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CAPÍTULO II
Las formas del suplicio.

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Durante las guerras civiles argentinas las facciones en pugna ejercitaron una crueldad inusual, que recaía generalmente sobre adversarios políticos, jefes militares y prisioneros pero tampoco estaban exentos de ella otras categorías del tejido social.

La ejecución sumaria pasó a ser de uso corriente y, también se emplearon todo tipo de vejaciones y torturas con los vencidos, sus partidarios e inclusive contra los familiares más cercanos de éstos.

Era poco frecuente que se tomaran prisioneros, a los vencidos ó rendidos, simplemente se los mataba, a menos que los vencedores decidieran mantenerlos con vida para incrementar su sufrimiento ó para pedir un eventual rescate, si se trataba de algún personaje importante.

Los métodos más usuales para ejecutar fueron: el fusilamiento, el ahorcamiento y el degüello.

Podía uno alegrarse si le tocaba en suerte ser fusilado. El trámite era rápido y el sufrimiento mínimo pero si el sentenciado a esta pena de muerte era considerado traidor, se lo ejecutaba de espaldas como parte del escarnio. En esas épocas, la traición, estaba considerada como el pináculo del deshonor y la deslealtad, por tal motivo un fusilamiento por la espalda era el desprestigio más grande, especialmente para los militares y marcaba a sus deudos de por vida ya que la sociedad los aislaba y rechazaba de manera inmisericorde.

La horca ha sido el método de ejecución más usado en el mundo. Hebreos, griegos, romanos, germanos, españoles y muchos otros pueblos recurrían a este procedimiento para librarse, entre otros, de idólatras, blasfemos y traidores. Los ingleses extendieron su uso por Europa y América.

Lo que contribuyó a difundir este método de ejecución son las características que posee: extrema facilidad para su aplicación y un carácter netamente exhibicionista.

La ahorcadura o colgamiento provoca la muerte por la constricción del cuello, esto se produce cuando la tracción ejercida por el propio cuerpo en suspensión actúa sobre un lazo sujeto a un punto fijo.

Los que fueron ahorcados, tuvieron, asimismo, una muerte violenta y, aunque la agonía solía prolongarse en algunos casos varios minutos, no dejaba de ser una de las alternativas de ejecución menos cruenta.

En ciertos casos el reo era izado por el propio lazo de suspensión y, cuando quedaba suspendido, el ejecutor lo tomaba por los pies, lo cual incrementaba la tracción del lazo sobre el cuello del condenado y le provocaba violentas sacudidas al cuerpo. Normalmente, el reo era lanzado al vacío desde una plataforma que superaba los tres metros de altura y quedaba suspendido hasta su muerte. En ambos procedimientos, se producen intensas lesiones vertebrales cervicales, que se añaden al colgamiento propiamente dicho, dando lugar a lo que vulgarmente se conoce como una quebradura de cuello.

Por su parte, el degüello puede definirse como una lesión en la cara anterior del cuello provocada por un arma cortante que, en algunos casos, alcanza una profundidad considerable afectando todos los órganos de la región hasta planos pre-vertebrales.

El degollar se hizo costumbre en ambas márgenes del Río de la Plata y se extendió también al sur del Brasil. En nuestro territorio tanto unitarios como federales se mostraban pródigos en hacer correr sangre de este modo; en la Banda Oriental, los colorados y los blancos con cultura, tradiciones e idiosincrasia muy cercana a la nuestra también optaron por degollar a mansalva durante la Guerra Grande (1839/1851) y aún después, hasta la derrota del Paraguay en la Guerra de la Triple Alianza.

También debe tomarse en consideración que en el siglo XIX los ejércitos carecían de una capacidad logística desarrollada como para permitirles ocuparse humanitariamente de los prisioneros y menos aún si éstos estaban heridos. Normalmente, no disponían de medicamentos, los analgésicos escaseaban y las técnicas quirúrgicas poco extendidas tenían características cruentas y, frecuentemente, terminaban en amputaciones, taponamiento de heridas y suturas de apuro. Los medios de transporte, se limitaban a carretas y parihuelas que trasladaban todo lo que la infantería y la caballería no pudiera transportar sobre sus espaldas ó a lomo de sus equinos. El ambiente y la situación operacional imponían marchas extenuantes, largos períodos a la intemperie bajo los efectos de condiciones climáticas adversas a lo que se sumaba la acuciante necesidad de disponer de un adecuado abastecimiento de agua. Así las cosas, ya sea por odio, espíritu de revancha, como mensaje inequívoco para la psiquis del adversario ó hasta para aliviar el dolor y el sufrimiento, el degüello se practicó con amplitud y su ejecución por motivos humanitarios se concretaba solamente entre camaradas de una misma facción en retirada y antes de abandonar a los heridos a merced del enemigo.

Es necesario recordar que, con posterioridad a la Batalla de Caseros (1852), pese a que la organización nacional se vislumbraba como un hecho, nada hizo menguar el frenesí del degüello, especialmente durante los años en que Mitre tuvo el poder y Sarmiento fue su consejero e ideólogo de un proyecto que buscaba una depuración social a toda costa, que excluía formas civilizadas de negociación y estimulaba las campañas punitivas en el interior del país donde algunos caudillos locales le ofrecían resistencia.

