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1 EL GATO EN EL UMBRAL

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Los gatos domésticos son actualmente un fenómeno global, pero el modo en que pasaron del estado salvaje a convertirse en gatos caseros sigue siendo un misterio. La mayor parte de los animales que tenemos a nuestro alrededor fue domesticada por razones prosaicas y prácticas. Las vacas, las ovejas y las cabras nos dan carne, leche y cuero. Los cerdos proporcionan carne; las gallinas, carne y huevos. Los perros, nuestra segunda mascota favorita, siguen siendo muy útiles para el ser humano además de hacernos compañía: ayudan a cazar, a pastorear, a guardar, a seguir pistas y a arrastrar vehículos, por no hablar más que de unas pocas cosas. Los gatos no son tan útiles como estos animales; incluso la reputación que se han ganado como controladores de ratones puede ser algo exagerada, aunque históricamente esa fue su tarea más evidente en lo que respecta a su convivencia con el ser humano. Así pues, al revés que con el perro, no tenemos respuestas fáciles a la hora de saber cómo se incorporó el gato en la cultura humana de una manera tan efectiva. Nuestra búsqueda de explicaciones debe empezar hace unos diez milenios, que es probablemente cuando los gatos llegaron a nuestra puerta.

Los relatos convencionales sobre la domesticación del gato, basados en informaciones arqueológicas e históricas, sugieren que vivieron por primera vez en casas en Egipto hace 3.500 años. Pero nuevas pruebas procedentes del campo de la biología molecular han cuestionado esta teoría. Los exámenes de diferencias entre el ADN de los gatos actuales, domésticos y salvajes, han datado sus orígenes mucho antes, entre hace 10.000 y 15.000 años (8.000 y 13.000 a.C.). Podemos desechar sin miedo el extremo más alejado de esta horquilla: no tiene sentido ir más allá de 15.000 años en términos de la evolución de nuestra especie, ya que no es probable que los cazadores-recolectores de la Edad de Piedra tuvieran la necesidad o los recursos como para tener gatos. El cálculo menor, 10.000 años, supone que los gatos domésticos proceden de varios antepasados salvajes que llegaron de diversos lugares de Oriente Medio. En otras palabras, la domesticación del gato tuvo lugar en varios lugares distantes entre sí, o bien más o menos contemporáneos, o bien a lo largo de un periodo extenso de tiempo. Aunque admitamos que los gatos se empezaron a domesticar alrededor del año 8000 a.C., eso nos deja un intervalo de 6.500 años antes de que aparecieran los primeros registros históricos de gatos domésticos en Egipto. Hasta ahora, pocos científicos de cualquier tipo han estudiado esta primera —y más larga— fase en la relación entre el ser humano y el gato.

Los datos arqueológicos de este periodo de tiempo no nos aclaran gran cosa. Se han encontrado dientes y fragmentos de huesos de gato que datan de entre los años 7000 y 6000 a.C. en excavaciones cerca de la ciudad palestina de Jericó y en otros lugares del Creciente Fértil, la «cuna de la civilización», que se extendía desde Irak a través de Jordania y Siria hasta las costas orientales del Mediterráneo y Egipto. Pero estos fragmentos son raros; es más, podrían proceder de gatos salvajes a los que quizá mataran por sus pieles. Pinturas rupestres y estatuillas de animales semejantes a gatos del milenio siguiente, descubiertas en lo que son ahora Israel y Jordania, podrían representar seguramente gatos domesticados; sin embargo, esos gatos no están representados en entornos domésticos, así que bien pueden ser imágenes de gatos salvajes, incluso de grandes felinos. Así pues, si admitimos que esas pruebas se refieren todas a formas primitivas de gatos domésticos, sigue sin explicarse su extrema rareza. En el año 8000 a.C., la relación de la humanidad con el perro doméstico ya había progresado hasta el punto de que los perros se enterraban habitualmente junto a sus amos en diversas partes de Asia, Europa y Norteamérica, mientras que los entierros de gatos no empezaron a generalizarse en Egipto hasta más o menos el año 1000 a.C.1 Si durante esa época los gatos eran ya animales domésticos, deberíamos tener más pruebas tangibles de esa relación que las que se han descubierto.

Las claves más reveladoras del modo en que empezó la asociación entre el hombre y el gato no proceden del Creciente Fértil, sino de Chipre. Chipre es una de las pocas islas mediterráneas que nunca estuvieron unidas al continente, incluso cuando el mar estaba en su nivel más bajo. Por tanto, su población animal tuvo que llegar allí volando o nadando, es decir, hasta que el ser humano empezó a viajar hasta allí en primitivas embarcaciones hace unos 12.000 años. En ese momento, en el Mediterráneo oriental no había animales domesticados, con la probable excepción de los primeros perros, de modo que los animales que cruzaron el mar con aquellos primeros pobladores debieron de ser, o bien animales salvajes domesticados individualmente, o autoestopistas inadvertidos. Así pues, aunque no podamos decir con seguridad si los antiguos restos de gatos en el continente son de animales salvajes, mansos o domesticados, está claro que los gatos solo pudieron llegar a Chipre transportados allí deliberadamente por hombres, suponiendo, tal como podemos hacerlo sin arriesgarnos, que a los gatos de aquella época les repugnaba tanto nadar en el mar como a los gatos actuales. Cualquier resto de gatos encontrado allí debe ser de animales semidomesticados o al menos cautivos, o de sus descendientes.

En Chipre, los primeros restos de gatos coinciden con los primeros asentamientos humanos y se encuentran dentro de ellos, hacia el año 7500 a.C., lo que hace suponer que es muy probable que fueran llevados hasta allí deliberadamente. Los gatos son demasiado grandes y visibles como para ser transportados sin que los hombres se dieran cuenta a través del Mediterráneo en los pequeños barcos de la época: sabemos poco de los barcos que navegaban por el mar durante esos tiempos, pero seguramente eran demasiado pequeños para que un gato fuera en ellos de polizón. Es más, no tenemos pruebas de que hubiera gatos viviendo fuera de los asentamientos humanos en Chipre durante otros 3.000 años. Lo más probable pues es que los primeros pobladores de Chipre llevaran con ellos gatos salvajes que habían capturado y domesticado en el continente. No es inverosímil pensar que fueran las únicas personas a las que se les había ocurrido domesticar gatos salvajes, así que es factible que cazar y domar gatos fuera ya una costumbre establecida en el Mediterráneo oriental. Para confirmar esta teoría tenemos pruebas de importaciones prehistóricas de gatos domesticados a otras grandes islas mediterráneas como Creta, Cerdeña y Mallorca.

