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2 EL GATO SALE DE LA SELVA

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Nunca localizaremos con certeza el momento ni el lugar exacto en que los gatos abandonaron para siempre el entorno salvaje. No hubo un episodio único y dramático de domesticación, la feliz ocurrencia de un antiguo molinero que se dio cuenta de que los gatos eran la solución ideal a sus problemas con los roedores. Es más probable que los gatos se fueran colando poco a poco en nuestras casas y nuestros corazones, pasando de lo salvaje a lo casero a tirones, durante el transcurso de varios miles de años.

En esta progresión hubo probablemente muchos comienzos fallidos, cada vez que una persona tras otra criaba en casa a algún cachorro especialmente manso en diferentes lugares de Oriente Medio y el noreste de África. Esa gente seguramente crio dos o tres camadas de gatitos y después perdió la costumbre, o a los propios gatos, que volvieron a la vida salvaje. Esos comienzos en falso pudieron haber tenido lugar de vez en cuando a lo largo de un periodo de, quizá, unos 5.000 años, la primera vez sería cuando la humanidad empezó a almacenar comida durante el tiempo suficiente como para atraer ratones y otros bichos, hace 11.000 años. Algunos de esos comienzos pudieron haber durado solo unas pocas generaciones de gatos, mientras que otros habrían durado décadas, quizás incluso un siglo o dos. Pero ese tipo de relaciones temporales dejan poca huella en los registros arqueológicos, sobre todo cuando los gatos salvajes y los domésticos vivían juntos y diferían solo en su comportamiento.


Enterramiento de gato en Chipre

Solamente tenemos un ejemplo bien documentado de este periodo de la cercana relación entre seres humanos y gatos. En 2001, arqueólogos del Museo de Historia Natural de París llevaban más de una década excavando una aldea neolítica en Shillourokambos (Chipre), cuando descubrieron un esqueleto completo de gato, que databa de alrededor de 7500 a.C., enterrado en una tumba.1 Que el esqueleto siguiera intacto y que la tumba hubiera sido excavada deliberadamente indicaba que el enterramiento no había sido casual; es más, el gato yacía a unos cuarenta centímetros de un esqueleto humano, cuya tumba contenía también herramientas de piedra pulimentada, hachas de sílex y ocre, lo que indicaba que era una persona de gran categoría. El gato no era totalmente adulto y probablemente tenía menos de un año cuando murió, y aunque nada más indicaba que lo hubieran matado deliberadamente, la edad del gato sugiere que probablemente fuera eso lo que ocurrió.

Solo podemos intentar adivinar la relación entre ese gato y esa persona, aunque fueran enterrados juntos. Contrariamente a algunos enterramientos de perros de la época, el hombre y el gato no estaban colocados en contacto físico, lo que sugería que el gato no era una mascota demasiado apreciada; en vez de ello, estaban apartados más o menos a una distancia semejante a la longitud de un brazo. Pero el hecho mismo de que este gato estuviera enterrado de manera tan deliberada sugiere que alguien, quizá la persona de la tumba o un pariente superviviente, lo valorara mucho.

Este único esqueleto de gato nos permite entrever una temprana relación entre gatos y seres humanos, pero también plantea más preguntas que respuestas. No se registraron enterramientos de gatos en el continente en Oriente Medio hasta miles de años más tarde. Si los gatos hubieran sido mascotas totalmente domesticadas durante ese periodo, algunos de ellos deberían haber sido enterrados con la misma formalidad que lo fueron rutinariamente los perros por entonces. La domesticación inicial del gato pudo tener lugar posiblemente en Chipre y quizás algunos fueran exportados de vuelta a Oriente Medio para formar uno de los núcleos que finalmente condujo a las actuales mascotas, pero no tenemos pruebas que sustenten esa idea. Es más probable que el enterramiento de Chipre represente una anomalía: un hombre muy particular y su apreciado gato salvaje domesticado.

Para que el gato diera el salto a la domesticación, tuvo que convertirse sin duda en un objeto de afecto además de ser útil: algunos de los antepasados de los gatos actuales debieron ser mascotas además de controladores de plagas. Tenemos pocos indicios directos de posesión de cualquier clase de mascotas, excepto perros, en las culturas neolíticas del Mediterráneo oriental, pero cierto número de sociedades cazadoras-recolectoras de hoy día practican algo así, lo que proporciona claves para entender el proceso según el cual los gatos salvajes se volvieron mansos primero y después domésticos.

En Borneo y en la Amazonia, las mujeres y los niños de esas sociedades adoptan animales recién destetados que sacan de la selva, y los tienen como mascotas.2 Como la costumbre de crear mascotas a partir de animales salvajes jóvenes aparece en sociedades que nunca han tenido contacto unas con otras, podemos pensar que esto es un rasgo humano universal. Si es así, esta podría ser la razón de la posible adopción de cachorros de gato salvaje por parte de pueblos que habitaban las costas del Mediterráneo, uno de los cuales pudo ser transportado por su dueño hasta Chipre cruzando el mar. El esqueleto humano enterrado junto al gato es el de un hombre, así que, posiblemente, tanto hombres como mujeres poseían mascotas en aquel lugar y en aquel momento, aunque fuera raro.

Si los primeros gatos que vivieron en asentamientos humanos eran gatos salvajes domesticados, no es probable que fueran los antepasados directos del gato doméstico actual. En las modernas sociedades de cazadores-recolectores, los animales jóvenes que se sacan de la selva, sea cual sea su especie, rara vez se conservan mucho tiempo y rara vez crían en cautividad. Lo más probable es que cuando crecen y dejan de ser adorables, sean abandonados, se les eche o incluso se coman, si es que son lo bastante sabrosos y los tabúes locales lo permiten. Por ejemplo, esa relación existe hoy en día entre el dingo y algunas tribus aborígenes de Australia. El dingo no es un auténtico perro salvaje, sino que desciende de perros domésticos que escaparon hacia el norte de Australia hace varios miles de años y se convirtieron en buenos predadores, como los gatos salvajes de Chipre. A algunos aborígenes los cachorros de dingo les parecen irresistibles y los sacan de la naturaleza para tenerlos como mascotas. Pero cuando crecen un poco, los cachorros se convierten en un auténtico estorbo, pues roban comida y molestan a los niños, de modo que son devueltos a su lugar de origen. Podemos imaginar fácilmente que la relación afectiva entre los seres humanos y los gatos salvajes empezó de una manera parecida.

