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LA VÍA DEL «QUÉ» Y LA VÍA DEL «DÓNDE»

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La parte más moderna de la vía visual, que, en términos evolutivos, compartimos tan solo con los otros primates, tiene su origen en las neuronas ganglionares de la retina localizadas fundamentalmente en la fóvea (parvocelulares). Discurre a lo largo de la zona ventral del cerebro, en los lóbulos occipital y temporal. Se le ha denominado la vía del «qué» porque la actividad en esta zona es la responsable de nuestro reconocimiento consciente de los objetos que aparecen en una escena visual.

Es decir, que esta vía del «qué» es la responsable de construir el color, la forma y la textura de los objetos, así como los rostros que nos encontramos por la calle. Nuestra percepción visual es tan importante que, por ejemplo, las lesiones en el lóbulo temporal pueden ocasionar serias dificultades en el reconocimiento de objetos (agnosias) o de caras (prosopagnosia). Además, las lesiones en otra área de esta misma vía, denominada V4, pueden producir la pérdida selectiva del color (acromatopsia), dando lugar a una situación en la que los pacientes ven solo en blanco y negro.


Figura 2.5. Vías visuales. Organización funcional del sistema visual, con indicación de las vías ventral y dorsal.

La otra vía principal del sistema visual tiene su origen en las células ganglionares de la retina (magnocelulares) y continúa dorsalmente en la corteza cerebral a través de los lóbulos occipital y parietal. La profundidad, las tres dimensiones, el movimiento global y relativo en la escena, así como su organización, son atributos analizados en esta vía, denominada por muchos autores la vía del «dónde». Las lesiones en esta vía provocan déficits en la coordinación motora que incluso pueden llegar a producir acinetopsia, también conocida como ceguera al movimiento.

Esta parte de nuestro sistema visual es la más antigua evolutivamente. La compartimos con todos los mamíferos y solo es sensible a los cambios en luminancia, ya que sus componentes celulares son «ciegos» al color. La vía del «dónde» o dorsal es, además, más rápida, pero tiene una resolución espacial más pobre; por este motivo, el detalle fino de una imagen se analiza fundamentalmente en la vía ventral o del «qué».

Por lo tanto, el procesamiento visual en las dos vías es muy diferente. Por ello, muchos artistas, sobre todo a partir del siglo XIX, lo han explotado asombrosamente bien en sus obras.

Los impresionistas, por ejemplo, se dieron cuenta de que no importa qué color se use para plasmar la diferencia en luminancia que, como ya hemos mencionado, transmite la información básica de una escena. Por eso, en sus cuadros, utilizaban colores y contrastes de luminancia completamente irreales para generar sensaciones ilusorias de brillo, profundidad, movimiento…

Volviendo al ejemplo del cuadro Impresión, sol naciente, de Monet (ver figura 2.4 en la página II del pliego a color), el sol es equiluminante con el fondo; es decir, solo lo «ve» la vía ventral o del «qué» sensible al color. La vía dorsal o del «dónde», responsable de la percepción de la localización espacial de los objetos, no lo ve; por lo tanto, nuestro sistema visual comete errores al intentar establecer de forma precisa su posición, cosa que eso hace que parezca centellear en el cielo.15

En los cuadros de La Grenouillere (ver figura 2.6 en la página III del pliego a color), pintados simultáneamente por Monet y Renoir, se plasma el ambiente que se vivía en esa zona de descanso a las orillas del Sena. Sin embargo, Monet consigue captar mucho mejor la esencia del agua del río, su textura y movimiento. Para ello, utiliza una secuencia de colores muy característica: negro, amarillo, blanco y azul. El blanco y el negro tienen mayor contraste de luminancia que el amarillo y el azul, y el cerebro procesa estas diferencias en contraste a distintas velocidades y, por lo tanto, en distintos tiempos, lo que se traduce en una ilusión de movimiento.

El neurocientífico Akiyoshi Kitaoka (¡150 años más tarde!) descubrió de forma independiente el mismo fenómeno y fue capaz de generar imágenes estáticas que producen sus conocidas ilusiones visuales de movimiento combinando esos mismos cuatro colores (ver figura 2.7 en la página IV del pliego a color).

Para quien esté interesado en su obra, en la web http://www.ritsumei.ac.jp/~akitaoka/index-e.html se pueden encontrar reproducciones de muchas de sus creaciones.

La intención de los impresionistas era captar la esencia misma de la imagen, y en su búsqueda, además, descubrieron que, para lograrlo, debían difuminar los bordes y las formas de los objetos utilizando sus gruesas pinceladas para quedarse solo con la información de más baja frecuencia espacial, de menor resolución. Si no lo hubieran hecho así, no habrían conseguido un efecto tan cautivador, pues la información de alta frecuencia que proporcionan los bordes definidos activa de forma preponderante la vía ventral (o del «qué»), y habría dominado sobre la percepción elusiva generada en la vía dorsal (o del «dónde»).

El cerebro ilusionista

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