Читать книгу La espiritualidad puritana y reformada - Joel Beeke - Страница 6
- 1 -CALVINO SOBRE LA PIEDAD
ОглавлениеLa Institución de Juan Calvino le ha hecho ganar el título de “sistemático preeminente de la Reforma protestante”. Su reputación como intelectual, sin embargo, es a menudo vista al margen del contexto espiritual y pastoral en que escribió su teología. Para Calvino, comprensión teológica y piedad práctica, verdad y utilidad, son inseparables. La teología, en primer lugar, trata del conocimiento – conocimiento de Dios y de nosotros mismos–, pero no hay verdadero conocimiento donde no hay verdadera piedad.
El concepto de piedad (pietas) en Calvino está arraigado en el conocimiento de Dios, e incluye actitudes y acciones dirigidas a la adoración y servicio de Dios. Además, su pietas incluye una multitud de temas relacionados, como la piedad filial en las relaciones humanas y el respeto y amor por la imagen de Dios en los seres humanos. La piedad de Calvino es evidente en la gente que reconoce, mediante la fe experimental, que ha sido aceptada en Cristo e injertada en su cuerpo por la gracia de Dios. En esta “unión mística”, el Señor los reclama como suyos en la vida y en la muerte. Se convierten en pueblo de Dios y miembros de Cristo por el poder del Espíritu Santo. Esta relación restaura su alegría en la comunión con Dios. Recrea sus vidas.
El propósito de este capítulo es mostrar que la piedad de Calvino es fundamentalmente bíblica, con un énfasis en el corazón más que en la mente. La cabeza y el corazón deben trabajar juntos, pero el corazón es más importante.1Tras una mirada introductoria a la definición y fin de la piedad en el pensamiento de Calvino, mostraré cómo su pietas afecta a las dimensiones teológica, eclesiológica y práctica de su pensamiento.
Definición e importancia de la piedad
La pietas es uno de los temas mayores de la teología de Calvino. Su teología es, como dice John T. McNeill, “su piedad descrita en detalle”.2Está decidido a confinar la teología dentro de los límites de la piedad.3En su prefacio dirigido al rey Francisco I, Calvino dice que el propósito de escribir la Institución era “solamente enseñar algunos principios, con los cuales los que son tocados de algún celo de religión, fuesen instruidos en verdadera piedad [ ]”.4
Para Calvino, la pietas designa la actitud correcta del hombre hacia Dios. Esta actitud incluye conocimiento verdadero, adoración sincera, fe salvífica, temor filial, sumisión devota y amor reverencial.5Conocer quién y qué es Dios (teología) implica actitudes correctas hacia Él y hacer lo que Él quiere (piedad). En su primer catecismo, Calvino escribe: “La verdadera piedad consiste en un sentimiento sincero de amor a Dios como Padre no menos que de temor y reverencia como Señor, que abraza su justicia y tiene más temor de ofenderlo que de la muerte”.6En la Institución, Calvino es más sucinto: “Llamo piedad a una reverencia unida al amor de Dios, que el conocimiento de Dios produce”.7Este amor y reverencia por Dios es un concomitante necesario a cualquier conocimiento de Él, y comprende toda la vida. Como dice Calvino: “Toda la vida de los cristianos debiera ser como una práctica de santidad”.8O, como el subtítulo de la primera edición de la Institución declara: “Comprendiendo casi la suma total de la piedad y todo lo que se necesita saber de la doctrina de la salvación: una obra muy digna de ser leída por todas las personas celosas de piedad”.9
Los comentarios de Calvino también reflejan la importancia de la pietas. Por ejemplo, escribe sobre 1ª Timoteo 4:7-8: “Harás aquello que es de la más elevada importancia si te dedicas con todo tu celo y con toda tu habilidad al ejercicio de la piedad únicamente”.10Comentando 2ª Pedro 1:3, dice: “Nada más [Pedro] ha hecho mención de la vida, inmediatamente añade la santidad [ ], como si fuera el alma de la vida”.11
El fin supremo de la piedad: Soli Deo Gloria
El fin de la piedad, al igual que el de toda la vida cristiana, es la gloria de Dios –gloria que brilla en los atributos de Dios, en la estructura del mundo y en la muerte y resurrección de Jesucristo–.12Glorificar a Dios se antepone a la salvación personal para toda persona piadosa.13Calvino escribe de este modo al Cardenal Sadoleto: “Sin embargo, no creo sea propio de un auténtico teólogo el procurar que el hombre se quede en sí mismo, en vez de mostrarle y enseñarle que el comienzo de la buena reforma de su vida consiste en desear fomentar y dar realce a la gloria del Señor… Por lo cual no habrá ninguna persona bien instruida y experimentada en la verdadera religión cristiana que no juzgue esta tan larga y curiosa exhortación al estudio de la vida celestial (la cual detiene al hombre en esto sólo, sin elevarlo con una sola palabra a la santificación del Nombre de Dios) como cosa de mal gusto y sin sabor”.14
Que Dios sea glorificado en nosotros, el fin de la piedad, es el propósito de nuestra creación. Así pues, vivir el propósito de su creación original se constituye en el anhelo de los regenerados.15El hombre piadoso, según Calvino, confiesa: “Somos de Dios: vivamos, por tanto, para Él y muramos para Él. Somos de Dios: esfuércense, en consecuencia, todas las partes de nuestra vida por alcanzarlo como nuestro único fin legítimo”.16
Dios redime, adopta y santifica a su pueblo para que su gloria brille en ellos y los libere del impío egoísmo.17La preocupación más profunda del hombre piadoso es, por tanto, Dios mismo y las cosas de Dios: la Palabra de Dios, la autoridad de Dios, el evangelio de Dios y la verdad de Dios. Anhela conocer más de Dios y tener más comunión con Él.
