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Jorge Enrique Altieri
Sobre Víctimas y Victimarios
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JORGE ENRIQUE ALTIERI
Sobre Víctimas y Victimarios
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Introducción.
CAPÍTULO I
Los bandos en las orillas.
“La provincia de Santa Fe ya no tiene que perder, desde que tuvo la desgracia de ser invadida por unos ejércitos que parecía que venían de los mismos infiernos. Nos han privado de nuestras casas, porque las han quemado; de nuestras propiedades porque las han robado; de nuestras familias porque las han muerto por furor o por hambre.”4
“La dimensión clasista de la guerra civil hizo que las víctimas unitarias de los hermanos Aldao fueran habitualmente personajes de la clase alta y gobernante, por lo que sus muertes, destierros o prisiones tenían una repercusión mucho mayor, no sólo en su tiempo sino también en nuestra historia consagrada, que cuando el infortunio se abatía sobre anónimos gauchos federales que constituían la clase baja, bajo el poder de los caudillos locales que eran abatidos por los unitarios.” 5
Así fue que Sarmiento se erigió en ideólogo de un proyecto de unificación nacional para “eliminar la barbarie”. El plan se basaba en una intensa política educativa, en la inmigración selectiva y, principalmente, en una guerra contra los caudillos provincianos para exterminarlos. Paradójicamente, los verdugos seleccionados para llevar a cabo las campañas punitivas al interior del país no fueron argentinos sino extranjeros provenientes del Uruguay y colorados, tales como: Venancio Flores, Ambrosio Sandes y Wenceslao Paunero, por citar sólo algunos.
“Se nos habla de gauchos...la lucha ha dado cuenta de ellos, de toda esa chusma de haraganes. No trate de economizar sangre de gauchos. Este es un abono que es preciso hacer útil al país. La sangre de esta chusma criolla incivil, bárbara y ruda, es lo único que tienen de seres humanos.” 6 “Los sublevados serán todos ahorcados, oficiales y soldados, en cualquier número que sean”. “Sandes ha marchado a San Luis... Si va, déjelo ir. Si mata gente, cállense la boca. Son animales bípedos de tan perversa condición que no sé qué se obtenga con tratarlos mejor”. 7 “Córteles la cabeza y déjelas de muestra en el camino”. 8
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CAPÍTULO II
Las formas del suplicio.
Mirá, gaucho salvajón,
que no pierdo la esperanza,
y no es chanza,
de hacerte probar qué cosa
es Tin tin y Refalosa.
Ahora te diré cómo es
escuchá y no te asustés;
que para ustedes es canto
más triste que un viernes santo.
Unitario que agarramos
lo estiramos;
o paradito nomás,
por atrás,
lo amarran los compañeros
por supuesto, mazorqueros,
y ligao
con un maniador doblao,
ya queda codo con codo
y desnudito ante todo.
¡Salvajón!
Aquí empieza su aflición.
Luego después a los pieses
un sobeo en tres dobleces
se le atraca,
y queda como una estaca.
lindamente asigurao,
y parao
lo tenemos clamoriando;
y como medio chanciando
lo pinchamos,
y lo que grita, cantamos
la refalosa y tin tin,
sin violín.
Pero seguimos el son
en la vaina del latón,
que asentamos
el cuchillo, y le tantiamos
con las uñas el cogote.
¡Brinca el salvaje vilote
que da risa!
Cuando algunos en camisa
se empiezan a revolcar,
y a llorar,
que es lo que más nos divierte;
de igual suerte
que al Presidente le agrada,
y larga la carcajada
de alegría,
al oír la musiquería
y la broma que le damos
al salvaje que amarramos.
Finalmente:
cuando creemos conveniente,
después que nos divertimos
grandemente, decidimos
que al salvaje
el resuello se le ataje;
y a derechas
lo agarra uno de las mechas,
mientras otro
lo sujeta como a potro
de las patas,
que si se mueve es a gatas.
Entretanto,
nos clama por cuanto santo
tiene el cielo;
pero ahi nomás por consuelo
a su queja:
abajito de la oreja,
con un puñal bien templao
y afilao,
que se llama el quita penas,
le atravesamos las venas
del pescuezo.
¿Y qué se le hace con eso?
larga sangre que es un gusto,
y del susto
entra a revolver los ojos.