En los primeros asentamientos de Chipre encontramos también la razón más probable para que se domesticase a los gatos salvajes. Desde el principio esos lugares, así como sus contrapartidas en el continente, se vieron invadidos por ratones caseros. Es probable que esos ratones indeseados sí fueran polizones, transportados accidentalmente a través del Mediterráneo en sacos de comida o de semillas. Lo más probable pues es que tan pronto los ratones se establecieron en Chipre, los colonizadores importaran gatos mansos o semidomesticados para mantenerlos a raya. Eso pudo ocurrir diez o cien años después de que se establecieran los primeros asentamientos; los datos arqueológicos no pueden revelar diferencias tan pequeñas. Si esto es así, sugiere que la práctica de domesticar gatos para controlar ratones ya era habitual en el continente hace 10.000 años. No es probable que se encuentren nunca pruebas sólidas de esto, pues la presencia omnipresente de gatos salvajes allí hace que resulte imposible saber si los restos de un gato, aunque se encontraran dentro de un asentamiento, son los de un gato salvaje que hubiera muerto o hubieran matado cuando entró allí a cazar o los de un gato que hubiera vivido allí toda su vida.

Sean cuales sean sus orígenes exactos, la tradición de domesticar gatos salvajes para controlar plagas se extendió hasta los tiempos modernos en zonas de África donde los gatos domésticos son escasos y los salvajes son fáciles de conseguir. Cuando viajaba por el Nilo Blanco en 1869, el botánico y explorador alemán Georg Schweinfurth descubrió que los roedores habían invadido sus cajas de especímenes botánicos durante la noche. Lo recordaba así:

Uno de los animales más comunes de por aquí era el gato salvaje de las estepas. Aunque los nativos no los crían como animales domésticos, los atrapan uno a uno cuando son bastante jóvenes y no les resulta difícil reconciliarlos con la vida en sus cabañas y recintos, donde crecen y llevan a cabo su guerra natural contra las ratas. Me procuré varios de estos gatos que, después de haber estado atados durante varios días, parecían perder una buena medida de su ferocidad y se adaptaban a una existencia dentro de casa, de modo que se acercaban en muchos sentidos a las costumbres del gato común. Por la noche los ataba a mis paquetes, que de otro modo habrían estado amenazados, y gracias a eso podía irme a la cama sin tener miedo a que se los comieran las ratas.2

Al igual que Schweinfurth, aquellos exploradores mucho más antiguos que llevaron en primer lugar gatos salvajes a Chipre sin duda descubrieron que tenían que mantener atados a sus gatos. Si se les permitía estar sueltos, los gatos se habrían escapado rápidamente y habrían hecho una escabechina entre la fauna nativa, que hasta ese momento no había estado en contacto con un predador tan agresivo como el gato. Sabemos que esto es lo que pasó al final. Varios siglos después del establecimiento de seres humanos, gatos que no se distinguían de los gatos salvajes se extendieron por Chipre y permanecieron allí durante varios miles de años.3 Lo más probable es que solo los gatos que estaban encerrados en los silos permanecieran allí para ayudar a los primeros pobladores a deshacerse de las plagas; los demás se habrían marchado a explotar la vida salvaje local. Los descendientes de esos escapados podrían haber sido cazados y comidos de vez en cuando, ya que se han encontrado huesos rotos de gatos en diversos emplazamientos neolíticos en Chipre, así como los de otros predadores, como zorros e incluso perros domésticos.

Domesticar gatos salvajes para controlar a las plagas fue una práctica que se vio probablemente acelerada por la aparición de una nueva plaga en los graneros, el ratón casero (Mus musculus); sin duda la historia de estos dos animales está inextricablemente entretejida. El ratón casero es una de las más de treinta especies de ratón que hay en el mundo, pero es la única que se ha adaptado a vivir entre las personas y a aprovecharse de nuestra comida.

Los ratones caseros tienen su origen en una especie salvaje de algún lugar del norte de la India, donde llevaba existiendo probablemente desde hacía un millón de años, sin duda desde mucho antes de la evolución de la humanidad. Desde allí se extendieron hacia el este y el oeste, alimentándose con granos silvestres, hasta que llegaron al Creciente Fértil, donde finalmente se encontraron con los primeros depósitos de grano cosechado. Se han encontrado dientes de ratones entre el grano almacenado de hace 11.000 años en Israel, y en Siria se encontró un colgante de piedra tallada en forma de cabeza de ratón de 9.500 años de antigüedad. Así comenzó una asociación con el ser humano que ha continuado hasta nuestros días. Las personas no solo proporcionaban comida en abundancia que el ratón podía explotar, sino que nuestros edificios también suministraban lugares secos y calientes donde construir nidos y protección de predadores como los gatos salvajes. Los ratones que pudieron adaptarse a esas condiciones de vida florecieron, mientras que los que no pudieron, murieron. El ratón casero rara vez cría con éxito lejos de las casas, especialmente cuando hay competidores salvajes, como el ratón de bosque.

Los seres humanos también proporcionaron al ratón casero una forma de colonizar nuevas zonas. Algunos ratones de la parte suroriental del Creciente Fértil (actualmente Siria y el norte de Irak) fueron transportados accidentalmente, seguramente junto al grano con el que se comerciaba entre comunidades, por todo Oriente Próximo hasta las costas más orientales del Mediterráneo y después a las islas cercanas, como Chipre.

La primera cultura invadida por ratones caseros fue la de los natufienses, que por extensión son el pueblo que más probablemente inició el largo viaje que hizo el gato hasta llegar a nuestras casas. Los natufienses vivían en la zona formada actualmente por Israel-Palestina, Jordania, el suroeste de Siria y el sur del Líbano, entre 11.000 y 8000 a.C. aproximadamente. Considerados en general como los inventores de la agricultura, eran en un principio cazadores-recolectores como otros habitantes de la región; pero pronto empezaron a especializarse en recoger los cereales silvestres que crecían en abundancia a su alrededor, en una región que era significativamente más productiva entonces de lo que es ahora. Para ello, los natufienses inventaron la hoz. Hojas de hoz encontradas en asentamientos natufienses muestran aún las superficies brillantes que solo pudieron conseguirse segando los abrasivos tallos de los cereales silvestres, como el trigo, la cebada y el centeno.