Pero, ¿cómo glorificamos a Dios? Como escribe Calvino: “Dios nos ha prescrito un camino para glorificarlo, a saber, la piedad, que consiste en la obediencia a su Palabra. El que traspasa estos límites no se ocupa de honrar a Dios sino, más bien, de deshonrarlo”.18La obediencia a la Palabra de Dios significa refugiarse en Cristo para el perdón de nuestros pecados, conocerlo a través de su Palabra, servirle con un corazón de amor, hacer buenas obras en gratitud por su bondad y ejercitar la abnegación al punto de amar a nuestros enemigos.19Esta respuesta implica rendición total a Dios mismo, a su Palabra y a su voluntad.20
Calvino dice: “Te ofrezco mi corazón, Señor, inmediata y sinceramente”. Éste es el deseo de todos los que son verdaderamente piadosos. Sin embargo, este deseo sólo puede realizarse mediante la comunión con Cristo y la participación de Él, pues, fuera de Cristo, incluso la persona más religiosa vive para sí. Sólo en Cristo pueden los piadosos vivir como siervos dispuestos para su Señor, soldados fieles a su Comandante e hijos obedientes a su Padre.21
Dimensiones Teológicas
La profunda raíz de la piedad: la unión mística
“LadoctrinadeCalvinodelauniónconCristoesunodelosrasgosmásconsistentemente influyentes de su teología y ética, si no la enseñanza más importante que mueve todo su pensamiento y vida personal”, escribe David Willis-Watkins.22
Calvinonopretendíapresentarlateologíadesdeelpuntodevistadeunaúnicadoctrina. No obstante, sus sermones, comentarios y obras teológicas están tan impregnados de la doctrina de la unión con Cristo, que se convierte en su centro de atención para la fe y práctica cristianas.23Calvino dice otro tanto cuando escribe: “Doy la primacía a la unión que tenemos con nuestra Cabeza, a la habitación de Cristo en nuestros corazones, y a la unión mística mediante la cual gozamos de Él, para que al hacerse nuestro, nos haga partícipes de los bienes de que está dotado”.24
Para Calvino, la piedad está arraigada en la unión mística ( unio mystica) del creyente con Cristo. Así pues, esta unión debe ser nuestro punto de partida.25Tal unión es posible porque Cristo tomó nuestra naturaleza humana, llenándola de su virtud. La unión con Cristo en su humanidad es histórica, ética y personal, pero no esencial. No hay una crasa mezcla (crassa mixtura) de substancias humanas entre Cristo y nosotros. No obstante, Calvino declara: “Y no solamente está unido a nosotros por un lazo indisoluble, sino que, merced a una unión admirable que supera nuestro entendimiento, se hace cada día más un cuerpo con nosotros, hasta que esté completamente unido a nosotros”.26Esta unión es uno de los mayores misterios del evangelio.27De la fuente de la perfección de Cristo en nuestra naturaleza, los piadosos pueden, por la fe, sacar lo que necesiten para su santificación. La carne de Cristo es el manantial del cual su pueblo deriva vida y poder.28
Si Cristo hubiese muerto y resucitado pero no estuviese aplicando su salvación a los creyentes para su regeneración y santificación, su obra habría sido inefectiva. Nuestra piedad muestra que el Espíritu de Cristo está operando en nosotros lo que ya ha sido cumplido en Cristo. Cristo administra su santificación a la Iglesia mediante su real sacerdocio para que la Iglesia viva piadosamente para Él.29
El tema principal de la piedad: la comunión y la participación
El corazón de la teología práctica y piedad de Calvino es la comunión ( communio) con Cristo. Esto implica participación (participatio) de sus beneficios, que son inseparables de la unión con Cristo.30La Confessio Fidei de Eucaristía (1537), firmada por Calvino, Martín Bucero y Wolfgang Capito, apoyó este énfasis.31Sin embargo, la idea de la comunión con Cristo en Calvino no se formó por su doctrina de la Cena del Señor. Antes bien, su énfasis en la comunión espiritual con Cristo ayudó a formar su concepto del sacramento.
De manera similar, los conceptos de communio y participatio ayudaron a dar forma a la comprensión de Calvino de la regeneración, la fe, la justificación, la santificación, la seguridad, la elección y la Iglesia. No podía hablar de ninguna doctrina al margen de la comunión con Cristo. Éste es el corazón del sistema de teología de Calvino.
El doble vínculo de la piedad: el Espíritu y la fe
La comunión con Cristo solamente es realizada mediante la fe que opera el Espíritu, enseña Calvino. Es una comunión real no porque los creyentes participen de la esencia de la naturaleza de Cristo, sino porque el Espíritu de Cristo une a los creyentes tan íntimamente a Cristo que se convierten en carne de su carne y hueso de sus huesos. Desde la perspectiva de Dios, el Espíritu es el vínculo entre Cristo y los creyentes, mientras que, desde nuestra perspectiva, la fe es el vínculo. Estas perspectivas no se oponen, ya que una de las principales funciones del Espíritu es obrar fe en el pecador.32
Sólo el Espíritu puede unir a Cristo en el cielo con el creyente en la tierra. Al igual que el Espíritu unió cielo y tierra en la encarnación, en la regeneración el Espíritu resucita de la tierra a los elegidos para tener comunión con Cristo en el cielo, y trae a Cristo a los corazones y vidas de los elegidos sobre la tierra.33La comunión con Cristo siempre es el resultado de la obra del Espíritu –obra que es asombrosa y experimental, antes que comprensible–.34El Espíritu Santo es, así pues, el vínculo que une al creyente con Cristo y el canal por el que Cristo es comunicado al creyente.35Como Calvino escribe a Pedro Mártir: “Crecemos juntamente con Cristo en un cuerpo, y Él comparte su Espíritu con nosotros, por medio de cuya operación oculta se ha hecho nuestro. Los creyentes reciben esta comunión con Cristo al mismo tiempo que su llamamiento. Pero crecen de día en día más y más en esta comunión, en proporción a la vida de Cristo que crece dentro de ellos”.36
Calvino va más allá que Lutero en este énfasis en la comunión con Cristo. Calvino acentúa que, por su Espíritu, Cristo capacita a quienes están unidos a Él por la fe. Siendo “injertados en la muerte de Cristo, derivamos de ella una energía secreta, como la rama de la raíz”, escribe. El creyente es movido por el poder secreto de Cristo, de modo que puede decirse que Cristo vive y crece en él. Pues, al igual que el alma da vida al cuerpo, Cristo imparte vida a sus miembros”.37
Como Lutero, Calvino cree que el conocimiento es fundamental para la fe. Tal conocimiento incluye la Palabra de Dios, así como la proclamación del evangelio.38 Puesto que la Palabra escrita es ejemplificada en la Palabra viva, Jesucristo, la fe no puede separarse de Cristo, en quien todas las promesas de Dios son cumplidas.39La obra del Espíritu no complementa ni suplanta la revelación de la Escritura, sino que la autentifica –enseña Calvino–.“Quitadla Palabra, y no quedará fe alguna”, dice Calvino.40
La fe une al creyente con Cristo por medio de la Palabra, capacitando al creyente a recibir a Cristo como es revestido en el evangelio y ofrecido por la gracia del Padre.41 Por la fe, Dios también mora en el creyente. En consecuencia, dice Calvino, “no deberíamos separar a Cristo de nosotros ni a nosotros de Él”, sino participar de Cristo por la fe, pues esto “nos vivifica de la muerte para hacernos una nueva criatura”.42
Por la fe, el creyente posee a Cristo y crece en Él. Más aún, su grado de fe ejercitada por la Palabra determina su grado de comunión con Cristo.43 “Todo lo que la fe debería contemplarnos es manifestado en Cristo” ,escribe Calvino.44 Aunque Cristo permanece en el cielo, el creyente que destaca en piedad aprende a asirse de Cristo tan firmemente, mediante la fe, que Cristo mora dentro de su corazón.45Por la fe, los piadosos viven por lo que encuentran en Cristo, antes que por lo que encuentran en sí mismos.46
Mirar a Cristo para la seguridad, significa mirarnos a nosotros mismos en Cristo. Como escribe David Willis-Watkins: “La seguridad de salvación es un auto-conocimiento derivado, cuyo centro de atención permanece en Cristo unido a su cuerpo, la Iglesia, de la cual somos miembros”.47
El doble lavamiento de la piedad: la justificación y la santificación
Según Calvino, los creyentes reciben de Cristo por la fe la “doble gracia” de la justificación y la santificación, que, juntas, proporcionan un doble lavamiento.48La justificación ofrece pureza imputada, y la santificación pureza real.49
Calvino define la justificación como “la aceptación con que Dios nos recibe en su favor como hombres justos”.50Continúa diciendo que, “puesto que Dios nos justifica por la intercesión de Cristo, no nos absuelve por la confirmación de nuestra propia inocencia, sino por la imputación de la justicia, para que nosotros, que no somos justos en nosotros mismos, seamos considerados como tales en Cristo”.51La justificación incluye la remisión de los pecados y el derecho a la vida eterna.
