ley, aún cuando considera la función de la ley como santificadora del creyente. Para Calvino, como I. John Hesselink observa con acierto, “la ley era vista principalmente como una expresión positiva de la voluntad de Dios… La visión de Calvino podría llamarse deuteronómica, pues para él la ley y el amor no son antitéticos, sino correlativos”.465 Para Calvino, el creyente se esfuerza por seguir la ley de Dios no como un acto de obediencia obligatoria, sino como una respuesta de obediencia agradecida. La ley promueve, bajo el tutelaje del Espíritu, una ética de gratitud en el creyente, que estimula una obediencia amorosa al tiempo que lo previene contra el pecado, de modo que canta con David en el Salmo 19:
Muy perfecta es la ley de Dios,
Que restaura a los que se extravían;
Su testimonio es muy cierto,
Que proclama el camino de la sabiduría.
Los preceptos del Señor son rectos;
De alegría llenan el corazón;
Los mandamientos del Señor son todos puros,
Y una luz muy clara imparten.
El temor de Dios es impoluto
Y siempre durará;
Los estatutos del Señor son verdad
Y la justicia muy pura.
Avisan de los caminos de maldad
Que desagradan al Señor,
Y en guardar su palabra
Hay gran galardón.466
En resumen, para Lutero la ley ayuda al creyente –especialmente en reconocer y confrontar el pecado interior–. Para Calvino, el creyente necesita la ley para guiarlo en un vivir santo que lo lleve a servir a Dios por amor.467
• El Catecismo de Heidelberg (1563)
Finalmente, la visión de Calvino del tercer uso de la ley triunfó en la teología reformada. Una temprana indicación de esta visión fuertemente calvinista de la ley se encuentra en el Catecismo de Heidelberg, compuesto un año o dos antes de la muerte de Calvino. Aunque el Catecismo comienza con un intenso énfasis sobre el uso evangelizador de la ley para conducir a los pecadores a Cristo (Preguntas 3-18), para la sección final se reserva una exhortación detallada sobre las prohibiciones y requerimientos de la ley para el creyente, que enseña “cómo expresaré mi gratitud a Dios” por la liberación en Jesucristo (Preguntas 92-115).468El decálogo proporciona el contenido material para las buenas obras que son hechas en gratitud por la gracia de Dios en su Hijo amado.
• Los Puritanos
Los puritanos continuaron con el énfasis de Calvino sobre la normatividad de la ley para el creyente como regla de vida, y para despertar gratitud sincera, que a su vez promueve genuina libertad antes que libertinaje antinómico.469Por citar sólo algunas de las cientos de fuentes puritanas que hay disponibles sobre estos temas, Anthony Burguess condena a quienes afirman que están por encima de la ley, o que la ley escrita en el corazón mediante la regeneración “hace la ley escrita innecesaria”.470 Típicamente puritana es la afirmación de Thomas Bedford sobre la necesidad de la ley escrita como guía del creyente:
También debe haber otra ley escrita en tablas, para ser leída por el ojo y escuchada por el oído. De otra manera…, ¿cómo estará seguro el propio creyente de que no se desvía del camino recto por donde debiera caminar?... El Espíritu, admito, es el Guía y Maestro del hombre justificado… Pero les enseña…mediante la ley y el testimonio.471
Como resultado de la enseñanza del Espíritu, los cristianos se hacen “amigos” de la ley –observó con astucia Samuel Rutherford–, pues “después de que Cristo ha realizado un acuerdo entre nosotros y la ley, nos deleitamos en caminar en ella por amor a Cristo”.472Este deleite, fundamentado en una sincera gratitud por el evangelio, produce una libertad indecible. Samuel Crooke lo expresó de esta manera: “Del mandamiento, como regla de vida, [los creyentes] no son liberados sino que, por el contrario, están inclinados y dispuestos, por [su] espíritu libre, a obedecerlo voluntariamente. Así pues, para los regenerados es como si la ley se convirtiera en el evangelio, una ley de libertad”.473El Catecismo Mayor de Westminster, compuesto en su mayoría por teólogos puritanos, proporciona el resumen más adecuado de la visión reformada y puritana sobre la relación del creyente con la ley moral:
Pregunta 97: ¿Qué uso especial de la ley moral hay para los regenerados?