Los primeros natufienses vivían en pequeñas aldeas; sus casas estaban en parte bajo tierra y en parte por encima, con paredes y suelos de piedra y tejados de ramas. Hasta el 10.800 a.C., raramente plantaban cereales deliberadamente, pero durante los 1.300 años siguientes un rápido cambio en el clima, conocido como el Joven Dryas, trajo consigo una intensificación significativa de la limpieza, plantación y cultivo de los campos. A medida que aumentaban las cantidades de cereales cosechados, aumentaba también la necesidad de almacenamiento. Probablemente, los natufienses y sus sucesores usaban pozos de almacenamiento construidos con ladrillos de barro y hechos como versiones en miniatura de sus casas. Seguramente fue ese invento el que desencadenó la autodomesticación del ratón casero que, al trasladarse a aquel rico y novedoso ambiente, pasó a ser la primera especie de mamífero que se convirtió en una plaga para el hombre.

A medida que crecía el número de ratones, estos debieron atraer la atención de sus predadores naturales, como zorros, chacales, aves rapaces, los perros domésticos de los natufienses y, naturalmente, los gatos salvajes. Los gatos salvajes tenían dos ventajas que los distinguían de los demás predadores de ratones: eran ágiles y nocturnos, podían cazar casi en la oscuridad, cuando los ratones se volvían activos. Sin embargo, si aquellos gatos salvajes se asustaban tanto del hombre como sus camaradas actuales, es difícil imaginar cómo habrían podido explotar aquella nueva y rica fuente de alimento. Casi sin duda, por tanto, los gatos salvajes de la región habitada por los natufienses eran menos asustadizos que los de hoy día.

LA EVOLUCIÓN DE LOS GATOS

El origen de cada miembro de la familia de los felinos, desde el noble león hasta el pequeño gato patinegro, puede encontrarse en un animal semejante al gato, de tamaño medio, el Pseudaelurus, que recorría las estepas de Asia central hace once millones de años. El Pseudaelurus se extinguió, pero no antes de que niveles inusualmente bajos del mar le permitieran emigrar a través de lo que hoy es el mar Rojo hasta África, donde evolucionó hasta convertirse en varios felinos de tamaño medio, como los que conocemos actualmente con el nombre de caracales y servales. Otros Pseudaelurus se trasladaron hacia el este a través del puente de Beringia hasta Norteamérica, donde acabaron evolucionando para convertirse en el gato montés de Norteamérica, el lince y el puma. Hace dos o tres millones de años aproximadamente, tras la formación del istmo de Panamá, los primeros felinos cruzaron hasta Suramérica; allí evolucionaron aislados y se convirtieron en diversas especies que no se encuentran en ninguna otra parte, como el ocelote y el gato de Geoffroy. Los grandes felinos —leones, tigres, jaguares y leopardos— evolucionaron en Asia y después se extendieron por Europa y Norteamérica, sus lugares de distribución actuales no son más que una pequeña reliquia de los lugares donde solían encontrarse hace unos pocos millones de años. Es notable que los antepasados lejanos de los gatos domésticos actuales hayan evolucionado al parecer en Norteamérica hace unos ocho millones de años, y después emigraran de nuevo hacia Asia unos dos millones de años más tarde. Hace unos tres millones de años, esos felinos empezaron a evolucionar hasta convertirse en las especies que conocemos actualmente, como el gato montés, el gato del desierto y el chaus; aproximadamente en ese momento también empezó a surgir un linaje asiático diferente, en el que encontramos el gato de Pallas y el gato pescador.4


No tenemos prueba alguna de que los natufienses domesticaran deliberadamente a los gatos. Como los ratones antes que ellos, los gatos se limitaron a llegar para explotar el nuevo recurso que había creado el inicio de la agricultura. A medida que la agricultura natufiense se iba complicando, con una variedad creciente de cosechas y la domesticación de animales como las ovejas y las cabras, y a medida que la agricultura se iba extendiendo a otras regiones y culturas, se multiplicaron las oportunidades que los gatos tenían a su disposición. No eran gatos mascota como los que conocemos ahora, sino, más bien, los gatos que se aprovechaban de esas concentraciones de ratones se habrían parecido más a los zorros de hoy en día, capaces de adaptarse a un entorno humano, pero conservando aún su modo de ser esencialmente asilvestrado. La domesticación surgiría mucho más tarde.

Sabemos sorprendentemente poco acerca de los gatos salvajes del Creciente Fértil y las zonas de alrededor (véase el recuadro de la pág. 47, «La evolución de los gatos»). Los registros arqueológicos nos indican que hace 10.000 años, en la región vivieron varias especies, todas ellas acudieron atraídas por grandes concentraciones de ratones. Sabemos que más adelante, los antiguos egipcios tenían numerosos gatos de la jungla o chaus, Felis chaus, domesticados; pero los gatos de la jungla son mucho más voluminosos que los gatos salvajes, ya que pesan entre cinco y diez kilos, y son lo bastante grandes como para matar gacelas jóvenes y ciervos moteados. Aunque en su dieta habitual se incluyen los roedores, es posible que fueran demasiado grandes como para acceder con regularidad a los graneros. Por otra parte es posible también que tuvieran un carácter demasiado difícil como para vivir con el hombre. Tenemos pruebas de que los egipcios intentaron domesticarlos e incluso entrenarlos como controladores de roedores, pero al parecer sin éxito.

Contemporáneos a ellos fueron los gatos del desierto, Felis margarita, animales nocturnos de grandes orejas que cazan de noche utilizando su agudo oído. Además, tienen menos miedo del ser humano y, por tanto, pudieron considerarse buenos candidatos para la domesticación. Pero están hechos para la vida en el desierto —las almohadillas de sus patas están cubiertas de espeso pelo para protegerlos de la arena caliente— de modo que habría pocos cerca de los primeros almacenes de grano; los natufienses solían construir sus aldeas en zonas boscosas.