Calvino considera la justificación una doctrina central de la fe cristiana. La llama “la bisagra principal sobre la que se apoya la religión”, el suelo desde el cual se desarrolla la vida cristiana y la sustancia de la piedad.52La justificación no sólo sirve al honor de Dios, satisfaciendo las condiciones para la salvación: también ofrece a la conciencia del creyente “pacífico reposo y serena tranquilidad”.53 Como dice Romanos 5:1: “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo”. Éste es el corazón y alma de la piedad. Los creyentes no tienen que preocuparse de su estatus para con Dios, porque son justificados por la fe. Saben renunciar voluntariamente a la gloria personal y aceptar su vida cada día de la mano de su Creador y Redentor. Se pueden perder batallas diarias ante el enemigo, pero Jesucristo ha ganado la guerra para ellos.
La santificación se refiere al proceso por el cual el creyente es más y más conformado a Cristo en corazón, conducta y devoción a Dios. Es la continua reforma del creyente por el Espíritu Santo, la creciente consagración de cuerpo y alma a Dios.54En la santificación, el creyente se ofrece a sí mismo a Dios en sacrificio. Esto no viene sin gran lucha y lento progreso. Requiere limpiarse de la contaminación de la carne y renunciar al mundo.55Requiere arrepentimiento, mortificación y conversión diaria.
La justificación y la santificación son inseparables, dice Calvino. Separar la una de la otra es romper a Cristo en pedazos56, o como intentar separar la luz del sol del calor que la luz genera.57Los creyentes son justificados con el propósito de adorar a Cristo en santidad de vida.58
Dimensiones Eclesiológicas
La piedad a través de la Iglesia
La piedad de Calvino no es independiente de la Escritura ni de la Iglesia. Antes bien, está arraigada en la Palabra y se nutre en la Iglesia. Si bien rompe con el clericalismo y absolutismo de Roma, Calvino mantiene no obstante un alto concepto de la Iglesia. “Si no preferimos la Iglesia a cualquier otro objeto de nuestro interés, somos indignos de ser contados entre sus miembros”, escribe.
Agustín dijo una vez: “No puede tener a Dios por Padre quien rechaza tener a la Iglesia por madre”. A lo cual Calvino añade: “ya que no hay otro camino para llegar a la vida más que ser concebidos en el seno de esta madre, quien nos dé a luz, nos alimente con sus pechos, y nos ampare y defienda hasta que, despojados de esta carne mortal, seamos semejantes a los ángeles”. Fuera de la Iglesia, hay poca esperanza para el perdón de pecados o la salvación, escribió Calvino. Siempre es desastroso abandonar la Iglesia.59
Para Calvino, los creyentes son injertados en Cristo y su Iglesia, porque el crecimiento espiritual ocurre dentro de la Iglesia. La Iglesia es madre, educadora y alimentadora de todo creyente, porque el Espíritu Santo actúa en ella. Los creyentes cultivan la piedad por el Espíritu mediante el ministerio de enseñanza de la Iglesia, progresando desde la infancia espiritual hasta la adolescencia y, finalmente, la plena hombría en Cristo. No se gradúan en la Iglesia hasta que mueren.60Esta educación vitalicia se ofrece en un ambiente de genuina piedad en el que los creyentes se aman y cuidan unos a otros bajo el liderazgo de Cristo.61Se fomenta el crecimiento de los dones y el amor de los unos a los otros, ya que son “constreñidos a tomar prestado de los demás”.62
El crecimiento en la piedad es imposible fuera de la Iglesia, pues la piedad es fomentada por la comunión de los santos. Dentro de la Iglesia, los creyentes se apoyan los unos en los otros en la diversa distribución de dones”.63Cada miembro tiene su propio lugar y dones que usar dentro del cuerpo.64Idealmente, todo el cuerpo usa estos dones en simetría y proporción, reformándose y creciendo siempre hacia la perfección.65
La piedad por la Palabra
La Palabra de Dios es central para el desarrollo de la piedad cristiana en el creyente. El modelo relacional de Calvino explica cómo.
La verdadera religión es un diálogo entre Dios y el hombre. La parte del diálogo que Dios inicia es la revelación. En ella, Dios baja para encontrase con nosotros, se dirige a nosotros y se nos hace conocido en la predicación de la Palabra. La otra parte del diálogo es la respuesta del hombre a la revelación de Dios. Esta respuesta, que incluye confianza, adoración y temor santo, es lo que Calvino llama pietas. La predicación de la Palabra nos salva y preserva, ya que el Espíritu nos capacita para apropiarnos de la sangre de Cristo y responderle con amor reverente. Mediante la predicación con poder del Espíritu, “la renovación de los santos es cumplida y el cuerpo de Cristo es edificado”, dice Calvino.66
Interior de la Catedral de Ginebra
Calvino enseña que la predicación de la Palabra es nuestra comida espiritual y nuestra medicina para la salud espiritual. Con la bendición del Espíritu, los ministros son médicos espirituales que aplican la Palabra a nuestras almas como los médicos terrenales aplican la medicina a nuestros cuerpos. Usando la Palabra, estos doctores espirituales diagnostican, prescriben y curan la enfermedad espiritual de quienes están contagiados de pecado y muerte. La Palabra predicada se utiliza como instrumento para sanar, limpiar y hacer fructíferas nuestras almas propensas a la enfermedad.67El Espíritu, o el “ministro interno”, promueve la piedad usando al “ministro externo” para predicar la Palabra. Como dice Calvino, el ministro externo “proclama la Palabra vocal y es recibida por los oídos”, pero el ministro interno “comunica verdaderamente la cosa proclamada…, que es Cristo”.68
Calvino predicando su sermón de despedida antes del destierro
Para promover la piedad, el Espíritu no sólo usa el evangelio para operar la fe en lo profundo de las almas de sus elegidos, como ya hemos visto, sino que también usa la ley. La ley promueve la piedad en tres sentidos:
1. Reprime el pecado y promueve la justicia en la Iglesia y sociedad, impidiendo que caigan en el caos.
2. Nos disciplina, educa y convence, haciéndonos salir de nosotros mismos para ir a Cristo, el cumplidor y fin de la ley. La ley no puede llevarnos a un conocimiento salvífico de Dios en Cristo. Antes bien, el Espíritu Santo la usa como un espejo para mostrarnos nuestra culpabilidad, alejarnos de toda esperanza y traernos al arrepentimiento. Nos conduce a la necesidad espiritual de la que nace la fe en Cristo. Este convincente uso de la ley es crucial para la piedad del creyente, pues le previene de la impía auto-justicia, que tiende a presentarse incluso en los más piadosos de los santos.