Las primeras indicaciones claras que señalan que los gatos se transformaron en mascotas proceden de Egipto, hace poco más de 4.000 años. En aquellos tiempos empezaron a aparecer gatos en pinturas y relieves. No siempre se puede saber qué especie de gatos eran; algunos, sobre todo los que no eran rayados, podían ser fácilmente gatos de la jungla. Sin duda tenemos indicios de que los egipcios ya llevaban cientos de años conviviendo con gatos mansos de la jungla: un esqueleto de un joven gato de la jungla recuperado de una tumba de 5.700 años de antigüedad tenía fracturas curadas en las patas, lo que indica que lo debieron cuidar muchas semanas antes de que muriera.3 No hay pruebas de que esos gatos de la jungla fueran diferentes de sus compañeros salvajes, de modo que no habían sido domesticados en el sentido de que su mapa genético se hubiera alterado por su asociación con el ser humano. Otros felinos, claramente rayados y por tanto seguramente Felis silvestris, aparecen en escenas de exterior, a menudo juncales, junto a otros predadores salvajes locales como las ginetas y las mangostas, por lo que es más probable que sean gatos salvajes y no domésticos. Incluso a los gatos que aparecen en escenas de interior se les pinta a veces con collar, y por tanto pueden ser gatos salvajes mansos, y no gatos domésticos. Pero a principios del Imperio Medio, hace unos 4.000 años, se creó un jeroglífico —traducido como «miw»— específicamente para el gato doméstico. No mucho después, Miw fue adoptado como nombre para niñas, una indicación más de que por entonces el gato doméstico se había convertido en parte integral de la sociedad egipcia.4

Vemos indicios de que hubiera gatos como mascota en Egipto si retrocedemos 2.000 años más, a la era predinástica. La tumba de un artesano, construida hace unos 6.500 años en un pueblo del Egipto Medio, contenía los huesos de una gacela y de un gato. La gacela se colocó allí probablemente para proporcionar al artesano comida para la vida después de la muerte, pero el entierro del gato, que quizá fuera su mascota, recuerda al entierro similar de Chipre unos 3.000 años antes. En un cementerio de Abidos, en el Alto Egipto, a unos ochocientos kilómetros al sur del Mediterráneo, una tumba de 4.000 años de antigüedad contenía los esqueletos de no menos de diecisiete gatos. Junto con ellos había algunos cacharros que probablemente habrían contenido leche. Aunque la razón del enterramiento de tantos gatos en un solo lugar es misteriosa, que fueran enterrados con su comida indica que esos gatos debieron de ser mascotas.

Esas primeras mascotas pudieron proceder de animales domesticados localmente, o importarse de otros lugares. Si los gatos fueron domesticados más al norte en el Creciente Fértil, o incluso posiblemente en Chipre, mucho antes del surgimiento de Egipto como centro de civilización, seguramente se comerció con ellos por la zona, como exóticas novedades. Esta teoría apoya la escasez de indicios de gatos domésticos en el Egipto predinástico. Los gatos que se abrieron paso hasta allí habrían sido posesiones valiosas porque sus dueños los habrían pagado caros, pero pudo haber demasiado pocos para que se desarrollaran como animales domésticos. La mayoría habría sido incapaz de localizar a un miembro domesticado del sexo opuesto, y se habría cruzado con un gato salvaje local o posiblemente con un gato salvaje manso. De este modo, las versiones salvajes habrían diluido rápidamente las diferencias genéticas entre gatos salvajes y domésticos en aquel momento, y cada generación subsecuente habría aceptado cada vez peor la vida doméstica.


Gato atado (Egipto 1450 a.C.)


Gato mascota (Egipto 1250 a.C.)

El papel doméstico del gato en Egipto queda mucho más claro a lo largo de los quinientos años siguientes, reflejando probablemente el surgimiento de una población local, doméstica y autosostenida. En el arte egipcio de los templos aparecen gatos sentados en cestos —sin duda una señal de domesticidad— hace entre 4.000 y 3.500 años. En pinturas que datan de hace unos 3.300 años, los gatos suelen representarse sentados —sueltos— debajo de la silla de un miembro importante de la familia, a menudo la esposa. (El animal que hay debajo de la silla del marido suele ser un perro.) En una pintura de hace unos 3.250 años, no solo vemos a un gato adulto sentado debajo de la silla de la esposa, sino que también el marido tiene a un gatito en el regazo. Miembros de la nobleza egipcia estaban evidentemente muy unidos a sus gatos, como el hijo mayor del faraón Amenhotep III, que murió a los treinta y ocho años durante la misma época. Amaba tanto a su gata Osiris, Ta-Miaut (traducido como Osiris, la gata) que cuando murió no solo la hizo embalsamar, sino que hizo que le labraran un sarcófago.5

Casi todos esos gatos están pintados en entornos aristocráticos, lo que sostiene la idea de que los gatos seguían siendo mascotas exóticas reservadas para unos pocos privilegiados. Encontramos pocos indicios directos de que hubiera gatos en las casas de la gente trabajadora en esa época: pero esto es en gran parte debido a que las tumbas y los templos, muchos situados al borde del desierto, están mucho mejor conservados que los hogares de la gente corriente, que estaban más cerca del Nilo. Por suerte, los artistas que trabajaron en la creación de tumbas y templos hace entre 3.500 y 3.000 años dejaron tras de sí dibujos, hechos presumiblemente por su propio gusto; muchos son humorísticos y al estilo de las tiras cómicas, comparados con los dibujos formales que exigía la decoración de los templos. Muchos de esos dibujos son de gatos, algunos en situaciones domésticas normales y otros en contextos más imaginativos, como la imagen de un gato que lleva sobre el hombro un hatillo atado a un palo, que recuerda curiosamente al cuento popular inglés del Gato de Dick Whittington. Esos dibujos contribuyen a confirmar que, en aquella época, los gatos estaban muy extendidos en Egipto como mascotas.