Respuesta: Aunque los que son regenerados y creen en Cristo son liberados de la ley moral como un pacto de obras, de manera que por este medio no son ni justificados ni condenados, sin embargo, además de sus usos generales comunes a todos los hombres, tiene un uso especial para mostrarles cuánto están ligados a Cristo por cumplir Él la ley y soportar la maldición de la misma en su lugar y por su bien; y, de este modo, inducirlos a una mayor gratitud, expresándola en un mayor cuidado por conformarse a ella como regla de obediencia.474
Pero ¿cómo funcionan en la práctica real los principios de gratitud de la Reforma cuando el creyente busca obedecer a la ley como regla de vida? A esta pregunta nos acercamos ahora mediante el estudio de un caso particular, que consideramos el mandamiento más controvertido de nuestro día: “Acuérdate del día de reposo para santificarlo” (Ex. 20:8).
El cuarto mandamiento: el estudio de un caso particular
La santificación del primer día de la semana como el día de reposo ha sido central en el interés de la cristiandad reformada por aplicar la ley moral a la vida cristiana. Si hubo algún grado de ambigüedad entre los reformadores del siglo dieciséis, se desvaneció completamente cuando, a mitad del siglo diecisiete, los teólogos de Westminster se reunieron para escribir su Confesión de Fe (Capítulo 21):
7. Así como es la ley de la naturaleza que en lo general una proporción debida de tiempo se dedique a la adoración de Dios; así en su palabra, por un mandamiento positivo, moral y perpetuo que obliga a todos los hombres en todos los tiempos, Dios ha señalado particularmente un día de cada siete, para que sea guardado como un reposo santo para Él; el cual desde el principio del mundo hasta la resurrección de Cristo, fue el último día de la semana; y desde la resurrección de Cristo fue cambiado al primer día de la semana, al que se le llama en las Escrituras día del Señor y debe ser perpetuado hasta el fin del mundo como el día de reposo cristiano.
8. Este día de reposo se guarda santo para el Señor, cuando los hombres después de la debida preparación de su corazón y arreglados con anticipación todos sus asuntos ordinarios, no solamente guardan un santo descanso durante todo el día de sus propias labores, palabras y pensamientos acerca de sus empleos y diversiones mundanales; sino que también dedican todo el tiempo al ejercicio de la adoración pública y privada, y en los deberes de caridad y de misericordia.475
Esta elevada visión del día de reposo ganó la batalla en Gran Bretaña, Norte América, por todo el Imperio Británico y también en Holanda. Aunque fue una preocupación clave de los cristianos reformados, la observancia del sabbat fue abrazada como regla por cristianos de casi todas las denominaciones. Tras los poderosos avivamientos de mediados del siglo XVIII y principios del XIX, el sabbat fue guardado también por la población general.
Este feliz estado de las cosas prevaleció por todo el siglo XIX y parte del XX. Grandes centros urbanos como Filadelfia y Toronto eran conocidos por el cuidado con el que el sabbat era observado por sus habitantes. Hasta finales del siglo XIX, algunos ferrocarriles importantes dejaban de funcionar los domingos. Los lugares de mar adoptaron medidas tales como la prohibición del tráfico motor en las calles los domingos (Ocean Grove, N.J.), o el uso de los cines para la adoración pública los domingos por la tarde (Ocean City, N.J.).
La escena de hoy presenta un aspecto enormemente alterado. La fuerza de la secularización y el aumento de la cultura del ocio, obsesionada con perseguir recreaciones de todo tipo, han extinguido la preocupación por la observancia del día de reposo en la población general. Más trágico aún es el permanente deterioro de la convicción por parte de los cristianos. El daño mayor lo hizo el ataque del modernismo sobre la autoridad de la Escritura, menoscabando y destruyendo así toda norma bíblica para la vida. Sin embargo, el fundamentalismo también debe llevar su parte de culpa. Bajo la influencia del dispensacionalismo, se desarrolló un creciente antinomianismo en los círculos más conservadores de los cristianos americanos. El Antiguo Testamento en general y la ley moral en particular vinieron a ser considerados monumentos de una era pasada. El resultado ha sido la absoluta destrucción de la convicción respecto al día de reposo, incluso entre los presbiterianos que se subscriben a los estandartes de Westminster –¡no obstante la discordante inconsistencia implicada! –.