3. Se convierte en la regla de vida para el creyente. “¿Cuál es la regla de vida que [Dios] nos ha dado?” –pregunta Calvino en el Catecismo de Ginebra–. La respuesta: “Su ley”. Más tarde, Calvino dice que la ley “muestra el blanco hacia el que deberíamos apuntar, el objetivo tras el que deberíamos correr, para que cada uno de nosotros, según la medida de gracia que le es concedida, se esfuerce para estructurar su vida según la más elevada rectitud y, mediante el constante estudio, continuamente avance más y más”.69
Calvino escribe sobre el tercer uso de la ley en la primera edición de su Institución, declarando: “Los creyentes…se benefician de la ley porque por ella aprenden más ampliamente cada día cuál es la voluntad del Señor… Es como si un siervo, ya dispuesto con pleno fervor de corazón a encomendarse a su amo, hubiera de examinar y supervisar los caminos de su amo para conformarse y acomodarse a ellos. Además, por mucho que sean estimulados por el Espíritu y deseosos de obedecer a Dios, aún son débiles en la carne, y prefieren servir al pecado antes que a Dios. La ley es a la carne como un látigo a un asno perezoso y repropio, aguijoneándolo, incentivándolo, despertándolo para el trabajo”.70
En la última edición de la Institución (1559), Calvino es más enfático acerca de cómo se benefician de la ley los creyentes. En primer lugar, dice, “es para ellos un excelente instrumento con el cual cada día pueden aprender a conocer mucho mejor cuál es la voluntad de Dios, que tanto anhelan conocer, y con el que pueden ser confirmados en el conocimiento de la misma”. Y, en segundo lugar, le aprovechará “en cuanto que por la frecuente meditación de la misma se sentirá movido a obedecer a Dios, y fortalecido así, se apartará del pecado”. Los santos deben perseverar en esto, concluye Calvino. “Porque, ¿qué habría menos amable que la ley, si solamente nos exigiera el cumplimiento del deber con amenazas, llenando nuestras almas de temor?”.71
Ver la ley, principalmente, como un aliento para que el creyente se aferre a Dios y lo obedezca es otro asunto en que Calvino difiere de Lutero. Para Lutero, la ley es, principalmente, negativa. Está íntimamente ligada al pecado, la muerte y el diablo. El interés dominante de Lutero está en el segundo uso de la ley, incluso cuando considera el papel de la ley en la santificación. En contraste, Calvino ve la ley, principalmente, como una expresión positiva de la voluntad de Dios. Como dice Hesselink: “El punto de vista de Calvino podría llamarse deuteronómico, pues para él ley y amor no son antitéticos, sino correlativos”.72El creyente sigue la ley de Dios no con obediencia obligada, sino con obediencia agradecida. Bajo el tutelaje del Espíritu, la ley promueve gratitud en el creyente, que lo lleva a una obediencia afectiva y a una aversión al pecado. En otras palabras, el propósito principal de la ley para Lutero es ayudar al creyente a reconocer y confrontar el pecado. Para Calvino, su propósito principal es conducir al creyente a servir a Dios por amor.73
La piedad en los sacramentos
Calvino define los sacramentos como testimonios “de la gracia divina para con nosotros, confirmada mediante un signo externo, con la correspondiente atestación de nuestra piedad para con él”.74 Los sacramentos son “ejercicios de piedad”. Promueven y fortalecen nuestra fe, y nos ayudan a ofrecernos como sacrificio vivo a Dios.
Para Calvino, como para Agustín, los sacramentos son la Palabra visible. La Palabra predicada llega a través de nuestros oídos; la Palabra visible, a través de nuestros ojos. Los sacramentos presentan al mismo Cristo que la Palabra predicada, pero lo comunican de un modo diferente.
En los sacramentos, Dios se acomoda a nuestra debilidad, dice Calvino. Cuando oímos la Palabra indiscriminadamente proclamada, nos podemos preguntar: “¿Verdaderamente es para mí? ¿Realmente me alcanza?” Sin embargo, en los sacramentos Dios extiende la mano y nos toca individualmente, y dice: “Sí, es para ti. La promesa te incluye a ti”. Los sacramentos, así pues, ministran a la debilidad humana personalizando las promesas para aquellos que confían en Cristo para salvación.
Dios viene a su pueblo en los sacramentos, los alienta, los capacita para conocer a Cristo mejor, los edifica y los nutre en Él. El bautismo promueve la piedad como símbolo del modo en que los creyentes son injertados en Cristo, renovados por el Espíritu y adoptados en la familia del Padre celestial.75De igual manera, la Cena del Señor muestra el modo en que estos hijos adoptivos son alimentados por su Padre amoroso. A Calvino le encanta referirse a la Cena como nutrición para el alma. “Los signos son el pan y el vino, que nos representan la comida invisible que recibimos de la carne y sangre de Cristo” –escribe–. “Cristo es la única comida de nuestra alma y, por tanto, nuestro Padre celestial nos invita a Cristo para que, refrescados al participar de Él, reiteradamente reunamos fuerzas hasta que alcancemos la inmortalidad celestial”.76
Comocreyentes,necesitamosconstantenutrición.Nuncaalcanzamosunpuntoenque no necesitemos oír más la Palabra, orar o ser nutridos por los sacramentos. Debemos crecer y desarrollarnos constantemente. Puesto que continuamos pecando a causa de nuestra vieja naturaleza, estamos en constante necesidad de perdón y gracia. Así que la Cena, junto con la predicación de la Palabra, reiteradamente nos recuerda que necesitamos a Cristo, y ser renovados y edificados en Él. Los sacramentos prometen que Cristo está presente para recibirnos, bendecirnos y renovarnos.
Calvino negando la Cena del Señor a los libertinos
Para Calvino, la palabra “conversión” no significa, simplemente, el acto inicial de venir a la fe. También significa diaria renovación y crecimiento para seguir a Cristo. Los sacramentos conducen a esta conversión diaria, dice Calvino. Nos comunican que necesitamos la gracia de Dios cada día. Debemos sacar fuerzas de Cristo, particularmente mediante el cuerpo que sacrificó por nosotros en la cruz.
Como escribe Calvino: “Pues, de la misma manera que la eterna Palabra de Dios es la fuente de la vida, su carne es el canal para mandarnos la vida que reside intrínsecamente en su divinidad. Pues en su carne fue cumplida la redención del hombre, en ella se ofreció sacrificio para expiar el pecado y se rindió obediencia a Dios para reconciliarnos con Él. Además, fue llena de la santificación del Espíritu Santo. Finalmente, habiendo vencido a la muerte, fue recibido en la gloria celestial”77 En otras palabras, el Espíritu santificó el cuerpo de Cristo, que Cristo ofreció en la cruz para expiar el pecado. Este cuerpo fue resucitado de los muertos y recibido en el cielo. A cada paso de nuestra redención, el cuerpo de Cristo es la senda a Dios. En la Cena, entonces, Cristo viene a nosotros y dice: “Mi cuerpo os es dado aún. Por la fe, podéis tener comunión conmigo y mi cuerpo y todos sus beneficios salvíficos”.
Calvino enseña que Cristo se dio a sí mismo por nosotros en la Cena, y no sólo sus beneficios, del mismo modo en que se dio a sí mismo y sus beneficios por nosotros en la predicación de la Palabra. Cristo también nos hace parte de su cuerpo cuando se da a sí mismo por nosotros. Calvino no puede explicar con precisión cómo ocurre esto en la Cena, pues es mejor experimentado que explicado.78Sin embargo, sí dice que Cristo no abandona el cielo para entrar en el pan. Antes bien, en la Santa Cena, somos llamados a elevar nuestros corazones al cielo, donde está Cristo, y no aferrarnos al pan y al vino externos.