Tenemos pruebas sólidas que demuestran que los egipcios, además de apreciar a sus gatos como compañía, también los consideraban útiles. Hay pinturas de gatos de hace unos 3.300 años que los muestran acompañando al parecer a egipcios en excursiones de caza, pero esas pinturas son sin duda fantasías; no tenemos pruebas de que ninguna otra cultura usara a los gatos con este fin, ¡e imaginen que se hiciera con un gato doméstico actual! Es mucho más probable que los gatos fueran domesticados por su habilidad para mantener a las plagas, como las de los ratones caseros importados y los roedores nativos salvajes, lejos de los graneros y otros almacenes de comida de los que dependía la economía egipcia. Una de esas plagas era la de la rata del Nilo, más pequeña y rechoncha que la rata parda, más familiar, pero no menos dañina. La agricultura en el valle del Nilo dependía de la inundación anual de la tierra arable a ambos lados del río, que refrescaba el suelo con nutrientes muy necesarios que fluían corriente abajo. Estas inundaciones también hacían salir a las ratas del Nilo, que buscaban comida y refugio, de sus madrigueras comunales hasta tierras más altas, donde se encontraban los graneros.6 Los gatos serían útiles disuasores contra tales invasiones.


Dibujo humorístico de gato en una tablilla de piedra caliza (Egipto, 1100 a.C.)

Los egipcios parecen haber valorado a los gatos no solo por su capacidad para mantener a raya a las plagas de roedores, sino también por su habilidad matando serpientes. Las serpientes venenosas eran fuente de considerable preocupación en el antiguo Egipto: el Papiro de Brooklyn, que data de hace unos 3.700 años, contiene gran cantidad de remedios para la mordedura de serpiente y los venenos del escorpión y la tarántula. Los egipcios usaban mangostas y ginetas para exterminar a las serpientes, pero estos animales eran domesticados uno a uno, procedentes de la naturaleza;7 el gato era el único animal doméstico capaz de matar serpientes. El historiador Diodoro Sículo, cuando relataba la vida en Egipto de hace más de un milenio, escribió: «El gato es muy útil contra las picaduras venenosas de las serpientes, y la mordedura mortal del áspid».8

Está claro que los egipcios consideraban a los gatos domésticos una protección útil contra las serpientes venenosas, aunque no sabemos hasta qué punto esto se basaba en su verdadera efectividad para prevenir la mordedura de serpientes. Los actuales dueños de gatos se sorprenderían quizás al saber que los gatos egipcios atacaban a las serpientes en lugar de escapar de ellas. Los gatos caseros rara vez matan serpientes en Europa —los únicos reptiles que comen son lagartos— y se sabe que en Estados Unidos matan lagartos y serpientes no venenosas. Solo Australia tiene datos de gatos que hayan matado serpientes venenosas; muchos gatos salvajes en Australia matan y comen más reptiles que mamíferos. Tenemos pocos estudios sobre la dieta de los gatos en África, y ninguno sobre Egipto. Pero estudiosos ingleses que trabajaron en Egipto en la década de 1930 señalaron que habían visto gatos matando víboras cornudas y amenazando, aunque sin llegar a matarlas, a cobras.9 Es muy poco probable que alguna vez se criara a gatos especialmente para matar serpientes —a las mangostas se les da mucho mejor—,10 pero incidentes así pudieron dejar una impresión duradera en los antiguos egipcios que los presenciaron. Los egipcios pudieron haber usado gatos sobre todo para matar ratones y otros roedores, tanto en las casas como en los graneros, una función seguramente demasiado vulgar como para que apareciera en el arte o la mitología egipcios.

En la siguiente etapa de la evolución del gato doméstico como controlador de plagas, apareció un nuevo enemigo: la rata negra, Rattus rattus. Originaria de la India y el sureste de Asia, esta plaga se extendió hacia el oeste por las rutas comerciales hasta las civilizaciones de Pakistán, Oriente Medio y Egipto hace unos 2.300 años. Desde allí viajó en barcos romanos comerciales y llegó a Europa occidental en el siglo I d.C. Las ratas negras comen más cosas que los ratones, todo tipo de comida almacenada así como alimentos preparados para el ganado. Además, son transmisoras de enfermedades y como tales las reconocieron los griegos y los romanos. Si los gatos hubieran sido incapaces de controlar a esta nueva amenaza, los seres humanos podrían haber pasado de ellos. Pero los gatos de hace 2.000 años, más grandes que los actuales, fueron al parecer capaces de enfrentarse con éxito a este desafío. Un curioso enterramiento de un gato en la costa del mar Rojo de hace 1.800 años muestra que al menos algunos gatos de la época eran predadores de ratas muy efectivos. El gato en cuestión era un joven macho grande, típico de los gatos de la época pero un gigante para los estándares de hoy en día. Antes de ser enterrado lo habían envuelto en trozos de tela de lana decorada en verde y morado, bajo una mortaja de lino semejante a la de las momias egipcias. Sin embargo, el gato no estaba momificado de una manera convencional, ya que no le habían quitado los intestinos. Los investigadores descubrieron en su estómago huesos de al menos cinco ratas negras y, abajo, en las tripas, al menos otra rata más.11 No se sabe bien de qué murió el gato y por qué mereció tan elaborado entierro, pero pudo ser especial para su dueño debido a su gran capacidad como exterminador.

Egipto apreciaba a los gatos por su papel como mascotas y como controladores de plagas, y también les atribuían un significado espiritual: desde hace más o menos 3.500 años, los gatos empezaron a ser cada vez más importantes en los cultos y la religión de Egipto. Comenzaron a aparecer pinturas de gatos en los muros de las tumbas; de vez en cuando las representaciones pictóricas del dios sol tenían la cabeza de un gato en vez de la de un ser humano, y se las llamaba «Miuty». Las diosas leonas Pajet y Sejmet (esta última también se asociaba con el caracal) y la diosa leopardo Mafdet, aunque se basaban claramente en grandes felinos que los egipcios conocían, se fueron asociando poco a poco cada vez más con gatos domésticos, seguramente porque serían los miembros más familiares y accesibles de los que componían la familia felina.