A medida que la civilización se extendió hacia el este a través de Asia, iba entrando en contacto con otras especies de felinos. En Chanhudaro, una ciudad construida por la civilización harappan cerca del río Indo, en lo que ahora es Pakistán, los arqueólogos encontraron un ladrillo de 5.000 años de antigüedad con la pata de un gato impresa, y la de un perro superpuesta. Al parecer, el gato pisó corriendo el ladrillo que secaba al sol, seguido de cerca por un perro que seguramente le querría dar caza. La huella es más grande que la de un gato doméstico, y su pata palmeada y las largas garras lo identifican como un gato pescador, Felis viverrina, que se extiende hoy día desde la cuenca del Indo hasta el este y el sur, en Sumatra en Indonesia (aunque no en el Creciente Fértil). Como sugiere su nombre, el gato pescador es un buen nadador y se especializa en atrapar peces y aves acuáticas. Aunque también caza pequeños roedores, es difícil imaginar que pudiera cambiar de dieta y limitarse a comer sobre todo ratones, así que también es un candidato poco probable para la domesticación.

En otros lugares, tenemos noticias de al menos otras dos especies de felinos que salen de la selva para cazar los animales que invadían los almacenes de comida de los seres humanos. En Asia central y en la antigua China, el gato salvaje local, el manul (o gato de Pallas, por el nombre del naturalista alemán que lo clasificó por primera vez), era domesticado de vez en cuando y lo tenían como controlador de roedores. El manul tiene la capa más peluda de todos los miembros de la familia felina, tan larga que su pelo le oculta casi por completo las orejas. Mientras tanto, en la América Central precolombina se domesticaba seguramente también a un felino parecido a una nutria, el jaguarundi, como controlador de plagas semimanso. Ninguna de estas especies llegó a ser totalmente doméstica, ni tampoco se incluyen entre los antepasados directos del gato casero actual.

De todos estos felinos salvajes, solo uno se domesticó con éxito. Este honor se lo lleva el gato salvaje árabe Felis silvestris lybica,5 según lo confirma su ADN. En el pasado, tanto científicos como amantes de los gatos sugirieron que ciertas razas dentro de la familia del gato doméstico están hibridadas con otras especies. Por ejemplo, las peludas patas del gato persa son algo parecidas a las del gato del desierto, y su fina capa es en cierto modo semejante a la del manul. Pero el ADN de todos los gatos domésticos —vulgar, siamés o persa— no muestra rastro alguno de esas otras especies, ni de cualquier otra mezcla en realidad. De algún modo solo el gato salvaje árabe fue capaz de colarse en la sociedad humana, superando a todos sus rivales y extendiéndose finalmente por todo el mundo. Aunque no es fácil definir las cualidades que le permitieron llevar a cabo esta hazaña, seguramente solo tuvieron lugar combinadas en los gatos salvajes de Oriente Medio.


Gato de la jungla


Gato del desierto

El gato salvaje Felis silvestris se encuentra actualmente por toda Europa, África y Asia central, así como en Asia occidental, la zona donde probablemente evolucionó por primera vez. Como muchos otros predadores, como el lobo, se encuentra ahora solo en zonas aisladas y generalmente remotas donde puede evitar la persecución por parte del hombre. No siempre ha sido así. Hace 5.000 años, en algunas zonas los gatos salvajes se consideraban deliciosos bocados; los pozos de basura que dejaron los «moradores de lagos» de Alemania y Suiza contienen muchos huesos de gato salvaje.6 En aquellos tiempos los gatos debieron ser abundantes, pues si no, no podrían haberse cazado en tan gran número. A lo largo de los siglos se hicieron más escasos, desplazados por la desaparición de su hábitat boscoso a favor de la agricultura y empujados hacia el interior de los bosques debido al desarrollo y a la pérdida de hábitat. La invención de las armas de fuego provocó la caza y extinción de los gatos salvajes en muchos lugares. Durante el siglo XIX, varios países europeos como Reino Unido, Alemania o Suiza7 los tacharon de plaga, debido a los daños que supuestamente causaban tanto a la vida salvaje como al ganado. Solo en los últimos tiempos, debido al establecimiento de reservas de vida salvaje y a la mayor información que existe acerca del importante papel desempeñado por los predadores para estabilizar los ecosistemas, los gatos salvajes están volviendo a zonas como Baviera, donde no se habían visto desde hacía cientos de años.


Manul


Jaguarundi

El gato salvaje se divide actualmente en cuatro subespecies o razas: el gato silvestre europeo Felis silvestris silvestris, el gato salvaje árabe Felis silvestris lybica, el gato salvaje surafricano Felis silvestris cafra y el gato indio del desierto Felis silvestris ornata.8 Todos estos felinos son de aspecto muy parecido y pueden cruzarse allá donde sus poblaciones se superponen. Una posible quinta especie es el muy raro gato chino del desierto Felis bieti que, según su ADN, se segregó de la estirpe principal de los gatos salvajes hace aproximadamente un cuarto de millón de años. Puede ser que estos gatos formen en realidad una especie aparte, ya que no se conocen híbridos, pero viven en una región tan pequeña e inaccesible —parte de la provincia china de Sichuán— que esto puede deberse a la falta de oportunidades, más que a una imposibilidad física.

Los gatos salvajes de las diversas partes del mundo difieren notablemente entre sí en la facilidad con la que se pueden domesticar. Es más, la domesticación puede llevarse a cabo solo con animales que son ya lo bastante mansos como para criar a sus cachorros cerca de las personas. Las crías que se adaptan mejor a la compañía de los seres humanos y de su entorno son, como parece lógico, las que más probablemente se queden con el ser humano y críen, cosa que no harán las que se adapten peor; las últimas seguramente volverán a la vida salvaje. A lo largo de varias generaciones, esta selección «natural» repetida irá cambiando gradualmente el código genético de estos animales, de modo que se adapten con mayor facilidad a la vida junto al ser humano. También es probable que al mismo tiempo los seres humanos intensifiquen esta selección alimentando a los animales más dóciles y expulsando a los que tienen tendencia a morder y arañar. Este proceso no puede iniciarse sin cierta base genética favorable a la mansedumbre que existiera con anterioridad, y en el caso de los gatos salvajes, esta característica no está distribuida de una manera uniforme. En la actualidad, algunas partes del mundo tienen poco material en bruto apropiado para la domesticación, mientras que otras parecen más prometedoras.