Somos elevados mediante la obra del Espíritu Santo en nuestros corazones. Como escribe Calvino: “Cristo, entonces, está ausente de nosotros respecto a su cuerpo, pero, habitando en nosotros por su Espíritu, nos eleva al cielo hasta sí mismo, infundiéndonos el vivificante vigor de su carne, al igual que los rayos del sol nos vigorizan con su calor vital”.79Participar de la carne de Cristo es un acto espiritual, en lugar de un acto carnal que implique una “transfusión de sustancia”.80
Los sacramentos pueden verse como escaleras por las que trepamos al cielo. “Puesto que somos incapaces de volar hasta Dios, nos ha ordenado sacramentos, cual escaleras”, dice Calvino. “Si un hombre desea saltar alto, se romperá el cuello en el intento pero, si tiene peldaños, podrá proceder con confianza. De la misma manera, si queremos alcanzar a nuestro Dios, debemos usar los medios que Él ha instituido, ya que sabe lo que nos conviene”.81
Jamás debemos adorar el pan, porque Cristo no está en el pan, pero encontramos a Cristo a través del pan, dice Calvino. Al igual que nuestras bocas reciben pan para nutrir nuestros cuerpos físicos, nuestras almas, por la fe, reciben el cuerpo y la sangre de Cristo para nutrir nuestras vidas espirituales.
Cuando encontramos a Cristo en los sacramentos, crecemos en gracia. Por eso son llamados medios de gracia. Los sacramentos nos alientan en nuestro progreso hacia el cielo. Promueven la confianza en las promesas de Dios mediante la “señalada y sellada” muerte redentora de Cristo. Puesto que son pactos, contienen promesas por las cuales “las conciencias puedan ser despertadas a una seguridad de salvación”, dice Calvino.82Los sacramentos ofrecen “paz de conciencia” y “una seguridad especial” cuando el Espíritu capacita al creyente a “ver” la Palabra grabada sobre los sacramentos.83
Finalmente, los sacramentos promueven la piedad instándonos a agradecer y alabar a Dios por su abundante gracia. Requieren que “atestigüemos nuestra piedad hacia Él”. Como dice Calvino: “El Señor trae a nuestra memoria la inmensidad de su bondad y nos mueve a reconocerla. Y, al mismo tiempo, nos amonesta a que no seamos ingratos por esta generosa liberalidad sino, antes bien, la proclamemos con apropiadas alabanzas y celebremos [la Cena del Señor] dando gracias”.84
Dos cosas ocurren en la Cena: la recepción de Cristo y la entrega del creyente. La Cena del Señor no es eucarística desde la perspectiva de Dios, dice Calvino, pues Cristo no es ofrecido de nuevo. Tampoco es eucarística en términos de méritos de hombre, pues no podemos ofrecer nada a Dios por vía de sacrificio. Pero es eucarística en términos de nuestra acción de gracias.85 Ese sacrificio es una parte indispensable de la Cena del Señor, que, dice Calvino, incluye “todos los deberes del amor”.86La Eucaristía es un ágape en el que los comulgantes se aman los unos a los otros y testifican del vínculo que disfrutan entre sí en la unidad del cuerpo de Cristo.87
Ofrecemos este sacrificio de gratitud en respuesta al sacrificio de Cristo por nosotros. Entregamos nuestras vidas en respuesta al banquete celestial que Dios nos adereza en la Cena. Por la gracia del Espíritu, la Cena nos capacita, como real sacerdocio, a ofrecernos como sacrificio vivo de alabanza y acción de gracias a Dios.88
La Cena del Señor, así pues, promueve tanto una piedad de gracia como una piedad de gratitud, como ha mostrado Brian Gerrish.89 La liberalidad del Padre y la respuesta agradecida de sus hijos son un tema recurrente en la teología de Calvino. “Debiéramos reverenciar a un Padre como éste de tal manera” –nos amonesta Calvino– “que, con agradecida piedad y ardiente amor, nos entregásemos completamente a su obediencia y lo honrásemos en todo”.90La Cena es la promulgación litúrgica de los temas de gracia y gratitud de Calvino, que se encuentran en el corazón de su piedad.91
En la Cena del Señor, los elementos humano y divino de la piedad de Calvino se sostienen en tensión dinámica. En ese intercambio dinámico, Dios se mueve hacia el creyente mientras su Espíritu consuma la unión basada en la Palabra. Al mismo tiempo, el creyente se mueve hacia Dios contemplando al Salvador, que lo refresca y fortalece. En ella, Dios es glorificado y el creyente edificado.92
La piedad en el salterio
Calvino ve los Salmos como el manual canónico de la piedad. En el prefacio a su comentario de cinco volúmenes a los Salmos –su mayor exposición de un libro de la Biblia– escribe Calvino: “No hay otro libro en que se nos enseñe más perfectamente el modo adecuado de alabar a Dios, o en que se nos induzca más poderosamente a la realización de este ejercicio de piedad”.93La preocupación de Calvino con el salterio estaba motivada por su creencia de que los Salmos enseñan e inspiran genuina piedad, de la siguiente manera:
• Como revelación de Dios, los Salmos nos enseñan acerca de Dios. Puesto que son teológicos a la vez que doxológicos, son nuestro credo cantado.94
• Enseñan claramente nuestra necesidad de Dios. Nos dicen quiénes somos y por qué necesitamos la ayuda de Dios.95
• Ofrecen el divino remedio para nuestras necesidades. Presentan a Cristo en su persona, oficios, sufrimientos, muerte, resurrección y ascensión. Anuncian el camino de la salvación, proclamando la bendición de la justificación por la sola fe, y la necesidad de la santificación por el Espíritu con la Palabra.96
• Demuestran la asombrosa bondad de Dios y nos invitan a meditar en su gracia y misericordia. Nos llevan a arrepentirnos y temer a Dios, a confiar en su Palabra y esperar en su misericordia.
• Nos enseñan a acudir al Dios de la salvación mediante la oración, y nos muestran cómo llevar nuestras peticiones a Dios.97Nos muestran cómo orar confiadamente en medio de la adversidad.98
• Nos muestran la profundidad de la comunión que podemos disfrutar con nuestro Dios, guardador del pacto. Nos muestran cómo la Iglesia viva es la esposa de Dios, los hijos de Dios y la grey de Dios.
• Proporcionan un vehículo de adoración comunitaria. Muchos usan pronombres en primera persona del plural (“nosotros”, “nuestro”) para indicar este aspecto comunitario pero, incluso los que usan pronombres en primera persona del singular, incluyen a todos los que aman al Señor y están comprometidos con Él. Nos mueven a confiar en Dios y alabarle, y a amar a nuestro prójimo. Fomentan confianza en las promesas de Dios, celo por Él y su casa, y compasión por los que sufren.