Ciertamente, es el tiempo de que los cristianos miren una vez más a la Palabra de Dios para ser instruidos respecto al cuarto mandamiento y sus demandas sobre nosotros. Aunque no fuera por otra razón, deberíamos acometer el estudio en vista de la creciente evidencia del alto grado de destructiva presión que acecha tras la atractiva fachada de la llamada “cultura del ocio”. Los hombres se están destruyendo porque no saben decir “no”, ya sea al trabajo o al juego. Grandes bendiciones espirituales son prometidas a quienes se someten a la disciplina de abnegación de la observancia del día de reposo.
El sabbat como institución divina
“El séptimo día es reposo para Jehová tu Dios” (Ex. 20:10). Estas palabras nos recuerdan que el día de reposo es una institución divina en dos sentidos. En primer lugar, el sabbat semanal es instituido por la Palabra de Dios de mandato. En segundo lugar, Dios reclama el día como suyo: “reposo para Jehová tu Dios”. Los seis días de la semana laboral son cedidos al hombre para propósitos de trabajo y ocio; no así el sabbat, que Dios llama “mi día santo” en Isaías 58:13. No dedicar el día a los propósitos y actividades ordenados para su santificación es robar a Dios lo que le pertenece.
Esta verdad es reforzada por las palabras del Señor Jesucristo registradas por los tres primeros evangelios (Mt. 12:8, Mr. 2:28 y Lc. 6:5) cuando dijo: “El Hijo del Hombre es Señor del día de reposo”. De un golpe, Cristo afirma su plena deidad e identidad con Jehová y reafirma la reclamación de Dios de las horas del sabbat semanal, adoptando la reclamación y reafirmándola en su propio nombre. Esta reclamación dejó su marca en las creencias, prácticas y usos de la Iglesia apostólica, de manera que al final de aquella época el sabbat cristiano era conocido como “el día del Señor” (Ap. 1:10).
El sabbat como ordenanza de la creación
Un error común es asumir que el día de reposo se origina con la entrega de la ley en el Sinaí. Tal opinión ignora el hecho de que el sabbat no es introducido como algo nuevo sino, antes bien, reconocido como algo antiguo e histórico que ahora ha de ser recordado y observado por el pueblo de Dios: “Acuérdate del día de reposo para santificarlo” (Ex. 20:8).
Y ¿que ha de ser específicamente recordado en el modelo de seis días de trabajo interrumpidos por un día de reposo santo? “En seis días hizo Jehová el cielo y la tierra, el mar, y todas las cosas que en ellos hay, y reposó en séptimo día; por tanto, Jehová bendijo el día de reposo y lo santificó” (Ex. 20:8).
La respuesta bíblica a la pregunta de cuándo y por quién fue instituido el sabbat es suficientemente clara: el sabbat fue instituido por Dios en el mismo albor de la historia. Por supuesto, el hombre estaba presente y es significativo que fuera el primer día completo de su vida sobre la tierra (Gen. 2:1-3). Si el modelo fue perpetuado tras aquel momento o no es, quizás, un asunto de especulación, pero la historia del sabbat no se perdió. Todo lo que había que hacer en el Sinaí era recordar aquella historia y encomendar al pueblo que la guardase en la memoria a partir de entonces.
El día de reposo, por tanto, no es estrictamente una ordenanza mosaica. Su origen está arraigado en la propia creación y como el matrimonio, el sabbat es una institución de la mayor significación para la raza humana. Sus bendiciones temporales pueden ser disfrutadas por toda la humanidad, y sus bendiciones espirituales son prometidas a todos los que las buscan, incluso a los eunucos y a los hijos del extranjero que se unen a Jehová (Is. 56:1-8).