Distribución histórica de las subespecies de gato salvaje

Sabemos, por ejemplo, que las cuatro subespecies de gato salvaje difieren en la facilidad de su domesticación. El gato montés europeo es más grande y robusto que el típico gato doméstico, y tiene una característica cola corta de extremo chato y negro. Aparte de esto, desde lejos tiene el aspecto de un gato doméstico atigrado a rayas; un vistazo de lejos es lo que puede esperar la mayor parte de la gente, ya que está entre los más salvajes de los animales. Esto se debe en gran parte a su genética, y no al modo en que ha crecido: las pocas personas que han intentado conseguir gatos monteses domesticados se han visto frustradas. En 1936, la fotógrafa de la naturaleza y vida salvaje Frances Pitt escribió:

Hace mucho tiempo que se ha comprobado que el gato montés europeo no es domesticable. Hubo un tiempo en que yo no me lo creía. […] Mi optimismo recibió un jarro de agua fría cuando conocí a Beelzebina, Princesa de los Demonios. Procedía de las Highlands escocesas y era una gatita ya algo crecida que escupía y arañaba con gran resentimiento. Sus ojos verde pálido brillaban con odio salvaje hacia los seres humanos y cualquier intento por establecer una relación amistosa con ella fracasaba. Llegó a estar menos asustada, pero a medida que desaparecía su timidez, aumentaba su ferocidad.9

Más tarde Pitt se hizo con un macho más joven aún, con la esperanza de que Beelzebina hubiera sido demasiado mayor para socializar cuando la encontraron. Que llamara Satán al nuevo gatito sugiere quizá lo difícil que fue de manipular desde el principio. A medida que se hacía más fuerte y seguro, más difícil era tocarlo. Comía de la mano, pero escupía y gruñía al hacerlo, para retroceder después rápidamente. De todos modos, no era patológicamente agresivo. Simplemente, odiaba a la gente. Cuando aún era cachorro, Pitt lo puso en contacto con una gatita doméstica, Beauty, con la que él siempre fue «todo amabilidad y devoción». Cuando a ella la sacaban de la jaula en la que había que mantenerlo, «él se disgustaba profundamente. Rasgaba el aire con sus roncos gritos pues su voz, aunque fuerte, no era agradable». Beauty y Satán tuvieron varias camadas de gatitos, todos ellos tenían la apariencia característica de los gatos monteses. Algunos, a pesar de haber sido manipulados desde su más tierna edad, salieron tan salvajes como su padre; otros eran más sociables con Pitt y sus parientes, aunque seguían siendo muy desconfiados con los desconocidos. Las experiencias de Pitt con los gatos salvajes escoceses parecen haber sido muy típicas: Mike Tomkies, el «Hombre de la selva», también fue incapaz de socializar con sus dos gatas salvajes criadas en casa, Cleo y Patra, que tenía en una vivienda remota en las costas de un loch escocés.10

Sabemos muy poco del gato indio del desierto, pero se dice que es muy difícil de domesticar. Esta subespecie se encuentra al sur y al este del mar Caspio, hacia el sur a través de Pakistán y llega hasta los estados indios noroccidentales de Gujarat, Rajastán y el Punjab, y por el este atraviesa Kazajastán hasta llegar a Mongolia. Tiene la capa habitualmente más pálida que la de los demás gatos salvajes, y el dibujo de su pelaje es más manchado que rayado. Al igual que otros gatos salvajes, se establece ocasionalmente cerca de granjas, atraído por la concentración de roedores, pero nunca ha dado el paso siguiente hacia la domesticación y aceptación de los hombres. Tenemos datos de Harappa en los que se habla de caracales mansos, felinos de tamaño medio y largas patas con orejas peludas características, y de gatos de la jungla, además del gato pescador que deja sus huellas allí; pero no encontramos ninguna indicación referente al gato indio del desierto. Durante mucho tiempo, los biólogos y los aficionados a los gatos pensaron que los gatos siameses podían ser un cruce del gato doméstico y del gato indio del desierto, la progenie de un cruce entre los primeros gatos domésticos y los gatos salvajes locales que hubiera tenido lugar en el valle del Indo. Sin embargo, los científicos no han encontrado la firma de ADN característica del gato indio del desierto en ningún ejemplar de los gatos siameses y las razas relacionadas con ellos, que más bien proceden de los gatos salvajes de Oriente Medio o Egipto. No hay gatos salvajes silvestris en el sureste de Asia, de modo que los gatos originales de Siam debieron ser importados de Occidente como animales ya totalmente domesticados.

Los gatos salvajes de Suráfrica y Namibia —«gatos cafres»— están también muy diferenciados genéticamente. Emigraron hacia el sur desde las poblaciones originales de gatos salvajes del norte de África hace unos 175.000 años, más o menos, a la vez que los antepasados del gato indio del desierto que emigraron hacia el este. No está claro dónde está la frontera entre los gatos salvajes de Suráfrica y los árabes. No se distingue ADN de gato salvaje en ninguna parte de África, excepto en Namibia y la República Surafricana. Los gatos salvajes de Nigeria son tímidos, agresivos y difíciles de amansar; los de Uganda toleran a veces mejor a las personas, pero muchos no tienen el aspecto del típico gato salvaje —que en esa zona tiene el dorso de las orejas de un característico marrón rojizo— y probablemente sean híbridos cuyo comportamiento amistoso se deba a sus genes domésticos. La mayor parte de los gatos callejeros de esa misma zona muestra señales de haber tenido algún gato salvaje entre sus antepasados, de modo que la distinción entre gato salvaje, gato callejero y mascota de raza es un tanto difusa en muchas zonas de África.