¡Ah, hombres flojos!
hemos visto algunos de éstos
que se muerden y hacen gestos,
y visajes
que se pelan los salvajes,
largando tamaña lengua;
y entre nosotros no es mengua
el besarlo,
para medio contentarlo.
¡Qué jarana!
nos reímos de buena gana
y muy mucho,
de ver que hasta les da chucho;
y entonces lo desatamos
y soltamos;
y lo sabemos parar
para verlo refalar
¡en la sangre!
hasta que le da un calambre
Y se cai a patalear,
y a temblar
muy fiero, hasta que se estira
el salvaje; y, lo que espira,
le sacamos
una lonja que apreciamos
el sobarla,
y de manea gastarla.
De ahí se le cortan orejas,
barba, patilla y cejas;
y pelao
lo dejamos arrumbao,
para que engorde algún chancho,
o carancho. X Conque ya ves, Salvajón;
nadita te ha de pasar
después de hacerte gritar:
¡Viva la Federación!
“La parte preferida del cuero para confeccionar una manea es la de la porción anterior del animal, especialmente la cabeza y, de ella, la parte correspondiente a las quijadas, la que circunda las astas y la del cuello (porque el material es grueso, de fibras entrecruzadas y dificultosamente se raja en la porción donde se ha practicado el ojal).
Las maneas se confeccionan con cuero (las hay de vacuno, de yeguarizo, de porcino, de anta, de ciervo, etcétera) como así también con cerda, con lana, etcétera. Las de lujo suelen ser de pura plata, con adornos (argollas, pasadores y bombas) de ese metal o de alpaca, a los que suele agregarse pequeñas dosis de oro.
A estos materiales debo añadir la piel humana. Sí, la piel del indio o del cristiano vencido en la lucha, en la llamada guerra del malón o en los combates intestinos entre fuerzas que pertenecían a distintos sectores políticos o partidarios.”
10
“Obligado el reo a sentarse, se encogía sobre si mismo como un feto en el vientre materno, atados la cabeza y los brazos entre los muslos y apretados estos al cuello. Luego se envolvía a la víctima en un cuero fresco de vaca, que se cosía cuidadosamente, y se colocaba este ovillo de carne humana cerca de una gran fogata. El fuego secaba el cuero prontamente. e Ibarra, sentado frente de aquel ejemplo,
deleitábase escuchando el crujido de los cueros y
el estallido de las vértebras.” 11
CAPITULO III
Juan José, José Miguel y Luis Florentino
“El gobierno de Buenos Aires, mantuvo oficialmente su estricta neutralidad respecto de los partidos que dividían la revolución de Chile, en la realidad no lo era, ya que, a través de su delegado en Santiago, don Bernardo Vera y Pintado, se informaba del estado interno de la situación del país y éste aludía a los Carrera como los gestores de la guerra civil en la que se encontraba Chile frente al enemigo común, culpándolo de esta forma, de la pérdida de la causa por su atolondramiento, arrogancia y nepotismo.” 12
“Los imponderables males que hemos sufrido todos, han tenido su origen en la ambiciosas miras de estos jóvenes audaces. Su existencia es incompatible con la seguridad, buen éxito y tranquilidad del Estado, y ya no es posible tolerarlos por más tiempo. Es de rigorosa justicia un ejemplar castigo en ellos y e
n todos los demás que hayan cooperado con sus detestables designios”.
13
“Pide permiso para visitar a tu marido en Mendoza, vente trayendo cuatro mil pesos para comprar por el precio que puedas un oficial de los guardias, que los porteños se compran como carneros, y hazlo jugar. Trae agua fuerte y sierras para cortar las chavetas de los grillos… Hazte, en este caso, más digna y más amable que lo eres. Imita a madame Lavalette…”. 14
“Ayer a las 5 de la tarde fueron pasados por las armas en la forma ordinaria, don Juan José y don Luis Carrera, a consecuencia del fallo definitivo que pronuncié en la causa que les he seguido por conspiración y atentado contra el orden y las autoridades constituidas, habiendo perdido antes el dictamen de dos letrados, que tuvieron presente el mérito del Proceso y circunstancias extraordinarias de que instruirá a U.E. el adjunto manifiesto que acabo de publicar, para satisfacción mía y de los que se interesen, tanto en la tranquilidad pública, como en la imparcial administración de justicia. La influencia que puede tener este suceso sobre las circunstancias políticas de ese país, me mueve a comunicarlo a U.E. con la brevedad posible, y espero que el orden público de ambos Estados quedará asegurado por el temor que debe imponer a los turbulentos este ejemplar castigo”. 15
2 de diciembre de 1820. “Ayer a las 12 de la mañana llegué al campo de los indios, compuesto como de dos mil, enteramente resueltos a avanzar a los guardias de Buenos Aires, para saquearlas, para quemarlas, tomar las familias y arrear las haciendas. En mi situación no puedo prescindir de acompañarlos al SALTO, que será atacado mañana al amanecer. De allí volveremos para seguir a los Toldos, en donde estableceré mi cuartel para dirigir mis operaciones como convenga. El paso mañana me consterna y más que todo, que se sepa que yo voy, pero atribúyase, por los imparciales, a la cruel persecución del infernal complot”. - General José Miguel Carrera Verdugo. 3 de diciembre de 1820.