El sabbat como memorial redentor
En la recapitulación de los diez mandamientos (Dt. 5:6-21), descubrimos que la redención no altera ni anula el requerimiento de santificar el día de reposo. Antes bien, solamente añade al significado del día para los que son “los redimidos de Jehová”. Al igual que en el Nuevo Testamento, amos y esclavos compartirían plenamente la bendición del evangelio, era ley en Israel que los siervos disfrutasen del descanso proporcionado en el cuarto mandamiento junto con sus amos: “para que descanse tu siervo y tu sierva como tú” (Dt. 5:14). A esto se añade el siguiente recordatorio: “Acuérdate que fuiste siervo en tierra de Egipto, y que Jehová tu Dios te sacó de allá con mano fuerte y brazo extendido; por lo cual Jehová tu Dios te ha mandado que guardes el día de reposo” (v. 15). Con estas palabras, día de reposo asume un nuevo significado y función como memorial de la redención de la servidumbre que Dios obró por su pueblo. Este significado añadido refuerza el sabbat como institución entre el pueblo de Dios.
Aquí también hay una anticipación del impacto que la muerte y resurrección de Cristo tendría sobre la observancia del día de reposo por parte de sus seguidores. Tan grande fue este climático y decisivo cumplimiento de la promesa de redención, al poco tiempo seguido por el derramamiento del Espíritu el día de Pentecostés, que desde ese momento en adelante el sabbat “fue cambiado el primer día de la semana, al que se le llama en las Escrituras día del Señor y debe ser perpetuado hasta el fin del mundo como el día de reposo cristiano” (CFW, 21:7).
El resultado es que, como el apóstol Pablo escribe en Hebreos 4:9, “queda un reposo para el pueblo de Dios”. El sabbat es aún para nosotros como un signo de algo que todavía está por alcanzarse, experimentarse y disfrutarse en el estado eterno. Al mismo tiempo, puesto que la palabra que usa para “descanso” es sabbatismos, o “guardar un sabbat”, la obligación de observar un sabbat semanal continúa bajo el evangelio. Guardar el sabbat se convirtió, de hecho, en una señal de discipulado cristiano en la época de los mártires, como Maurice Roberts relata: “Una pregunta hecha a los mártires antes de ser entregados a la muerte era: ‘Dominicum servasti?’ (¿Guardas el día del Señor?)”.476
El sabbat como signo escatológico
La profecía de Isaías concluye con el anuncio de la promesa de cielos nuevos y tierra nueva para el pueblo de Dios: “Porque he aquí que yo crearé nuevos cielos y nueva tierra; y de lo primero no habrá memoria, ni más vendrá al pensamiento” (Is. 65:17). En esta nueva creación, el trabajo del pueblo de Dios será completamente redimido de maldición: “No trabajarán en vano, ni darán a luz para maldición; porque son linaje de los benditos de Jehová, y sus descendientes con ellos” (v. 23).
Este nuevo orden de creación permanecerá como la consumación de la promesa de redención. No sólo el trabajo del pueblo de Dios ha de ser totalmente redimido de maldición; el sabbat también llegará a ser día universal para la adoración de Jehová. Tal es la promesa de Dios: “Porque como los cielos nuevos y la nueva tierra que yo hago permanecerán delante de mí, dice Jehová, así permanecerá vuestra descendencia y vuestro nombre. Y de mes en mes, y de día de reposo en día de reposo, vendrán todos a adorar delante de mí, dijo Jehová” (Is. 66:22-23).
En resumen, el sabbat permanece como una institución tan antigua como la propia creación. Pertenece al orden de las cosas como eran al principio, antes de la caída del hombre en el pecado. Es tan universal como cualquier otra ordenanza de la creación, teniendo promesa de bendición para toda la humanidad. La promesa de redención y su cumplimiento sólo añaden a la significación del sabbat como día para ser observado por los redimidos del Señor. El día de reposo es un signo de la promesa de redención, tanto en su cumplimiento presente como en la consumación que aún está por llegar. Es el día de Dios, un día santo –un día para que santifiquen los cristianos–.
Cristo y el sabbat
El sabbat es tan característico del paisaje del Nuevo Testamento como del Antiguo. La cuestión del día de reposo y cómo había de ser guardado era un campo de batalla visitado con frecuencia en la guerra de Cristo contra los fariseos. Tan intensa era su oposición a las ideas de los fariseos de la observancia del día de reposo, que muchos han concluido que Cristo se opuso al propio sabbat y, por tanto, se opondría a cualquier continuación de la observancia del sabbat entre sus seguidores.