Bastet era la diosa con la que los antiguos egipcios llegaron a asociar más estrechamente con el gato doméstico. El culto a Bastet se originó en la ciudad de Bubastis, en el delta del Nilo, hace unos 4.800 años. Al principio tenía la forma de una mujer con cabeza de leona que llevaba una serpiente en la frente. Unos 2.000 años más tarde, los egipcios empezaron a asociarla con felinos más pequeños; seguramente como consecuencia de la llegada a la ciudad de gatos domésticos, o incluso de una nueva domesticación local. Durante esta época, Bastet aún tenía la cabeza de una leona, pero a veces se la representaba con varios gatos más pequeños y probablemente domésticos como sus sirvientes. Durante los trescientos años siguientes, hace unos 2.600 años, su identidad de diosa leona cambió al parecer de repente para parecerse más al gato doméstico. Al principio era una simple diosa que protegía a la humanidad de las desgracias, pero más tarde se la asoció con la diversión, la fertilidad, la maternidad y la sexualidad femeninas, características todas ellas de los gatos domésticos. Su popularidad se extendió a otras zonas de Egipto, sobre todo durante el Periodo Tardío y la época Ptolemaica (hace entre 2.600 y 2.050 años), a medida que el imperio egipcio se iba desintegrando. Su festividad anual fue durante un tiempo la más importante del calendario, tal como lo presenció el historiador griego Herodoto:

Ahora, cuando llegan a la ciudad de Bubastis hacen lo siguiente: embarcan a hombres y mujeres juntos, y una gran multitud de cada sexo en cada barco; y algunas de las mujeres tienen sonajas y las hacen sonar, mientras algunos hombres tocan la flauta durante el transcurso del viaje, y el resto, tanto hombres como mujeres, cantan y dan palmas; y cuando al navegar pasan por delante de una ciudad, acercan el barco a tierra, y algunas mujeres siguen haciendo lo que he dicho, otras gritan y jalean a las mujeres de esa ciudad, algunas bailan, otras se ponen de pie y se quitan la ropa. Esto hacen en cada ciudad que hay a lo largo de la ribera del río; y cuando llegan a Bubastis, celebran un festival con grandes sacrificios, y se consume más vino de uva durante ese festival que en todo el resto del año.12

Al parecer los egipcios protegían mucho a los gatos de un modo que hoy podría parecernos absurdo, debido seguramente a su asociación con ese culto. Herodoto cuenta que cuando un gato casero moría por causas naturales, todos los miembros de la casa se afeitaban las cejas como señal de respeto. Incluso relata que vio a egipcios luchando para evitar que entraran gatos en un edificio en llamas, antes de intentar apagar el fuego.13 Esta veneración por los gatos persistió en el tiempo. Unos quinientos años más tarde, cuando Egipto formaba parte del Imperio romano, Diodoro Sículo escribió:

Si alguien mata a un gato, ya sea deliberadamente o no, la multitud lo arrastra sin duda hacia la muerte. Por temor a ello, si alguien encuentra por casualidad muerta a alguna de estas criaturas, permanecen apartados, y con gritos y protestas lamentables le cuentan a todo el mundo que lo encontraron muerto […] Esto ocurrió con un gato al que mató un romano. La gente corrió en tumulto hasta su domicilio y ni el príncipe enviado por el rey para disuadirlos, ni el miedo a los romanos pudo librarlo de la furia de la gente, aunque lo hiciera [presumiblemente la muerte del gato] contra su voluntad.14

Sin embargo, los egipcios practicaban rutinariamente el infanticidio con sus gatos. Herodoto escribía: «Se los quitan a la fuerza o les quitan en secreto los cachorros de las hembras y los matan (pero después de matarlos, no se los comen)».15 Este relato de tan adecuado método de control de la población sugiere que por entonces, y probablemente mucho antes, los gatos domésticos se cruzaran libremente como una población autocontenida, más o menos aislada de sus congéneres salvajes, y que nacían muchos más gatitos que los que eran necesarios para convertirse en controladores de plagas o en mascotas. Para la sensibilidad moderna, esta brutal selección de gatitos puede parecer insensible, pero antes de la llegada de la moderna medicina veterinaria, era la manera más sencilla de mantener el número de gatos dentro de unos límites razonables. Seguramente es menos desagradable para el homicida deshacerse de los gatos antes de que abriesen los ojos y sus caras adquiriesen su característico atractivo. En sociedades donde los gatos son útiles controladores de plagas en primer lugar y mascotas en segundo, esto ha sido una práctica habitual hasta la época moderna. Al describir el comportamiento que se tenía con los gatos en el New Hampshire rural de la década de 1940, Elizabeth Marshall Thomas relataba:

Pues los gatos de granja no son ni mascotas ni ganado […] Cuando la población de gatos aumentaba demasiado para los gustos del granjero, metían a los gatos en sacos y los gaseaban o los ahogaban. Al fin y al cabo, el trabajo en una granja consiste en cuidar a un grupo de animales durante un tiempo y de repente reunirlos y matarlos sin previo aviso.16

Incluso en el siglo XXI, varía mucho lo que es un comportamiento aceptable con los gatos. Hay gente que los considera individuos con derechos, pero otros siguen viéndolos como herramientas de las que se puede prescindir cuando ya no sirven.

Los antiguos egipcios, con su profunda veneración por los gatos, añadieron una dimensión adicional a la cultura del gato que hoy día nos resulta repugnante: el gato como objeto de sacrificio. Los gatos no solo formaban una parte importante del panteón egipcio, sino que también se les enterraba en gran número, casi sin duda millones. Los egipcios, para los cuales la vida después de la muerte tenía una enorme importancia, desarrollaron el proceso de momificación hace unos 4.000 años como modo de conservar los cadáveres, tanto humanos como animales.

Inicialmente, la momificación de los gatos parece que se reservaba para ejemplares muy apreciados. En el sarcófago de Ta-Miaut hay pintado un gato, de modo que supuestamente ese gato habría sido momificado y el sarcófago construido para albergar específicamente a la momia. Esta práctica probablemente continuó durante cientos de años, pero el número de gatos implicados fue pequeño comparado con los millones que fueron momificados más tarde como ofrendas a diversas divinidades felinas.

La producción de «animales sagrados» se convirtió en una importante industria en Egipto hace entre 2.400 y 2.000 años. Los gatos no eran los únicos animales que participaban en estas prácticas: entre las momias también había leones y gatos de la jungla, vacas, cocodrilos, carneros, perros, babuinos, mangostas, aves y serpientes. A veces eran tratadas así enormes cantidades de animales: por ejemplo, se recuperaron más de cuatro millones de ibis momificados, un ave zancuda de tamaño medio que los egipcios criaban en cautividad, en las catacumbas de Tuna el-Gebel, y un millón y medio más en Saqqara.