“Las macizas puertas del templo, han cedido ante las fuertes ancas de los furiosos caballos; los pobres refugiados ven llegar su fin: gritos de espanto, llantos convulsivos, desesperación y horror. “Allí estaba la parte más codiciada del botín, que es la mujer, porque la gloria del salvaje de la pampa, se cuenta por el número de los hijos que éstas le dan.
4 de diciembre de 1820 “Ayer, mi Mercedes, tomé el Salto, sin querer: mi objeto era sacar ganado y el de los indios saquear e incendiar el pueblo. Avanzamos y mandé la primera compañía, con orden de tirar al aire y huir de las primeras calles como aterrados, para que los indios desistiesen de su empresa. Así se habría logrado, pero los soldados, animados por el pillaje, se apoderaron de la plaza con intrepidez, y los indios, contra sus promesas, hicieron tolderías en la Iglesia, en las casas y en las familias. Me vi obligado a contenerlos en partes y aún estuve resuelto a batirlos si no cedían. Por la fuerza, por el robo y por intrigas, les quité casi todas las prisioneras y las volví con un escolta. He comprado por 20 vacas, la hija de un honrado poblador y al instante la mandé y una chica muy bonita, como Javierita, con quien dormí anoche porque estaba desnuda al frío”… ¡Pleno verano!. Carta del General José Miguel Carrera Verdugo a su esposa. 20
“El comandante del Fuerte de Areco D. Hipólito Delgado en oficio datado hoy me dice lo que sigue, acaba de llegar a este punto el cura del Salto, don Manuel Cabral, don Blas Represa, don Andrés Macaruci, don Diego Barrutti, don Pedro Canoso, y otros varios, que es imponderable cuando han presenciado en la escena de entrada de los indios al Salto, cuyo caudillo es don José Miguel Carrera, y varios oficiales chilenos con alguna gente, con los cuales han hablado estos vecinos, que en la torre se han escapado. Han llevado como trescientas almas de mujeres, criaturas que sacándolas de la iglesia robando rotos los vasos sagrados, sin respetar el copón con las formas sagradas, ni dejarles como pitar un cigarro en todo el pueblo, incendiando muchas casas, y luego se retiraron tomando el camino de la guardia de Rojas; pero ya se dice que anoche han vuelto a entrar al Salto… Es cuanto tengo que informar a V.S. previniéndole, que se dice, que es tanta la hacienda que llevan, que todos ellos no son capaces de arrearla… Dios guarde a V.S. muchos años. Guardia de Luján – Manuel Correa”. 21 6 de diciembre de 1820
“Todos estos males causados a este triste pueblo, lo ha originado el maldito monstruo que vomito Chile, José Miguel Carrera, que no pudiendo atajar el que se hiciera la paz con Santa Fe y Buenos Aires, se apartó con 200 hombres de tropas chiles que tenia de su mando, se internó a los indios, a los que indujo y con ellos se internó a hostilizar nuestras campañas; propia determinación de un desesperado”. “He aquí, mis compatriotas, los últimos y extremosos excesos, que acaba de cometer el horrible monstruo, que abortó la América para su desgracia. No necesito exagerarlos para irritar todo el furor de vuestra cólera contra ese funesto parricida, que no ha pisado un palmo de tierra, donde no haya dejado espantosos vestigios de sus crímenes; crímenes atroces, que han costado las lágrimas, la sangre, y la desolación de la patria. José Miguel Carrera, ese hombre depravado, ese genio del mal, esa furia bostezada por el infierno mismo es el autor de tamaños desastres. Ese traidor, que entregó a su patria