• Abarcan toda la diversidad de experiencias espirituales, incluyendo fe e incredulidad, gozo en Dios y pesar por el pecado, presencia divina y deserción divina. Como dice Calvino, son “una anatomía de todas las partes del alma”.99Aún vemos nuestras afecciones y enfermedades espirituales en las palabras de los salmistas. Cuando leemos acerca de sus experiencias, somos conducidos al auto-examen y a la fe por la gracia del Espíritu. Los salmos de David, especialmente, son como un espejo en que somos llevados a alabar a Dios y encontrar descanso en sus propósitos soberanos.100
Calvino se adentró en los Salmos durante veinticinco años como comentador, predicador, erudito bíblico y director de adoración.101Pronto comenzó a trabajar en versiones metrificadas de los Salmos, para usarlos en el culto público. El 16 de enero de 1537, poco después de su llegada a Ginebra, Calvino pidió a su consejo introducir el canto de los Salmos en el culto de la Iglesia. Aprovechó el talento de otros hombres, como Clement Marot, Louis Bourgeois y Teodoro Beza, para producir el salterio ginebrino. Esta obra tardaría veinticinco años en completarse. La primera colección (1539) contenía dieciocho salmos, seis de los cuales puso en verso Calvino. El resto fue hecho por el poeta francés Marot. Una versión extendida (1542) que contenía treinta y cinco salmos fue posterior, seguida por una de cuarenta y nueve salmos (1543). Calvino escribió el prefacio a ambas, recomendando la práctica del canto colectivo. Tras la muerte de Marot en 1544, Calvino alentó a Beza a poner en verso el resto de los salmos. En 1564, dos años antes de su muerte, Calvino se alegró de ver la primera edición completa del salterio ginebrino.102
El salterio ginebrino está dotado de una excelente colección de 125 melodías, escritas particularmente para los Salmos por músicos destacados, de quienes Louis Bourgeois es el más conocido. Las composiciones son melódicas, distintivas y reverentes.103Expresan claramente las convicciones de Calvino de que la piedad se promueve más cuando se da prioridad al texto por encima de la melodía, al tiempo que se reconoce que los salmos merecen su propia música. Puesto que la música debía ayudar a la recepción de la Palabra, Calvino dice que debía ser “de peso, dignificada, majestuosa y modesta” –adecuándose a las actitudes de una criatura pecaminosa en la presencia de Dios.104Esto protege la soberanía de Dios en la adoración y permite una apropiada conformidad entre la disposición interna del creyente y su confesión externa.
El canto de los Salmos es uno de los cuatro actos principales de la adoración eclesial, creía Calvino. Es una extensión de la oración. Es también la contribución vocal más significante del pueblo en el culto. Los Salmos se cantaban en los cultos de la mañana y de la tarde del domingo. Comenzando en 1546, una lista impresa indicaba qué salmos habían de ser cantados en cada ocasión. Los salterios eran asignados a cada culto conforme a los textos que se predicaban. En 1562, se cantaban tres salmos en cada culto.105
Calvino creía que el canto colectivo subyugaba el corazón caído y reeducaba los afectos caprichosos en el camino de la piedad. Como la predicación y los sacramentos, el canto de los Salmos disciplina los afectos del corazón en la escuela de la fe y eleva al creyente a Dios. El canto de los Salmos amplifica el efecto de la Palabra en el corazón y multiplica la energía espiritual de la Iglesia. “Los Salmos pueden estimularnos a levantar nuestros corazones a Dios y despertarnos un ardor por invocar, así como exaltar con alabanzas, la gloria de su nombre”, escribe Calvino.106Con la dirección del Espíritu, el canto de los Salmos afina los corazones de los creyentes para la gloria.
El salterio ginebrino fue una parte integral de la adoración calvinista durante siglos. Estableció el modelo para posteriores libros de Salmos reformados franceses, así como para aquéllos en inglés, holandés, alemán y húngaro. Como libro devocional, enardeció los corazones de miles, pero la gente que cantaba con él entendía que su poder no estaba en el libro o en sus palabras, sino en el Espíritu que imprimía aquellas palabras en sus corazones.
El salterio ginebrino promovía la piedad estimulando una espiritualidad de la Palabra que era colectiva y litúrgica, y que deshacía la distinción entre liturgia y vida. Los calvinistas cantaban libremente los Salmos no sólo en sus iglesias, sino también en los hogares y lugares de trabajo, en las calles y en el campo.107El canto de los Salmos se convirtió en un “medio de auto-identificación hugonote”.108Este piadoso ejercicio se convirtió en un emblema cultural. En pocas palabras, como escribe T. Hartley Hall, “en versiones bíblicas o métricas, los Salmos, junto con las melodías majestuosas a las que pronto fueron unidos, son claramente el corazón y alma de la piedad reformada”.109
Dimensiones prácticas
Aunque Calvino veía la Iglesia como el vivero de la piedad, también enfatizaba la necesidad de la piedad personal. El cristiano se esfuerza por la piedad porque ama la justicia, anhela vivir para la gloria de Dios, y se deleita en obedecer la regla de justicia de Dios expuesta en la Escritura.110Dios mismo es el centro de la vida cristiana111–una vida que es, por tanto, llevada a cabo en la abnegación, particularmente expresada en llevar la cruz, al igual que Cristo–.112
Facsímil de la escritura de Calvino
Para Calvino, esta piedad “es el principio, mitad y final de la vida cristiana”.113 Comprende numerosas dimensiones prácticas para la vida cristiana diaria, que son minuciosamente explicadas en la Institución, comentarios, sermones, cartas y tratados de Calvino. Aquí está la esencia de lo que Calvino dice sobre la oración, el arrepentimiento y la obediencia, así como sobre la vida cristiana piadosa, en los capítulos 6-10 del Libro 3 de la Institución de 1559.114
La oración
La oración es el principal y perpetuo ejercicio de fe y el elemento primordial de la piedad, dice Calvino.115La oración muestra la gracia de Dios al creyente cuando el creyente ofrece alabanzas a Dios y pide su fidelidad. Comunica piedad tanto privada como colectivamente.116
Calvino dedicó el segundo capítulo más largo de la Institución (Libro 3, capítulo 20) a la oración, proporcionando seis propósitos para ella: acudir a Dios con cada necesidad, poner todas nuestras peticiones ante Dios, prepararnos para recibir los beneficios de Dios con humilde gratitud, meditar sobre la bondad de Dios, instaurar el espíritu apropiado de deleite en las respuestas de Dios a la oración, y confirmar su providencia.117
Dos problemas aparecerán, probablemente, con la doctrina de la oración de Calvino. En primer lugar, cuando el creyente se somete, obedientemente, a la voluntad de Dios, no renuncia, necesariamente, a su propia voluntad. Antes bien, mediante el acto de la oración sumisa, el creyente invoca la providencia de Dios para que actúe en su favor. Así pues, la voluntad del hombre, bajo la guía del Espíritu, y la voluntad de Dios trabajan juntas en comunión.
En segundo lugar, a la objeción de que la oración parece superflua a la luz de la omnisciencia y omnipotencia de Dios, Calvino responde que Dios ordenó la oración más para el hombre, como un ejercicio de piedad, que para sí mismo. La providencia debe ser entendida en el sentido de que Dios ordena los medios juntamente con los fines. La oración es, así pues, un medio para recibir lo que Dios ya se ha propuesto conceder.118La oración es un camino por el que los creyentes buscan y reciben lo que Dios ha determinado hacer por ellos desde la eternidad.119
Calvino trata la oración como un don más que como un problema. La correcta oración está gobernada por reglas, dice. Éstas incluyen orar con:
• un sincero sentido de reverencia
• un sentido de necesidad y arrepentimiento
• una renuncia a toda confianza en uno mismo y una humilde petición de perdón
• una esperanza segura
Todas estas reglas son repetidamente violadas incluso por los más santos del pueblo de Dios. No obstante, por amor a Cristo, Dios no abandona a los piadosos, sino que tiene misericordia de ellos.120
A pesar de las faltas de los creyentes, la oración es requerida para el aumento de la piedad, pues la oración disminuye el amor propio y multiplica la dependencia de Dios. Como adecuado ejercicio de piedad, la oración une a Dios y al hombre –no en sustancia, sino en voluntad y propósito–. Al igual que la Cena del Señor, la oración eleva al creyente a Cristo y concede a Dios la debida gloria.