Modernos análisis muestran que la momificación de gatos a menudo se llevaba a cabo en condiciones de gran calidad, con gran parte de las técnicas que se usaban para la momificación de cadáveres humanos. Para conservar el cuerpo, se retiraban los intestinos, que se sustituían por arena seca.17 Una vez el cadáver estaba preparado, al gato se le envolvía en capas de vendas de lino, tratadas con un conservante, como el natrón, un secante y conservante natural que se forma en los lechos de los lagos tropicales secos. Otras veces, los embalsamadores usaban mezclas que consistían en grasas animales, bálsamo, cera de abeja, resinas de árboles como el cedro y el pistacho, y a veces betún traído de las costas del mar Rojo, a más de 160 kilómetros de donde vivían los gatos.18

Las «momias» de gatos tenían aspectos externos muy diferentes, pues seguramente reflejaban los gustos y la posición financiera del posible comprador. Algunas eran un sencillo atadijo, quizá con una simple ristra de cuentas de cerámica esmaltada como adorno, pero otras tenían una capa exterior de lino aplicada con dibujos decorativos. Podía haberse moldeado una «cabeza» alrededor y encima del verdadero cráneo, utilizando arcilla y lino empapado en escayola, o se podía añadir una cabeza de bronce; algunos eran bastos, pero en otros se representaban todos y cada uno de los pelos del bigote. Muchos estaban colocados en simples ataúdes rectangulares de madera, pero para otros se construían sarcófagos con forma de gato, decorados con escayola y pintados después, y a veces incluso dorados. Se incrustaban cuentas para representar los ojos del gato; en conjunto, cuando se construyeron debieron ser sorprendentemente realistas.

Es más, los gatos de sacrificio se criaban expresamente con este fin. Se han encontrado restos de criaderos de gatos junto a los templos de todas las deidades asociadas con gatos u otros felinos. Hay pocas dudas acerca de que a los gatos se los mataban deliberadamente para momificarlos, ya que los rayos X muestran que tenían el cuello dislocado, y a otros probablemente los estrangularon.19 A algunos los mataron cuando aún eran cachorros, a los dos o cuatro meses, mientras que otros eran adultos, de nueve o doce meses. Seguramente los proveedores de semejante operación comercial no sacaban beneficios si tenían que alimentar a los gatos durante más tiempo a menos que fueran destinados a criar. Las momias se vendían a los visitantes del templo, que luego las dejaban allí como ofrenda a una divinidad. Cuando se acumulaban en número suficiente, los sacerdotes las recogían en montones y las llevaban a catacumbas, donde permanecieron bien conservadas hasta que tuvieron lugar los pillajes de los cementerios, durante los siglos XIX y XX.


Dos gatos momificados y un sarcófago para gatos

Nunca sabremos a cuántos gatos sacrificaron de este modo. Los arqueólogos que descubrieron estos emplazamientos escribieron acerca de enormes montones de huesos blancos de gato, y polvo procedente de la escayola desintegrada y bandas de lino volando por el desierto. Se excavaron completamente algunos cementerios más, y su contenido se molió y se usó como fertilizante; parte se usó localmente y parte se exportó. Un solo cargamento de momias de gato que se envió a Londres pesaba diecinueve toneladas, y de él solo sacaron un gato que fue regalado al Museo Británico antes de que el resto fuera molido y convertido en polvo. De los millones que fueron momificados solo unos cientos sobreviven ahora en los museos, y esos proceden de un puñado de los muchos cementerios construidos durante un periodo de varios cientos de años. Como tales, esas momias pueden no ser enteramente representativas de los gatos del antiguo Egipto.

El examen de algunas de las pocas momias restantes utilizando técnicas forenses ha revelado muchas cosas acerca de los animales conservados en su interior y ha proporcionado datos sobre las relaciones que tenían los egipcios con sus gatos. Todos los gatos eran atigrados rayados tipo «caballa», igual que los lybica salvajes. Ninguno era negro, o atigrado y blanco, y ninguno tenía el dibujo a manchas, más común hoy día que la versión rayada.

Rastros inequívocos de esas variaciones en color y dibujo no aparecieron en gatos domésticos hasta más tarde, y no fue en Egipto. Cada uno de esos cambios de apariencia los provoca una única mutación que también es común en félidos salvajes. Por ejemplo, el llamado guepardo real, que se creía que era una especie diferente, tiene una capa de manchas desiguales, en lugar de los lunares normales. Las formas negras («melanísticas») son abundantes entre los felinos. Hay datos de felinos negros entre los leones, tigres, jaguares, caracales, pumas, gatos monteses americanos, ocelotes, margáis y servales. En la espesura, su color negro es un inconveniente porque destruye el efecto de camuflaje de su color normal, de modo que tienen pocas crías y el gen responsable desaparece de la población.20

Según esto, parece raro que a pesar de una probable historia de 2.000 años de domesticación, ninguna de esas variedades de color aparezca en los gatos egipcios momificados; todos parecen haber surgido en los dos milenios siguientes. Quizá los egipcios desecharan esos gatos «poco naturales» en las raras ocasiones en que tenían lugar las mutaciones, seguramente por razones relacionadas con la religión.