Los gatos salvajes de Zimbabue —que seguramente pertenecen a la subespecie surafricana— son un caso aparte. En la década de 1960, el naturalista y director de museo Reay Smithers tuvo en su casa a dos hembras de gato salvaje criadas allí, Goro y Komani, en lo que entonces era Rodesia del Sur.11 Ambas estaban lo bastante domesticadas como para que las dejaran salir de sus jaulas, aunque una cada vez, ya que se peleaban en cuanto se veían. Una vez, Komani desapareció durante cuatro meses, reapareciendo finalmente una noche ante el haz de la linterna de Smithers: «Llamé a mi mujer, a quien la gata está muy unida, y nos sentamos un rato mientras ella llamaba en voz baja a la gata por su nombre. Debió de pasar un cuarto de hora antes de que Komani respondiera de pronto y se acercara a ella. La reunión fue conmovedora, a Komani le dieron arrebatos de ronroneos y se frotaba contra las piernas de mi mujer».

Ese comportamiento es idéntico al de un gato casero que se reúne con su dueño, y las semejanzas con las mascotas no terminan aquí. Goro y Komani eran muy afectuosas con los perros de Smithers y se frotaban contra sus patas y se enroscaban delante del fuego con ellos. Cada día demostraban su afecto por el propio Smithers con una efusiva panoplia de comportamientos típicos de los gatos caseros.

Aquellas gatas no hacían nunca nada a medias; por ejemplo, cuando volvían a casa después de todo el día fuera, solían ser sumamente afectuosas. Cuando esto ocurre, uno deja de hacer lo que está haciendo, pues caminan por encima de los papeles en los que estás escribiendo, frotándose contra tus manos y tu cara; o te saltan al hombro y se cuelan entre tu cara y el libro que estás leyendo, frotándose contra él, ronroneando y estirándose, cayéndose a veces en su entusiasmo y, en general, exigiéndote una total atención.

Este puede ser el comportamiento de un típico «gato cafre» criado en una casa, pero es más probable que Goro y Komani, aunque eran indudablemente gatos salvajes en términos de su aspecto y sus habilidades cazadoras, poseyeran de todas formas algo de ADN procedente del cruce con gatos domésticos en algún momento de sus orígenes. La extensión de la hibridación entre gatos salvajes y domésticos en Suráfrica y Namibia se reveló recientemente gracias a secuencias de ADN de veinticuatro supuestos gatos salvajes, ocho de los cuales poseían signos inequívocos de descender parcialmente de gatos domésticos. En un estudio que se llevó a cabo en zoológicos de Estados Unidos, Reino Unido y la República Surafricana, descubrí que diez de cada doce gatos salvajes surafricanos mostraban un comportamiento afectuoso hacia sus cuidadores y, de ellos, dos se frotaban regularmente contra ellos y los lamían.12 Este tipo de comportamiento sugiere que estos últimos eran híbridos, mientras que los que no se dejaban manipular en absoluto eran probablemente auténticos gatos salvajes. Los ocho que eran moderadamente afectuosos podían haber sido cualquiera de las dos cosas.

La hibridación entre gatos salvajes y domésticos no se limita a África. En un estudio, cinco de siete gatos salvajes recogidos en Mongolia tenían trazas de ADN de gato doméstico; solo dos eran gatos indios del desierto «puros». En mis investigaciones en zoos, descubrí que de una docena de gatos de estas subespecies en cautividad, solo tres se acercaban espontáneamente a sus guardianes y solo uno se frotaba con sus piernas. De las proporciones encontradas en los resultados de los ADN parecía que todos estos fuesen híbridos, aunque se asemejaban a los típicos gatos indios del desierto. En el mismo estudio de ADN de gatos salvajes, casi un tercio de los «gatos salvajes» aparentes muestreados en Francia tenía parte de gato doméstico en su linaje.13 Con la llegada de la tecnología del ADN, es fácil detectar la hibridación cuando los gatos salvajes locales son genéticamente diferentes de los gatos domésticos, como ocurre en Suráfrica, Asia central y en Europa occidental. Definir lo que es salvaje y lo que es híbrido es más problemático en lugares donde los gatos domésticos y los salvajes son casi idénticos genéticamente, como en el Creciente Fértil, cuna del gato salvaje árabe.

El gato salvaje árabe lybica no es solo el más parecido al gato doméstico, sino que también es el representante vivo más cercano del primer Felis silvestris, pues todas las demás especies evolucionaron hace cientos de miles de años, como consecuencia de que pequeños números de animales emigraran hacia el este, el sur o el oeste desde el origen de la especie en Oriente Medio. Los gatos salvajes de África al norte del Sahara también son probablemente lybica, pero aún no se les han hecho pruebas de ADN que lo confirmen. Como todos los gatos salvajes, el gato árabe/surafricano tiene una capa rayada semejante a la caballa, con colores que van del gris al marrón, más oscuro en animales que habitan en bosques y más pálido en los que viven en los bordes de los desiertos. Es en general más grande y más esbelto que un típico gato doméstico, y su cola y sus patas son muy largas; sin duda las patas delanteras son tan largas que, cuando se sienta, su postura es erguida, como mostraban los antiguos egipcios en las estatuas de la diosa gata Bastet. Aunque en general son nocturnos y, por tanto, rara vez se les ve, no son especialmente escasos. Se dice que los cachorros de gato salvaje árabe, si se crían en casa, suelen volverse afectuosos con las personas, pero la mayor parte de los relatos de testigos proceden de África central o del sur, y por tanto se refieren más bien a cafra que a lybica. El explorador Georg Schweinfurth se hizo con sus gatos salvajes domados en lo que hoy es Sudán del Sur, donde se unen los límites de los territorios de los lybica y los cafra, y que es la zona más septentrional de África que proporciona datos fiables sobre gatos salvajes domesticables.

Se sabe muy poco del comportamiento de los auténticos gatos salvajes lybica de Oriente Medio o del noreste de África. En la década de 1990, el conservacionista David Macdonald colocó un collar con radio a seis gatos salvajes en la reserva Thumamah en el centro de Arabia Saudí. Todos excepto uno se mantuvieron a distancia de la actividad humana; pero los seis «vagaban a menudo por las proximidades del palomar [en el pueblo de Thumamah] y se les veía durmiendo con los gatos domésticos en el patio de una de las casas. En una ocasión se vio a uno apareándose con un gato [doméstico]».14 Aparte de mostrar lo fácil de la hibridación entre gatos salvajes y domésticos, estas y otras observaciones arrojan escasa luz acerca de si los gatos salvajes de esta parte del mundo pudieron ser fáciles de domesticar, hace miles de años.