Tal conclusión ignora o entra en conflicto con tres hechos clave de los escritos evangélicos. En primer lugar, el propio Cristo guardó el sabbat fielmente (véase Lucas 4:16). En segundo lugar, Cristo declaró que no había venido a abrogar o abolir el sabbat (véase Mt. 5:17). En tercer lugar, Cristo reclamó el sabbat como suyo, como ya hemos visto: “El Hijo del hombre es Señor del día de reposo”.
El conflicto de Cristo con los fariseos debe ser visto, por tanto, como una campaña no para abrogar, sino más bien para reclamar y restaurar la institución bíblica del día de reposo. En consecuencia, Cristo acogió el día de reposo y lo reclamó como suyo. Además, declaró que Él personalmente cumpliría la promesa del sabbat en las vidas de sus discípulos: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas” (Mt. 11:28-29). Incluso aquí Cristo hace sonar una nota de oposición a los fariseos y a su “yugo” de prescripciones y prohibiciones tradicionales respecto al día de reposo. Pedro se refirió a este yugo declarando que era uno que “ni nuestros padres ni nosotros hemos podido llevar” (Hechos 15:10). Cristo ofrece un yugo muy diferente y dice: “Mi yugo es fácil, y ligera mi carga” (Mt. 11:30). Tomar el yugo de Cristo es hacerse su discípulo, al igual que tomar el de los fariseos era hacerse el suyo. A quienes abrazan a Cristo con verdadera fe, Él promete descanso en cumplimiento de la redención, en agudo contraste con la negación del mismo a los israelitas incrédulos y desobedientes (Sal. 95:10-11).
Este descanso consiste en poner fin al trabajo infructífero de buscar ser justificado por las obras de la ley. Cristo también levanta de nuestras espaldas la carga de todos nuestros pecados. Pero esto no es todo, pues está la promesa de que ha de venir más cuando nos hayamos librado de “este cuerpo de muerte” (Ro. 7:24): “Oí una voz que desde el cielo me decía: Escribe: Bienaventurados de aquí en adelante los muertos que mueren en el Señor. Sí, dice el Espíritu, descansarán de sus trabajos porque sus obras con ellos siguen” (Ap. 14:13). Con esto en mente, el apóstol recuerda a los creyentes “la promesa de entrar en su reposo” y añade esta exhortación, que envuelve un profundo juego de palabras: “Procuremos, pues, entrar en aquel reposo” (Heb. 4:1, 11).
El cristiano y el sabbat
¿Cómo deberían los seguidores de Cristo santificar el día de reposo en nuestros días? Muchos escritores han ofrecido respuestas a esta pregunta.477Para el propósito presente, sin embargo, preferimos señalar tres ricas fuentes que sirvan como guía: el propio cuarto mandamiento, el profeta Isaías y las enseñanzas y ejemplo de Jesucristo nuestro Señor.
El cuarto mandamiento en sus dos formas canónicas (Ex. 20:8-11 y Dt. 5:12-15) proporciona mucha instrucción. En primer lugar, debemos dejar a un lado nuestras tareas y ocupaciones diarias. Debemos hacerlo individualmente, como familias, como congregaciones y como comunidades. En segundo lugar, debemos dirigir nuestras mentes y corazones a los grandes temas de la Sagrada Escritura: las maravillosas obras de Dios como Creador, Redentor y Santificador. En tercer lugar, debemos involucrarnos en aquellas actividades que obtienen, aumentan y expresan conocimiento de la santidad de Dios y nuestra propia santidad en Cristo. “Acuérdate del día de reposo para santificarlo”.
El profeta Isaías vivió en una época muy similar a la nuestra, un tiempo de prosperidad y abundancia general. Tiene una palabra clara que decir sobre los peligros de tal abundancia, en la forma de la “cultura del ocio” que la prosperidad hace posible:
Si retrajeres del día de reposo tu pie, de hacer tu voluntad en mi día santo, y lo llamares delicia, santo, glorioso de Jehová; y lo venerares, no andando en tus propios caminos, ni buscando tu voluntad, ni hablando tus propias palabras, entonces te deleitarás en Jehová; y yo te haré subir sobre las alturas de la tierra, y te daré a comer la heredad de Jacob tu padre; porque la boca de Jehová lo ha hablado (Is. 58:13-14).