Esta gloria es el propósito de las tres primeras peticiones de la oración del Señor, así como de otras peticiones que tratan de su creación. Puesto que la creación depende de la gloria de Dios para su preservación, toda la oración del Señor está dirigida a la gloria de Dios.121
En la oración del Señor, Cristo “provee palabras a nuestros labios”, dice Calvino.122 Nos muestra cómo todas nuestras oraciones deben ser controladas, formadas e inspiradas por la Palabra de Dios. Sólo esto puede proporcionar santo atrevimiento en la oración, “que justamente concuerda con el temor, la reverencia y la solicitud”.123
Debemos ser disciplinados y constantes en la oración, pues la oración nos mantiene en comunión con Cristo. En la oración, nos son confirmadas las intercesiones de Cristo, sin las cuales nuestras oraciones serían rechazadas.124Sólo Cristo puede convertir el trono de la temible gloria de Dios en un trono de gracia, al cual nos podemos acercar por la oración.125Así pues, la oración es el canal entre Dios y el hombre. Es la manera en que el cristiano expresa su alabanza y adoración a Dios, y pide la ayuda de Dios en sumisa piedad.126
Arrepentimiento
El arrepentimiento es el fruto de la fe y la oración. Lutero dijo en sus noventa y cinco tesis que toda la vida cristiana debería estar marcada por el arrepentimiento. Calvino también ve el arrepentimiento como un proceso que dura toda la vida. Dice que el arrepentimiento no es, meramente, el comienzo de la vida cristiana: es la vida cristiana. Implica confesión de pecado tanto como crecimiento en santidad. El arrepentimiento es la respuesta de por vida del creyente al evangelio en su vida externa, mente, corazón, actitud y voluntad.127
El arrepentimiento comienza con convertirse a Dios desde el corazón, y procede de un puro y sincero temor de Dios. Implica morir a uno mismo y al pecado (mortificación) y vivir a la justicia (vivificación) en Cristo.128
Calvino no limita el arrepentimiento a una gracia interna, sino que lo ve como la redirección de todo el ser del hombre a la justicia. Sin un puro y sincero temor de Dios, el hombre no será consciente de la atrocidad del pecado ni querrá morir a él. La mortificación es esencial porque, aunque el pecado deja de reinar en el creyente, no deja de morar en él. Romanos 7:14-25 muestra que la mortificación es un proceso que dura toda la vida. Con la ayuda del Espíritu, el creyente debe mortificar el pecado cada día mediante la abnegación, llevando la cruz y la meditación en la vida futura.
El arrepentimiento también se caracteriza por la novedad de vida, sin embargo. La mortificación es el medio para la vivificación, que Calvino define como “el deseo de vivir de manera santa y devota, un deseo que surge en el nuevo nacimiento; como si dijéramos que el hombre muere para sí para que comience a vivir para Dios.129La verdadera abnegación resulta en una vida entregada a la justicia y la misericordia. Los piadosos “dejan de hacer el mal” a la vez que “aprenden a hacer el bien”. Mediante el arrepentimiento, se inclinan sobre el polvo ante su Juez santo y, entonces, son levantados para participar de la vida, muerte, justicia e intercesión de su Salvador. Como escribe Calvino: “Pues si verdaderamente participamos de su muerte, nuestro viejo hombre es crucificado por su poder, y el cuerpo de pecado perece (Ro. 6:6), para que la corrupción de la naturaleza original no se extienda más. Si compartimos su resurrección, mediante ella somos resucitados para novedad de vida, correspondiente a la justicia de Dios”.130
Las palabras que Calvino usa para describir la vida cristiana piadosa ( reparatio, regeneratio, reformatio, renovatio, restitutio) apuntan a nuestro estado original de justicia. Indican que una vida de pietas es restauradora por naturaleza. Mediante el arrepentimiento producido por el Espíritu, los creyentes son restaurados a la imagen de Dios.131
La abnegación
La abnegación es la dimensión sacrificial de la pietas. El fruto de la unión del creyente con Jesucristo es la abnegación, que incluye lo siguiente:
1. La conciencia de que no somos nuestros, sino que pertenecemos a Dios. Vivimos y morimos para Él, conforme a la regla de su Palabra. Así pues, la abnegación no está centrada en uno mismo, como a menudo era el caso en el monasticismo medieval, sino en Dios.132Nuestro mayor enemigo no es ni el diablo ni el mundo, sino nosotros mismos.
2 El deseo de buscar las cosas del Señor mediante nuestras vidas enteras. La abnegación no deja lugar al orgullo, la lascivia o la mundanalidad. Es opuesta al amor propio porque es el amor a Dios.133Toda la orientación de nuestra vida debe ser hacia Dios.
3. El compromiso de entregarnos nosotros mismos y todo lo que poseemos a Dios como sacrificio vivo. Entonces, estaremos preparados para amar a los demás y estimarlos mejores que nosotros mismos –no viéndolos como son en sí mismos, sino viendo la imagen de Dios en ellos–. Esto desarraiga nuestro amor por las disensiones y por nosotros mismos, y lo reemplaza por un espíritu de amabilidad y servicio.134Nuestro amor por los demás, entonces, fluye del corazón, y nuestro único límite para ayudarles es el límite de nuestros recursos.135Los creyentes son alentados a perseverar en la abnegación por lo que el evangelio promete acerca de la futura consumación del Reino de Dios. Tales promesas nos ayudan a superar todo obstáculo que se opone a la renuncia a uno mismo, y nos asisten para soportar la adversidad.136
Más aún, la abnegación nos ayuda a encontrar la verdadera felicidad, porque nos ayuda a hacer aquello para lo que fuimos creados. Fuimos creados para amar a Dios sobre todas las cosas y a nuestro prójimo como a nosotros mismos. La felicidad es el resultado de tener este principio restaurado. Sin la abnegación, como dice Calvino, podemos poseerlo todo sin poseer un ápice de verdadera felicidad.