en manos del cobarde Osorio, abandonando la defensa del heroico Chile, por atender su venganza; que, después de haber saqueado los caudales públicos y particulares de aquel estado, emigró a nuestro territorio en busca de un asilo, que nos ha sido tan ominoso; que introdujo la discordia en nuestras provincias; que tentó conspiraciones; que encendió la guerra civil con toda clases de maldades, intrigas y perfidias; que profano nuestras leyes; que trastornó nuestro gobierno; que invadió nuestras campañas; que insulto con atrevimiento a nuestro pueblo; ese mismo facineroso es el que huyendo del solo nombre de la dichosa paz, que no puede sufrir su alma reprobada, ha elegido en su rabioso despecho la venganza de las fieras. Bárbaro, cien veces más bárbaro y ferino, que los salvages errantes del Sud, a quienes se ha asociado, acaba de invadir el pacifico pueblo del Salto en la forma inhumana y sacrílega, que habéis oído; y tengo por otros conductos noticias fidedignas, que hizo romper a punta de hacha las puertas de la iglesia, a donde se habían refugiado las familias indefensas, haciéndolas arrancar con mano de esos caribos del pie de los altares, sin que les valiesen sus lágrimas, y sus ruegos. Centenares de matronas honradas, de tímidas doncellas, de tiernos e inocentes niños, de ancianos achacosos han sido víctimas, o presas de ese hotentote desnaturalizado, de ese monstruo más rabioso, y feroz, que los que alimentan los espesos bosques de la Hircania.” 22 7 de diciembre de 1820 “El 7 de diciembre tuvimos la fatal noticia de haber los indios pampas asaltado una madrugada las campañas de Lobos, Chascomús, Rojas y el pueblo del Salto, en donde después de haber robado los ganados y cuanto encontraron, hicieron las mayores iniquidades, matando hombres, mujeres y niños, que les eran inútiles, y llevándose como lo hicieron las mujeres jóvenes cautivas, en donde las tienen para ser pasto de sus brutales apetitos; particularmente en el pueblo del Salto, que después de haber robado cuanto encontraron, y dejado el pueblo asolado sin hombre alguno, porque todos huyeron, y los que quedaron fueron muertos, habiendo sido el número de estos 17, únicos que pudieron hallar, se dirigieron a la iglesia, adonde se habían refugiado y creían verse seguras; pero no les fue de defensa, y con despecho brutal echan a balazos las puertas, entran y sin misericordias, toman las mujeres con la más bárbara crueldad, y a golpes, sablazos, y tomadas por el pelo las montaban en ancas de sus caballos y las llevaron cautivas, dejando arrojadas muchas criaturas que quitaron a las madres, siendo su crueldad tal, que las que lloraban las hacían callar a latigazos; por cuya causa, susto y dolor hubo mujer que en la iglesia quedo muerta, que escena tan triste, y digna de llorarse con lágrimas de sangre; habiendo quedado los maridos sin esposas, los padres sin hijas y los hermanos sin hermanas, por haber sido cautivas de unas y otras más de trescientas.” 23
“Mendoza, Septiembre 3 de 1821. Vistos: Conformándose con el Consejo de Guerra y dictamen del auditor, he venido en confirmar la sentencia de muerte, del dicho Consejo, en consecuencia serán pasados por las armas los reos mencionados: brigadier don José Miguel Carrera, coronel don José María Benavente y el de la misma clase don Felipe Alvarez, en el término de 16 horas, que se les permite para sus disposiciones civiles y religiosas. – Tomás Godoy Cruz – Gobernador de Mendoza.”
