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PREFACIO

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¿Qué es un gato? Las personas se han sentido intrigadas por los gatos desde que estos empezaron a vivir entre nosotros. Una leyenda irlandesa dice que «los ojos de un gato son como una ventana a otro mundo», un mundo que nos resulta ¡verdaderamente misterioso! La mayoría de los dueños de mascotas estaría de acuerdo en que los perros suelen ser abiertos y honestos, animales que desvelan sus intenciones ante cualquiera que les preste atención. Mientras que los gatos son animales esquivos: nos imponen sus propias reglas sin que nunca lleguemos a saber realmente cuáles son. Es famosa la frase de Winston Churchill, que se refería a su gato Jock como su «ayudante especial», sobre la política rusa: «Es como un acertijo envuelto en misterio dentro de un enigma; pero quizás exista una solución»; podría haber estado hablando perfectamente de los gatos.

¿Existe una solución? Estoy convencido de que sí y que además se encuentra en la ciencia. He compartido mi casa con bastantes gatos, y me he dado cuenta de que la palabra «poseer» no es el término adecuado para definir esta relación. He sido testigo del nacimiento de varias camadas de gatitos y he cuidado a mis gatos más mayores a lo largo de su doloroso declive hasta la senilidad y la enfermedad. He ayudado a rescatar y trasladar a gatos salvajes, animales que literalmente mordían la mano que les daba de comer. No obstante, no siento que esta implicación personal con los gatos por sí sola me haya enseñado mucho sobre cómo son en realidad. En cambio, ha sido el trabajo científico de los biólogos de campo, arqueólogos, biólogos evolutivos, psicólogos de animales, químicos especializados en el ADN y antrozoólogos como yo, lo que me ha ayudado a juntar las piezas que me faltaban para empezar a desvelar cuál es la verdadera naturaleza del gato. Todavía faltan algunas piezas pero el cuadro definitivo está empezando a emerger. Este es un momento muy oportuno para evaluar los progresos que hemos realizado en cuanto a conocimientos, a lo que queda por descubrir y, lo más importante, a cómo podemos utilizar este saber para mejorar la vida diaria de los gatos.

El hecho de saber más sobre lo que piensan los gatos no debería restarle valor al placer que supone «tenerlos» con nosotros. Existe una teoría que mantiene que solo podemos disfrutar de la compañía de nuestras mascotas si las tratamos como si fueran niños, que la única razón por la que nos gusta tener animales en nuestras vidas es para proyectar en ellos nuestros pensamientos y necesidades, seguros de que no pueden saber lo equivocados que estamos. Llevar este punto de vista a su conclusión lógica puede obligarnos a admitir que ni nos entienden, ni les afecta realmente lo que les decimos, y a descubrir de súbito que ya ni siquiera los queremos. No estoy de acuerdo con esta idea. Creo que la mente humana es perfectamente capaz de albergar dos teorías aparentemente incompatibles sobre los animales, sin que una niegue a la otra. La idea de que los animales en algunos aspectos son muy parecidos a los humanos y, en otros, completamente distintos subyace al humor de muchas caricaturas y tarjetas de felicitación; estas no tendrían tanta gracia si los dos conceptos se anularan uno al otro. De hecho, a mí me ocurre exactamente lo contrario: cuanto más aprendo sobre los gatos, a través de mis propias observaciones y también de otras investigaciones, más valoro ser capaz de compartir mi vida con ellos.

Me he sentido fascinado por los gatos desde niño. Durante mi infancia no teníamos gatos en casa, ni tampoco los vecinos. Los únicos gatos que conocía vivían en la granja que había más abajo en la carretera y no eran mascotas, sino gatos ratoneros. A veces mi hermano y yo captábamos alguna imagen de ellos corriendo desde el granero a la construcción anexa, pero eran animales muy ocupados y no se mostraban demasiado amigables con la gente y, menos, con los niños pequeños. Una vez el granjero nos enseñó una camada de gatitos que había entre las balas de heno, pero no hizo ningún esfuerzo por domesticarlos: solo eran su seguro contra las alimañas. A esa edad pensaba que los gatos solo eran unos animales más de granja, como las gallinas que picoteaban alrededor del patio o las vacas que llevaban a diario a ordeñar a la vaquería.

El primer gato doméstico que conocí era el polo opuesto de esos gatos de granja, un neurótico burmés que se llamaba Kelly y pertenecía a una amiga de mi madre que estaba enferma a menudo y no tenía ningún vecino que pudiera dar de comer a su felino mientras estaba hospitalizada. Kelly se hospedó con nosotros y, por si acaso intentaba volver a su casa, no podíamos dejarlo salir; maullaba incesantemente, solo comía bacalao hervido y obviamente estaba acostumbrado a recibir todos los cuidados imaginables de su incondicional dueña. Durante el tiempo que estuvo con nosotros se dedicó a esconderse detrás del sofá y, unos segundos después de que sonara el teléfono, esperaba el momento en que mi madre estaba inmersa en la conversación con la persona que llamaba para salir de su escondite y clavarle en la pantorrilla sus largos colmillos de burmés. Los que llamaban habitualmente a casa se acostumbraron a que veinte segundos después de haber empezado a hablar con mi madre, la conversación se interrumpiera bruscamente por un grito y un insulto apagado. Era comprensible que a ninguno nos hiciera mucha gracia ese gato y todos nos sentíamos aliviados cuando llegaba el momento de que volviera a su casa.