Aquí el profeta extiende la prohibición de involucrarnos en labores, incluyendo la búsqueda de nuestras propias recreaciones personales y actividades de ocio. Incluso las palabras que hablamos han de ser reguladas por el mandamiento. A cambio, el profeta promete una maravillosa clase de libertad espiritual y disfrute de Dios: “Entonces te deleitarás en Jehová”.
Finalmente, debemos considerar las enseñanzas y ejemplo del Señor Jesucristo. Él selló el día con un indeleble carácter cristiano cuando dijo: “El Hijo del hombre es Señor del día de reposo”. De aquí en adelante, sólo era correcto hablar del sabbat cristiano. Reclamó el día como una institución ideada para el bien y bendición de la humanidad cuando recordó a los fariseos que “el día de reposo fue hecho por causa del hombre, y no el hombre por causa del día de reposo” (Mr. 2:27). Nos enseñó, de este modo, a no entorpecer el día con normas que van en contra de las necesidades humanas básicas. Además, insistió en que “es lícito hacer el bien” (Mt. 12:12 y Lc. 6:9) en el día de reposo. Aquí ordena obras de misericordia y compasión hechas en su nombre y por amor a Él.
Del ejemplo de Cristo, aprendemos a asistir con diligencia a la Iglesia de Dios, reuniéndonos el día de reposo para oír la Palabra de Dios (Lucas 4:16). Es, asimismo, un día en que los ministros de la Palabra han de dedicarse a enseñar y predicar (Lucas 4:31). Es un día para hacer bien a los demás miembros de la familia de la fe (Lucas 4:38,39), y ofrecer y recibir la gracia de la hospitalidad cristiana (Lucas 14:1) como parte de la comunión de los santos apropiada para el día (véase también Lucas 24:29, 42). Finalmente, los días de reposo han de ser los grandes días para la manifestación y disfrute de la gracia de Dios revelada en el evangelio –gracia que abre nuestros ojos ciegos, reprende en nosotros la fiebre del pecado, nos libera de nuestra penosa servidumbre, triunfa sobre el diablo y sus huestes, restaura lo que el pecado ha estropeado, y sana toda enfermedad de nuestros corazones y mentes–. Puede decirse con justicia que todo lo que Cristo hizo en el sabbat estaba destinado a esta única cosa: revelar y proclamar la gracia de Dios a los pecadores.
Concluimos, por tanto, que omitir o descuidar la santificación del día de reposo cristiano es desobedecer a Dios, romper la fe con el Señor Jesús y privarnos de gran bendición. Asimismo, guardar el sabbat como debiera guardarse, conforme a la enseñanza y ejemplo de nuestro Señor, es buena parte del vivir para la gloria de Dios, y es nada menos que “empezar en esta vida el sabbat eterno” (Catecismo de Heidelberg, Pregunta 103).
Conclusiones
Carácter bíblico del tercer uso de la ley
Pueden sacarse ahora varias conclusiones importantes acerca del tercer uso de la ley del cristiano.478En primer lugar, el tercer uso de la ley es bíblico. Las escrituras del Antiguo y Nuevo Testamento abundan en exposiciones de la ley dirigidas principalmenteacreyentesparaasistirlosenlapermanentebúsquedadelasantificación. Los Salmos afirman reiteradamente que el creyente se deleita en la ley de Dios tanto en el hombre interior como en su vida exterior.479Una de las mayores preocupaciones del salmista es descubrir la voluntad buena y perfecta de Dios y, entonces, correr por el camino de sus mandamientos. El Sermón del Monte y las porciones éticas de las epístolas de Pablo son grandiosos ejemplos del Nuevo Testamento de la ley usada como regla de vida. Las direcciones contenidas en estas porciones de la Escritura están destinadas, principalmente, a aquéllos ya redimidos, y su objetivo es llevarlos a reflejar una teología de gracia con una ética de gratitud. En esta ética de gratitud, el creyente vive y sigue las pisadas de su Salvador, quien fue Él mismo el Siervo del Señor y el Cumplidor de la ley, obedeciendo cada día todos los mandamientos de su Padre durante su estancia en la tierra.