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CAPÍTULO V
Manuel
“Señor presidente, señores representantes: Vuestros votos me han llamado a un honroso pero arduo destino. Mas si algo tiene para mí de lisonjero es porque con él viene envuelta la feliz reorganización de nuestra provincia. Mi primer deber, y en consonancia con mis sentimientos, es felicitaros por tan próspero suceso. La confianza, señores, con que se me distingue es de tan gran peso que yo no me descargaré de ella, sino consagrando mis escasas luces y aún mi propia existencia a la conservación y aumento de nuestras instituciones, y al respeto y seguridad de las libertades. Para arribar a tan altos fines, mis medios de acción serán: religiosa obediencia de las leyes, energía y actividad en el cumplimiento de ellas, y deferencia racional a los consejos de los buenos. Señores Representantes: Para separarme del puesto que me habéis encargado no sólo sería suficiente la sanción vuestra, sino que idólatra de la opinión pública, si no soy bastante feliz para obtenerla, no aumentaré mi desgracia empleando ni la fuerza para repelerla, ni la tenacidad e intriga para adormecerla. Resignaré gustoso un destino que no puede halagar al que se precia de recto, desde que el verdadero concepto público no secunde sus procedimientos. Nada más se puede exigir de mí: el resto es del resorte de la fortuna y de los mismos sucesos. Yo cuento con las luces y cooperación de los señores Representantes y espero la consonancia de todos los amantes del orden y prosperidad de nuestra Patria. Sin tal auxilio mis deseos serían estériles, mis esfuerzos impotentes. La época es terrible, la senda está sembrada de espinas. No es, pues, posible allanarla sin que cada cual concurra con el contingente de conocimientos y recursos contenidos en la esfera de su poder. Felizmente conozco demasiado el patriotismo y virtudes cívicas de todos mis conciudadanos para que ni por un instante pueda hacer lugar a una duda tan injuriosa. Animado con esta esperanza, entro a desempeñar el cargo con que habéis tenido a bien honrarme” 29
“Señor Ministro. En este momento he recibido una nota del teniente coronel de húsares don Bernardino Escribano, dándome parte de haber prendido al coronel Dorrego en las inmediaciones de Areco, y de conducirlo a este punto... Saludo al señor ministro, repitiéndole mis asentimientos de aprecio”.
“ …Cerca de las dos de la tarde hice detener el carro frente a la sala que ocupaba el general Lavalle, y desmontándome del caballo fui a decirle que acababa de llegar con el coronel Dorrego. El general se paseaba agitado a grandes pasos y al parecer sumido en una profunda meditación, y apenas oyó el anuncio de la llegada de Dorrego, me dijo estas palabras que aún resuenen en mis oídos después de cuarenta años: Vaya usted e intímele que dentro de una hora será fusilado. El coronel Dorrego había abierto la puerta del carruaje y me esperaba con inquietud. Me aproximé a él conmovido y le intimé la orden funesta de que era portador. Al oírla, el infeliz se dio un fuerte golpe en la frente, exclamando: ¡Santo Dios! - Amigo mío, me dijo entonces, proporcióneme papel y tintero y hágame llamar con urgencia al clérigo Castañer, mi deudo, al que quiero consultar en mis últimos momentos …. Como la hora funesta se aproximaba, el coronel Dorrego me llamó y me dio las cartas, una que todo el mundo conoce, para su esposa, y la otra de que yo solo conozco su contenido, para el gobernador de Santa Fe don Estanislao López. Ambas cartas se las presenté al general Lavalle, quien sin leerlas me las devolvió, ordenándome que entregase la dirigida a su señora y que a la otra no le diera dirección.” 31
“Navarro, Diciembre 13 de 1828.
Sra. Doña Angela Baudrix
De mi mayor aprecio:
Con el comisario D. Pedro Casarino, remito a disposición de Ud. unos apuntes que me entregó antes de morir mi desgraciado Compadre, para que los pusiera en manos de Ud. Lleva también una memoria que me encargó entregase a la hija menor, y unos tiradores para la mayor para que ambas piezas las conservasen en memoria de su Padre, y para Ud. su chaqueta, que me entregó pidiéndome la que yo tenía puesta para morir con ella.
El poncho que también remito me dijo era de su hermano, el Sr. Don Luis, y otros encargos particulares que me hizo se los comunicaré a nuestras vistas. Yo compadezco a Ud. Señora y le acompaña en su sentimiento su atento S.S.Q.S.P.B.
Gregorio Aráoz de Lamadrid”32
“SeñorMinistro: Participo al gobierno delegado que el coronel don Manuel Dorrego acaba de ser fusilado por mi orden al frente de los regimientos que componen esta división. La historia, señor ministro, juzgará imparcialmente si el coronel Dorrego ha debido o no morir; y si al sacrificarlo a la tranquilidad de un pueblo enlutado por él, puedo haber estado poseído de otro sentimiento que el del bien público. Quisiera persuadirse el pueblo de Buenos Aires, que la muerte del coronel Dorrego es el sacrificio mayor que pueda hacer en su obsequio. Saludo al señor ministro con toda atención.”33
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