Como toda mala costumbre, el degüello comenzó a practicarse de manera casi imperceptible pero, rápidamente, esta manera de ejecutar fue extendiéndose entre los integrantes de las organizaciones militares de uno y otro bando sin distinción de posicionamientos ni de jurisdicciones, en toda la región platense y en las provincias del interior de nuestro país.

En el período considerado en esta obra, queda claro que gozó de una popularidad macabra, con características que la distinguían de las otras formas de suplicio a las que hice referencia. A mi juicio, lo distintivo estaba dado por: la intimidad del acto ya que era necesario el contacto físico entre el victimario y su víctima que, normalmente se encontraba indefensa e inmovilizada, asígnase a esta práctica una marcada connotación machista pues el degollador ejecutaba a su víctima solo, sin formar parte de un pelotón de fusilamiento ócontentándose con hacer perder el equilibrio al infortunado reo para que un lazo extinguiera su vida, un alto contenido de sadismo que permitía divertirse a costa de la víctima tal como ocurría si a los verdugos se les antojaba realizar carreras de degollados ; en éstas, los prisioneros esperaban su final de pie, los degolladores les cortaban simultáneamente el cuello y luego disfrutaban observando hasta donde podían llegar los desgraciados en sus estertores de muerte, ahogándose y resbalando en su propia sangre.

Tampoco puede negarse que se empleaba a menudo para producir un temor reverencial de alto impacto psicológico tanto por el horror que provocaba presenciar un acto de tremenda barbarie como las consecuencias del mismo ya que era práctica habitual exhibir las cabezas cercenadas que transmitían de manera inequívoca un mensaje más que elocuente.

Durante el fragor del combate se solían impartir órdenes mediante toques de clarín cada uno con su particular significado, es harto conocido, por ejemplo, el toque de “A LA CARGA” pero también se impartían órdenes a viva voz y, paulatinamente, en estas latitudes, la orden de cargar contra el enemigo fue reemplazada por la de “A DEGÜELLO” que inflamaba los espíritus y anunciaba la ausencia de toda misericordia para los vencidos.

En el blog “Esgrima criolla el arte del degüello”, se detalla que en la época, aparecieron denominaciones de origen según el tipo de degüello: “El “oriental” era externo y de oreja a oreja seccionando las carótidas y la yugular ; a la “brasilera” cuando el corte se hacía mediante la incisión por detrás de la tráquea, cortándose de atrás hacia delante con un tajo seco; el “argentino” se denominaba cuando se hacía por delante, con dos cortes rápidos en la carótida.“

Si el reo tenía cuentas pendientes con el bando opuesto, era considerado traidor ó simplemente merecía sufrir más de la cuenta, se le cortaba la cabeza por la nuca, es decir a la “brasilera”.

Los degolladores federales, apelaban a un código sencillo y no escrito para determinar cómo habría de morir la víctima, sólo dos palabras lo componían: VIOLÍN y VIOLÓN.

VIOLÍN garantizaba una muerte rápida, un tajo preciso con un facón bien afilado. VIOLÓN era su antítesis, para provocar un mayor sufrimiento en la víctima se empleaba un cuchillo con hoja mellada y carente de filo que desgarraba la carne, un corte desprolijo, irregular que prolongaba en atroces estertores y gritos la agonía. ¡Vaya diversión!.

La refalosa era una danza que se hizo popular durante el siglo XIX, dicen que de Chile pasó a la Argentina y desde 1835 a 1860 se bailaba con cierta habitualidad en la región de Cuyo, es decir en Mendoza y San Juan aunque también se extendió a otras provincias tales como Santiago del Estero, Córdoba y Catamarca pero con menor popularidad en estas últimas. Actualmente puede considerarse que como danza popular folklórica ha desaparecido.

Toma su nombre de los pasos de baile que la componían y en los que, elegante y galanamente se deslizan los pies de los bailarines como resbalando sobre el suelo.

Precisamente en el norte, los ejércitos federales, triunfantes en sus campañas contra los unitarios en la década de 1840, hicieron culto del degüello y de un alto grado de brutalidad en las batallas de Quebracho Herrado, San Calá, Famaillá y Rodeo del Medio y le dieron, a lo que supo ser una danza de salón, la connotación macabra que los degolladores imponían al suplicio. Ya no danzaban un hombre y una mujer como parte de una diversión popular con absoluta fluidez y disfrutando de un esparcimiento social; la refalosa del degollador es una danza macabra entre hombres, en la cual uno solo disfruta de libertad de movimientos, cuchillo en mano, mientras que el otro yace inerme e indefenso esperando vanamente escaparle al destino que le aguarda para resbalar finalmente en su propia sangre.

El poeta HILARIO ASCASUBI describe minuciosamente la técnica del degüello y la finalidad que cada acción del degollador tenía en la psiquis y en el físico de su víctima. El poema conocido como “La Resfalosa”, relata en sus versos la amenaza que profiere un degollador mazorquero durante el sitio de Montevideo a uno de sus defensores, el gaucho Jacinto Cielo, unitario e integrante de la Legión Argentina que participaba en la defensa de la plaza. Hasta el apellido Cielo, del destinatario de la amenaza tiene un significado y es el de ser coincidente con el color de la divisa usada por los unitarios, casualmente de color celeste.

La amenaza es cruda, violenta y aterradora y hace referencia en sus versos al TIN TIN, sonido producido al entrechocar de la hoja de un facón ó cuchillo con su vaina de metal, que era el preludio de su uso en el cuello del desgraciado prisionero.

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Sobre Víctimas y Victimarios

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