Splodge

Hasta que no tuve mis propias mascotas en casa no empecé a valorar el placer de convivir con un gato normal, es decir, un gato que ronronea cuando lo acaricias y saluda a las personas frotándose entre sus piernas. Posiblemente, las primeras personas que alojaron gatos en su casa hace miles de años también apreciaron estas cualidades felinas; estas demostraciones de afecto son también la seña de identidad de los individuos domesticados del gato montés africano, el ancestro directo del gato doméstico. El énfasis que se puso en estas cualidades fue aumentando gradualmente con el paso de los siglos. Sin embargo, a pesar de que hoy día la mayoría de los dueños de gatos los valoran sobre todo por su cariño, los gatos domésticos a lo largo de la historia han tenido que ganarse el sustento como controladores de ratones y ratas.

A medida que fue creciendo mi experiencia con gatos domésticos, también aumentó mi apreciación por sus orígenes utilitarios. Splodge, un suave gatito blanco y negro que regalamos a nuestra hija como compensación por tener que mudarnos de ciudad, se convirtió rápidamente en un gran cazador, greñudo y de mal genio. Al contrario de muchos gatos, no tenía ningún miedo a las ratas, aunque se tratara de una rata adulta. Se dio cuenta enseguida de que colocar un cadáver de rata en el suelo de la cocina para que nos lo encontrásemos al bajar a desayunar no era algo que apreciásemos, por lo que decidió mantener sus actividades predatorias en privado sin por ello dar, me temo, a las ratas ningún respiro.

Por muy valiente que se mostrara frente a una rata, Splodge normalmente se mantenía alejado de otros gatos. De vez en cuando oíamos el ruido de la trampilla de la gatera como si hubiera entrado a casa con mucha prisa y, al echar un rápido vistazo por la ventana, descubríamos a uno de los gatos más viejos del barrio mirar en dirección a nuestra puerta trasera. Tenía un lugar favorito donde ir a cazar, en el parque cercano a nuestra casa, pero en el camino de ida y vuelta intentaba pasar lo más inadvertido posible. Su timidez con los otros gatos, sobre todo machos, no era algo atípico; evidenciaba una falta de habilidades sociales que constituye quizá la mayor diferencia entre gatos y perros. A la mayoría de los perros les resulta fácil llevarse bien con otros perros, mientras que para los gatos los otros felinos son un desafío. Sin embargo, hoy en día muchos dueños esperan que sus gatos acepten a otros congéneres sin dudarlo, bien porque deciden tener un segundo gato, o bien cuando deciden mudarse y colocan a su desprevenido minino en lo que otro gato piensa que es su territorio.

Para los gatos no es suficiente con tener un ambiente social estable, dependen de sus dueños para que les faciliten un medio físico también estable. Son animales básicamente territoriales que echan poderosas raíces en su entorno. Para alguno, la casa de sus dueños es el único territorio que necesitan. Lucy, otra de mis gatos, no mostraba ningún interés en cazar, a pesar de ser la sobrina-nieta de Splodge; apenas se alejaba diez metros de la casa, con la excepción de cuando entraba en celo, que desaparecía por la valla del jardín durante horas. Libby, la hija de Lucy, nacida en casa, era una cazadora tan aguerrida como Splodge pero prefería convocar a los machos del barrio que ir a buscarlos personalmente. Splodge, Lucy y Libby, a pesar de ser tres gatos emparentados que vivieron bajo el mismo techo la mayor parte de sus vidas, tenían personalidades muy peculiares y, si algo aprendí observándolos, es que no hay ningún gato del todo típico: los gatos tienen personalidades, al igual que los humanos. Esta observación me inspiró en mi estudio de cómo pueden haber surgido esas diferencias.

La transformación del gato de controlador de plagas residente a compañero de piso ha ocurrido de forma reciente y rápida y, sobre todo desde el punto de vista del gato, obviamente no se ha completado. Los dueños de hoy exigen a sus gatos que tengan una serie de cualidades muy distintas a las que eran habituales en los felinos incluso hace un siglo. En cierta manera, a los gatos se les está poniendo difícil lidiar con su nueva popularidad. La mayoría de los dueños preferiría que sus gatos no se dedicaran a matar pequeños pájaros y ratones indefensos, y aquellas personas a las que les interesa más la vida salvaje que las mascotas están empezando a expresar cada vez más vehementemente su oposición a esas necesidades depredadoras de los felinos. Es posible que los gatos ahora se tengan que enfrentar a actitudes más hostiles hacia ellos que en los últimos dos siglos. ¿Pueden los gatos quitarse de encima su imagen de exterminadores de alimañas elegidos por los seres humanos?

Los gatos son ajenos a la polémica generada por su naturaleza depredadora, pero se dan perfecta cuenta de las dificultades diarias que encuentran al relacionarse con otros gatos. Su independencia, la cualidad que convierte al gato en la mascota perfecta porque necesita poco mantenimiento, posiblemente procede de sus orígenes solitarios, pero no les ha preparado muy bien para enfrentarse a muchas suposiciones de los dueños que creen que deberían ser tan adaptables como los perros. ¿Pueden los gatos ser más flexibles en sus necesidades sociales para que no les afecte la cercanía de otros gatos, sin perder su atractivo único?

Una de las razones por las que empecé a escribir este libro fue imaginar cómo sería el gato típico dentro de cincuenta años. Me gustaría que las personas siguieran disfrutando de la compañía de un animal sin duda encantador, pero para conseguir esto no estoy seguro de que el gato, como especie, esté yendo en la dirección correcta. Cuanto más tiempo paso estudiando a los gatos, del más asilvestrado al más mimado siamés, más convencido estoy de que no podemos permitirnos seguir dándoles por hecho: se necesita un enfoque más respetuoso hacia la tenencia y cría de los felinos si es que queremos asegurar su futuro.

En la mente de un gato

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