Localizar el origen geográfico preciso del gato doméstico está lejos de ser fácil, pues las evidencias arqueológicas no son concluyentes, como tampoco lo son las recientes pruebas de ADN. La huella genética del gato doméstico se ha extendido por todo el mundo y, como se cruza tan fácilmente con otras especies, se encuentra ahora casi universalmente en lo que son, según todas las apariencias externas, «gatos salvajes». Esto ha sido así cada vez que se ha investigado a los gatos salvajes, desde Escocia en el norte hasta Mongolia por el este o el extremo sur de África. Muchos de estos «gatos salvajes» en apariencia tienen ADN característico de gatos domésticos que se han asilvestrado. Otros tienen una mezcla: en parte ADN de gato salvaje y en parte doméstico. De treinta y seis gatos salvajes a los que se sacó muestras en Francia, veintitrés tenían ADN «puro» de gato salvaje, ocho eran indistinguibles de los gatos domésticos y cinco eran evidentemente una mezcla de ambos. Las técnicas utilizadas solo son lo bastante sensibles como para detectar las principales contribuciones de cada antepasado de los gatos: un gato con un tatarabuelo doméstico y quince salvajes, por ejemplo, aparecerá como un gato salvaje «puro».

Teniendo todo esto en cuenta, tienen que quedar muy pocos gatos salvajes Felis silvestris «puros» en el mundo. Que haya habido al menos un milenio de contactos entre gatos salvajes y domésticos —y de cuatro a diez veces más tiempo en Oriente Medio— significa que debe haber al menos un híbrido prácticamente en el pasado de cada uno de los gatos que vivan en libertad. En un extremo, algunos son mascotas domésticas que se han escapado y tienen la capa de color «caballa» característica, de modo que si los atropella un coche o se les caza en alguna zona remota, se clasifican como gatos salvajes; solo una muestra de su ADN desvela su auténtica identidad. En el otro extremo del espectro, el linaje de algunos gatos salvajes puede retroceder durante varios cientos de generaciones antes de que un gato doméstico aparezca en su por otra parte «intacto» árbol genealógico.


El gato salvaje árabe Felis lybica

Para los conservacionistas preocupados por preservar al gato salvaje en su prístino estado, esto es una verdad incómoda. En muchos lugares de Europa los gatos salvajes son animales protegidos, y es delito matar a uno deliberadamente: los gatos asilvestrados no tienen ese estatus e incluso pueden ser tratados como plaga. Por decirlo claramente, un gato asilvestrado es un gato que vive en estado salvaje pero desciende de gatos domésticos: la mayoría son distinguibles de los gatos salvajes por su aspecto, que puede ser el que se encuentra en cualquier tipo de gato doméstico. ¿Cómo va a funcionar la ley si no hay distinción genética fácil entre gatos salvajes y asilvestrados? La mejor respuesta es seguramente la más pragmática: si un gato parece un gato salvaje y se comporta como un gato salvaje —es decir, si vive de la caza y no de robar comida—, entonces probablemente sea un gato salvaje, o está lo bastante cerca de serlo como para que importe poco. Los gatos domésticos, incluso los que crecen en la naturaleza y tienen que arreglárselas por sí mismos, son rara vez tan hábiles cazando como los auténticos gatos salvajes. Es más, ahora podemos identificar a los gatos salvajes más puros gracias a su ADN, recogido en unos pocos pelos: hay individuos que pueden, por tanto, recibir protección especial en la confianza de que no son simples gatos domésticos que parecen salvajes.

Esta hibridación casi universal hace que resulte difícil localizar el origen del gato doméstico. Difícil, pero no necesariamente imposible. Surgieran donde surgieran, todos los gatos salvajes en un lugar en concreto deberían tener ADN de tipo doméstico. Tras unos 4.000 años de coexistencia, y probables cruces, cada uno llevará proporciones diferentes de genes salvajes y domésticos, pero serán indistinguibles (excepto en el caso de los quince o veinte genes, de momento no identificados, que hacen que los gatos socialicen con mayor o menor facilidad con las personas; esos deben ser por definición diferentes entre los gatos domésticos y los gatos salvajes).15 Por desgracia, en gran parte debido a la inestabilidad actual en Oriente Medio y el norte de África, es difícil obtener muestras suficientes de ADN de gatos salvajes en el Creciente Fértil y el noreste de África como para demostrar definitivamente esta hipótesis. El estudio más completo hecho hasta ahora solamente pudo incluir muestras de dos colonias de gatos en el sur de Israel, tres individuos recogidos en Arabia Saudí y uno en los Emiratos Árabes Unidos. No hay muestras de Líbano, Jordania, Siria ni Egipto;16 tampoco había ninguno del norte de África, así que ni siquiera los gatos de Libia, que dan al lybica su nombre, están aún clasificados definitivamente. Hasta que haya más información acerca del ADN de los felinos de todas estas regiones, es imposible utilizar información genética para decir con precisión dónde se inició la domesticación.

Lo que sugiere la diversidad de ADN entre los felinos actuales es que no solo se domesticó a una población de gatos rebuscadores, sino a varias. Estas diversas domesticaciones pudieron ser más o menos contemporáneas, pero es más probable que tuvieran lugar con una diferencia de cientos, e incluso miles, de años entre sí. Podemos estar bastante seguros de que ninguna de estas domesticaciones tuvo lugar en Europa, la India o Suráfrica; de otro modo encontraríamos restos del ADN de los gatos salvajes de esas regiones en los actuales gatos domésticos. Pero el lugar preciso en el que ocurrieron esas transformaciones en Asia occidental o en el noreste de África queda a la espera de posteriores investigaciones.