Algunos de los gatos que había en el antiguo Egipto pudieron ser naranja o una mezcla de naranja y atigrado como los «torbie» (véase el recuadro de la pág. 92: «Por qué los gatos naranja suelen ser machos»). Algunas de las pinturas murales son de un matiz más anaranjado de marrón que el gris amarronado normal del lybica, aunque esto puede ser consecuencia de una licencia artística, o debido a que los pigmentos amarillean a lo largo de los siglos. Los gatos naranja son más comunes en el puerto egipcio de Alejandría y en Jartum, ciudad fundada por los egipcios, que en ningún otro lugar del noreste de África o de Oriente Medio, lo que puede indicar que quizás el antiguo Egipto fuera realmente donde la mutación anaranjada se incorporó originariamente a la población de gato doméstico, antes de extenderse al resto del mundo.21 Aunque los gatos anaranjados parecen más visibles que los gatos atigrados y puede parecer que se camuflan peor, los gatos anaranjados actuales son cazadores muy buenos, sobre todo en zonas rurales. Una vez tuvo lugar la mutación, parece que no hubo ninguna razón para que no se extendiera por toda la población gatuna.22

También sabemos que los gatos momificados eran aproximadamente un 15 % más grandes que las mascotas actuales.23 En casi todas las demás especies domésticas —ganado vacuno, cerdos, caballos y hasta perros— las primeras formas domesticadas eran significativamente más pequeñas que sus camaradas salvajes, principalmente porque los individuos más pequeños son más fáciles de manipular. Pero este principio puede que no funcione con los gatos, que para empezar eran bastante pequeños comparados con el hombre. Más sorprendente es el hecho de que los gatos momificados fueran también un 10 % más grandes de lo que son los gatos africanos salvajes hoy en día. Es posible que los egipcios prefirieran los gatos salvajes más grandes deliberadamente porque eran más efectivos controlando a los roedores, y que los gatos domésticos se hubieran vuelto posteriormente más pequeños a medida que se iban transformando gradualmente en mascotas tras ser solo controladores de plagas.

La actitud de los antiguos egipcios hacia los gatos parece paradójica, casi impensable para la sensibilidad moderna. Para los egipcios, algunos gatos eran mascotas reverenciadas, otros muchos eran sencillamente controladores de plagas, usados por igual por ricos y pobres, pero, curiosamente, muchos eran criados específicamente para morir sacrificados. Aparte de estos últimos, todo lo demás no es muy distinto del modo en que se consideraban los gatos en Europa y en Estados Unidos en la primera mitad del siglo XX. Además, la costumbre de elaborar complicados ataúdes para sus gatos favoritos es una costumbre egipcia muy semejante a los actuales cementerios para gatos.

POR QUÉ LOS GATOS NARANJA SUELEN SER MACHOS

La mutación que hace que la capa de un gato sea pelirroja en lugar de los tonos más habituales marrones o negros se hereda de una manera diferente a la de los demás colores de capa. En los mamíferos, la mayoría de los genes obedecen a las reglas de la «dominancia»: para afectar a la apariencia del animal, la versión «recesiva» ha de estar presente en ambos cromosomas, uno heredado de la madre y uno del padre; de otro modo, el otro «domina». Normalmente, los animales con un gen dominante y otro recesivo son indistinguibles por fuera de los animales con dos versiones dominantes. Pero hay una excepción principal: si un gato porta una versión anaranjada y una marrón del gen, entonces ambas aparecen en la capa, en manchas desiguales: en una parte de la piel, el cromosoma con la versión anaranjada se ha activado, y en la otra la que «gana» es la marrón y negra, lo que produce un gato carey (o «torbie»). El color preciso de las manchas depende de otros genes de color de capa. Si el gato también porta dos copias de la mutación negra, entonces las manchas marrones son negras, de modo que su dibujo rayado es más oscuro (como un gato negro normal), mientras que las manchas anaranjadas, en las que la mutación negra no tiene efecto, son anaranjadas y amarillas, y el dibujo rayado sigue siendo visible, lo que produce un gato carey.

Además, es el cromosoma X el que lleva el gen. Las hembras tienen dos cromosomas X, y los machos solo uno, pareado con el Y, mucho más pequeño, que los hace machos pero que no lleva información sobre el color de la capa. Así pues, para que una gata sea anaranjada debe portar la mutación naranja en ambos cromosomas. Si solo tiene una, tendrá una capa carey. Aunque los gatos carey son mucho más corrientes, los gatos naranja pueden ser hembras. Casi sin excepción, los machos son anaranjados o no son; de hecho, los machos carey aparecen de vez en cuando; tienen dos cromosomas X y un cromosoma Y, resultado de una división anormal de las células. Una confusión habitual sostiene que los gatos naranja o «mermelada» son siempre machos.

Sin duda la asociación egipcia entre gatos y religión nos resulta de lo más ajena. Los fieles que compraban momias ya preparadas como ofrendas en los templos no podían ignorar el contenido de aquellas momias, pues los lugares de cría y de producción de momias estaban cerca, y se habrían delatado aunque no fuera más que por el olor. Seguramente consideraban a aquellos gatos de sacrificio «distintos» a los caseros, aunque genéticamente fueran indistinguibles. Quizás esto se viera reforzado por el hecho de que fueran criados en lugares destinados a ello. Los gatos habrían sido tan prolíficos en aquellos tiempos como lo son ahora, y a los fabricantes de momias les resultaría fácil atrapar jóvenes gatos salvajes. Como tanto la ley como la costumbre lo prohibía, la cría especial de gatos debió ser la única solución. Es posible que el acceso al lugar utilizado estuviera prohibido a todos excepto a los sacerdotes que cuidaban a los gatos «sagrados», a los que los fieles nunca veían hasta ser momificados, manteniendo así una distinción entre gatos caseros y sagrados, aunque por otra parte fueran idénticos.

Las propias momias muestran una preocupación paradójica por el bienestar durante la vida, pero ninguna por la propia vida; los que proporcionaban estas momias se ocupaban muy bien de sus gatos, pero luego los mataban en grandes cantidades. Teniendo en cuenta el tamaño de los gatos, es evidente que estaban bien alimentados. No debía ser fácil encontrar suficiente carne y pescado de buena calidad para tantos animales. Aunque no está del todo claro cómo mataban a los gatos, es bastante probable que los estrangularan de algún modo ritual. Es más, aunque la producción de momias pudiera ser un negocio lucrativo, parece ser que hubo intentos de engañar a los fieles; casi todas las momias que se hacían para que parecieran gatos contienen de verdad un esqueleto completo, aunque supuestamente debía salir más a cuenta envolver un manojo de juncos en lino y hacerlo pasar por una momia de gato. El proceso entero parece haberse llevado a cabo según reglas muy estrictas. Esas reglas protegían a los fieles de comprar momias falsas, y también a los gatos, que estaban bien alimentados y cuidados, al menos según las costumbres de aquellos tiempos, hasta el momento en que eran sacrificados.