Llevar la cruz
Mientras que la abnegación se centra en la conformidad interna a Cristo, llevar la cruz se centra en la semejanza externa a Cristo. Quienes están en comunión con Cristo deben prepararse para una vida dura y penosa, llena de muchos tipos de males, dice Calvino. Esto no es, simplemente, debido al efecto del pecado en este mundo caído, sino a causa de la unión del creyente con Cristo. Puesto que su vida fue una perpetua cruz, la nuestra también debe incluir sufrimiento.137 No solamente participamos de los beneficios de su obra expiatoria en la cruz, sino que también experimentamos la obra del Espíritu por la que nos transforma a la imagen de Cristo.138
Llevar la cruz prueba la piedad, dice Calvino. Llevando la cruz somos despertados a la esperanza, entrenados en la paciencia, instruidos en la obediencia y corregidos en el orgullo. Llevar la cruz es nuestra medicina y nuestro escarmiento. Revela la debilidad de nuestra carne y nos enseña a sufrir por amor a la justicia.139
Felizmente, Dios promete estar con nosotros en todos nuestros sufrimientos. Incluso transforma el sufrimiento asociado a la persecución en consuelo y bendición.140
La vida presente y la futura
Llevando la cruz, aprendemos a tener desprecio por la vida presente, cuando la comparamos con las bendiciones del cielo. Esta vida no es nada comparada con lo que ha de venir. Es como humo o sombra. “Si el cielo es nuestra patria, ¿qué otra cosa es la tierra sino nuestro lugar de exilio? Si la partida del mundo es la entrada en la vida, ¿qué otra cosa es el mundo sino un sepulcro?” –pregunta Calvino–.141 “Nadie ha hecho progreso en la escuela de Cristo si no espera alegremente el día de la muerte y resurrección final” –concluye–.142
Típicamente, Calvino usa el complexio oppositorum cuando explica la relación del cristiano con este mundo, presentando extremos para encontrar un término medio entre ellos. Así pues, por un lado, llevar la cruz nos crucifica al mundo y el mundo a nosotros. Por otro lado, el cristiano devoto disfruta de esta vida presente, aunque con la debida restricción y moderación, pues es enseñado a usar de las cosas de este mundo con el propósito para el que Dios las destinó. Calvino no era un asceta. Disfrutaba de la buena literatura, la buena comida y las bellezas de la naturaleza. Pero rechazaba toda forma de exceso terrenal. El creyente es llamado a la moderación de Cristo, que incluye modestia, prudencia, huida de la exhibición y contentamiento con la situación que nos ha tocado,143pues es la esperanza de la vida que ha de venir la que da propósito y disfrute a nuestra vida presente. Esta vida siempre está procurando una vida celestial mejor.144
¿Cómo es posible, entonces, para el cristiano verdaderamente piadoso mantener un equilibrio adecuado, disfrutando de los regalos que Dios da en este mundo a la vez que evita la trampa de la auto-indulgencia? Calvino ofrece cuatro principios para orientarnos:
1. Reconocer que Dios es el proveedor de todo don bueno y perfecto. Esto debería restringir nuestras concupiscencias, porque nuestra gratitud a Dios por sus dones no se puede expresar mediante una codiciosa recepción de ellos.
2. Entender que, si tenemos pocas posesiones, debemos soportar nuestra pobreza pacientemente para que no caigamos en deseos desordenados.
3. Recordar que somos administradores del mundo en que Dios nos ha colocado. Pronto tendremos que darle cuenta de nuestra administración.
4. Saber que Dios nos ha llamado para sí mismo y su servicio. A causa de este llamamiento, nos esforzamos por cumplir con nuestras tareas en su servicio, para su gloria y bajo su ojo vigilante y benevolente.145
La obediencia
Para Calvino, la obediencia incondicional a la voluntad de Dios es la esencia de la piedad. La piedad vincula el amor, la libertad y la disciplina sujetándolos todos a la voluntad y Palabra de Dios.146El amor es el grandioso principio que impide que la piedad degenere en el legalismo. Al mismo tiempo, la ley proporciona el contenido para el amor.
La piedad incluye reglas que gobiernan la respuesta del creyente. Privadamente, estas reglas toman la forma de la abnegación y el llevar la cruz; públicamente, son expresadas en el ejercicio de la disciplina eclesial, lo que Calvino puso en práctica en Ginebra. En cualquier caso, la gloria de Dios impone la obediencia disciplinada. Para Calvino, el cristiano piadoso no es ni débil ni pasivo, sino dinámicamente activo en el seguimiento de la obediencia, muy similar a un corredor de distancias, un colegial diligente o un guerrero heroico, sometiéndose a la voluntad de Dios.147
En el prefacio de su comentario a los Salmos, Calvino escribe: “Ésta es la verdadera prueba de nuestra obediencia, en la que, diciendo adiós a nuestros afectos, nos sujetamos a Dios y permitimos que nuestras vidas sean de tal manera gobernadas por su voluntad que cosas muy amargas y duras para nosotros –porque vienen de Él– se tornan dulces”.148“Dulce obediencia”: Calvino acogió de buen agrado tales descripciones. Según I. John Hesselink, Calvino describió la vida piadosa con palabras como “dulce”, “dulcemente” o “dulzura” cientos de veces en su Institución, comentarios, sermones y tratados. Calvino escribe sobre la dulzura de la ley, la dulzura de Cristo, la dulzura de la consolación en medio de la adversidad y la persecución, la dulzura de la oración, la dulzura de la Cena del Señor, la dulzura de la divina oferta gratuita de la vida eterna en Cristo, y la dulzura de la gloria eterna.149
Escribe sobre el dulce fruto de la elección, además, diciendo que finalmente este mundo y todas sus glorias pasarán. Lo que nos da seguridad de salvación y esperanza de la vida que ha de venir es que hemos sido “escogidos en Cristo desde antes de la fundación del mundo” (Ef. 1:4).150Jamás seremos claramente persuadidos…de que nuestra salvación emana del manantial de la misericordia gratuita de Dios hasta que conozcamos el dulce fruto de la elección eterna de Dios”.151
Conclusión
Calvino se esforzó por vivir él mismo la vida de pietas –teológica, eclesiástica y prácticamente–. Al final de la vida de Calvino, Teodoro de Beza escribió: “Habiendo sido espectador de su conducta durante dieciséis años…, puedo ahora declarar que en él todos los hombres pueden ver un muy bello ejemplo del carácter cristiano, un ejemplo que es tan fácil de calumniar como difícil de imitar.152
Calvino nos muestra la piedad de un ferviente teólogo reformado que habla desde el corazón. Habiendo gustado la bondad y gracia de Dios en Jesucristo, siguió la piedad buscando conocer y hacer la voluntad de Dios cada día. Tuvo comunión con Cristo, practicó el arrepentimiento, la abnegación y el llevar la cruz, y se involucró en importantes mejoras sociales.153Su teología se concretó en la piedad sincera centrada en Cristo.154
Para Calvino y los reformadores de la Europa del siglo XVI, doctrina y oración, así como fe y adoración, están íntegramente relacionados. Para Calvino, la Reforma incluye la reforma de la piedad ( ) o espiritualidad tanto como una reforma de la teología. La espiritualidad que había sido enclaustrada entre los muros de los monasterios durante siglos se había colapsado. La espiritualidad medieval quedó reducida a una devoción célibe, ascética y penitente en el convento o monasterio. Pero Calvino ayudó a los cristianos a entender la piedad en términos de vivir y actuar cada día conforme a la voluntad de Dios (Ro. 12:1-2), en medio de la sociedad humana. Mediante la influencia de Calvino, la espiritualidad protestante se centró en cómo vivir la vida cristiana en la familia, el campo, la fábrica y el mercado.155Calvino ayudó a los protestantes a cambiar por completo el centro de la vida cristiana.
La enseñanza, predicación y catequismo de Calvino fomentó el crecimiento de la relación entre los creyentes y Dios. La piedad significa experimentar la santificación como una obra divina de renovación expresada en arrepentimiento y justicia, que progresa mediante el conflicto y la adversidad, de manera similar al ejemplo de Cristo. En tal piedad, la oración y la adoración son centrales, tanto en privado como en la comunidad de los creyentes.
Calvino dirigiéndose al consejo de la ciudad de Ginebra por última vez
La adoración de Dios siempre es principal, pues nuestra relación con Dios tiene preferencia sobre todo lo demás. Esta adoración, sin embargo, se expresa mediante el modo en que vive el creyente su vocación y trata a su prójimo, pues nuestra relación con Dios se ve más concretamente en la transformación de toda relación humana. La fe y la oración, puesto que transforman a cada creyente, no pueden ocultarse. En última instancia, por tanto, deben transformar a la Iglesia, la comunidad y el mundo.
La última visita de Guillermo Farel a Calvino en su lecho de muerte