Si utilizamos los datos que tenemos a nuestra disposición, podemos proponer una situación probable, que sería la siguiente: los gatos se domesticaron por primera vez en un asentamiento, probablemente en Oriente Medio, para controlar a los roedores. La zona más probable es pues la habitada por los natufienses, pero ellos no fueron la primera cultura de moledores de grano en esa parte del mundo. Antes incluso, aproximadamente hace 15.000 años en lo que es ahora Sudán y el sur de Egipto, los integrantes de la cultura qadan vivían en asentamientos fijos y cosechaban granos silvestres en grandes cantidades. Pero unos 4.000 años más tarde, tras una serie de inundaciones devastadoras en el valle del Nilo, fueron desplazados por cazadores-recolectores, lo que significa que si habían domesticado a sus gatos para que protegieran sus graneros, esta práctica pudo desaparecer cuando su cultura se destruyó. Se cree que durante el mismo periodo más o menos pero más al norte, en el valle del Nilo, los mushabienses desarrollaron independientemente algunas de las tecnologías que finalmente dieron lugar a la agricultura, como el almacenamiento de comida y el cultivo de higos. De nuevo, muy bien pudieron haber tenido gatos domesticados para proteger sus almacenes. Unos 14.000 años antes algunos mushabienses abandonaron Egipto y se trasladaron hacia el noreste, al desierto del Sinaí donde, mezclándose con el pueblo kebaran que allí habitaba, se convirtieron en los natufienses.17 Estos mushabienses migratorios vivieron al parecer como cazadores-recolectores nómadas, pero es posible que, aunque no tuvieran necesidad ni capacidad para llevar con ellos gatos domesticados, poseyeran una tradición oral acerca de la utilidad de los gatos que la cultura natufiense absorbió.

Aunque concedamos a los natufienses el privilegio de haber sido los primeros domesticadores de gatos, la diversidad genética de los gatos actuales debió ser el resultado de la domesticación en más de un lugar. Los gatos salvajes de cualquier zona dada tienden a ser genéticamente semejantes porque son animales territoriales y rara vez migran. El flujo de genes entre regiones es un proceso muy lento; es decir, lento hasta hace poco tiempo, debido a la intervención humana. Sabemos que los gatos domésticos son perfectamente capaces e incluso están dispuestos a cruzarse con miembros de otras subespecies de Felis silvestris, incluso los que, como el gato montés escocés, han llegado a ser genéticamente característicos tras decenas de miles de años de separación de los antepasados salvajes del gato doméstico en Oriente Medio. Por alguna razón los descendientes de estos cruces, aunque son perfectamente capaces de reproducirse, se incorporan rara vez hoy día a la población de mascotas; más bien los que sobreviven adoptan el estilo de vida salvaje. Es probable que haya algún tipo de incompatibilidad en esos híbridos que suprime el desarrollo completo de los genes que les permitirían ser sociables con las personas. Es evidente que esa incompatibilidad no existía entre los primeros gatos domésticos y los gatos salvajes que había en su entorno.

A medida que el ser humano empezó a llevar consigo gatos en sus viajes, esos gatos pudieron encontrarse con otros salvajes locales pertenecientes a la subespecie lybica, y asimilaron algunos de sus genes. Sin barrera biológica para cruzarse, las hembras domesticadas debieron ser cortejadas con éxito por machos salvajes. A veces, como se ha visto recientemente entre gatos en Escocia, los cachorros resultantes habrían salido a su padre y no habrían podido convivir con personas. Pero de vez en cuando los gatitos podrían haber sido fáciles de domesticar y permanecieron con su madre, fundiéndose con la población doméstica. Sin embargo, esto no tiene por qué ser el origen de toda la diversidad genética del gato actual, ya que este proceso se refiere solamente al nuevo material genético introducido por gatos salvajes machos. Los gatos domésticos llevan la marca de su descendencia de muchos gatos salvajes, sin duda, pero también de cinco hembras salvajes diferentes, cada una de las cuales puede localizarse en Oriente Medio o en el norte de África.18 Es posible que cada una de estas gatas fuese domesticada separadamente, cada una por una cultura diferente en un emplazamiento diferente, y que sus descendientes fueran por tanto —quizá cientos o incluso miles de años más tarde— intercambiados entre culturas, hasta que los genomas acabaron mezclándose. Pero esta explicación atribuye mucha participación del ser humano en este proceso, y poca de los propios gatos.

La capacidad de esos primeros gatos para cruzarse con sus vecinos salvajes es lo que les proporcionó la diversidad genética extra. De vez en cuando un macho manso, semidomesticado, atraído por el olor y los gritos de apareamiento de una hembra salvaje, se escapaba y se cruzaba con ella. Algunos de los cachorros de estos cruces podrían haber llevado los genes adecuados para ser fácilmente domesticados; algunos podrían haber sido encontrados y adoptados como mascotas por las mujeres o niños del lugar, y después criados para cruzarse con otros machos domésticos. Esto no tiene por qué haber ocurrido a menudo: solo cuatro o cinco de esos gatos, además de la hembra fundadora original, tienen sus descendientes entre las mascotas de hoy en día.

La prehistoria del gato es, pues, el resultado de muchas interacciones fortuitas entre la determinación humana, el afecto humano hacia los animales bonitos y la biología gatuna. Fue un proceso mucho más aleatorio que la domesticación de otros animales —ovejas, cabras, vacas y cerdos— que tuvo lugar más o menos por la misma época. Ya estaban apareciendo los perros domésticos de diversos tipos, lo que demostraba que la gente de la época podía adaptar sus animales domésticos a formas que eran más útiles y fáciles de manipular que sus predecesores. Así pues, durante miles de años, el gato siguió siendo un animal esencialmente salvaje que se cruzaba con las poblaciones salvajes locales de modo que, en muchos lugares, los animales domésticos y los salvajes debieron haber formado un continuo en lugar de ser los seres totalmente opuestos que son ahora. Es más, los gatos salvajes y los domésticos podrían haber sido de apariencia idéntica, y distinguibles solo por su comportamiento con las personas. Para ganarse la tolerancia de sus anfitriones humanos, los gatos tuvieron que ser cazadores eficaces: cualquier gato que permitiera la aparición de ratones en su granero, o dejar que entrara una serpiente en la casa y mordiera y envenenara a alguien de la familia, no habría durado mucho tiempo. La docilidad, la baja reactividad y la dependencia del liderazgo humano —apreciadas características en otros animales domesticados— no habrían supuesto ninguna ventaja para el gato.

De todos modos, los primeros registros artísticos y escritos que tenemos sobre gatos los describen claramente como parte de la familia, de modo que evidentemente inspiraban sentimientos de afecto en las personas, al menos al final de su fase de predomesticación. Solo ahora la ciencia felina empieza a permitirnos entender cómo y por qué ha llegado a ser de esta manera.

En la mente de un gato

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