Contrario al antinomianismo y al legalismo
En segundo lugar, el tercer uso de la ley combate tanto el antinomianismo como el legalismo. El antinomianismo (anti = contra; nomos = ley) enseña que los cristianos ya no tienen ninguna obligación hacia la ley moral, porque Jesús la ha cumplido y los ha liberado de ella al salvarlos por la sola gracia. Pablo, por supuesto, rechazó enérgicamente esta herejía en Romanos 3:8, como hizo Lutero en sus batallas contra Johann Agrícola, y como hicieron los puritanos de Nueva Inglaterra en oposición a Anne Hutchinson. Los antinominianos malinterpretan la naturaleza de la justificación por la fe, la cual, aunque concedida al margen de las obras de la ley, no excluye la necesidad de santificación. Uno de los elementos constitutivos más importantes de la santificación es la cultivación diaria de una agradecida obediencia a la ley. Como Samuel Bolton declara gráficamente: “La ley nos envía al evangelio para que seamos justificados, y el evangelio nos envía a la ley de nuevo para inquirir cuál es nuestro deber, siendo justificados”.480
Los antinominianos alegan que quienes mantienen la necesidad de la ley como regla de vida para el creyente caen presa del legalismo. Ahora bien, es posible, por supuesto, que el abuso del tercer uso de la ley resulte en el legalismo. Cuando se desarrolla un elaborado código para que lo sigan los creyentes, comprendiendo todos los problemas y tensiones concebibles en la vida moral, no se deja libertad alguna a los creyentes en ninguna área de sus vidas para tomar decisiones personales y existenciales basadas en los principios de la Escritura. En tal contexto, la ley hecha por el hombre asfixia el evangelio divino, y la santificación legalista suplanta a la justificación de gracia. Al cristiano, entonces, se le hace volver a una servidumbre semejante a la del monasticismo medieval católico romano.
La ley nos proporciona una ética comprensiva, pero no una aplicación exhaustiva. La Escritura nos provee de principios amplios y paradigmas ilustrativos, no de minuciosos detalles que puedan ser mecánicamente aplicados a toda circunstancia. Cada día, el cristiano debe considerar las amplias pinceladas de la ley para sus decisiones particulares, pesando con cuidado todas las cosas conforme a la “ley y el testimonio” (Is. 8:20), mientras procura y ruega en todo tiempo por un creciente sentido de la prudencia cristiana.
El legalismo y la agradecida obediencia a la ley operan en dos esferas radicalmente diferentes. Difieren tanto el uno de la otra como la esclavitud obligada y a disgusto del servicio alegre. Tristemente, muchos en nuestro día confunden “ley” o “legal” con “legalismo” o ser “legalista”. Rara vez nos damos cuenta de que Cristo no rechazó la ley cuando rechazó el legalismo. El legalismo es realmente un tirano y un antagonista, pero la ley debe ser nuestra útil y necesaria amiga. El legalismo es un intento fútil de obtener mérito para con Dios. El legalismo es el error de los fariseos: cultiva la conformidad exterior a la letra de la ley sin tener en cuenta la actitud interior del corazón.
El tercer uso de la ley sigue un rumbo intermedio entre el antinomianismo y el legalismo. Ni el antinomianismo ni el legalismo son fieles a la ley ni al evangelio. Como John Fletcher ha percibido notablemente: “Los fariseos no son más legales de verdad que los antinominianos evangélicos de verdad”.481El antinomianismo enfatiza la libertad cristiana de la condenación de la ley a expensas de la búsqueda del creyente de la santidad. Acentúa la justificación a expensas de la santificación. No advierte que la abrogación del poder de condenación de la ley no abroga el poder de mandato de la ley. El legalismo enfatiza tanto la búsqueda del creyente de la santidad que la obediencia a la ley se convierte en algo más que el fruto de la fe. La obediencia se convierte, de este modo, en un elemento constituyente de la justificación. El poder de mandato de la ley para la santificación casi asfixia el poder de condenación de la ley para la justificación. En el análisis final, el legalismo niega en la práctica, si no en la teoría, un concepto reformado de la justificación. Acentúa la santificación a expensas de la justificación. El concepto reformado del tercer uso de la ley ayuda al creyente a salvaguardar, tanto en la doctrina como en la práctica, un sano equilibrio entre la justificación y la santificación.482La justificación necesariamente conduce y encuentra su apropiado fruto en la santificación.483La salvación es por la sola fe de gracia y, sin embargo, no puede sino producir obras de agradecida obediencia.