Los gatos del antiguo Egipto fueron probablemente los principales antepasados de los gatos de hoy en día, como atestiguan varias de sus cualidades. No tenemos indicios creíbles de domesticación del gato a gran escala en ningún otro lugar del mundo antes del nacimiento de Cristo. Esos gatos domésticos tenían la capa rayada del gato salvaje, de modo que solo podría distinguírselos de los auténticos gatos salvajes por que eran afectuosos con la gente, en lugar de sentir miedo. Algunos eran mascotas, sin duda en hogares pudientes y probablemente en muchos otros. La mayoría habría sido de utilidad para mantener a salvo de roedores los almacenes de comida y los graneros. Los gatos caseros eran venerados, al menos durante los últimos cientos de años de la civilización egipcia, tal como indica el hecho de que matarlos era ilegal y los rituales que se llevaban a cabo cuando morían.

De 2.500 años para acá, tener gatos se fue convirtiendo en una costumbre cada vez más extendida en las costas norte y este del Mediterráneo, a medida que Egipto fue cayendo primero bajo la influencia griega y después romana. Los historiadores han atribuido tradicionalmente la lenta dispersión hacia el norte de los gatos a las leyes que prohibían la exportación de gatos de Egipto. Algunos relatos hablan incluso de egipcios que mandaban soldados a recuperar y repatriar gatos que se habían llevado a otros países.24 De todos modos, esas leyes eran sin duda simbólicas, relacionadas con el culto a los gatos. La independencia de estos, su capacidad como cazadores y su rápida tasa de reproducción habrían hecho imposible que las autoridades egipcias evitaran que los gatos domésticos se extendieran a lo largo de las rutas comerciales.

A medida que los gatos fueron saliendo de Egipto, debieron encontrarse con gatos salvajes y medio domesticados en otras zonas del este del Mediterráneo, y debieron cruzarse con ellos. Como atestiguan los gatos de Chipre, debió haber gatos domesticados en otras partes de Oriente Medio durante miles de años antes de que los egipcios empezaran a convertirlos en animales domésticos. Pinturas egipcias de hace unos 3.500 años muestran gatos a bordo de barcos, y es muy posible que esos gatos hubieran sido inmigrantes o emigrantes. Hace entre 3.200 y 2.800 años, los navegantes fenicios (que incluso pudieron haber domesticado a sus gatos como controladores de plagas) eran los que dominaban el comercio en el Mediterráneo oriental y operaban desde varias ciudades-estado en lo que es ahora Líbano y Siria. Los fenicios introdujeron probablemente los gatos lybica, bien amansados o parcialmente domesticados, en muchas de las islas mediterráneas y en Italia y España, en el continente. La difusión de los gatos se retrasó probablemente debido no a las leyes egipcias, sino más bien a la presencia en Grecia y Roma de controladores de roedores rivales, comadrejas domesticadas y turones (que más tarde se domesticarían, como los hurones).

La migración del gato doméstico hacia el norte, desde Egipto hasta Grecia, no está bien documentada. En la lengua acadia, hablada en la parte oriental del Creciente Fértil, aparecen palabras distintas para designar al gato doméstico y al salvaje hace unos 2.900 años, de modo que los gatos domésticos ya se habrían extendido seguramente hasta lo que ahora es Irak en esa época.

Los gatos domésticos ya debían ser bastante comunes en Grecia, al menos entre la aristocracia, algún tiempo antes. Lo sabemos porque hay monedas acuñadas para su uso en dos colonias griegas. Están hechas hace unos 2.400 años, una para Reggio Calabria, en la «punta de la bota» de Italia, frente a Sicilia, y la otra para Taranto, en el «tacón», y ambas muestran a sus fundadores unos trescientos años antes. Aunque eran pueblos muy diferentes, las monedas son notablemente parecidas y pueden referirse a la misma leyenda. Ambas muestran a un hombre sentado en una silla, haciendo oscilar un juguete delante de un gato, que trata de alcanzarlo con las patas delanteras. Que el hombre aparezca con un gato en vez de los más habituales caballos o perros sugiere que los gatos como mascota eran al principio poco corrientes en Grecia, posiblemente importaciones exóticas de Egipto, y su posesión era un indicador de estatus. Un bajorrelieve tallado en Atenas por la misma época muestra a un gato y un perro a punto de pelearse, pero el gato va atado, lo que indica que es un gato amansado en vez de un animal doméstico.

Los gatos domésticos probablemente se hicieron comunes en Grecia e Italia hace unos 2.400 años. Algunos de los indicios más claros proceden de pinturas griegas en las que se ven gatos sueltos y relajados en presencia de personas. También empezaron a representarse en lápidas, seguramente como mascotas de las personas allí enterradas. Es más, por entonces, los griegos tenían una palabra específica para designar al gato doméstico, aielouros o «cola agitada». En Roma, empezaron a aparecer pinturas que mostraban a gatos en situaciones domésticas, bajo bancos en un banquete, sobre el hombro de un muchacho o jugando con un ovillo de cuerda que cuelga de la mano de una mujer. Como en Egipto, los gatos de Roma eran mascotas de mujeres; los hombres solían preferir los perros. E igual que «Miw» se adoptó como nombre para niñas en Egipto, «Felicula» (gatito) se convirtió en un nombre corriente para niñas en Roma hace unos 2.000 años. En otras partes del Imperio romano se usaba «Catta» o «Cattula», el primero se originó en el norte de África ocupado por los romanos.


Moneda griega (Italia, 400 a.C.)

Como en Egipto, una vez que el gato se hubo domesticado, empezó a asociarse con diosas, sobre todo con Artemisa en Grecia y con Diana en Roma. El poeta romano Ovidio escribió acerca de una mítica guerra entre dioses y gigantes en la que Diana escapó a Egipto y se transformó en gato para evitar ser descubierta. De este modo los gatos se asociaron en gran medida con el paganismo, una relación que acabó conduciendo a su persecución en la Edad Media.

A medida que las rutas marítimas se abrieron entre Oriente Medio, el subcontinente indio y la península malaya e Indonesia, los gatos —por primera vez— se transportaron fuera de las zonas nativas de sus antepasados salvajes.

Los comerciantes romanos fueron seguramente los que llevaron gatos hasta la India, por mar, y más tarde a China a través de Mongolia, a lo largo de la Ruta de la Seda. Había gatos ya establecidos en China en el siglo V d.C., y en Japón unos cien años más tarde.25 En ambos países estaban muy valorados porque eran capaces de proteger los valiosos capullos de gusano de seda de los ataques de los roedores.