Promueve el amor espontáneo
En tercer lugar, el tercer uso de la ley promueve el amor. “Pues este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son gravosos” (1 Juan 5:3). La ley de Dios es un don y evidencia de su tierno amor para sus hijos (Sal. 147:19-20). No es un capataz cruel ni duro para los que están en Cristo. Dios no es más cruel al dar su ley a los suyos que un granjero que construye vallas para prevenir que su ganado y sus caballos se extravíen por las carreteras y autopistas. Esto fue bien ilustrado no hace mucho en Alberta, donde un caballo perteneciente a un granjero rompió su valla, se encaminó a la autopista y fue atropellado por un automóvil. No sólo el caballo, sino también el conductor de 17 años, fallecieron en el acto. El granjero y su familia lloraron toda la noche. Las vallas rotas hacen un daño irreparable. Los mandamientos rotos producen consecuencias indecibles. Pero la ley de Dios, obedecida de un amor operado por el Espíritu, promueve alegría y regocijo de corazón. Agradezcamos a Dios su ley, que nos valla para el dichoso disfrute de los verdes pastos de su Palabra.
En la Escritura, la ley y el amor no son enemigos, sino los mejores amigos. De hecho, la esencia de la ley es el amor: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Éste es el primer y gran mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas” (Mt. 22:37-40; cf. Ro. 13:8-10). Al igual que un súbdito amante obedece a su rey, un hijo amante obedece a su padre, y una esposa amante se somete a su marido, un creyente amante anhela obedecer la ley de Dios. Entonces, como hemos visto, la dedicación de todo el sabbat a Dios se convierte no en una carga, sino en un deleite.
Promueve la auténtica libertad cristiana
Finalmente, el tercer uso de la ley promueve la libertad –la genuina libertad cristiana–. El amplio abuso hoy en día de la idea de la libertad cristiana, que tan sólo es libertad que se toma como ocasión para servir a la carne, no debería oscurecer el hecho de que la verdadera libertad cristiana es definida y protegida por las líneas trazadas para el creyente en la ley de Dios. Cuando la ley de Dios limita nuestra libertad, es sólo para nuestro mayor bien; y cuando la ley de Dios no impone tales límites, en materia de fe y adoración, el cristiano disfruta la perfecta libertad de conciencia de todas las doctrinas y mandamientos de hombres. En materia de vida diaria, la verdadera libertad cristiana consiste en la obediencia voluntaria, agradecida y alegre que el creyente rinde a Dios y a Cristo. Como escribió Calvino sobre las conciencias de los verdaderos cristianos, “obedecen a la ley, no como forzadas por la necesidad de la misma; sino que, libres del yugo de la Ley, espontáneamente y de buena gana obedecen y se sujetan a la voluntad de Dios”.484
La Palabra de Dios nos ata como creyentes, pero somos sólo suyos. Sólo Él es Señor de nuestras conciencias. Somos verdaderamente libres al guardar los mandamientos de Dios, pues la libertad surge del servicio agradecido, no de la autonomía o la anarquía. Fuimos creados para amar y servir a Dios sobre todas las cosas, y a nuestro prójimo como a nosotros mismos –todo de acuerdo con la voluntad y Palabra de Dios–. Tan sólo cuando nos volvemos a dar cuenta de este propósito encontramos verdadera libertad cristiana. La verdadera libertad, escribe Calvino, es “una libre servidumbre y una servicial libertad”. La verdadera libertad es libertad obediente. Tan sólo “aquéllos que sirven a Dios son libres… Obtenemos libertad para que podamos obedecer a Dios con mayor prontitud y presteza”.485
Yo soy, oh Señor, tu siervo, atado pero libre,
El hijo de tu sierva, cuyos grilletes Tú has roto;
Redimido por gracia, te presentaré como muestra
De gratitud mi constante alabanza a ti.486
Éste es, entonces, el único modo de vivir y morir: “Somos del Señor –concluye Calvino–, luego vivamos y muramos para Él. Somos de Dios, luego que su sabiduría y voluntad reinen en cuanto emprendamos. Somos de Dios; a Él, pues, dirijamos todos los momentos de nuestra vida, como a único y legítimo fin”.487