El tipo característico de gato doméstico del sureste de Asia —de cuerpo esbelto, ágil y de voz alta— no es, como alguna vez se pensó, una domesticación distinta del gato indio del desierto, Felis ornata. Aunque las pruebas arqueológicas son escasas, el ADN de los gatos callejeros actuales en todo el Lejano Oriente —ya sea en Singapur, en Vietnam, en China o en Corea— demuestra que tienen el mismo antepasado común que los gatos europeos: Felis lybica, del noreste de África u Oriente Medio. Lo mismo ocurre con todas las razas puras «extranjeras» (del Lejano Oriente), como los siameses, los korats y los birmanos.26 No hay barrera que evite que los gatos domésticos se crucen con los gatos indios del desierto, pero es evidente que sus descendientes rara vez sirven como mascotas: aunque los gatos salvajes de Asia central llevan ADN doméstico, sus camaradas domésticos no llevan rastro alguno de ADN salvaje.

Fechar con precisión la aparición de los gatos domésticos en el sureste de Asia es imposible y cada población parece haberse desarrollado aislada de las demás. El ADN de los gatos callejeros de Corea es bastante parecido al de sus compañeros chinos y, en menor medida, a los de Singapur, pero los gatos vietnamitas son muy diferentes, lo que supone que ha habido pocos traslados de gatos entre esos países desde que llegaron por primera vez. Los gatos callejeros de Sri Lanka también son distintos y se parecen más a los de Kenia que a ningún gato asiático, debido quizás a la circulación de barcos con gatos a través del océano Índico.

La historia pinta un cuadro convencional sobre los orígenes y la dispersión del gato doméstico hasta el nacimiento de Cristo, pero este cuadro choca con lo que podemos deducir de la biología. Los relatos convencionales subrayaron la intervención humana, y suponen que la domesticación del gato fue un proceso deliberado. Pero desde la perspectiva del gato, surge un cuadro diferente: el de un cambio gradual de cazador salvaje a predador oportunista y luego, por medio de la domesticación, a funciones paralelas como controlador de plagas, compañero y animal simbólico.

Un biólogo observaría que en cada etapa los gatos estaban simplemente evolucionando para aprovechar las ventajas de las nuevas oportunidades que les proporcionaban las actividades humanas. Contrariamente al perro, que fue domesticado mucho antes, no habría habido un hueco para el gato en una sociedad de cazadores-recolectores. Hasta que no aparecieron los primeros almacenes de grano, alrededor de los cuales se concentraban los roedores salvajes, a los gatos no les merecía la pena visitar los asentamientos humanos, e incluso entonces los que lo hacían corrían el riesgo de que los mataran para quedarse con su piel. Seguramente, hasta que el ratón casero no evolucionó para explotar aquel nuevo recurso que eran los almacenes de comida humana, los gatos no empezaron a aparecer de manera regular en los asentamientos, y se les toleraba solamente porque evidentemente mataban a los roedores y, por lo tanto, protegían los graneros.

A medida que se extendió la práctica de la agricultura, lo mismo ocurrió con el gato, que se enfrentó a nuevos desafíos al encontrar nuevas plagas; por ejemplo, la rata del Nilo en Egipto y más tarde la rata negra en Europa y Asia. El gato tenía rivales en su papel de exterminador de bichos: se domesticaba a otros carnívoros de tamaño semejante, como diversos miembros de la familia de los mustélidos, y la gineta y su prima, la mangosta egipcia. De los mustélidos acabó domesticándose al hurón, y los califatos introdujeron en la península Ibérica a la mangosta, más eficaz para controlar a las serpientes, hacia el 750 d.C.27 Todos estos rivales existieron en varias combinaciones en diferentes lugares durante muchos siglos, y no está claro por qué acabó siendo ganador el gato doméstico, con el hurón como único competidor digno de ese nombre. Es muy probable que los gatos no fueran los mejores controlando plagas, así que la respuesta debe estar en otra parte, posiblemente en la biología del gato. La conexión entre gatos y religión no parece haber sido determinante, ya que los egipcios a veces también veneraron a mangostas y ginetas.

Parece más plausible que el gato consiguiera convertirse en un animal más domesticado que cualquiera de sus rivales. Pero ¿cuál fue la causa y cuál el efecto? ¿Son los gatos más «fiables» y predecibles que los hurones porque han desarrollado medios para comunicarse con el ser humano, o es al revés? Como no sabemos con exactitud cómo se comportaban los antepasados directos del gato doméstico, esas preguntas son imposibles de contestar. De todos modos, la capacidad del gato para evolucionar hasta convertirse no solo en controlador de plagas sino en mascota —su papel en nuestros días— debió ser fundamental para su éxito durante los 2.000 primeros años de su domesticación. Así pues, ¿qué hizo destacar al gato durante su larguísimo viaje hasta nuestras casas?

Aquí pudo ser fundamental el papel del gato en la religión egipcia. Es posible que la veneración de los egipcios por los gatos les permitiera disponer del tiempo necesario para evolucionar completamente y, de ser un cazador salvaje, se convirtiera en una mascota doméstica; de otro modo habrían seguido siendo un satélite de la sociedad humana y no una parte intrínseca de ella. Es incluso posible que los talleres que hacían las momias de gatos forzaran la evolución de los gatos, que podían aguantar confinados en espacios pequeños y cerca de otros gatos, cualidades ambas que están ausentes en los sumamente territoriales felinos salvajes, pero que son esenciales en la vida de una mascota urbana. Aunque naturalmente la mayor parte de los gatos que llevaban los genes relevantes murieran jóvenes —para eso los criaban, al fin y al cabo—, algunos debieron escapar y mezclarse con la población, y sus descendientes heredarían una habilidad cada vez mayor para arreglárselas en los cerrados entornos de la sociedad urbana. Esos cambios requieren solo unas pocas décadas en carnívoros cautivos, como vemos en el ejemplo del experimento ruso con zorros criados por su piel que se convirtieron de animales salvajes en animales dóciles en muy pocas generaciones.28 ¿Es posible que el actual gato que habita en un piso deba su gran adaptabilidad a los habitantes de aquellos horribles criaderos egipcios de gatos?

En la mente de un gato

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